Vatican Insider, 10 de julio de 2015
El
centro de rehabilitación de Palmasola(©Ap)
Las
narraciones de los detenidos que vigilan Palmasola desde 1989
Nota de FILIPPO
FIORINI
Cuando
uno de los detenidos de Palmasola describe lo que ve a su alrededor, parece que
se encuentra en cualquier ciudad de Bolivia: una calle de terracería, los
vapores de los restaurantes, las mujeres que lavan la ropa en la lavandería y
los pañales de los niños en las salas de billar. No hay ningún guardia. Pero la
prisión es grande, la más grande del país.
Autogestión
Hay
secciones violentas y secciones en donde viven amontonados los enfermos graves.
Frente al abandono de las autoridades, los reclusos tomaron el control en 1989;
hicieron cosas buenas y otras despreciables, pero desde entonces se vive así.
Esta
es probablemente una de las peores cárceles de América Latina, y seguramente es
un caso único en el mundo, por esta especie de autogestión que los delincuentes
pusieron en pie. Libre del Jesús está en la lista de los pocos que se reúnen
con el Papa, y le escribió una carta que firmó con su verdadero nombre. Es el
mismo que aparece en el documento de condena a diez años por un secuestro.
Pero, para hablar libremente se protege con un pseudónimo: “Libre”, y describe
la manera en la que logró sobrevivir hasta ahora: “Rezando”.
Como
en un estado en sí
Los
guardias de Palmasola están en la entrada y en todo el perímetro. Piden una
mordida a los que llevan productos y materiales, a las familias y a las
prostitutas que visitan a los internos. Pero no entran a la estructura. Más allá
de la entrada, manda Leónidas. Tiene treinta años y un tono afable. Fue elegido
“regente” por los demás detenidos. Hizo una campaña electoral y durante dos
años responderá a los llamados de los detenidos, se ocupará de los impuestos,
mandará a sus hombres a calmar las peleas y, ante notario, sellará los
contratos de renta y compraventa.250 dólares para alquilar una celda, entre 3 y
7 mil para comprarlas. Un dólar para pasar de una sección a otra, 15 por una
vueltecita en el sector femenino, 500 para evitar ser asignados a la sección
Pc4, la de las puñaladas en el baño y de los gatilleros.Libre entró en 2006.
Tenía 40 años y pasó los primeros dos años en aislamiento, sin pedir un régimen
menos duro. Como abogado y ex-político que se mezcló con la mala vida, está
convencido de que no habría sobrevivido si hubiera vivido entre las bandas.
“Aprendí a cocinar y abrí un take away con comida típica boliviana. El plato
fuerte es el pollo en caldo, y cuesta solo un euro”. El 23 de agosto de 2013
escuchó una serie de explosiones y, por primera vez desde que está en la
estructura, vio a la policía en los callejones de Palmasola. La banda del Pc3-A
había destrozado la red que la separa del Pc3-B. Quería tomar el control de la
cárcel y lo planeaba hacer con unos lanzallamas artesanales, construidos con
bombas de gas propano y encendedores. “Lo más duro fue ver los cadáveres”,
recuerda Libre. Murieron en esa ocasión 31 personas. La mayor parte estaban
carbonizadas.
Los
únicos admitidos
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