Europa
ante el reto del Mediterráneo/Jean-Marie Colombani fue director de Le Monde. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El
País | 3 de mayo de 2015
La
muerte de alrededor de 800 inmigrantes ahogados en el Mediterráneo ha causado
una auténtica sacudida en Europa, a diferencia de casos anteriores, a pesar de
que estos ya habían convertido el mar en un cementerio para miles de aspirantes
a alcanzar la otra orilla: ayer frente a las costas de España, hoy frente a las
de Italia. Se convocó una cumbre urgente de los 28 dirigentes de la Unión
Europea, y también allí hubo por primera vez unanimidad sobre la necesidad de
hacer más, de dotar a la Unión de una capacidad de respuesta digna de tal
nombre. Sin embargo, la amplitud y el reparto de dicha respuesta fueron objeto
de discrepancias.
Desde
el punto de vista de las respuestas, se han triplicado las sumas asignadas al
organismo europeo Frontex para llevar a cabo las operaciones de salvamento de
Tritón (en las costas italianas) y Poseidón (en las costas griegas), que son la
aportación de todos (incluidos Alemania y Reino Unido) a la movilización de
medios marítimos suplementarios; los pequeños Estados, los que menos
contribuyen, han prometido acoger en conjunto a un mínimo de 5.000 refugiados;
y, por último, se está preparando una cumbre entre la Unión Europea y los
países africanos de origen de los inmigrantes, y se ha encargado a Federica
Mogherini, responsable de la acción exterior de la UE, la misión de convencer a
la ONU para que autorice acciones militares contra los traficantes en la costa
de Libia. No está mal; y, teniendo en cuenta la complejidad del problema, ha
habido una toma de conciencia muy saludable.
En
cuanto a las discrepancias: la negativa a un reparto equitativo de los
inmigrantes entre los diferentes países de la Unión, pese a saber que Italia
acoge el mayor número y Alemania acepta, por sí sola, a la tercera parte de los
que solicitan asilo.
A
este respecto, Alemania recibió en 2014 200.000 demandas, de las que aceptó el
40%, mientras que Francia, con 60.000 demandas, aceptó el 20%. El mejor ejemplo
de este rechazo a una solidaridad colectiva es sin duda el de Gran Bretaña, que
ha anunciado que pondrá a disposición de la operación tres buques con la
condición de que los refugiados a los que se recoja en ellos se dirijan a
Italia. Es cierto que los únicos que han pedido el reparto son Italia, Grecia y
Malta, los más afectados, pero también lo es que los inmigrantes prefieren ir a
Suecia y Alemania que a uno de los países bálticos o Polonia.
La
dificultad es en toda Europa la misma, la disyuntiva entre considerar que es
una crisis humanitaria o una cuestión de inmigración y seguridad. La
interpretación humanitaria, que predominaba en otras épocas, no la sostiene hoy
nadie salvo el papa Francisco. Hoy, la cuestión de las migraciones es un factor
clave del ascenso de los populismos en Europa, y se ha vuelto más complicada
por la lucha contra el terrorismo. Por eso, la idea que se impone con más
frecuencia es la de la Europa fortaleza.
En
nombre de esa fortaleza consiguieron los europeos que Italia renunciase a su
Operación Mare Nostrum, a la que se achacaba dar señales de esperanza a los
inmigrantes. Como consecuencia, ante el drama actual, ha sido necesario
reintroducir algo de humanidad. El aumento de las cantidades asignadas a las
Operaciones Tritón y Poseidón (nueve millones de euros mensuales) corresponde a
las sumas que dedicaba Italia a Mare Nostrum.
La
preocupación por la seguridad es totalmente legítima. Las declaraciones de los
grupos ligados al Estado Islámico en Libia son similares e indican que, para
esos grupos, las personas a las que se empuja hacia las costas de Europa
constituyen un ejército de desestabilización. Las necesidades de la lucha
antiterrorista explican la prudencia francesa en materia de acogida.
Precisamente
en Francia, las reacciones de la opinión pública y, sobre todo, la ausencia de
movilizaciones por parte de aquellos a los que antes se denominaba
intelectuales orgánicos son una nueva manifestación del soberanismo dominante
hoy en el mundo político y mediático. Por un lado, un reflejo casi pavloviano
en parte de la derecha: ¿drama en el Mediterráneo? ¡Rápido, cerremos o
abandonemos el espacio Schengen! Con la esperanza de que, si convertimos a
Europa en la causa del mal, será posible recuperar varios puntos de intención
de voto en detrimento del Frente Nacional, cuyos fundamentos siguen siendo la
hostilidad hacia la inmigración y hacia Europa.
Sin
embargo, este tipo de crisis demuestra la absoluta necesidad de que Europa se
dote de una política migratoria, que implica tener los medios para controlar
sus fronteras e implantar de una vez una política de defensa.
Pero
las cosas no son sencillas. La historia reciente nos enseña que el caos —y este
nace del caos de Libia— puede ser fruto tanto de la acción (el mal seguimiento
de las intervenciones en Libia e Irak) como de la inacción (la pasividad contra
Bachar el Asad). Y el equilibrio de seguridad y humanitario depende por
completo de la estabilidad política en la orilla sur del Mediterráneo.
Desde
la perspectiva de Europa y sus 400 millones de habitantes, no parece gran cosa,
a poco que nos organicemos. Recordemos que el dinamismo histórico está siempre
del lado de quienes acogen, como ha hecho EE UU, mientras que el repliegue no
hace más que anunciar el declive.
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