Adictos a Internet
Entramos en un cuartel de disciplina militar anti-Red para adolescentes
chinos. Una terapia de choque recetada por el Ejército Popular
ZIGOR ALDAMA En El País Semanal, 14 SEP 2014
Lu Jun Song, de 13 años, se somete a un chequeo médico y a un
encefalograma para conocer si sufre alguna disfunción cerebral. Es su primer
día en la clínica fundada por Tao Ran, psiquiatra y coronel del Ejército
Popular de Liberación, y que depende del Hospital Militar General de Pekín. /
FERNANDO MOLERES
Chen Fei está desconcertado y nervioso. Sabe que algo no cuadra, pero es
incapaz de adivinar lo que se le avecina. Sus padres le dijeron que iban a
pasar unos días juntos en Pekín aprovechando el inicio de las vacaciones
escolares de verano, pero el centro al que le han llevado es cualquier cosa
menos un lugar de ocio. Situado en el extremo sur de la capital china, en el
distrito obrero de Daxing, el anodino edificio que antes albergó un instituto
de tecnología acoge ahora a un nutrido grupo de 70 niños y jóvenes ataviados
con camisetas militares. Su denominador común salta a la vista: gafas, hombros
caídos, cuello doblado y mínima resistencia física. Son la antítesis de los
enérgicos soldados que sirven aquí de monitores. Chen, nombre ficticio de este
obeso adolescente de 16 años, los mira a todos de reojo mientras espera en el
patio a que sus padres salgan de una reunión cuyo contenido desconoce. Comienza
a sospechar que todo es una trampa. Y no le falta razón.
En un pequeño cuarto del interior del centro, su madre es incapaz de
contener el llanto cuando explica a un psiquiatra el porqué del viaje a Pekín
desde la provincia central de Henan en la que viven, situada a unos mil kilómetros.
“La adicción a Internet de nuestro hijo está destrozando la familia. No podemos
aguantarlo más. Hace dos años que comenzó a frecuentar los cibercafés para
jugar en red. No le dimos importancia. Era buen estudiante y entendimos que
necesitaba relajarse. Pero las sesiones se fueron alargando y el juego pasó a
ser diario. El rendimiento en la escuela cayó. Tratamos de convencer a sus
profesores y compañeros para que lo alejasen de ese ambiente, pero no hubo
manera. Hace seis meses perdió el control: llegó a pasar más de 20 horas
ininterrumpidas frente al ordenador”.
La jornada en el centro de desintoxicación de la adicción a Internet
transcurre bajo una férrea disciplina, combinada con medicamentos y con terapia
psicológica. En la imagen, Tao Ran, fundador del centro y cuya carrera médica y
militar se construyó tratando a adictos a la heroína. Un aprendizaje que le
sirve ahora para aplicar parecidas técnicas que a los drogodependientes. /
FERNANDO MOLERES
Fue entonces cuando estalló la violencia en casa. El padre de Chen
comenzó a propinarle palizas para prohibirle ir a jugar, y el adolescente
respondió de la misma forma. Varios hematomas en el cuerpo de su progenitor
reflejan un drama que la familia quiere atajar antes de que se convierta en
tragedia. “Ya no podemos dominarlo”, reconoce abatido el padre. Por eso, cuando
un familiar les informó de la existencia de un centro pionero en la
rehabilitación de adictos a Internet, no se lo pensaron. “Queremos que entienda
lo que le sucede, se cure, y que acabe esta pesadilla”.
Después de una revisión exhaustiva del caso, los especialistas dictaminan
que Chen debería ser internado en el centro entre tres y seis meses –más
incluso si no responde de forma positiva– para someterse a la terapia diseñada
por Tao Ran, psiquiatra y coronel del Ejército Popular de Liberación, que
combina la disciplina militar con las técnicas tradicionales para superar
cualquier tipo de adicción. El doctor explica que a Chen se le privará del uso
de cualquier aparato electrónico, se le prohibirá el contacto con el exterior y
tendrá que acatar todas las órdenes que reciba. Y avanza que será un proceso
duro. Tras un momento de duda, en el que reconocen su preocupación por lo
estricto del tratamiento, los padres asienten y dan su conformidad.
La adicción a internet provoca en el cerebro problemas similares a los
derivados del consumo de heroína, destruyendo las relaciones sociales y
deteriorando el cuerpo” Tao Ran. Psiquiatra y coronel del Ejército Popular de Liberación chino
Es el momento de explicarle a Chen lo que le espera, así que la madre
intercambia unas palabras con su marido y deciden que sea ella, que mantiene
una relación más amistosa con el adolescente, la que salga y hable con él. Los
pacientes que acaban de regresar a sus habitaciones en el segundo piso pegan la
nariz al gran ventanal del pasillo que da al patio. Saben que a continuación
puede producirse una explosión. Al fin y al cabo, el caso de Chen no es más que
uno de los 6.000 que han pasado por el centro desde que Tao lo fundó en 2006.
