10 mar 2013

En el ADN priista, la fascinación monárquica/ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA


 En el ADN priista, la fascinación monárquica/ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
Revista Proceso No. 1897, 10 de marzo de 2013

 Enrique Krauze, historiador y analista de la vida política mexicana, alerta sobre la tentación de que el país vuelva a un presidencialismo como los que se padecieron en el siglo pasado: auténticas “monarquías” disfrazadas de republicanismo. Quien ha estudiado a los detentadores del poder en México en las últimas décadas ve ese riesgo latente con el regreso del PRI a Los Pinos, aunque matiza: “ya no somos los mismos, los contrapesos existen y hay que hacerlos valer para recordarle al mandatario en turno que no es ni será nunca un monarca”.
 Para el historiador Enrique Krauze, la centralización del poder en la figura presidencial tiene un arraigo profundo en la historia del país, que se materializó en los gobiernos priistas hasta 1997. Recordando la era porfiriana que describe, citando a Justo Sierra, como “un monarquismo con ropajes republicanos”, advierte en el regreso del PRI a la Presidencia una tentación por reconstituir la presidencia imperial:
“Creo que en el ADN del PRI, y en la cultura política mexicana a través de los siglos, está esa tentación. Es muy importante que todos los días el presidente se despierte diciéndose a sí mismo, y que todos los mexicanos le digan: No eres y nunca vas a ser un monarca.”

Krauze subraya que el país vive bajo un “nuevo arreglo democrático” con origen en 1997, cuando se inició la transición democrática, y en 2000, cuando el PRI perdió la Presidencia. Hoy, afirma, el Poder Ejecutivo está acotado por los otros poderes, hay pluralidad en los congresos, elecciones y libertad de expresión.
A 100 días de iniciado el gobierno de Enrique Peña Nieto, Krauze responde a pregunta expresa sobre la reedición de las presidencias del viejo estilo: “Hay algunos indicios, pero creo que se han estado guardando las formas. Es muy temprano para decir. Quiero subrayar: Las formas deben ser republicanas, pero también el fondo, porque Porfirio Díaz y los presidentes priistas eran monarcas con formas republicanas. No podemos permitir que en el siglo XXI tengamos un modelo como ése”.
El tema es objeto de estudio para Krauze, autor de la trilogía sobre la historia política mexicana compuesta por Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial, en la cual, a partir del pasado colonial, explicó el caudillismo decimonónico y el revolucionario, la configuración del andamiaje priista y su decadencia.
Es sobre La presidencia imperial, tomado como referente para comprender al PRI en su regreso a la Presidencia, que en entrevista con Proceso Enrique Krauze explica los usos y costumbres del pasado inmediato, desde el presidencialismo priista y el caos de los gobiernos del PAN hasta los refugios del nacionalismo revolucionario y del caudillismo, del autoritarismo y la corrupción, pero también de su visión del futuro de la democracia y el país.
La tentativa
Krauze considera que debido a la tradición arraigada de concentrar el poder en la figura presidencial, existe hoy en el PRI una tendencia a cerrar filas en torno al presidente.
No obstante, dice, la concentración de poder ilimitado en la figura presidencial, con el sometimiento de los poderes formales e informales, ya no existe. Ahora es algo distinto: Una vida política más madura, pero perfectible.
Krauze insiste en subrayar la necesidad de ver los fenómenos con perspectiva histórica. Después de la hegemonía priista identificable entre 1929 y 1997, el mapa político electoral de hoy es más plural.
Una acotación: La construcción democrática se ubica en el ámbito federal, pues el monarquismo está vigente en el país, donde en los 12 años del PAN surgieron “gobernadores imperiales” que usaron su autonomía para ejercer un poder discrecional y con corrupción.
“Hubo un efecto centrífugo, digamos que la gran pirámide central del PRI, esa inmensa Teotihuacán política, emigró a muchos estados. Ahí está viva la vieja cultura caciquil, corrupta, corporativista, clientelista.”
Lo explica con la temática de su trilogía: Concentrar el poder en la institución del presidente es un rasgo profundo de la cultura política mexicana, dice. Recuerda que en el siglo XIX las figuras de Santa Anna, Juárez y Díaz fueron predominantes, como en el siglo XX lo fueron las de Carranza, Calles y Cárdenas, y luego la de una sucesión de presidentes poderosos por la fuerza de la institución presidencial, como “Porfirios sucesivos”.
“Voy a decirle algo que nunca he contado. En el año de 96, en una reunión en la embajada sueca, Octavio Paz de pronto dijo estas palabras: ‘México nunca se ha consolado de no haber sido una monarquía’. Paz nunca escribió eso, aunque está en sus análisis históricos la figura patrimonial del presidente y del Estado, que viene de la época colonial.”
A juicio de Krauze, México tuvo una especie de corriente monárquica y lo que resolvió –cita a Justo Sierra– fue instaurar una “monarquía con ropajes republicanos” que ejemplifica con el “tapadismo”, la costumbre de ejercer el poder absoluto durante un sexenio y heredar el cargo.
–En esta idea de la alineación de actores políticos con el presidente, ¿podemos ubicar una alineación en el Pacto por México? –se le pregunta.
–Internamente está alineado el PRI. Alguien me preguntó si preveía que hubiera tensiones internas… yo creo que después de dos sexenios fuera del poder, con gobiernos tan caóticos como los panistas, y encontrando un presidente que parece tener la voluntad política de encarnar un liderazgo, vemos un alineamiento priista.

