Homilía
de Francisco en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia
Misa
de apertura del V Congreso Eucarístico nacional en la plaza del Cristo Redentor
de Santa Cruz
Jueves
9 de julio de 2015..
Hemos
venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la presencia
viva de Dios entre nosotros. Salimos hace horas de nuestras casas y comunidades
para poder estar juntos, como Pueblo Santo de Dios. La cruz y la imagen de la
misión nos traen el recuerdo de todas las comunidades que han nacido en el
nombre de Jesús en estas tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos.
En
el Evangelio que acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante
similar a la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas,
estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su vida.
Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.
En
estos días, pude ver a muchas madres cargando a sus hijos en las espaldas. Como
lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la vida, el futuro de su
gente. Llevando sus motivos de alegría, sus esperanzas. Llevando la bendición
de la tierra en los frutos. Llevando el trabajo realizado por sus manos. Manos
que han labrado el presente y tejerán las ilusiones del mañana. Pero también
cargando sobre sus hombros, desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia
que parece no detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando
sobre sí, el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria
de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa de
generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino.
Y
no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino. No son
pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la esperanza. Cuántas
veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos la memoria y así se
debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a
ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la
memoria de pueblo amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace
que nos cerremos a los demás, especialmente a los más pobres.
A
nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando vieron la
cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los despida, mándalos a
la casa, ya que es imposible alimentar a tanta gente. Frente a tantas
situaciones de hambre en el mundo podemos decir: «Perdón, No nos dan los
números, no nos cierran las cuentas». Es imposible enfrentar estas situaciones,
entonces la desesperación termina ganándonos el corazón.
En
un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que pretende
imponerse en el mundo, en todo el mundo,
de nuestros días. Una lógica que busca transformar todo en objeto de
cambio, de consumo, todo negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a
muy pocos, descartando a todos aquellos que no «producen», que no se los
considera aptos o dignos porque aparentemente «no nos dan los números». Jesús
una vez más vuelve a hablarnos y nos dice: No es necesario excluirlos, no es
necesario que se vayan, denles ustedes de comer.
Es
una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: «No es necesario
excluir a nadie, que nadie se vaya, basta de descartes, denles ustedes de
comer». Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de descartes,
denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica, una mirada
que siempre «corta el hilo» por el más débil, por el más necesitado. Tomando
«la posta» Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en
tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y
entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Ese es el camino
del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas
tres acciones logra transformar una lógica del descarte, en una lógica de
comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de
estas acciones.
Toma.
El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los mira a los
ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas lo que late y lo
que ha dejado de latir en la memoria y en el corazón de su pueblo. Lo considera
y lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar, todo lo bueno desde
donde se puede construir. Pero no habla de los objetos, o de los bienes
culturales, o de las ideas; sino habla de las personas. La riqueza más plena de
una sociedad se mide en la vida de su gente, se mide en los ancianos que logran
transmitir su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños. Jesús
nunca se saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no tener nada para
aportar o compartir. Toma todo, como viene.
Bendice.
Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe que estos
dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como «cualquier cosa» ya que
toda esa vida, es fruto del amor misericordioso. Él lo reconoce. Va más allá de
la simple apariencia, y en este gesto de bendecir, de alabar, pide a su Padre
el don del Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un lado
agradecer y por otro el poder transformar. Es reconocer que la vida, siempre es
un don, un regalo que puesto en las manos de Dios, adquiere una fuerza de
multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo multiplica.
Entrega.
En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una
bendición que no sea entrega. La bendición siempre es misión, tiene un destino,
compartir, el condividir de lo que se ha recibido, ya que sólo en la entrega,
en el com-partir es cuando las personas encontramos la fuente de la alegría y
la experiencia de la salvación. Una entrega que quiere reconstruir la memoria
de pueblo Santo, de pueblo invitado, a ser y a llevar la alegría de la
salvación. Las manos que Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las
mismas que distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Podemos
imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano los panes
y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús, logra generar una corriente
entre los suyos, todos iban compartiendo lo propio, convirtiéndolo en don para
los demás y así fue como comieron hasta saciarse, increíblemente sobró: lo
recogieron en siete canastas. Una memoria tomada, una memoria bendecida y una
memoria entregada siempre sacia a un pueblo.
La
Eucaristía es «Pan partido para la vida del mundo», como dice el lema del V
Congreso eucarístico que hoy inauguramos y que tendrá lugar en Tarija. Es Sacramento
de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el
seguimiento y nos da la certeza de que lo que tenemos, lo que somos, si es
tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el poder
de su amor, se convierte en pan de vida para los demás.
La
Iglesia celebra la eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del
Señor porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato del
Señor, dice una y otra vez: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) Actualiza,
hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de nuestra
tierra, el misterio del Pan de Vida. Nos lo hace presente y nos lo entrega.
Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro se vaya
multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas, separadas, sino
el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada. Una vida memoriosa
necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real
que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar; en la
lógica del amor.
María,
que al igual que muchas de ustedes llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la
vida de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando con
júbilo que Él «colma de bienes a los hambrientos» (Lc 1,53), sea hoy nuestro
ejemplo para confiar en la bondad del Señor, que hace obras grandes con poca
cosa, con la humildad de sus siervos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario