El ciudadano Rincón/Francisco Báez Rodríguez
Publcado en La Crónica de Hoy, (wwww.lacronica.com.mx) 2 de Septiembre de 2008;
Esta columna se iba a titular “Triunfos de la sociedad”, e iba a hacer referencia a dos sucesos de la semana que acaba de terminar, ya que ambos afirman las libertades ciudadanas.
Uno, la marcha contra la inseguridad, en la que de nuevo —y ajenos a toda estructura partidaria— los ciudadanos salieron en masa a retomar las calles que les pertenecen, a exigir que las autoridades cumplan con sus tareas elementales y a condenar la colusión entre gobiernos y grupos delictivos. Otro, el fallo de la Suprema Corte con respecto al carácter constitucional de la despenalización del aborto, que pone fin a la pretensión de imponer criterios religiosos por encima del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, refuerza el carácter laico —y, por lo tanto, libre del yugo religioso— de nuestra sociedad, y ayuda a terminar con las diferencias sociales en un delicado asunto de salud pública.
Iba a subrayar los paralelismos entre ambos hechos (uno, muy importante y con datos incontrovertibles, fue señalado por Andrés Pascoe en estas páginas), un poco también para señalar que la libertad, en nuestra circunstancia, va más allá de los alinemientos político-partidarios.
Pero hasta aquí dejaré el tema porque ha muerto un ciudadano ejemplar, Gilberto Rincón Gallardo, un luchador por las libertades individuales y por la igualdad social, un liberal socialista que abrevó de lo mejor de la tradición católica.
Si nos atenemos al obituario, Rincón Gallardo destacó por su trabajo en contra de la discriminación y a favor de los derechos humanos; en especial, los de las personas con capacidades diferentes. Esto en realidad se refiere a lo realizado en los últimos años de su vida. Pero la mayor importancia de Rincón —nunca cabalmente reconocida— ha sido en su papel de modernizador de la izquierda mexicana y de factor importante en la transición democrática del país.
Formado en el catolicismo crítico, con una fuerte vertiente racional, Rincón pasa al marxismo y milita, desde su juventud, en el Partido Comunista Mexicano. Como miembro del PCM, es encarcelado en ocasión del movimiento del 68 y condenado a la cárcel por la dictadura diazordacista, entre otros delitos, por haber lanzado bombas molotov (él, con sus brazos pequeños y deformes). En Lecumberri pasa tres años, uno más que varios de sus compañeros por haber obedecido la consigna partidista —digna de Monty Python— de no aceptar la amnistía que lo hubiera llevado al exilio temporal a Sudamérica.
El hombre que sale de Lecumberri no tiene una visión cuadrada, dogmática. Entiende que el camino mexicano al socialismo pasa, necesariamente, por la democracia y que ésa es la lucha prioritaria. Es de los primeros que proponen el camino electoral como parte central —no como mera digresión táctica— de la agenda de la izquierda mexicana. Y la democracia como un espacio a ganar en todos los aspectos de la vida cotidiana. En otras palabras, es uno de los pocos presos políticos del movimiento que captura el espíritu de las masas del 68 —no el de sus autoproclamadas vanguardias proletaristas.
Rincón también es de los primeros que abogan por la unidad de las distintas organizaciones de izquierda que se encontraban dispersas. Por eso, tanto la posición del PCM ante la limitada reforma política lopezportillista como la creación de la Coalición de Izquierda en 1979 y, finalmente, la formación del Partido Socialista Unificado de México dos años después, deben mucho al activismo democrático de Rincón. No era poca cosa, el mexicano fue uno de los primeros partidos comunistas en perder el nombre y en fusionarse con organizaciones que no pertenecían a esa ortodoxia.
El proceso de fusión de la izquierda democrática culmina cuando se alían el PSUM y el Partido Mexicano de los Trabajadores (de Heberto Castillo, quien deja la idea de partido como “frente legal”), para dar a luz al Partido Mexicano Socialista; la dirigencia de éste recae naturalmente en Rincón Gallardo. Proviene de la corriente mayoritaria, pero es uno de los pocos que tiene una relación de diálogo fluido y creativo con todas las demás. A él le toca presidir ese partido cuando Castillo es convencido de dejar su candidatura presidencial —otro personaje clave en ello, fallecido prematuramente, fue Eduardo González—, para apoyar el ascenso fulgurante de Cuauhtémoc Cárdenas, en las controvertidas elecciones de 1988.
