Libertad
de prensa, ¿hay algo que celebrar?/Malén Aznárez, es presidenta de Reporteros Sin Fronteras-España.
El
País |3 de mayo de 2015
Ensaf
Badawi, mujer del bloguero Raif Badawi, condenado en Arabia Saudí a 10 años de
cárcel y 1.000 latigazos en una plaza pública, por haber publicado, en su web,
informaciones que disgustaban a la monarquía saudí, ha tenido que exiliarse en
Canadá con sus tres hijos. La periodista siria Yara Bader, mujer del también
periodista Mazen Darwish, encarcelado desde hace tres años por el Gobierno de
El Asad, y que tampoco pudo evitar en su momento la prisión, se ha visto
obligada a huir de Siria y vivir en Beirut. El bloguero mauritano Mohamed
Cheikh ha sido condenado a muerte por escribir de la casta de los herreros a la
que pertenece. Fue declarado apóstata por “hablar con ligereza del profeta
Mahoma”. Son sólo unas pinceladas, escasas pero significativas, de la situación
en la que se encuentra la libertad de información en el mundo.
No
obstante hoy, 3 de mayo, se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa,
establecido por la ONU. Suena a ironía si recordamos que estrenamos el año con
una matanza de dibujantes y periodistas, en París, a manos de terroristas
islamistas a los que no les gustaba el humor satírico de Charlie Hebdo, y que
en los cuatro meses pasados ya sumamos 22 periodistas asesinados, casi 400
informadores encarcelados y decenas de secuestrados, amenazados y exiliados. Es
lo que hay, que diría cualquier veinteañero. Una frase realista que se ha
convertido en un mantra de resignación. Y, cierto, es lo que hay, pero además
cada día la libertad de prensa va a peor. ¿Tenemos que resignarnos?
Cuando
digo “tenemos” no sólo me refiero a los periodistas, porque el panorama
informativo, la situación de los medios, de los profesionales, de la
información, es algo que nos afecta a todos. Periodistas y ciudadanos. No es
una cuestión de corporativismo como algunos alegan, porque sin una información
libre no puede haber democracia.
El
periodismo está sufriendo una profunda transformación causada por la
globalización, las nuevas tecnologías y la crisis económica. El conjunto de
estos tres factores ha gestado una “tormenta perfecta”, como ahora se ha puesto
de moda decir, una revolución en los medios y usos informativos que está
provocando nuevas amenazas para el ejercicio del periodismo en libertad.
Los
radicalismos religiosos -en estos momentos esencialmente el extremismo
yihadista-, la censura en Internet, y los usos de gobiernos democráticos cada
día más controladores, son amenazas evidentes. A ellas, se suma una cuarta, la
profesional, producto de la crisis económica y del final de un modelo
empresarial periodístico que conlleva el cierre de numerosos medios y la salida
de las redacciones de los periodistas más veteranos y caros. Son desafíos a los
que ya nos enfrentamos a diario.
El
asesinato del periodista estadounidense James Foley, degollado por el Estado
Islámico, en Siria, delante de las cámaras, supuso cruzar una línea roja
bélico-informativa con enormes repercusiones para el reporterismo de guerra. La
información ha sido prácticamente sustituida por propaganda. Y lo peor del
modelo sirio, la utilización de los periodistas, más aún que como arma de
guerra como propaganda de guerra, es que ha sido seguido rápidamente en otros
países y conflictos: Irak, Ucrania, Libia… En 2014 fueron secuestrados 119
periodistas, y decenas son todavía rehenes en estos momentos de distintos
grupos radicales en armas. Las consecuencias son claras, los grandes medios de
comunicación ya no envían sus corresponsales de guerra a lugares como Siria o
Irak. Los freelance han desaparecido prácticamente del terreno. Los costes son
demasiado altos.
Pero
las amenazas y censuras no se limitan, como algunos esgrimen, a los países en
conflicto, a las dictaduras o regímenes autoritarios. Internet, esa
omnipresencia en nuestras vidas, que imaginábamos como un territorio abierto y
libre, se ha convertido en poco tiempo en una poderosa arma de control y
censura. En estos momentos alrededor de 60 países practican la censura en
Internet.
