Vatican Insider 9/27/2015
Un
Papa que «sorprende» con el Evangelio/Andrea Tornielli.
Una
mirada al viaje de Francisco al corazón de una sociedad y de una Iglesia
polarizadas
Es
una síntesis de todo lo que ha sucedido en estos días, sobre todo porque en
lugar de los políticos sería posible incluir, sin problemas, a dos religiosos,
uno «progresista» y otro «conservador».
Los
agentes de la polarización, los cruzados en servicio efectivo permanente, todos
los que reducen la fe a ideología, tanto a la derecha como a la izquierda, no
logran «aferrar» a Francisco, porque no logran etiquetarlo en los propios
esquemas preconcebidos. En lugar de partir de la realidad, la interpretan con
«anteojos» que distorsionan todo con la simplificación.
Como
sucede a menudo, también con la visita papal a Cuba y Estados Unidos ha habido
dos visiones del mismo viaje. Lo que no han querido ver algunos círculos
mediáticos e intelectuales es lo que ha visto la gente. Mucha gente, que se
volcó conmovida a las calles. Esa gente que el sábado por la tarde, en el
Bulevar Benjamin Franklin de Filadelfia, después de una vigilia, que parecía
más un espectáculo de Hollywood, se dejó entusiasmar escuchando las palabras
del Papa.
Francisco
sabe que vive en un tiempo en el que las quejas, el recuerdo nostálgico del
pasado, las proclamas y las contraposiciones típicas de ciertos «guerreros
culturales» solo sirven para exaltar a los propios seguidores. No llegan al
corazón de muchos «heridos» de nuestro tiempo. Es decir: no evangelizan.
En
el corazón de los estadounidenses tal vez permanezca la poética rememoración de
los padres fundadores del discurso al Congreso. Pero no hay duda de que Papa
Francisco ha dado dos mensajes importantes en los discursos a los obispos; uno
al episcopado del país y otro a los obispos y cardenales de todo el mundo que
participan en el Encuentro Mundial de las Familias.
La
familia hoy sufre ataques, los jóvenes ya no se casan, los Estados promueven
legislaciones sobre las uniones entre personas del mismo sexo. «Como pastores
-dijo Bergoglio-, nosotros los obispos somos llamados a reunir las fuerzas y a
impulsar el entusiasmo pro el nacimiento de familias que respondan plenamente a
la bendición de Dios, según su vocación». Hay que invertir energías no tanto en
explicar y volver a explicar los defectos de la actual condición y las cosas
positivas del cristianismo, sino «en invitar con franqueza a los jóvenes a que
sean audaces en la decisión del matrimonio y de la familia».
Con
sus palabras y sus gestos, Francisco indica la vía para un cambio que vaya de
un «cristianismo que ‘se hace’ poco en la realidad y se ‘explica’ infinitamente
en la formación», a un cristianismo testimoniado como «buena noticia». De
cristianos que encuentran su consistencia y se exaltan haciendo análisis de la
doctrina frente a los demás, a cristianos capaces de «perder tiempo» con las
familias. Capaces de «projimidad» para con los que se han extraviado, han sido
abandonados, heridos, devastados, envilecidos y privados de su dignidad.
Porque
si el anuncio del Evangelio es el encuentro con la mirada misericordiosa de
Jesús, «hasta una mujer samaritana con cinco ‘no-maridos’ -dijo Francisco- se
descubrirá capaz de testimoniar», y tal vez «un publicano maduro precipitará
del árbol y hará de todo por los pobres en los que, hasta aquel momento, no
había pensado nunca».
Los
mayores enemigos de Jesús, hace dos mil años, no eran los pecadores, las
prostitutas, los publicanos o los ladrones. Fueron los hombres de religión de
la época, los doctores de la ley, aquellos que se consideraban justos y
perfectos. No necesitaban la salvación, misericordia ni ayuda. Son los mismos
que hoy pretenden encasillar al Papa en sus pequeños esquemas y prejuicios,
para que nadie los ponga en discusión, para que no los provoquen, para que no
los sorprendan.
En
su viaje americano, muchos han aprendido a conocer a Francisco y su testimonio
que «sorprende» con el Evangelio.
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