En esa coyuntura, de nuevo, Rincón Gallardo será una de las voces que llame a la cordura, que privilegie el diálogo contra la ruptura y la creación de instituciones —“partido pensante”, lo llamaba González— contra las locas fugas hacia delante. Y el Partido de la Revolución Democrática se fundará bajo el cobijo del registro legal del partido que Rincón presidía.
Dentro del PRD, en contra de sus inercias caudillistas, Rincón abogó por un partido propositivo, sólo así capaz de romper la tendencia al bipartidismo. Quería un partido comprometido con la igualdad social, pero también con las libertades ciudadanas —de ahí su desprecio al corporativismo— y con la transformación de las instituciones dentro de las instituciones. Había culminado su trayecto personal a la socialdemocracia moderna.
En 1997 el partido del sol azteca ya se movía a convertirse, en lo externo, en una red de clientelas despojada de ideología, dominada por el revanchismo y la oposición radical a ultranza y, en lo interno, en un espacio de constantes pugnas y persecuciones. Lo dirigía Andrés Manuel López Obrador. En un acto de congruencia, Gilberto Rincón Gallardo renuncia y se dispone a crear otra opción de izquierda, abierta a la diversidad y a la pluralidad. Una opción socialdemócrata.
Democracia Social aglutinó a representantes de los movimientos postmodernos —con una fuerte carga liberal— con militantes provenientes de diversas corrientes de la izquierda —incluso algunos que se habían opuesto a Rincón en los viejos PCM y PSUM—. Gilberto ganó la candidatura presidencial y rápidamente sumó simpatizantes, sobre todo en su intervención en el único debate general que hubo —en donde hubieron de convencerlo de tocar su biografía personal: la única intachable—. El partido se quedó en la raya en aquellas elecciones de “voto útil”.
A partir de ahí —sin dejar de lado sus preocupaciones organizadoras y su convicción socialdemócrata— Rincón se dedicó con mayor fuerza a los temas de la tolerancia y del combate a la discriminación —que él sufrió en persona, por motivos varios—, a los que contribuyó a poner en la agenda nacional, y por los que hoy mayoritariamente se le reconoce.
Pero no hay que olvidar toda su trayectoria. Fue un constante luchador de la libertad y uno de los artífices de la transición democrática de México. Un ciudadano ejemplar.
fabaez@gmail.com
Uno, la marcha contra la inseguridad, en la que de nuevo —y ajenos a toda estructura partidaria— los ciudadanos salieron en masa a retomar las calles que les pertenecen, a exigir que las autoridades cumplan con sus tareas elementales y a condenar la colusión entre gobiernos y grupos delictivos. Otro, el fallo de la Suprema Corte con respecto al carácter constitucional de la despenalización del aborto, que pone fin a la pretensión de imponer criterios religiosos por encima del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, refuerza el carácter laico —y, por lo tanto, libre del yugo religioso— de nuestra sociedad, y ayuda a terminar con las diferencias sociales en un delicado asunto de salud pública.
Iba a subrayar los paralelismos entre ambos hechos (uno, muy importante y con datos incontrovertibles, fue señalado por Andrés Pascoe en estas páginas), un poco también para señalar que la libertad, en nuestra circunstancia, va más allá de los alinemientos político-partidarios.
Pero hasta aquí dejaré el tema porque ha muerto un ciudadano ejemplar, Gilberto Rincón Gallardo, un luchador por las libertades individuales y por la igualdad social, un liberal socialista que abrevó de lo mejor de la tradición católica.
Si nos atenemos al obituario, Rincón Gallardo destacó por su trabajo en contra de la discriminación y a favor de los derechos humanos; en especial, los de las personas con capacidades diferentes. Esto en realidad se refiere a lo realizado en los últimos años de su vida. Pero la mayor importancia de Rincón —nunca cabalmente reconocida— ha sido en su papel de modernizador de la izquierda mexicana y de factor importante en la transición democrática del país.
Formado en el catolicismo crítico, con una fuerte vertiente racional, Rincón pasa al marxismo y milita, desde su juventud, en el Partido Comunista Mexicano. Como miembro del PCM, es encarcelado en ocasión del movimiento del 68 y condenado a la cárcel por la dictadura diazordacista, entre otros delitos, por haber lanzado bombas molotov (él, con sus brazos pequeños y deformes). En Lecumberri pasa tres años, uno más que varios de sus compañeros por haber obedecido la consigna partidista —digna de Monty Python— de no aceptar la amnistía que lo hubiera llevado al exilio temporal a Sudamérica.
