¿Puede el amor vencer la diferencia de edad?/XAVIER GUIX
}Publicado en El País, 9/05/2010;
Dicen que el amor no tiene edad. Cada vez se observan más parejas separadas por muchos años de diferencia, sorteando las virtudes y amenazas del tiempo asimétrico. ¿Locura o quebranto de un prejuicio cultural?
Jesús y Belén se conocieron en el instituto, como profesor y alumna. Acabado el periodo académico, ella mantuvo la relación y logró conquistar a su admirado maestro, casándose cuando ella tenía 22 años y él 48. Él no quiso tener hijos, una situación que pesó demasiado y acabó con la relación 15 años después. A Jacinto, director general de una empresa, le prendó enseguida la pasión y la elegancia de una de sus nuevas directivas. Se enamoraron. Dos años de difícil cortejo, con divorcio por medio. Se casaron, ella con 33 años, él con 52. Actualmente tienen dos hijos y son felices. Helena mantuvo durante cinco años una relación con un chico 12 años menor que ella. Al final rompió la relación, no porque no le quisiera, sino porque él se había convertido en una especie de hijo adoptivo.
Son casos de los que van proliferando en nuestra sociedad, y que subrayan nuevos aspectos en las dinámicas de emparejamiento. No aludo, en cambio, a las múltiples historias que no han pasado la barrera del compromiso, los vaivenes sexuales entre mujeres maduras y hombres mucho más jóvenes, ni a la larga tradición del hombre cincuentón persiguiendo lolitas. Más allá de lo difícil que resulta enmendar las calenturientas voracidades de nuestra libido, ¿qué nos están diciendo estas conductas sobre la pareja de hoy? ¿Estamos ante un mero prejuicio social o se intuye la caída de otro tabú? En la nueva consciencia que se proclama, ¿se están derrumbando las barreras del tiempo?
De quién nos enamoramos
Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro sí, y ésa fue su condena (Robert Burton)
Alcanzar un estado de enamoramiento puede llegar a ser incluso vulgar. Nos atrae un color de pelo, una melena o unos rizos, unos pómulos enrojecidos, unas curvas sinuosas, unos vaqueros rotos, símbolos en definitiva de algo que se nos muestra como un reflejo interior, como algo que por su sola existencia nos arrastra a un antiguo estado de placidez. Luego vienen otras sutilezas: una mirada, esa forma altiva de andar, un rostro que emana bondad, seguridad al hablar, inocencia, pasión desbordante. Más símbolos que ponen en evidencia nuestras proyecciones.
Cuando esas proyecciones van más allá de lo visible acaparan también nuestros deseos y nuestras carencias. Buscamos otros padres y otras madres, buscamos los opuestos a nuestros progenitores, buscamos lo que creímos perder un día o de lo que siempre nos pareció carecer. Buscamos y encontramos arquetipos: el maestro, o el sabio, la enfermera o cuidadora, el protector, la geisha… y al final admiramos los valores personales: la sabiduría, la generosidad, la amistad, el tesón, la fortaleza interior, la entrega, la compasión. Enamorarse es querer eternizar un instante en el que nos encontramos a nosotros mismos en el otro.
¿Qué buscan y qué encuentran los amantes de edades lejanas? Dicen las chicas de 20 años que los de su generación son unos críos y que prefieren a hombres más seguros y que les aporten más conocimiento. Dicen las mujeres de 50 que los de 30 son vigorosos, dinámicos y divertidos. Dicen los chicos jóvenes que las mujeres maduras les aportan experiencia y estabilidad. Dicen los hombres maduros que encuentran en las jóvenes belleza, pasión y menos complicaciones existenciales. Visto así, todo se reduce a un intercambio de cromos, a un ejercicio de complementariedades, cuando no de compensaciones. Ya en la Grecia antigua se sabía que no hay mayor transacción que la belleza por sabiduría.
El miedo al paso del tiempo
Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara (Montaigne)
Cuenta Sócrates, en Fedro, de Platón, que cada uno se entretiene con los de su propia edad, ya que se comparten placeres, sobre todo el de la amistad, a pesar de que también pueden acabar por producir asco. Lo que constriñe acaba siendo pesado para todo el mundo, empeorando las cosas si la diferencia de edad es considerable. Tiene su explicación.
Quien es mayor goza de ver, sentir y tocar ese cuerpo joven, vinculando amistad y placer al unísono. Pero, ¿qué consuelo y qué placeres podrá dar a su amado o amada con el paso del tiempo? ¿Cómo evitar que no acabe siendo una cosa desagradable? Sócrates mismo apuntillaba: porque ha de ver una cara vieja que ya no está en la flor de la primavera, añadiendo todo lo que no es agradable de sentir, y menos aún de practicar si no es por constreñimiento, cumplidos inapropiados, así como reproches inaceptables.
Pinta un panorama que asusta, aunque toca donde más duele: el miedo al paso del tiempo. Para el maduro se entrecruza la posibilidad del hastío de su joven pareja y, a la vez, encontrarse solo en plena vejez. La persona joven, en cambio, además de adueñarse del conocimiento ajeno, sigue viviendo en la perspectiva de la inmortalidad. Por mucho que se quieran, eso resta equidad a la relación, alimentando sus temores que se recrudecen con el paso de los años.
Más allá del prejuicio
La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo (William Shakespeare)
Los tiempos han cambiado, y los cuidados de la salud y el cuerpo ocultan el paso del tiempo. Sin embargo, no puede ocultarse lo vivido, no puede prescindirse de lo aprendido, ni puede evitarse lo que está aún por hacer. Si algún prejuicio se impone, chismorreos al margen, es el estancamiento que puede suponer regresar a un estadio anterior de consciencia, si la pareja más joven invita a ello. Del mismo modo, no conviene adentrar a nadie en caminos que aún no le tocan vivir. No importa tanto la edad, sino lo que verdaderamente puede ser compartido entre los interesados.
Sin embargo, hay algo que no se debe obviar en esta sociedad en transformación: la progresiva alteración del concepto del tiempo. Existe prejuicio en tanto que existe un modelo imperante en el que las relaciones son para toda la vida. Al ser así, se impone un criterio de simetría en las edades de los cónyuges. Si, por el contrario, se rompen las fronteras del tiempo, el amor, la relación, como todo, simplemente es ahora y aquí, es autenticidad y compromiso, es amor que ama sin contar el tiempo. Entonces puede suceder que las relaciones no tengan edad, ni fecha en el calendario.
No adivino ni pronostico. Observo sólo la conducta humana y constato que el mundo que conocemos está cambiando y puede haber otros escenarios posibles. Ocurrirá que a lo largo de una vida tendremos diferentes parejas, algunas tal vez del mismo sexo, así como de edades diferentes. Género y tiempo tendrán otros significados y prevalecerá el criterio del amor auténtico, y menos el condicionado, en una sociedad más libre en la que cada cual podrá optar, ya sin miedos ni culpas, a vivir como desea vivir. Aunque parezca una utopía, eso ya está ocurriendo hoy. Platón tenía sus razones, sin embargo, estamos empezando a salir de la caverna. P
Aquí, hoy y ahora
1. Películas:
‘El graduado’, de Mike Nichols (1967).
‘Cuando menos te lo esperas’, de Nancy Meyers (2003).
‘Lolita’, de Stanley Kubrick (1962).
2. Libros:
‘40-20. Dos generaciones, un mismo sentir’, de Nancy Sanmiguel. Bubok.
‘El arte de enamorar’, de Antonio Bolinches. Random House Mondadori. 2004.
‘Fedro’, de Platón. RBA Libros. 2008.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
11 may 2010
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