“De modo que sí veo la tentativa de una reconstitución de ese poder central, pero esta vez ese presidencialismo tendrá que contar con el acotamiento y los límites impuestos por los poderes Legislativo y Judicial, por la libertad de expresión”. En cuanto al Pacto por México, no lo veo como un alineamiento sino como una necesaria convergencia entre los poderes y partidos, como no hubo en los gobiernos del PAN.
 Los gobiernos del PAN
 La presidencia imperial no se prolongó con los gobiernos del PAN porque no tenían esa vocación, sostiene Krauze. Añade que este partido demostró en 12 años que estaba impreparado para gobernar.
 “Durante 60 años jugó el papel de una oposición democrática, más o menos leal al régimen, a veces más valiente e independiente, otras menos, pero ya en el poder no supo qué hacer con él.”
 –Así lo anticipaba Cosío Villegas –se le comenta.
 –Cosío Villegas y Octavio Paz jamás pensaron que el PAN estuviera preparado para gobernar. No hubieran votado por él.
 –¿Y usted?
 –Lo pensé en el caso de Fox, pero me decepcioné rapidísimo. Pensé que sí, como tantos mexicanos que queríamos un cambio. La decepción fue instantánea. Cuando Fox, el día de su toma de posesión, confunde lo privado con lo público, lo religioso con lo laico y el gobierno con lo empresarial, entendí –lo escribí– que no había un gobernante moderno sino un personaje despistado, lejano a la vida política mexicana.
 En su opinión Calderón sí tenía vocación política, especialmente parlamentaria, pero no supo armar un gabinete para gobernar. Improvisados e impreparados, considera por otra parte que ni Fox ni Calderón tuvieron una actitud de presidencialismo imperial.
 “Calderón recurrió a algo que no se veía en México desde hacía muchos años y que me parece, visto a la distancia, una regresión: Buscar desde su inicio el aval del sector militar. En vez de buscar la credibilidad y la legitimidad por la vía política, por ejemplo mediante alianzas, lo buscó con los militares y eso, aunque no fue el único factor, precipitó la violencia que estamos viviendo.”
 Sostiene que Fox pudo generar una alianza con Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD para gobernar, pues tenían en común haber sostenido durante años una coincidencia, que era sacar al PRI de Los Pinos. Calderón pudo buscar la alianza con el PRI, pues tenían un adversario poderoso, es decir Andrés Manuel López Obrador.
 Esas alianzas, dice, eran mejores que los 12 años de pocos resultados, de impreparación y de violencia, aun cuando hubo avances.
 El “calado”
 En un artículo publicado en Reforma el pasado domingo 3, Krauze narra una anécdota sobre el sindicato petrolero al iniciar el gobierno de Miguel Alemán, a quien los sindicalistas amenazaron con suspender el suministro del combustible si no incrementaba su oferta de aumento salarial.
 Alemán envió al Ejército a despachar en gasolinerías y finalmente el sindicato aceptó la oferta inicial. Luego, en un brindis los líderes petroleros le dijeron: “Nomás lo estábamos calando, señor presidente”. La respuesta fue: “Pues ya me calaron, hijos de la chingada”.
 La cuestión es: ¿Estaba Elba Esther Gordillo en posición de “calar” a Peña Nieto? Para Krauze sí.
 El historiador subraya la tentación histórica de estar “calando” a los presidentes. Cada mandatario tuvo sus “calados” sindicales, empresariales, militares, estudiantiles. Lo que hacían era responder con la fuerza.
 Echeverría y López Portillo –añade– intentaron evitar esos “calados” comprando o cooptando a las fuerzas de la oposición. Con Miguel de la Madrid, Krauze esgrime la duda sobre la tragedia de San Juanico, que pudo ser “calado” y no accidente.
 Sostiene que la fuerza del sindicato petrolero era tal y el “calado” tan evidente que eso explica el famoso quinazo de Salinas de Gortari, un “acto político de primera importancia, porque si no le dio legitimidad, le dio credibilidad, haciendo sentir al público mexicano que había un presidente fuerte. A mí no me convenció, tampoco a otros demócratas”.
 Zedillo optó por abrir el sistema. Ahí empezó la transición.
 A su juicio Gordillo incurrió en desmesuras evidentes que se inscriben en los rasgos “imperiales” de boato y lujo.
 En Biografía del poder Krauze aborda el periodo que llama “la dinastía sonorense”, ocurrido entre 1920 y 1934. Un personaje resulta alucinante por su desmesura: Luis N. Morones.
 Morones era secretario de Industria, Comercio y Trabajo al mismo tiempo que líder de la CROM, organizaba francachelas en Tlalpan, usaba anillos de diamantes y se creía presidenciable. A Morones se le atribuye haber estado detrás de muchos momentos turbios del periodo.