El hombre que sale de Lecumberri no tiene una visión cuadrada, dogmática. Entiende que el camino mexicano al socialismo pasa, necesariamente, por la democracia y que ésa es la lucha prioritaria. Es de los primeros que proponen el camino electoral como parte central —no como mera digresión táctica— de la agenda de la izquierda mexicana. Y la democracia como un espacio a ganar en todos los aspectos de la vida cotidiana. En otras palabras, es uno de los pocos presos políticos del movimiento que captura el espíritu de las masas del 68 —no el de sus autoproclamadas vanguardias proletaristas.
Rincón también es de los primeros que abogan por la unidad de las distintas organizaciones de izquierda que se encontraban dispersas. Por eso, tanto la posición del PCM ante la limitada reforma política lopezportillista como la creación de la Coalición de Izquierda en 1979 y, finalmente, la formación del Partido Socialista Unificado de México dos años después, deben mucho al activismo democrático de Rincón. No era poca cosa, el mexicano fue uno de los primeros partidos comunistas en perder el nombre y en fusionarse con organizaciones que no pertenecían a esa ortodoxia.
El proceso de fusión de la izquierda democrática culmina cuando se alían el PSUM y el Partido Mexicano de los Trabajadores (de Heberto Castillo, quien deja la idea de partido como “frente legal”), para dar a luz al Partido Mexicano Socialista; la dirigencia de éste recae naturalmente en Rincón Gallardo. Proviene de la corriente mayoritaria, pero es uno de los pocos que tiene una relación de diálogo fluido y creativo con todas las demás. A él le toca presidir ese partido cuando Castillo es convencido de dejar su candidatura presidencial —otro personaje clave en ello, fallecido prematuramente, fue Eduardo González—, para apoyar el ascenso fulgurante de Cuauhtémoc Cárdenas, en las controvertidas elecciones de 1988.
En esa coyuntura, de nuevo, Rincón Gallardo será una de las voces que llame a la cordura, que privilegie el diálogo contra la ruptura y la creación de instituciones —“partido pensante”, lo llamaba González— contra las locas fugas hacia delante. Y el Partido de la Revolución Democrática se fundará bajo el cobijo del registro legal del partido que Rincón presidía.
Dentro del PRD, en contra de sus inercias caudillistas, Rincón abogó por un partido propositivo, sólo así capaz de romper la tendencia al bipartidismo. Quería un partido comprometido con la igualdad social, pero también con las libertades ciudadanas —de ahí su desprecio al corporativismo— y con la transformación de las instituciones dentro de las instituciones. Había culminado su trayecto personal a la socialdemocracia moderna.
En 1997 el partido del sol azteca ya se movía a convertirse, en lo externo, en una red de clientelas despojada de ideología, dominada por el revanchismo y la oposición radical a ultranza y, en lo interno, en un espacio de constantes pugnas y persecuciones. Lo dirigía Andrés Manuel López Obrador. En un acto de congruencia, Gilberto Rincón Gallardo renuncia y se dispone a crear otra opción de izquierda, abierta a la diversidad y a la pluralidad. Una opción socialdemócrata.
Democracia Social aglutinó a representantes de los movimientos postmodernos —con una fuerte carga liberal— con militantes provenientes de diversas corrientes de la izquierda —incluso algunos que se habían opuesto a Rincón en los viejos PCM y PSUM—. Gilberto ganó la candidatura presidencial y rápidamente sumó simpatizantes, sobre todo en su intervención en el único debate general que hubo —en donde hubieron de convencerlo de tocar su biografía personal: la única intachable—. El partido se quedó en la raya en aquellas elecciones de “voto útil”.
A partir de ahí —sin dejar de lado sus preocupaciones organizadoras y su convicción socialdemócrata— Rincón se dedicó con mayor fuerza a los temas de la tolerancia y del combate a la discriminación —que él sufrió en persona, por motivos varios—, a los que contribuyó a poner en la agenda nacional, y por los que hoy mayoritariamente se le reconoce.
Pero no hay que olvidar toda su trayectoria. Fue un constante luchador de la libertad y uno de los artífices de la transición democrática de México. Un ciudadano ejemplar.
fabaez@gmail.com
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