La izquierda: miedo a la sustancia |
Reforma, 24 Mar. 11;
Todo pareciera indicar que la izquierda mexicana ha optado nuevamente por un seppuku colectivo, ahora que está de moda lo japonés. Por un lado, el PRD celebró su congreso donde volvió a esconder las profundas divergencias tácticas, estratégicas y teóricas que dividen a sus incontables corrientes; por el otro, el re-candidato López Obrador re-presentó su repetido proyecto de nación. Muchos observadores lejanos, pero al final del día amistosos, hemos subrayado desde hace años que mientras la izquierda y su partido natural, el PRD, no afronten las grandes disyuntivas de sustancia que han fracturado a las izquierdas
latinoamericanas y europeas desde hace décadas, le resultará imposible ganar la Presidencia: sea porque no saque los votos (1994, 2000, 2006), sea porque la "mafia" o los "poderes fácticos" o los "usurpadores" le jueguen rudo porque les aterra su llegada (1988, 2006). Hemos dicho también que esos temas de sustancia son: optar entre reforma y revolución; la actitud hacia la economía de mercado; la postura frente a la democracia representativa única como vía para acceder poder; aceptar y abrazar la globalización; y ser defensores de los derechos humanos urbi et orbi, hic et nunc. Hoy quisiera ilustrar este reto de la izquierda mexicana con tres ejemplos.
Libia. Ni en el consejo nacional del PRD ni en el discurso de López Obrador aparece la más mínima atención a la intervención; sea por necesaria, humanitaria, multilateral y conforme al derecho internacional; o sea por inaceptable, dictada por el imperio, y violatoria del derecho de no intervención. El PRD y AMLO no están ni a favor ni en contra de la intervención en Libia, sino todo lo contrario. De acuerdo: no es algo de inmensa pertinencia para el pueblo mexicano, pero cualquier encuestador les puede asegurar a Zambrano, a Padierna y a los asesores de AMLO, que la sociedad mexicana está más enterada de lo que sucede en Libia, que de lo que pasa en Nayarit.
La guerra del narco. Salvo por repetir un lugar común -que debe retirarse el Ejército y la Marina gradualmente-; y por recurrir a una expresión de dudoso significado -"la estúpida guerra de Calderón"- no hay nada, ni en las resolutivas del congreso del PRD, ni en el discurso de AMLO que defina alguna posición clara sobre el tema, éste sí, decisivo de la sociedad mexicana. Se puede estar a favor de la guerra fallida (escribimos un libro entero sobre este adjetivo) de Calderón como lo está el PAN, parte del PRI y todavía la mayor parte de la comentocracia, o en contra como el que escribe, como una gran cantidad de ONG nacionales e internacionales y una minoría creciente y elocuente de los comentócratas. Pero difícilmente se entiende cómo se puede no opinar ni en un sentido ni en otro. Si la naturaleza, según Aristóteles, le tiene horror al vacío: ellos le tienen horror a la sustancia.
Por último, la incapacidad definitoria del PRD: la defenestración de Carlos Pascual. No voy a entrar aquí ni a los chismes ni a los costos, ni a la indignidad de un gran país dando pequeñas peleas. Pero resulta incomprensible que el PRD y AMLO no tengan nada que decir. El único que ha opinado, Carlos Navarrete, transformó en esta ocasión su inteligencia en una aberración: pedirle al embajador de otro país que en cables secretos a sus superiores no comparta sus puntos de vista, aunque sean críticos o incluso falsos. Qué hubiera querido Navarrete, si en el 2006, Tony Garza hubiera obtenido pruebas irrefutables (que en mi opinión no existen) del fraude contra AMLO ¿debió comunicarlo por cable a Washington o callarse para no herir "sensibilidades" mexicanas? Todos los embajadores del mundo en todas las cancillerías del mundo tienen la obligación de informar a sus superiores de hechos, opiniones y hasta chismes. Por eso son confidenciales. Calderón en el fondo le reclama a Pascual lo que pensó. ¿Navarrete está de acuerdo con lo que pensó Pascual?
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