Bombay, de nuevo/Editorial
Publicado en El País, 28/11/2008;
El terror masivo (más de 100 muertos y de 300 heridos) ha llegado de nuevo a Bombay, la capital económica de India, después de golpear en los últimos meses otras ciudades del país, ante la incapacidad del Gobierno de Delhi para prevenir los atentados o descifrar su origen. Una espesa niebla oculta el fenómeno, pese a ser India, donde han perecido más de 500 personas en los dos últimos años, una clara víctima del azote terrorista. Rutinariamente, como ayer hizo el acosado primer ministro Manmohan Singh, el Gobierno atribuye las sucesivas matanzas a fanáticos islamistas organizados en países vecinos, en referencia a Pakistán, el enemigo histórico. En muy escasas ocasiones, si alguna, se consigue probar algo concluyente, en parte por incompetencia policial, en parte por una inextricable jungla legal.
Todo sugiere, sin embargo, que India, acostumbrada a combatir separatismos y guerrillas locales, afronta su propio terrorismo islamista, cuando no otro incipiente inspirado por el fanatismo hindú. Las bombas de septiembre en Delhi, con decenas de muertos, anunciadas previamente, fueron reivindicadas por unos desconocidos Muyaidines Indios, de los que no había noticia hace un año, que se atribuyeron también las matanzas de Jaipur, en mayo, 63 víctimas, y de Ahmadabad, en julio. Algunos de los arrestados tras este último rosario de ataques confesó haber recibido entrenamiento en campos indios, en Kerala y Madhya Pradesh.
Los sangrientos asaltos de Bombay (donde en 2006 murieron 180 personas por bombas en los ferrocarriles), dirigidos contra occidentales y ejecutados con una disciplina y sincronía propias de una organización elaborada, han sido reclamados por otro grupo muyaidin semidesconocido, que ya en septiembre avisó de que vengaría los excesos policiales contra los musulmanes en la megalópolis.
No es difícil reclutar fanáticos en un país con más de 130 millones de musulmanes, postergados en casi todo y que se sienten amenazados por otra creciente violencia extremista, de signo hindú, la que implícitamente alienta el Bharatiya Janata (BJ), el gran partido rival del gobernante del Congreso. El BJ predica una India hindú (el 80% tiene ese credo) y se desliza hacia un fundamentalismo de imprecisas fronteras con la violencia.
La idea de que musulmanes indios, siguiendo pautas de Irak o Afganistán, abracen el terrorismo es la peor de las pesadillas para un Gobierno ineficaz y en declive, que afronta unas elecciones generales y que a estas alturas carece de un organismo federal que coordine la lucha en ese terreno. Pero los islamistas que han descoyuntado Pakistán pueden acabar llevando el caos a un país como India, emergente potencia planetaria y nuclear, con crecientes lazos con EE UU y una formidable minoría musulmana. La considerada mayor democracia del mundo debe poner en juego muchos más medios y voluntad política para hacer de la lucha antiterrorista una de sus prioridades absolutas.
Todo sugiere, sin embargo, que India, acostumbrada a combatir separatismos y guerrillas locales, afronta su propio terrorismo islamista, cuando no otro incipiente inspirado por el fanatismo hindú. Las bombas de septiembre en Delhi, con decenas de muertos, anunciadas previamente, fueron reivindicadas por unos desconocidos Muyaidines Indios, de los que no había noticia hace un año, que se atribuyeron también las matanzas de Jaipur, en mayo, 63 víctimas, y de Ahmadabad, en julio. Algunos de los arrestados tras este último rosario de ataques confesó haber recibido entrenamiento en campos indios, en Kerala y Madhya Pradesh.
Los sangrientos asaltos de Bombay (donde en 2006 murieron 180 personas por bombas en los ferrocarriles), dirigidos contra occidentales y ejecutados con una disciplina y sincronía propias de una organización elaborada, han sido reclamados por otro grupo muyaidin semidesconocido, que ya en septiembre avisó de que vengaría los excesos policiales contra los musulmanes en la megalópolis.
No es difícil reclutar fanáticos en un país con más de 130 millones de musulmanes, postergados en casi todo y que se sienten amenazados por otra creciente violencia extremista, de signo hindú, la que implícitamente alienta el Bharatiya Janata (BJ), el gran partido rival del gobernante del Congreso. El BJ predica una India hindú (el 80% tiene ese credo) y se desliza hacia un fundamentalismo de imprecisas fronteras con la violencia.
La idea de que musulmanes indios, siguiendo pautas de Irak o Afganistán, abracen el terrorismo es la peor de las pesadillas para un Gobierno ineficaz y en declive, que afronta unas elecciones generales y que a estas alturas carece de un organismo federal que coordine la lucha en ese terreno. Pero los islamistas que han descoyuntado Pakistán pueden acabar llevando el caos a un país como India, emergente potencia planetaria y nuclear, con crecientes lazos con EE UU y una formidable minoría musulmana. La considerada mayor democracia del mundo debe poner en juego muchos más medios y voluntad política para hacer de la lucha antiterrorista una de sus prioridades absolutas.
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