Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Medios, seguridad, responsabilidad
Medios, seguridad, responsabilidad
En términos generales los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) y quienes trabajamos en ellos gozamos de un nivel de credibilidad y aceptación por encima de instituciones y gobierno, mucho más que legisladores y partidos. Sólo ese dato exigiría mucha mayor responsabilidad nuestra en el tratamiento de la información. No sólo que sea veraz sino también que sea un sustento para que la ciudadanía pueda tomar decisiones. Una sociedad informada será, cada vez más, una sociedad que actúa, exige, participa. Pero en muchas ocasiones en los medios no estamos actuando como deberíamos, particularmente en el tema de la seguridad pública y la lucha contra el narcotráfico.
No se trata de señalar a quienes aciertan o se equivocan en una labor cotidiana que necesariamente es falible, sino de analizar la corresponsabilidad que debemos asumir en estos temas. No estamos inventando nada nuevo: en Colombia, en la lucha contra los secuestros o el narcotráfico, todos los medios coincidieron en respetar a las víctimas o considerar, desde la línea política o ideológica que primara en cualquiera de ellos, que el narcotráfico era un enemigo de la sociedad, del país, de los medios. En Estados Unidos no hemos visto una sola foto de los cadáveres de las víctimas que surgían de los despojos de las Torres Gemelas: los medios, todos, se pusieron de acuerdo en que mostrar esos cuerpos desgarrados era un insulto a las víctimas, pero además eso precisamente buscaban quienes habían matado a miles, para generar miedo, incertidumbre, inseguridad. La información, en sí misma, las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas, era tan impactante que no tenía sentido, además, mostrar cuerpos destrozados. Han pasado siete años y esas imágenes continúan guardadas en los archivos.
Quizá porque no hemos vivido, desde la Revolución y la guerra cristera, situaciones de tanta violencia, dramatismo y enfrentamiento contra la sociedad y las instituciones como los que estamos sufriendo en estos días, los medios no hemos terminado de comprender la magnitud de la responsabilidad. No hablo de censurar hechos, información, mucho menos, opiniones. Pero, ¿tiene algún sentido, fuera de darle publicidad gratuita a uno de los grupos del narcotráfico difundir en primera plana o en espacios noticiosos privilegiados el contenido de sus mensajes, sus mantas, sus amenazas?, ¿tiene sentido divulgar al detalle lo que dice una cartulina dejada junto a la cabeza de un decapitado?, ¿tiene sentido que, mientras cualquier organización civil que lucha por las mejores causas debe hacer un enorme esfuerzo para divulgar sus ideas y propuestas o pagar por ello, se le regalen portadas y espacios en los noticiarios a amenazas y acusaciones de grupos criminales, que han matado a más de cinco mil personas en menos de dos años, que secuestran, torturan, extorsionan?, ¿por qué contribuir a reproducir el clima de terror que necesita el crimen organizado para intimidar a la sociedad, las autoridades y los medios? No estoy hablando de ocultar ninguna información, pero una cosa es decir que se dejó una cartulina con amenazas junto a un cuerpo y otra divulgar, al detalle y con imágenes explícitas, el texto de las amenazas. ¿Tiene sentido reproducir entrevistas o declaraciones de supuestos miembros del narcotráfico, para denunciar alianzas, corrupciones, crímenes, sin poder identificar plenamente al denunciante, sin dejar en claro que es parte del mismo juego que denuncia y sin corroborar la información por otras fuentes? Por supuesto, son notas que venden, generan audiencia e incluso son valientes, pero no es un periodismo verosímil ni responsable.
En el ámbito de los secuestros ocurre algo similar. Es verdad, alguien puede “ganar” una nota anunciando que se produjo un secuestro que la familia de la víctima, o las autoridades, por las razones que sean, no quieren aún hacerlo público. El único detalle es que, con eso, muy probablemente, se pondrá en riesgo la vida de la víctima. ¿Es más importante ganar una nota que arriesgar la vida de una persona inocente? ¿Vale la pena, como ocurrió en estos días, con el caso del secuestro de la joven Silvia Vargas Escalera, especular, sin fuentes públicas, sobre pagos y mecanismos de rescate que, en lugar de coadyuvar a la libertad de la víctima, en realidad la pone en peligro, como insistieron sus familiares?, ¿qué se gana periodísticamente, además de un nota de primera plana que se muere al día siguiente?
Hubo una época en la cual, para desprestigiar a alguien, en el mundo político, el periodístico o el empresarial, sus enemigos lo acusaban de homosexual o de lesbiana, lo fuera o no. Afortunadamente, aunque no tanto como sería deseable, eso ha ido quedando en el olvido en la misma medida en que la sociedad estuvo más y mejor informada y ha ampliado sus criterios. Pero hoy lo de moda es acusar a cualquier enemigo de narcotraficante o de aliado de éstos. No dudo que en algunos casos sea verdad, pero, ¿no se tendría, antes de publicar una acusación de esas características, acudir a por lo menos alguna fuente adicional que la confirme? Y no hablo de reproducir información oficial, al contrario, se trata de hacer nuestra tarea, investigar y entregar, no sólo información oportuna sino también verosímil. Si le gusta o no a las autoridades, no es nuestro problema: nuestro compromiso es con la gente.