 Con lo anterior Krauze sostiene que ese estilo de los líderes sindicales no tiene su antecedente en Fidel Velázquez, sino en Morones.
 “Volvieron a los tiempos anteriores a Fidel Velázquez, que puede criticársele de lo que se quiera, pero no que tenía lujos, no era ostentoso, públicamente era austero, no se le conocieron casos de corrupción ni casas en San Diego ni nada de eso.”
 Para el intelectual, el empoderamiento y la desmesura en los líderes sindicales ocurrieron a partir de 2000, ante un poder presidencial que se desinfló y cuyos vacíos se llenaron en los estados, los municipios, la burocracia, los sindicatos y en otros poderes que han estado en el centro de la vida pública de los últimos años.
 En su opinión Gordillo estaba “calando” al presidente, pero lo hizo con un problema: De acuerdo con la presentación del caso y si la investigación es sólida, cometió delitos. Y eso lo lleva a una reflexión:
 Se necesita que los sindicatos vuelvan a su tradición anarquista horizontal, que fue su origen, a las demandas laborales y la defensa de los trabajadores y no a preservar el arreglo vertical que los llevó a concentrar poder político, a competir y a “calar” al presidente, sin transparencia interna en el uso de recursos ni democracia en sus procesos de elección.
 Los futuros “calados”
 Identificados en el argot político como poderes fácticos, Peña Nieto deberá lidiar también con los grandes capitales. Para Krauze los próximos meses permitirán observar la relación entre esos poderes y el gobierno, al iniciar las reformas que tocan las telecomunicaciones.
 Sobre el tema asegura que no es viable un arreglo neoliberal y que el Estado debe mantener la rectoría, estimulando la competencia.
 “Creo que en el periodo posterior al año 2000 los poderes fácticos se volvieron más fuertes, más presentes, más influyentes en la medida en que ese poder central se debilitaba. Creo que es importante que en este México democrático el Estado ejerza una rectoría en la que regule lo que deba regular y deje en libertad lo que debe estar en libertad.”
 La combinación entre regulación y libertad está en manos de los legisladores, de quienes espera que actúen con responsabilidad, sin obedecer ánimos de vendetta o de complicidad fácil, antes que al interés de la población por mejores productos y servicios.
 “Ni una libertad absoluta que por lo general redunda sólo en beneficio de unas cuantas compañías y personas, pero menos un estatismo que inhiba la inversión, la creatividad, la iniciativa.”
 Con esa idea aborda también el tema energético.
 En la XXI Asamblea Nacional del PRI se eliminaron varios de los candados estatutarios que delimitaban el llamado nacionalismo revolucionario, una especie de columna vertebral ideológica eliminada por un presidente que se ha definido como pragmático.
 Para Krauze el diseño del Estado mexicano posrevolucionario tuvo como aspectos centrales la educación, la salud, la seguridad. Se trata de un Estado cuya vocación social se hunde en las raíces coloniales; quienes abogan por un “Estado mínimo” se equivocan.
 Se explica el artículo 27 constitucional como el acto histórico en el que la nación reclama para sí lo que había sido de la corona y el virreinato, es decir la propiedad de los recursos del suelo y del subsuelo. Su consideración es que desde 1917, año del Congreso Constituyente, hasta la expropiación petrolera, el acto histórico de Lázaro Cárdenas se justificaba pues las petroleras eran poderes que no reconocían la soberanía del Estado.
 “La situación cambió. No creo que mantener la industria energética como está, sin tocar los artículos constitucionales, sea una medida eficaz e inteligente. Intentar cambiar eso o ir modificándolo no volverá al mexicano un Estado empresarial ni un Estado mínimo.”
 Lo que ocurre a partir de la asamblea y de la postura de los priistas, dice, es que no está claro qué se abandonó y qué se mantiene. Lo que sí está claro es que el nacionalismo revolucionario se refugió en la corriente que encabeza López Obrador.
 “Creo que los nacionalistas tienen argumentos sólidos, razones históricas. Pero es necesario abrir un debate entre las distintas posiciones. Es simplificar mucho decir que por un lado están los privatizadores proempresariales neoliberales y, por otro, los que defienden a México.”
 Anticipa que en los próximos meses ese será el talante del debate.

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