Columna PLAZA PÚBLICA/ Miguel Ángel Granados Chapa
Reajuste en Los Pinos
Reforma, 27/11/2008;
El nombramiento de Luis Felipe Bravo Mena, traído de urgencia de Roma para ser secretario particular del presidente de la República, es una concesión, y hasta puede ser la rendición del calderonismo ante la derecha panista
Como si su presencia en México fuera requerida por una circunstancia premiosa, Luis Felipe Bravo Mena vio interrumpida la placidez de su desempeño en la embajada mexicana en el Vaticano, que duraba ya tres años. La semana pasada se le urgió a volver cuanto antes por lo que el sábado 22 se despidió oficialmente del Papa Benedicto XVI y voló a México para tomar posesión en las horas siguientes como secretario particular del presidente de la República, un puesto que no estaba vacante y urgiera por ello ocupar, sino que era desempeñado por César Nava, amigo de Felipe Calderón y su más próximo colaborador.
A nadie sorprende que en los equipos de gobierno se produzcan ajustes, dictados algunas veces por circunstancias emergentes, por insuficiente desempeño o por rupturas entre los integrantes del grupo. También pueden obedecer a razones del calendario. Se avizoraba ya que al cumplir su segundo aniversario la administración calderonista sería remozada, para que desde el martes próximo el tercer año fuera encarado desde nuevos emplazamientos. Sería ocasión para reformular políticas y actitudes que han probado ser ineficaces o insuficientes, y aun erróneas. Pero la sustitución de César Nava por quien sucedió a Calderón en la presidencia nacional panista hace nueve años, habla más de las necesidades políticas del Ejecutivo al frente de su partido que de modificaciones al equipo de gobierno destinadas a mejorar el desempeño administrativo.
Bravo Mena y Calderón representan polos en ocasiones antagónicos en la vida interna del PAN. Sin que sea necesariamente cierto que llevar a Los Pinos al ex embajador en el Vaticano signifique introducir al enemigo en casa, sí muestra que Calderón se encuentra compelido a aceptar influencias panistas surgidas más allá de su círculo íntimo, como ya lo mostró el que sustituyera a Juan Camilo Mouriño no por alguien de su misma condición cercana al Ejecutivo sino con Fernando Gómez Mont, que no formaba parte de ese espacio estrecho del que parecía que Calderón no deseaba salir.
Bravo Mena ingresó al PAN como parte del oleaje empresarial, proveniente sobre todo pero no únicamente del norte del país que aun antes de los ochenta pero sobre todo en esa década modificó la estructura interna de Acción Nacional y el talante de sus posiciones. La derecha empresarial impuso sus modos y sus fines, haciendo palidecer la presencia del pensamiento fundador de Acción Nacional, fenómeno que Vicente Fox condensó en la fórmula simplona de darle vacaciones a la ideología.
El predominio de esa derecha empresarial, conservadora y hasta intolerante se hizo imbatible con la llegada de Bravo Mena, en cierto modo representante de la Coparmex en el PAN; a la dirección nacional del partido, y se descaró con la elección de Manuel Espino, conducido por el propio Bravo Mena a ser su reemplazante. Él lo nombró secretario general del partido, desde donde Espino construyó las bases para derrotar a Carlos Medina Plascencia. Y si bien es cierto que a su vez fue frenado e impedido de reelegirse, y hasta inducido a recortar por unos meses el periodo para el que había sido nombrado, lo cierto es que su persona misma y los intereses y talantes que representa constituyen un factor interno de poder que no puede ser soslayado. Espino ha adquirido, y se propone ejercerlo con mayor énfasis en el futuro inmediato, el papel de opositor interno de Calderón.
En tal sentido, puede entenderse que nombrar a Bravo Mena es una concesión del Presidente a sus adversarios, y eventualmente hasta una rendición frente a ellos. En el mejor de los casos (para Calderón), significa su necesidad de contar con el apoyo de todo su partido en la circunstancia compleja y difícil que le está tocando encarar, que sería de arduo enfrentamiento para cualquiera pero lo es en mayor medida en su caso, por la fragilidad con que llegó a la Presidencia y su carencia de sostén parlamentario suficiente para gobernar sin acudir a la alianza con el PRI que le ha permitido desde asumir el cargo hasta aprobar reformas que al menos permitan dar la sensación de que el gobierno se mueve, aunque no quede claro en qué dirección.
