Cuando
apoyar a Bachar el Asad no es la mejor opción en Siria/Naomí Ramírez Díaz, Doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid, y Laura Ruiz de Elvira Carrascal, investigadora en la Universidad Philipps de Marburgo.
El
País | 19 de mayo de 2015
Desde
hace ya muchos meses, los medios de comunicación españoles e internacionales se
hacen eco de las posturas de aquellos políticos, intelectuales, expertos y
periodistas que defienden que Bachar al-Asad es “la mejor opción” en y para
Siria. Sin Bachar el Asad, dicen, a Siria le esperan décadas de guerra
fratricida y más y más radicalización. Sin Bachar el Asad, no podemos erradicar
al autodenominado Estado Islámico. Sin Bachar el Asad, no habrá estabilidad en
la zona. Sin el dictador – al que ya no definen como tal –, las minorías
étnicas y confesionales serán masacradas. En resumen, a su entender, Bachar el
Asad, es un mal necesario para los sirios, Oriente Medio, y la comunidad
internacional. Dichas afirmaciones, toman fuerza en un contexto de confusión en
el que la barbarie perpetrada por el autodenominado Estado Islámico hace
olvidar aquélla, más antigua y de mayor magnitud, perpetrada sistemáticamente
por el régimen, en la que mueren a diario cientos de sirios, independientemente
de su adscripción confesional o étnica. De este modo, los bombardeos de algunos
barrios de la ciudad de Alepo por parte de la aviación leal a al-Asad,
constantes desde el 2013, se atribuyen erróneamente a grupos “rebeldes” o se
justifican como una reacción (¿licita?) a tal o cual acto cometido
recientemente por los “rebeldes”, según la premisa de que el Estado tiene el
monopolio de la violencia legítima en el país. Es más, rebeldes, islamistas,
salafistas y yihadistas forman parte, en el imaginario colectivo, de un bloque
homogéneo contrario a los intereses de Occidente.
Los
defensores de la “rehabilitación” de Bachar el Asad, no obstante, acompañan
raramente sus reflexiones de un análisis completo de lo que un apoyo activo a
Bachar el Asad implicaría, limitándose a considerarlo como la mejor o única
opción para poner fin al conflicto. A menudo son incapaces de responder a las
preguntas que dicho apoyo plantearía de cara a una solución global: ¿Qué forma
concreta adoptaría ese apoyo? ¿Apostar por Bachar traería realmente la ansiada
estabilidad? ¿Podría Bachar erradicar completamente el autodenominado Estado
Islámico, a cuya gestación y ascenso ha contribuido como muestran numerosos
datos? ¿O, por el contrario, el sentimiento de ser víctimas de una injusticia y
una solidaridad e indignación selectivas derivado de tal actuación empujaría a
más yihadistas a ir a combatir a Siria (y a regresar, posteriormente, como los
temidos “lobos solitarios”)? ¿Qué pasaría con el resto de combatientes?
¿Podrían volver los millones de sirios hoy en exilio forzado por su activismo,
oposición o filiación, muchos de los cuales han perdido además sus casas en
bombardeos por parte de las fuerzas leales al régimen? ¿Qué pasaría con los
activistas que aún quedan en el país? ¿Tendrán que irse también del país, o
resignarse a morir en la cárcel, como ya lo han hecho muchos otros, en su
mayoría bajo torturas bien documentadas? ¿Con Bachar en el poder, podrían los
sirios olvidar la experiencia traumática derivada de los casi 50 años de
dictadura asadiana y de la represión bárbara – como la acontecida en la ciudad
de Hama en 1982 –, instituidas precisamente en nombre de la estabilidad del
país? ¿No es lógico pensar que el odio, la frustración y la dictadura
terminarían por conducir de nuevo a un conflicto violento? En otras palabras,
aquellos que señalan a Bachar el Asad como la mejor opción en Siria parecen no
plantearse como sería el futuro del país ante una potencial rehabilitación del
dictador.
