Domingo 27 de septiembre de 2015
El papa Francisco en la cárcel Instituto Correecional de Curran-Fromhold de Filadelfia, EU.
Se dirigió a 100 presos presos y a las autoridades y empleados del centro de Reinserción.
El papa Francisco en la cárcel Instituto Correecional de Curran-Fromhold de Filadelfia, EU.
Se dirigió a 100 presos presos y a las autoridades y empleados del centro de Reinserción.
Llego en helicóptero procedente del seminario San Carlos Borroméo a la cárcel Curran-Fromhold, la más grande de Filadelfia, con cuatro bloques de detenidos, que son, en conjunto alrededor de 2800.
En el encuentro estuvieron presos de diferentes denominaciones religiosas, muchos de ellos condenados por violación, asesinato, tráfico de drogas, entre otros delitos. Sin embargo, fueron elegidos para participar debido a su buen comportamiento en la cárcel. También participaron familiares de las víctimas y trabajadores penitenciarios.
Durante el evento, el Pontífice estuvo sentado en una silla de madera elaborada por los propios presidiarios.
Al final de su discurso, Bergoglio saludó uno a uno a los detenidos presentes, en compañía del fraile franciscano capellán de la cárcel.
Según el protocolo establecido los internos solo podían darle la mano al papa cuando los saludó uno por uno. Sin embargo uno de ellos casi al final, se atrevió a pedirle un abrazo al papa y se vivió esta conmovedora escena. Luego otros hicieron lo mismo.
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Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Voy a hablar en español porque no sé hablar inglés, pero él me va a traducir, él habla muy bien inglés y me va a traducir.
Gracias por recibirme y darme la oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento de sus vidas. Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé es doloroso no solo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir.
Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a compartir su situación y hacerla también mía; he venido a que podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele, y también lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección.
Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn 13,8).
En ese tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una casa, se le lavara los pies. Toda persona era siempre recibida así. Porque no existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy.
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó.
Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone «ensuciarse los pies» por los caminos polvorientos de la vida y de la historia.
Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos, yo el primero. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades.
Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio, el dolor, las heridas, de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies para volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.
Este momento de la vida de ustedes solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a las que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad. Y quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes con todas las personas que de alguna manera forman parte de este instituto. Sean forjadores de camino, sean forjadores de nuevos senderos. Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados. Todos. Que esta conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás.
Miremos a Jesús que nos lava los pies. Él es el «camino, la verdad y la vida» que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva.
Y así como estamos cada uno en su sitio sentados, pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre sus gracias. Les descubra su rostro y les conceda la paz. Gracias..
En el encuentro estuvieron presos de diferentes denominaciones religiosas, muchos de ellos condenados por violación, asesinato, tráfico de drogas, entre otros delitos. Sin embargo, fueron elegidos para participar debido a su buen comportamiento en la cárcel. También participaron familiares de las víctimas y trabajadores penitenciarios.
Durante el evento, el Pontífice estuvo sentado en una silla de madera elaborada por los propios presidiarios.
Al final de su discurso, Bergoglio saludó uno a uno a los detenidos presentes, en compañía del fraile franciscano capellán de la cárcel.
Según el protocolo establecido los internos solo podían darle la mano al papa cuando los saludó uno por uno. Sin embargo uno de ellos casi al final, se atrevió a pedirle un abrazo al papa y se vivió esta conmovedora escena. Luego otros hicieron lo mismo.
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Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Voy a hablar en español porque no sé hablar inglés, pero él me va a traducir, él habla muy bien inglés y me va a traducir.
Gracias por recibirme y darme la oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento de sus vidas. Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé es doloroso no solo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir.
Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a compartir su situación y hacerla también mía; he venido a que podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele, y también lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección.
Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn 13,8).
En ese tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una casa, se le lavara los pies. Toda persona era siempre recibida así. Porque no existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy.
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó.
Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone «ensuciarse los pies» por los caminos polvorientos de la vida y de la historia.
Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos, yo el primero. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades.
Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio, el dolor, las heridas, de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies para volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.
Este momento de la vida de ustedes solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a las que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad. Y quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes con todas las personas que de alguna manera forman parte de este instituto. Sean forjadores de camino, sean forjadores de nuevos senderos. Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados. Todos. Que esta conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás.
Miremos a Jesús que nos lava los pies. Él es el «camino, la verdad y la vida» que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva.
Y así como estamos cada uno en su sitio sentados, pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre sus gracias. Les descubra su rostro y les conceda la paz. Gracias..
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