Hoy, cuando tanto se habla de corresponsabilidades en la lucha contra la delincuencia, o de la exigencia, legítima, de que se vaya quien no esté a la altura de la tarea en los gobiernos, los medios tendríamos que hacer nuestro correspondiente ejercicio de autocrítica para convertirnos en un pilar tan sólido en la lucha contra la inseguridad como en algún momento lo fuimos o intentamos serlo, en el empuje de la transición política.
No se trata de señalar a quienes aciertan o se equivocan en una labor cotidiana que necesariamente es falible, sino de analizar la corresponsabilidad que debemos asumir en estos temas. No estamos inventando nada nuevo: en Colombia, en la lucha contra los secuestros o el narcotráfico, todos los medios coincidieron en respetar a las víctimas o considerar, desde la línea política o ideológica que primara en cualquiera de ellos, que el narcotráfico era un enemigo de la sociedad, del país, de los medios. En Estados Unidos no hemos visto una sola foto de los cadáveres de las víctimas que surgían de los despojos de las Torres Gemelas: los medios, todos, se pusieron de acuerdo en que mostrar esos cuerpos desgarrados era un insulto a las víctimas, pero además eso precisamente buscaban quienes habían matado a miles, para generar miedo, incertidumbre, inseguridad. La información, en sí misma, las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas, era tan impactante que no tenía sentido, además, mostrar cuerpos destrozados. Han pasado siete años y esas imágenes continúan guardadas en los archivos.
Quizá porque no hemos vivido, desde la Revolución y la guerra cristera, situaciones de tanta violencia, dramatismo y enfrentamiento contra la sociedad y las instituciones como los que estamos sufriendo en estos días, los medios no hemos terminado de comprender la magnitud de la responsabilidad. No hablo de censurar hechos, información, mucho menos, opiniones. Pero, ¿tiene algún sentido, fuera de darle publicidad gratuita a uno de los grupos del narcotráfico difundir en primera plana o en espacios noticiosos privilegiados el contenido de sus mensajes, sus mantas, sus amenazas?, ¿tiene sentido divulgar al detalle lo que dice una cartulina dejada junto a la cabeza de un decapitado?, ¿tiene sentido que, mientras cualquier organización civil que lucha por las mejores causas debe hacer un enorme esfuerzo para divulgar sus ideas y propuestas o pagar por ello, se le regalen portadas y espacios en los noticiarios a amenazas y acusaciones de grupos criminales, que han matado a más de cinco mil personas en menos de dos años, que secuestran, torturan, extorsionan?, ¿por qué contribuir a reproducir el clima de terror que necesita el crimen organizado para intimidar a la sociedad, las autoridades y los medios? No estoy hablando de ocultar ninguna información, pero una cosa es decir que se dejó una cartulina con amenazas junto a un cuerpo y otra divulgar, al detalle y con imágenes explícitas, el texto de las amenazas. ¿Tiene sentido reproducir entrevistas o declaraciones de supuestos miembros del narcotráfico, para denunciar alianzas, corrupciones, crímenes, sin poder identificar plenamente al denunciante, sin dejar en claro que es parte del mismo juego que denuncia y sin corroborar la información por otras fuentes? Por supuesto, son notas que venden, generan audiencia e incluso son valientes, pero no es un periodismo verosímil ni responsable.
En el ámbito de los secuestros ocurre algo similar. Es verdad, alguien puede “ganar” una nota anunciando que se produjo un secuestro que la familia de la víctima, o las autoridades, por las razones que sean, no quieren aún hacerlo público. El único detalle es que, con eso, muy probablemente, se pondrá en riesgo la vida de la víctima. ¿Es más importante ganar una nota que arriesgar la vida de una persona inocente? ¿Vale la pena, como ocurrió en estos días, con el caso del secuestro de la joven Silvia Vargas Escalera, especular, sin fuentes públicas, sobre pagos y mecanismos de rescate que, en lugar de coadyuvar a la libertad de la víctima, en realidad la pone en peligro, como insistieron sus familiares?, ¿qué se gana periodísticamente, además de un nota de primera plana que se muere al día siguiente?
Hubo una época en la cual, para desprestigiar a alguien, en el mundo político, el periodístico o el empresarial, sus enemigos lo acusaban de homosexual o de lesbiana, lo fuera o no. Afortunadamente, aunque no tanto como sería deseable, eso ha ido quedando en el olvido en la misma medida en que la sociedad estuvo más y mejor informada y ha ampliado sus criterios. Pero hoy lo de moda es acusar a cualquier enemigo de narcotraficante o de aliado de éstos. No dudo que en algunos casos sea verdad, pero, ¿no se tendría, antes de publicar una acusación de esas características, acudir a por lo menos alguna fuente adicional que la confirme? Y no hablo de reproducir información oficial, al contrario, se trata de hacer nuestra tarea, investigar y entregar, no sólo información oportuna sino también verosímil. Si le gusta o no a las autoridades, no es nuestro problema: nuestro compromiso es con la gente.
Hoy, cuando tanto se habla de corresponsabilidades en la lucha contra la delincuencia, o de la exigencia, legítima, de que se vaya quien no esté a la altura de la tarea en los gobiernos, los medios tendríamos que hacer nuestro correspondiente ejercicio de autocrítica para convertirnos en un pilar tan sólido en la lucha contra la inseguridad como en algún momento lo fuimos o intentamos serlo, en el empuje de la transición política.
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