La democracia en el siglo XXI/Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book, co-authored with Bruce Greenwald, is Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Project Syndicate | 2/09/14
La recepción en Estados
Unidos, y en otras economías avanzadas, del reciente libro de Thomas Piketty
Capital in the Twenty-First Century da testimonio de la cada vez mayor
preocupación sobre la creciente desigualdad. El libro de Piketty refuerza aún
más la colección ya abrumadora de pruebas sobre la vertiginosa subida de la
proporción de ingresos y riqueza en la parte más alta de la distribución del
ingreso y la riqueza.
El libro de Piketty, además,
ofrece una perspectiva diferente sobre los 30 o más años posteriores a la Gran
Depresión y a la Segunda Guerra Mundial: ve a este período como una anomalía
histórica, tal vez causada por la inusual cohesión social que los eventos
catastróficos pueden estimular. En dicha época de rápido crecimiento económico,
la prosperidad fue ampliamente compartida, y todos los grupos avanzaron; sin
embargo, aquellos grupos en la parte inferior vieron mayores ganancias
porcentuales.
Piketty también arroja nueva
luz sobre las “reformas” que promocionaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en
la década de los años ochenta como potenciadoras del crecimiento del cual todos
se beneficiarían. De manera posterior a dichas reformas sobrevino un
crecimiento más lento y una mayor inestabilidad a nivel mundial, y además, el
crecimiento que sí aconteció benefició en su gran mayoría a aquellos en la
parte superior de la distribución.
Pero el trabajo de Piketty va
más allí: plantea problemas fundamentales tanto sobre la teoría económica como
sobre el futuro del capitalismo. Piketty documenta un gran incremento en el
ratio riqueza/producción. En la teoría estándar, tales incrementos estarían
asociados con una caída en el rendimiento del capital y un aumento en los
salarios. Sin embargo, hoy en día el rendimiento del capital no parece haber
disminuido, a pesar de que los salarios sí disminuyeron. (En EE.UU., por ejemplo,
los salarios medios han disminuido alrededor de un 7% en las últimas cuatro
décadas).
La explicación más obvia es
que el incremento en la riqueza medida no corresponde a un incremento en el
capital productivo – y los datos parecen ser consistentes con esta
interpretación. Gran parte del incremento en la riqueza provino de un
incremento en el valor de los inmuebles. Antes de la crisis financiera del año
2008, se pudo evidenciar en muchos países la presencia de una burbuja
inmobiliaria; incluso hasta ahora, puede no se haya “corregido” dicha situación de manera
completa. El aumento en el valor también puede representar la competencia entre
los ricos por bienes que denotan una “posición” – una casa en la playa o un apartamento
en la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York.
A veces, un aumento en la
riqueza financiera medida corresponde a casi nada más que un simple desplazamiento desde la riqueza “no
medida” hacia la riqueza medida – y estos desplazamientos pueden, en los
hechos, reflejar un deterioro en el desempeño de la economía en general. Si
aumenta el poder monopólico o las empresas (como por ejemplo los bancos)
desarrollan mejores métodos para la explotación de los consumidores comunes,
ello se mostrará como mayores ganancias y, cuando dichas ganancias se
capitalizan, se mostrarán como un aumento en la riqueza financiera.
No obstante, cuando lo
anteriormente detallado sucede, el bienestar social y la eficiencia económica
por supuesto que caen, incluso de manera simultánea a un aumento oficial en la
riqueza medida. Nosotros simplemente no tomamos en cuenta la disminución
correspondiente al valor del capital humano – es decir, no tomamos en cuenta la
disminución de la riqueza de los trabajadores.
Por otra parte, si los bancos
tienen éxito en el uso de su influencia política para socializar las pérdidas y
retener más y más de sus ganancias mal habidas, la riqueza medida en el sector
financiero aumenta. No medimos la disminución correspondiente a la riqueza de
quienes pagan impuestos. Del mismo modo, si las corporaciones convencen a
los gobiernos para que estos paguen más
de lo debido por sus productos (tal como las grandes compañías farmacéuticas
pudieron lograrlo), o si las corporaciones obtienen acceso a recursos públicos
a precios por debajo de los precios del mercado (tal como las empresas mineras
pudieron lograrlo), aumenta la riqueza financiera medida que se informa, a
pesar de que existe una disminución en la riqueza de los ciudadanos comunes.
Lo que hemos estado observando
– estancamiento de los salarios e incremento en la desigualdad, incluso a
medida que la riqueza aumenta – no
refleja el funcionamiento de una economía de mercado que se considera como
normal, sino que refleja lo que yo denomino como “capitalismo sucedáneo” (en
inglés ersatz capitalism). El problema puede que no sea cómo los mercados
deberían funcionar o cómo dichos mercados funcionan en los hechos, pero puede
que el problema se ubique en nuestro sistema político, mismo no ha logrado
garantizar que los mercados sean competitivos; y además, dicho sistema político
ha diseñado reglas que sustentan mercados distorsionados en los que las
corporaciones y los ricos pueden (y por desgracia sí lo hacen) explotar a todos
los demás.
Los mercados, por supuesto, no
existen en un espacio vacío. Tienen que haber reglas del juego, y éstas son
establecidas a través de procesos políticos. Los altos niveles de desigualdad
económica en países como EE.UU. y, cada vez más en países que han seguido el
modelo económico de dicho país, conducen a la desigualdad política. En un
sistema como el que se describe, las oportunidades para el progreso económico
se tornan, a su vez, en desiguales, y consecuentemente refuerzan los bajos
niveles de movilidad social.
Por lo tanto, el pronóstico de
Piketty sobre niveles aún más altos de desigualdad no refleja las inexorables
leyes de la economía. Simples cambios – incluyendo la aplicación de niveles más
altos de impuestos a las ganancias de capital y las herencias, un mayor gasto
para ampliar el acceso a la educación, la aplicación rigurosa de las leyes
antimonopolio, reformas a la gobernanza corporativa que contengan los salarios
de los ejecutivos, y regulaciones financieras que frenen la capacidad de los
bancos para explotar al resto de la sociedad – reducirían la desigualdad y
aumentarían la igualdad de oportunidades de manera muy notable.
Si logramos tener las reglas
del juego correctas, podríamos incluso ser capaces de restaurar el crecimiento
económico rápido y compartido que caracterizaba a las sociedades de clase media
de la mitad del siglo XX. La principal interrogante a la que nos enfrentamos
hoy en día realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo XXI.
Es una pregunta sobre la democracia en el siglo XXI.
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