“Son habituales las reacciones iniciales de violencia, y la mayoría trata de
escapar en los primeros 20 días de internamiento. No reconocen sufrir un
trastorno”, explica el propio Tao.
Sin embargo, Chen es una decepción para quienes esperaban un
enfrentamiento. Mira a su madre con ira contenida, pero no articula una
palabra. Se levanta, entra en el edificio y sube las escaleras acompañado por
uno de los psicólogos del centro, que le pone al corriente de cómo será su vida
en los próximos meses. Ella le sigue a cierta distancia. El estallido se
produce cuando Chen asimila que será encerrado, que se le obligará a seguir un
entrenamiento físico estricto y que sus largas sesiones frente al ordenador han
tocado a su fin. Es entonces cuando se da la vuelta y arremete contra su madre.
“¡Hija de puta! ¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí?”, grita mientras corre a
golpearla. Son necesarios cinco trabajadores para reducirlo, y en la enfermería
tardan pocos segundos en preparar un tranquilizante y correas para atarlo.
Afortunadamente, Chen se calma con un cigarro y no es necesario utilizarlas. Su
madre, refugiada en un pequeño cuarto, rompe a llorar de nuevo.
“La adicción a Internet provoca en el cerebro problemas similares a los
derivados del consumo de heroína. Pero en general es incluso más dañina. Porque
destruye las relaciones sociales a todos los niveles y va deteriorando el
cuerpo sin que el enfermo se dé cuenta”, asegura Tao en el austero despacho que
ocupa en la nueva sede del centro, cuyo traslado culminó a finales del pasado
mes de junio para ampliar la capacidad máxima de las instalaciones a 130
internos. “Todos tienen problemas con la vista y con la espalda y sufren
trastornos alimentarios. Además, hemos descubierto que su capacidad cerebral se
reduce en un 8% y que las afecciones psicológicas son graves”.
Según este psiquiatra chino, que se especializó en el tratamiento de
adicciones en 1991, el 90% de los pacientes que acuden al centro están sumidos
en una profunda depresión, el 58% agreden a sus padres, la mayoría son
incapaces de mantener amistades fuera del ciberespacio y sufren desviaciones
sexuales “derivadas de un consumo excesivo de pornografía”, y muchos están
abocados a caer en actividades delictivas. “Según estadísticas oficiales, el 67%
de los delitos juveniles son cometidos por adictos a Internet, que idolatran a
la mafia y tienen dificultad para diferenciar realidad y ficción. También han
comenzado a protagonizar crímenes de sangre como los que suceden en Estados
Unidos. Y me temo que irán en aumento, porque el problema es especialmente
grave en China”, avanza el fundador del centro, que depende del Hospital
Militar General de Pekín.
El gigante asiático es el país con mayor número de internautas del mundo
–632 millones en julio–, y el propio Gobierno considera que el 10% de los
menores de edad que navegan por la Red son adictos a ella. Un estudio llevado a
cabo en abril de forma conjunta por la empresa china de análisis de mercado
Eguan y del desarrollador de videojuegos Giant Interactive concluyó que unos
cien millones de jóvenes sufren por esta causa algún tipo de trastorno mental,
generalmente la pérdida del autocontrol. Es una realidad que se refleja de
forma trágica cada pocos días, cuando la prensa se hace eco de la muerte de adolescentes
que han estado varios días frente al monitor sin apenas dormir ni comer. Los
casos son tan frecuentes que diferentes analistas chinos se refieren a los
juegos online como “heroína electrónica”, y muchos exigen que se combatan sus
efectos nocivos “como si fuese la tercera guerra del opio”. Tao, por su parte,
calcula que actualmente China alberga a unos 24 millones de adictos a Internet.
Una cifra que, como sucede en el resto del planeta, es una mera estimación. No
existe un estándar que defina quién sufre adicción y quién no, porque cada
experto en la materia la define de forma distinta: no es como una enfermedad
que se tiene o no se tiene. Así, resulta difícil recabar datos a nivel mundial
sobre la adicción a Internet, aunque sí se cree, por ejemplo, que uno de cada
ocho estadounidenses sufre desórdenes en el uso de la Red y que casi uno de
cada tres la utiliza sin medida en China, Taiwán y Corea del Sur.
