El Fondo, dormido en sus laureles/SABINA BERMAN
Revista Proceso No. 1976, 13 de septiembre de 2014
Leo Zuckerman se preguntó si se justifica la existencia de una editorial
subsidiada como es el Fondo de Cultura Económica. “No nos hagamos bolas”,
escribió en poesía vernácula. “El Fondo sirve (únicamente) a una élite
cultural, académica e intelectual”.
Airadas le llegaron las respuestas de dos de nuestros escritores más
aristocráticos. Empleo el término “aristocrático” en el sentido en que lo hacía
José Vasconcelos: por virtud de la excelencia, incluidos en una minoría. Jesús
Silva Herzog Márquez le llamó liberal salvaje. Jorge Volpi le recordó que la
alta cultura siempre ha sido patrocinada y nuestras instituciones culturales
subsidiadas cifran la ventaja cultural que tenemos sobre el resto de Latinoamérica.
Y sin embargo, me parece a mí que
la pregunta de Leo se sostiene. Sí, ¿por qué el Fondo no ha logrado, en medio
siglo, llegar a más lectores? ¿Por qué no llega a los millones de
preparatorianos y universitarios del país? ¿De verdad el defecto reside en esos
lectores posibles pero no reales, o es en el Fondo?
Que es lo mismo que preguntarse
asuntos más particulares. ¿Por qué los últimos 24 años las colecciones de
poesía y de dramaturgia del Fondo no han crecido mientras que su cava de vinos
sí, hasta ser famosa entre los editores del idioma de la ñ?¿Por qué uno de
nuestros mayores antropólogos, cuyo nombre él no me agradecería que tecleara
aquí, puede publicar su último libro, de tema mexicano por cierto, en una de
las más exigentes editoriales universitarias de Estados Unidos, pero en el
Fondo se le pide que espere tres años para su publicación en español?
¿Por qué los primeros años del
Fondo fueron los de su expansión territorial, de la multiplicación de sus
librerías en el mundo de la ñ, mientras en los últimos 24 años inaugurar una
librería en Bogotá y una en la colonia Condesa de la capital se proclama como
una hazaña?
Más preguntas concretas. ¿Cómo
sucedió que España a finales del siglo XX se adueñó de la difusión y la
enseñanza del español en el planeta, a través de su Instituto Cervantes, si era
el Fondo el que tenía la ventaja hasta un lustro antes?
¿Y cómo es que ahora, cuando una
España en crisis económica debe cerrar sus institutos Cervantes, el Fondo no
avanza para ocupar los vacíos? En el mismo sentido, ¿por qué es que ante el
encogimiento de las editoriales españolas, el Fondo no lidera la avanzada de
nuestras buenas editoriales nacionales?
Es decir, dicho en poesía
vernácula, ¿cuándo se durmió el Fondo en sus laureles? ¿Cuándo se acomodó en la
seguridad del subsidio y el deleite de su cava de vinos y se olvidó de crecer y
de servir a más que a una minoría autosatisfecha?
Leo se pregunta si se justifica la
existencia de una editorial subsidiada cuyos libros llegan a muy pocos. Digo
que me parece a mí que la pregunta es importante, aunque la respuesta que Leo
da es, sí, para citar a Silva Herzog, la de un liberal salvaje. (Perdón, amigo
Zuckerman, y con el aprecio intacto a tu afán de sacudir las complacencias de
las élites.)
Aun en términos económicos, es una
respuesta poco útil. ¿Qué gana México con cerrar el Fondo? Nada, nada y nada.
Salvo la diferencia actual entre sus costos y sus ventas, 200 millones de
pesos, una partida minúscula en el contexto del presupuesto estatal. ¿Y qué
oportunidades gana el país si el Estado decide despertarlo y hacerlo crecer?
Servir a muchos más, coleccionar a
nuestros clásicos de las últimas tres décadas, lo que no ha hecho, y expandir
nuestro mercado editorial a otras latitudes, ahora que ocurre el encogimiento
de las editoriales españolas.
Los espartanos cogían a sus hijos
de los talones y los hundían en el río helado. Si no morían de neumonía los
dejaban vivir. Si enfermaban, los atravesaban con una espada, para abreviar su
agonía. Por eso fueron atenienses y no espartanos Sócrates y Platón. Por eso
los espartanos fueron magníficos en el arte del asesinato, la guerra, pero no
en las artes de la cooperación y el bien vivir, las bellas artes y la
filosofía.
Somos ya espartanos en exceso.
Cultivemos nuestras instituciones atenienses. Pongamos a un lado los laureles
marchitos del Fondo y despertémoslo. Para volver a lo vernáculo: esperemos del
Fondo otros laureles más verdes.
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