El
Mundo me dio la vida, pero hay vida después de la muerte/ Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.
El
Mundo | 3 de mayo de 2015
Dirigir
EL MUNDO es una de las mejores cosas que me han sucedido. En este periódico,
compuesto por un magnífico grupo de profesionales, se respira libertad. Sería
difícil relatar la historia reciente de España sin mencionar a este irredento
periódico, iconoclasta y empeñado siempre en contar la verdad a sus lectores.
Quince meses maravillosos quedan atrás, pero el barco, con un nuevo capitán
sigue adelante ¿Las razones del relevo? Aparentemente, al menos, he sido
víctima de la digitalización. Haré todo lo posible para que David Jiménez tenga
éxito y para que el gran buque del que toma el timón no zozobre ni se deje
engatusar por cantos de sirena.
Han
sido 15 meses trepidantes, como lo ha sido la vida política española. Hemos
vivido la abdicación de un Rey, la caída de Rubalcaba, la ascensión de Podemos,
la irrupción casi como una esperanza de Ciudadanos, un referéndum farsa en
Cataluña y, sobre todo, la sensación de que un modelo, el que parió la
Transición, bendita Transición, se agota. No sólo es el fin del bipartidismo,
es algo mucho más profundo: el ¡basta ya! a una manera de hacer política que
concebía el poder como la ocupación de las instituciones, que no dejaba margen
a la disidencia y que orillaba a los ciudadanos entre elección y elección.
Hay
una demanda generalizada, intensa, que se palpa en la calle, de más democracia,
mayor participación en los asuntos públicos, más honestidad en los
representantes de los ciudadanos que, como siempre ha sucedido, viene desde
abajo y abanderan los jóvenes. Una generación que ha vuelto a la política de la
mano de la necesidad, de la falta de futuro y de las redes sociales, de
internet.
Cuando
me hice cargo de la dirección de EL MUNDO, a finales de enero de 2014, me
marqué una hoja de ruta (y decidí llamar así a mi artículo dominical) como un
compromiso conmigo mismo, con la redacción y, sobre todo, con los lectores.
Es
bueno marcarse un camino, para no perderse y saber, pasado un tiempo, qué tramo
se ha recorrido y cuánto nos queda para llegar a la meta.
El
pasado jueves, cuando comuniqué a la redacción del periódico que iba a dejar de
ser director, hice un repaso del decálogo que me propuse como objetivo en mi
primera Hoja de Ruta. Pues bien, puedo decir, con satisfacción, que he
mantenido el rumbo a pesar de las dificultades. Del cumplimiento del primero de
estos 10 mandamientos es de lo que me siento más orgulloso: «Situar la
información siempre por encima de los intereses de grupos políticos y
económicos».
Los
que esperaban que el periódico iba a ser más dócil con el poder tras la salida
de Pedro J. Ramírez se equivocaron. Y ésa, creo yo, es la principal función de
un director de periódico: saber mantener la independencia incluso ante las más
fuertes presiones.
Más
allá del debate sobre el soporte de papel o el digital (ya dije en aquella
primera Hoja de Ruta que el papel será en un próximo futuro «minoritario y
destinado a públicos específicos»), lo esencial, aquí y ahora, es la relevancia
de los PERIÓDICOS para un sistema democrático y, más aún, en un momento de cambio
de ciclo como el que estamos viviendo, en el que las tentaciones de recortar la
libertad de información están a la orden del día, como prueba el debate que
pretendió abrir el ministro de Justicia, Rafael Catalá, al proponer multar a
los medios que publiquen filtraciones de sumarios declarados secretos, lo que
implicaría, en un país como el nuestro, en el que una buena parte de los
políticos están sometidos a procesos por corrupción, privar a los ciudadanos de
su derecho a la información (establecido en el artículo 20 de la Constitución)
justamente en asuntos esenciales que afectan a la limpieza de la vida pública.
Los
grandes medios atravesamos por una situación difícil. Las fuertes caídas de
publicidad y difusión han dejado tiritando la libertad de prensa. No es causal
que haya sido el periódico que más decididamente ha luchado contra la
corrupción el que ha sufrido dos destituciones de sus directores en menos de
año y medio.
Dirigir
un periódico es tan difícil como estimulante. Requiere tener muy buenas fuentes
de información, mantener una posición editorial clara sobre los grandes debates
del país y manejar los hilos de un equipo humano muy profesional y de gran
personalidad.
He
tenido el enorme privilegio de trabajar con algunos de los mejores periodistas
de España. He tenido un grupo directivo a mi lado que lo ha dado todo por EL
MUNDO. Por ello, a pesar de que éste no sea el momento más feliz de mi vida, me
siento reconfortado. Sí y mil veces sí, he de decirles a todos que ha valido la
pena.
Cuando
les hablaba el jueves a los miembros de la redacción veía sus caras
expectantes: «¿Qué más nos puede pasar?», parecían estar diciendo. Victoria,
Lucía, Mari Ángeles, Marisa, Carmen, Amelia, Rafa, Juan, Agustín, Iñaki,
Fernando, Vicente, Joaquín, Pablo, Manolo, Carlos, Esteban… No quiero olvidarme
de nadie, porque estaban todos.
A
los lectores y a los redactores de EL MUNDO quiero decirles que nos queda mucho
camino por recorrer. Quiero y os pido que confiéis en David, el nuevo capitán
de esta nave maravillosa que ha surcado por los mares más bravíos y siempre ha
salido airosa.
El
viernes en mi despacho le dije a David que bastaba con contagiarse del ambiente
de la redacción para compensar los sinsabores que seguramente le aguardan. Pero
teniendo una tripulación así no hay que temer las galernas.
Tenemos
por delante unos meses que van a cambiar España. Las elecciones municipales y
autonómicas, los comicios catalanes y las generales del mes de noviembre van a
configurar un nuevo mapa político que requerirá de pactos y que nos abocará
seguramente a una reforma constitucional. En 2015 comienza, se quiera o no, la
segunda transición y vivirla como periodista es algo que yo, desde luego, no me
voy a perder por nada del mundo.
He
recibido en estos días cientos de mensajes y cartas de mucha gente importante,
de muchos periodistas y también, claro, de muchos amigos. Os doy a todos las
gracias por vuestras muestras de solidaridad y apoyo.
Me
gustaría haber sido tan buen director como algunos decís, pero sí os aseguro
que he hecho todo lo posible por preservar la esencia de este maravilloso
periódico, su espíritu indómito.
Algunos
elucubran con las causas de fondo de mi destitución. Maniobras políticas,
etcétera. Los hechos son como son. Y, según se me ha explicado, lo que se buscaba
era un «perfil digital», así que puedo decir que la épica de mi muerte está en
haber pretendido la subsistencia del papel.
Como
me decía uno de los sms, «hay vida después de la muerte». Morir sería dejar de
escribir y eso no pasará mientras me quede un soplo de vida. Hasta pronto.
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