El día comienza con un agudo pitido a las 6.30. Los chavales saltan de
sus literas y, vestidos con camisetas de camuflaje, forman una fila en el
pasillo exterior. Uno de los monitores, con cara de pocos amigos y voz de
sargento de hierro, va gritando los nombres de todos ellos. “¡Presente!”. La
escena se repite otras cinco veces a lo largo del día, y siempre es fácil
reconocer a los nuevos. Se les nota desafiantes: llegan tarde y rehúsan acatar
las órdenes. Suspiran hastiados, miran hacia otro lado y terminan respondiendo
con desgana. Pero el desdén les dura poco. Tienen 20 minutos para asearse y
bajar al patio, donde les espera la primera ración de entrenamiento militar a
30 grados y bajo la impenitente capa de polución de la capital china.
“Al llegar resultan muy altivos, pero están en mala condición física. Se
rompen cuando tienen que correr o hacer flexiones. Eso les pone en su sitio”,
explica Ma Liqiang, exsoldado y profesor de comportamiento, mientras varios
adolescentes, desfondados y con los rostros enrojecidos, dejan de trotar para
continuar caminando con los brazos en jarras. Las siete chicas del centro pasan
a su lado, los señalan y se ríen. Heridos en su orgullo, tratan de retomar el
ritmo sin éxito. “El objetivo de la instrucción es triple: aprender a respetar
la autoridad, fortalecer el físico y crear una rutina muy regular. Al principio
es duro, pero al cabo de unos meses los resultados saltan a la vista”.
Li reconoce que es así. De hecho, está aprovechando su internamiento para
fortalecerse “y resultar más atractivo para las chicas”. Además de los
ejercicios matinales y vespertinos obligatorios, el adolescente ha recubierto
sus tobillos con sendas bolsas de arena de tres kilos que le acompañan a todas
partes. “En un principio me resistí a todo. Incluso planeé escapar, porque no
soportaba la falta de libertad. Pero luego comprendí que era inútil rebelarse”.
Lo más difícil, asegura, es controlar las emociones y combatir el aburrimiento.
“Tenemos terapia de grupo que nos sirve para desahogarnos y clases de
diferentes tipos, y vemos las noticias de las siete de la tarde. Pero hasta que
apagan la luz –a las diez de la noche–, hay muchas horas en las que no hay nada
que hacer”. En realidad, es parte de la estrategia de los terapeutas. Los
adolescentes, encerrados sin acceso a Internet y con tiempo libre, empiezan por
quedarse solos en una esquina sin hacer nada o leyendo y terminan por
interactuar con sus compañeros, jugando a las cartas u organizando partidos de
baloncesto, actividad esta última en la que se ve quién lleva más tiempo dentro
del centro, pues su forma física mejora con el ejercicio diario. “Sé que es
parte del tratamiento, que esos tiempos muertos nos impulsan a establecer
relaciones entre nosotros, pero resulta duro. Muchos se pasan el día llorando
hasta que se adaptan al entorno. La mayoría tardan en reconocer que sufren
adicción a Internet”, subraya Li.
No en vano se trata de un nuevo problema difícil de diagnosticar y para
el que todavía no existe un tratamiento estándar. Tao Ran pretende que el suyo
se convierta en el primero, y no solo en China. Allí ya hay unas 300 clínicas
que copian parte de su modelo y utilizan la disciplina militar para tratar la
adicción, pero Tao critica que “la mayoría se limita a contratar exsoldados y
carece de supervisión alguna”. Asegura que eso es lo que ha provocado las
muertes registradas este año en varios centros cuando algunos de los pacientes
han sido obligados a realizar ejercicios extenuantes o han sufrido castigos
físicos. Por esa razón, Tao exige al Gobierno que regule su actividad y dé
directrices claras al respecto. “Todavía hay que perfeccionar el sistema
terapéutico, pero es evidente que el problema se está globalizando y que hay
que atajarlo de forma científica”. El psiquiatra incluso pretende llevar su
método al resto del mundo. Para ello, ya lo ha publicado en 11 idiomas
diferentes y trabaja a menudo con especialistas de los cinco continentes que
visitan Daxing. “China es un buen campo de pruebas porque el problema comenzó
antes y se presenta de forma más aguda. De hecho, fue la epidemia de neumonía
atípica, la SARS de 2003, la que marcó un punto de inflexión en la adicción a
Internet. La mayoría de los estudiantes tuvieron que quedarse en casa en un
momento en el que la Red había comenzado a popularizarse. Sin control, muchos
comenzaron a jugar en exceso. Fue justo después cuando varios padres me pidieron
ayuda”.