Dado que el proceso electoral para los comicios legislativos está en curso, es previsible que el grado de colaboración priista con Calderón disminuya hasta desaparecer ante el fragor de una contienda, que el PRI da ya por ganada. La falta de ese aliado, y una reducción de la presencia panista en San Lázaro obliga a Calderón a atenuar las diferencias internas, con gestos como el de llevar junto a sí a quien fue su sucesor y encarna una posición doctrinal diferente de la suya. Calderón habría así cedido una posición de enorme importancia personal a sus adversarios, en son de paz.
Ayer mismo se anunció que César Nava renuncia para buscar ser candidato a diputado. Se prevé que encabece la bancada blanquiazul en la Cámara a partir de septiembre próximo. Se había conjeturado una tontería, que iba a ser nombrado secretario técnico para la implantación de la reforma de justicia y seguridad, la posición que se otorgó al finado José Luis Santiago Vasconcelos cuando se le relevó de su cargo de subprocurador en la PGR. La consumación de esa hipótesis hubiera significado una bofetada a Nava, que trocaría un cargo de alto relieve por una posición más o menos inocua.
La designación de Bravo Mena, pues, significa el primer acto de un pacto de entendimiento y no agresión con la derecha panista.
Cajón de Sastre
Nadie, salvo quienes suponen que hay una conspiración maliciosa contra el secretario de Seguridad Pública con el simplón ánimo de tirarlo de su cargo, regateará a Nelson Vargas su derecho a indignarse porque ha pasado un año, dos meses y 16 días desde el secuestro de su hija, y las autoridades no han dado con la joven víctima ni con quienes se la llevaron. Desde aquel momento el ex director nacional del deporte aportó nombres de posibles sospechosos y "solicité a la PFP que investigara, misma información que fue entregada a la SIEDO. Si ellos hubieran cumplido con su trabajo, hubieran evitado que otras personas fueran secuestradas". Pero no lo hicieron y sí, en cambio, dejaron escapar a un presunto delincuente quizá ligado al caso de Silvia Vargas Escalera, porque "en la PFP hubo negligencia y muy posiblemente corrupción".
Reajuste en Los Pinos
Reforma, 27/11/2008;
El nombramiento de Luis Felipe Bravo Mena, traído de urgencia de Roma para ser secretario particular del presidente de la República, es una concesión, y hasta puede ser la rendición del calderonismo ante la derecha panista
Como si su presencia en México fuera requerida por una circunstancia premiosa, Luis Felipe Bravo Mena vio interrumpida la placidez de su desempeño en la embajada mexicana en el Vaticano, que duraba ya tres años. La semana pasada se le urgió a volver cuanto antes por lo que el sábado 22 se despidió oficialmente del Papa Benedicto XVI y voló a México para tomar posesión en las horas siguientes como secretario particular del presidente de la República, un puesto que no estaba vacante y urgiera por ello ocupar, sino que era desempeñado por César Nava, amigo de Felipe Calderón y su más próximo colaborador.
A nadie sorprende que en los equipos de gobierno se produzcan ajustes, dictados algunas veces por circunstancias emergentes, por insuficiente desempeño o por rupturas entre los integrantes del grupo. También pueden obedecer a razones del calendario. Se avizoraba ya que al cumplir su segundo aniversario la administración calderonista sería remozada, para que desde el martes próximo el tercer año fuera encarado desde nuevos emplazamientos. Sería ocasión para reformular políticas y actitudes que han probado ser ineficaces o insuficientes, y aun erróneas. Pero la sustitución de César Nava por quien sucedió a Calderón en la presidencia nacional panista hace nueve años, habla más de las necesidades políticas del Ejecutivo al frente de su partido que de modificaciones al equipo de gobierno destinadas a mejorar el desempeño administrativo.
Bravo Mena y Calderón representan polos en ocasiones antagónicos en la vida interna del PAN. Sin que sea necesariamente cierto que llevar a Los Pinos al ex embajador en el Vaticano signifique introducir al enemigo en casa, sí muestra que Calderón se encuentra compelido a aceptar influencias panistas surgidas más allá de su círculo íntimo, como ya lo mostró el que sustituyera a Juan Camilo Mouriño no por alguien de su misma condición cercana al Ejecutivo sino con Fernando Gómez Mont, que no formaba parte de ese espacio estrecho del que parecía que Calderón no deseaba salir.