Superados
los momentos iniciales en los que brevemente los internautas lograron evadir la
censura gracias a la Red –recordemos la “revolución azafrán” de Birmania o las
elecciones de 2009 en Irán- los regímenes autoritarios y seudodemocráticos, con
ayuda de tecnologías de vigilancia vendida por las grandes empresas de
telecomunicación occidentales, convertidas en los nuevos guardianes o policías
de Internet, se han puesto al día para reprimir sin reparos. Y no estoy
hablando de China, cuyo “gran cortafuegos” o “gran muralla digital” es bien
conocida por todos los internautas.
Con
tecnologías vendidas por empresas francesas, estadounidenses o italianas, por
citar solo algunas, se espía, detiene, tortura y asesina a periodistas. Y
también, a petición de muchos gobiernos, se redireccionan los servidores o se
incluyen herramientas para censurar directamente los contenidos que desagradan
a las autoridades. Hace poco Facebook confesaba que había tenido 500 peticiones
de censura en India.
Ya,
ya, pero esas cosas no pasan en los países democráticos occidentales, solemos
mentirnos. Pues sí, también pasan en aquellos que con la excusa de la seguridad
del Estado se vuelven cada día más controladores y aprueban leyes por momentos
más represivas. La seguridad se ha convertido en el principal argumento de
numerosos gobiernos democráticos para censurar o restringir la información.
En
Estados Unidos, antes de que Barak Obama llegara a la presidencia, la Espionage
Act cuya aplicación puede llevar a un periodista que no revele sus fuentes a la
cárcel, sólo se había usado en tres ocasiones. En sus dos mandatos Obama la ha
utilizado ocho veces, entre ellas contra la soldado Chelsea Manning. Y también
en nombre de la seguridad del Estado, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)
creó el sistema de vigilancia internacional denunciado por Edward Snowden, lo
que le ha llevado a vivir exiliado en Rusia.
Pero
en Europa no vamos a la zaga. En Francia, la Ley de Programación Militar
autoriza la vigilancia gubernamental y, en nombre de la seguridad nacional y de
la lucha contra el terrorismo, ha reducido la protección jurídica de los
periodistas y ha establecido la censura administrativa de los sitios web.
Además, ya no corresponde al juez la decisión de poner a alguien bajo
vigilancia. Y en Reino Unido, la Agencia de Inteligencia británica interceptó
más de 70.000 correos electrónicos, entre ellos los de los periodistas de Le
Monde, The Guardian, The New York Times, The Sun, NBC y The Washington Post.
A
estas innovaciones que tanto facilitan las nuevas tecnologías, se suma el
aumento de la violencia represiva que ejercen las fuerzas de Seguridad de
numerosos países, contra los periodistas que cubren informaciones en la calle.
No tenemos que irnos lejos. En España, cuando se informa de las actuaciones de
los inmigrantes en las vallas de Ceuta o Melilla, de manifestaciones,
desahucios o escraches en las calles, los fotorreporteros y especialmente los
freelance, aunque van identificados como prensa, se arriesgan a ser increpados,
privados de sus cámaras, detenidos o llevados ante los tribunales por ejercer
su profesión. Mejor no pensar lo que puede pasar cuando empiece a aplicarse la
ley Mordaza, de hecho una carta blanca para las fuerzas y cuerpos de seguridad
que pueden esgrimir “falta de respeto y consideración en el ejercicio de sus
funciones” o el uso no autorizado de imágenes por los periodistas, para actuar
con toda contundencia.
Por
no hablar del retroceso evidente en la independencia informativa de medios
públicos como RTVE, o de la reciente y genial reflexión-globo sonda del
ministro de Justicia, Rafael Catalá, proponiendo multar a los medios de
comunicación que divulguen sumarios judiciales, e incluso prohibir la
información. Un claro espíritu censor el del ministro popular que, en plena democracia,
resulta insostenible y nos retrotrae a tiempos pasados que ya creíamos
superados.
Hay
poco que celebrar en este 3 de Mayo, pero si para algo puede ser oportuno es
para seguir reivindicando la necesidad de una prensa libre, de un periodismo
riguroso y honesto y de una información a salvo de cortapisas, censuras y
amenazas. Lo último es resignarse.
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