Porque la adicción a Internet no surge de la nada. “Está íntimamente
relacionada con la falta de afecto y el exceso de presión”, opina Feng Yin,
psicóloga del centro. “El problema es especialmente grave en China porque la
jerarquía familiar y los valores tradicionales crean un muro entre padres e
hijos, los sistemas educativo y laboral son extremadamente competitivos, y la
política de natalidad que ha restringido a uno el número de descendientes en la
mayoría de los casos ha provocado una gran anomalía social”. El perfil del
paciente en el centro de Daxing corrobora sus palabras: se trata de un hijo
único (en un 95% de los casos) y varón (en un 90%). Apenas hay chicas. En el de
Tao son siete: viven separadas de ellos, casi no se mezclan con los chicos en
las actividades, y en realidad muchas están allí por trastornos de la
personalidad y problemas de carácter. La edad media de los pacientes es de 17
años (el 70% tienen entre 15 y 19, aunque hay internos desde los 12 hasta los 37
años) y son descendientes de profesores (un 31%) o de funcionarios y oficiales
del Gobierno (el 29%). “Esos profesionales son quienes más presión ejercen
sobre sus hijos. Proyectan en ellos sus esperanzas y buscan satisfacerse a sí
mismos, sin tener en cuenta las tendencias, las aptitudes o los gustos de los
niños”. Así, la adicción a Internet termina siendo tanto causa como
consecuencia de un enrarecido clima familiar que resulta devastador.
Y por eso, al menos uno de los progenitores de cada paciente –la madre en
un 66%– ingresa en el centro para someterse a una terapia emocional paralela
durante meses. “El objetivo es enseñarles a ser padres, y a veces resulta más
complicado trabajar con ellos”, se lamenta la psicóloga Feng. Wang Shupei es
uno de los que aseguran haber aprendido de sus errores, aunque lamenta haberlo
hecho tarde: “Nuestro hijo empezó yendo al wanba –cibercafé, sobre todo para
juegos– de vez en cuando, pero terminó perdiendo el control con solo 11 años.
En varias ocasiones tuve que buscarlo de madrugada por la ciudad y llegó a
pasar tres días desaparecido. Fue una pesadilla”.
El hijo de Wang Shupei buscó en la Red la atención que no recibía de sus
padres. El niño se sentía un héroe con la ametralladora de War of Warcraft en
sus manos virtuales. Así que se negaba a soltarla para regresar a una
existencia que considera “triste”. Wang reconoce que delegó por completo su
responsabilidad educativa en la escuela y que se limitaba a exigir buenos
resultados en las calificaciones, pero se niega a creer que la adicción de su
hijo sea solo culpa suya. Con un gesto de impotencia, apunta al reiterado
incumplimiento de la ley por parte de los wanba. “Están obligados a exigir el
documento de identidad para comprobar que los usuarios sean mayores de edad,
pero hay quienes no tienen escrúpulos y se resisten a dejar pasar el negocio
que representan los niños”.
A Wang, el drama le está saliendo muy caro. Su hijo pertenece al 25% que
no consigue rehabilitarse con la terapia de Tao. “Lo ingresamos por primera vez
en marzo del año pasado y estuvo ocho meses en el centro. Pero poco tiempo
después de salir volvió a jugar”. Así que hace tres meses regresaron a Daxing
para intentarlo de nuevo. Llevan gastados 170.000 yuanes (21.000 euros) en la
terapia, una fortuna para estos emigrantes rurales que rozan la ruina. “Lo
tenemos que hacer por el futuro de nuestro hijo y por nosotros mismos. Será él
quien cuide de nosotros cuando envejezcamos”.
Tao Ran dice que cada mes de tratamiento cuesta 9.300 yuanes (1.120
euros), pero varios progenitores reprochan que esa cifra no incluya ni las
comidas –arroz, sopa, verduras, huevos y algún trozo de carne–, ni las pruebas
médicas, ni los medicamentos. Algunos aseguran que la suma final puede superar
los 12.000 yuanes mensuales (casi 1.500 euros), una quinta parte de la renta
media anual del país y un importe prohibitivo para las clases bajas. Tao
replica que el precio es ajustado, equivalente a un hotel de tres estrellas.
“Desafortunadamente, no tenemos un sistema de salud que lo cubra”, admite.
La mayoría de los padres están de acuerdo con Wang y consideran que es un
sacrificio económico que tienen que hacer por el bien de sus hijos. Confían en
que el tratamiento servirá para que tengan éxito en una de las sociedades más
crueles del planeta. Pero Li Wenchao sabe que no será sencillo. A sus 22 años,
es otro reincidente del centro, y a pesar de que los especialistas le han dado
ya el alta, ha decidido continuar en Daxing como voluntario. “Me da miedo
regresar a la vida normal. Temo volver a caer. Necesito más tiempo hasta que
logre la confianza suficiente para enfrentarme a la vida”.
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