Bravo Mena ingresó al PAN como parte del oleaje empresarial, proveniente sobre todo pero no únicamente del norte del país que aun antes de los ochenta pero sobre todo en esa década modificó la estructura interna de Acción Nacional y el talante de sus posiciones. La derecha empresarial impuso sus modos y sus fines, haciendo palidecer la presencia del pensamiento fundador de Acción Nacional, fenómeno que Vicente Fox condensó en la fórmula simplona de darle vacaciones a la ideología.
El predominio de esa derecha empresarial, conservadora y hasta intolerante se hizo imbatible con la llegada de Bravo Mena, en cierto modo representante de la Coparmex en el PAN; a la dirección nacional del partido, y se descaró con la elección de Manuel Espino, conducido por el propio Bravo Mena a ser su reemplazante. Él lo nombró secretario general del partido, desde donde Espino construyó las bases para derrotar a Carlos Medina Plascencia. Y si bien es cierto que a su vez fue frenado e impedido de reelegirse, y hasta inducido a recortar por unos meses el periodo para el que había sido nombrado, lo cierto es que su persona misma y los intereses y talantes que representa constituyen un factor interno de poder que no puede ser soslayado. Espino ha adquirido, y se propone ejercerlo con mayor énfasis en el futuro inmediato, el papel de opositor interno de Calderón.
En tal sentido, puede entenderse que nombrar a Bravo Mena es una concesión del Presidente a sus adversarios, y eventualmente hasta una rendición frente a ellos. En el mejor de los casos (para Calderón), significa su necesidad de contar con el apoyo de todo su partido en la circunstancia compleja y difícil que le está tocando encarar, que sería de arduo enfrentamiento para cualquiera pero lo es en mayor medida en su caso, por la fragilidad con que llegó a la Presidencia y su carencia de sostén parlamentario suficiente para gobernar sin acudir a la alianza con el PRI que le ha permitido desde asumir el cargo hasta aprobar reformas que al menos permitan dar la sensación de que el gobierno se mueve, aunque no quede claro en qué dirección.
Dado que el proceso electoral para los comicios legislativos está en curso, es previsible que el grado de colaboración priista con Calderón disminuya hasta desaparecer ante el fragor de una contienda, que el PRI da ya por ganada. La falta de ese aliado, y una reducción de la presencia panista en San Lázaro obliga a Calderón a atenuar las diferencias internas, con gestos como el de llevar junto a sí a quien fue su sucesor y encarna una posición doctrinal diferente de la suya. Calderón habría así cedido una posición de enorme importancia personal a sus adversarios, en son de paz.
Ayer mismo se anunció que César Nava renuncia para buscar ser candidato a diputado. Se prevé que encabece la bancada blanquiazul en la Cámara a partir de septiembre próximo. Se había conjeturado una tontería, que iba a ser nombrado secretario técnico para la implantación de la reforma de justicia y seguridad, la posición que se otorgó al finado José Luis Santiago Vasconcelos cuando se le relevó de su cargo de subprocurador en la PGR. La consumación de esa hipótesis hubiera significado una bofetada a Nava, que trocaría un cargo de alto relieve por una posición más o menos inocua.
La designación de Bravo Mena, pues, significa el primer acto de un pacto de entendimiento y no agresión con la derecha panista.
Cajón de Sastre
Nadie, salvo quienes suponen que hay una conspiración maliciosa contra el secretario de Seguridad Pública con el simplón ánimo de tirarlo de su cargo, regateará a Nelson Vargas su derecho a indignarse porque ha pasado un año, dos meses y 16 días desde el secuestro de su hija, y las autoridades no han dado con la joven víctima ni con quienes se la llevaron. Desde aquel momento el ex director nacional del deporte aportó nombres de posibles sospechosos y "solicité a la PFP que investigara, misma información que fue entregada a la SIEDO. Si ellos hubieran cumplido con su trabajo, hubieran evitado que otras personas fueran secuestradas". Pero no lo hicieron y sí, en cambio, dejaron escapar a un presunto delincuente quizá ligado al caso de Silvia Vargas Escalera, porque "en la PFP hubo negligencia y muy posiblemente corrupción".
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