¿Es
realista pensar que el régimen sirio – responsable de la guerra en la que está
sumido hoy el país, de la muerte de cientos de miles de personas, de la
desaparición de tantas otras y de la destrucción de ciudades enteras –, con el
que se intenta negociar sin resultado desde 2011, puede ser la solución en
Siria? ¿Es razonable creer que un régimen que ha potenciado la expansión del
yihadismo, como ya hizo en Iraq en la pasada década, y previamente en los 80 y
los 90, está dispuesto y es capaz de combatir ese fenómeno internacional que
tanto aterra y que siempre ha usado como arma de negociación y presión
internacional? ¿Es sensato pensar que un régimen que lleva manipulando las
diferencias confesionales desde sus inicios es una muralla contra el odio
sectario por el que apostó como estrategia desde el primer grito a favor de la
libertad en Siria y que se nutre de milicias sectarias extranjeras? ¿Es lógico
creer que un régimen de esas características puede imponer una estabilidad duradera
en la zona y garantizar el bienestar de la población siria en su conjunto?
Los
que apoyan su rehabilitación arguyen que lo que debe hacerse es negociar con el
régimen, llegar a un acuerdo que conllevará un armisticio para todos los sirios
que han participado en la revuelta y que han huido del país. Sin embargo, ¿está
el régimen dispuesto a negociar algo que no sea su propio mantenimiento y
estabilidad? ¿Cuántos acuerdos firmados con Bachar el Asad han sido respetados
por este? ¿Respetó las treguas enmarcadas en iniciativas como la diseñada por
la Liga Árabe, o por los distintos enviados de Naciones Unidas? ¿No ha habido
nuevos ataques químicos desde el acuerdo del 2013 en que el régimen se
comprometió a deshacerse de su arsenal químico, a cambio – bajo cuerda – de no
ser acusado formalmente del ataque contra al-Ghoutta en Damasco? ¿Qué pasó con
el acuerdo que tuvo lugar en Homs en 2014 para romper el bloqueo?: Muchos de
los jóvenes que salieron fueron detenidos inmediatamente y algunos siguen en
paradero desconocido. Hoy igual que ayer, como prueba la larga lista de
procesos inconclusos de conversaciones con la rama local de los Hermanos
Musulmanes, los acuerdos firmados con al-Asad (padre e hijo) son un mero papel
mojado.
Los
partidarios de al-Asad como única solución afirman también que no se puede
confiar en una oposición política sin un líder claro, ni en una oposición
armada atomizada y dependiente de las fuentes de financiamiento y sus
caprichos. Sin embargo, ¿cabe preguntarse si para construir un futuro sin
al-Asad se necesita realmente a un solo líder? ¿No se puede concebir un
gobierno de transición con múltiples fuerzas y personalidades representadas
para llegar a un consenso? Véase el ejemplo de Túnez, donde cada uno de los
diferentes gobiernos y gabinetes han sido mixtos; algo que no ha impedido que
el país vaya, no sin dificultades, hacia delante. Dicho modelo es especialmente
interesante para un país, Siria, cuya oposición – que ha visto los líderes
políticos y militares sucederse hasta vaciar sus instituciones de contenido –
está hoy extremadamente debilitada y se enfrenta a dos caras del fascismo: el
pretendidamente religioso del autodenominado Estado Islámico y el
pretendidamente laico de al-Asad.
Obviamente,
la presencia de Al Qaeda, a través del Frente de al-Nusra, en Siria no es un
buen augurio, ni que activistas de gran renombre hayan sido secuestrados por
grupos militares islamistas, como tampoco lo es que el odio sectario se haya
apoderado de algunos de los que tomaron las armas contra el régimen. Seamos
realistas: Siria no volverá a ser lo que era. Sin embargo, el argumento “los
otros no son mejores” es insuficiente para defender la rehabilitación de
al-Asad, que pasa por un apoyo activo al régimen. Si se trata de estabilidad,
las soluciones han de ser tanto globales – es decir que tengan en cuenta la
realidad siria y regional – como realistas – no basadas en premisas de tipo
“Asad debería” o “los rebeldes tendrán que”.
No
tenemos en nuestra mano la solución perfecta, pero sí sabemos cuál de ellas es
inviable porque parte de la falacia de que El Asad garantizará la estabilidad y
el futuro de un país que ha reducido ya a escombros. Claramente, apoyar a
Bachar el Asad no es la mejor opción en Siria.
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