La mujer en el
mundo de la ciencia/
Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional
(IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
Jennifer
y John eran dos estudiantes de ciencias con idéntico curriculum que optaban a
una plaza de encargado de laboratorio en una universidad norteamericana. En sus
solicitudes lo único que les diferenciaba era el nombre y el sexo. Para su
evaluación, la solicitud de Jennifer fue enviada a 63 catedráticos y la de John
a 64, profesores que valoraron varios aspectos de los candidatos: aptitudes
profesionales, capacidad para tutelaje de otro personal y adecuación para ser
contratado en el puesto. Los mismos profesores también opinaron sobre qué
remuneración merecían los candidatos en función de sus méritos. Quizás no
sorprenda que Jennifer resultase peor valorada que John en todos los aspectos con
diferencias en las puntuaciones que eran estadísticamente significativas. En
una escala de 1 a 10, Jennifer obtuvo en torno a un punto menos que John en los
tres criterios y, en cuanto a la remuneración, los evaluadores manifestaron que
Jennifer merecía un salario en torno al 15 % menor que el que merecía John.
El
experimento de los estudiantes ficticios Jennifer y John, que fue publicado por
investigadores de la universidad de Yale en los ‘Proceedings’ de la Academia
Nacional de Ciencias de los Estados Unidos en el año 2012, ilustra uno de los
sesgos que existen en el mundo de la ciencia a la hora de valorar y contratar a
las mujeres. Entre otros aspectos, resulta curioso que no se observaron
diferencias en las evaluaciones dependiendo del sexo de los evaluadores, es
decir, que las profesoras también evaluaron mejor a John, lo que confirma que
profesores y profesoras razonan con los mismos sesgos.
Naturalmente
este sesgo de valoración no está restringido al mundo académico, sino que
existe en la sociedad en su conjunto. Según la encuesta europea que, por
iniciativa de la Fundación L’Oréal, se acaba de llevar a cabo con cinco
millares de ciudadanos en Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido, el
67 % de los encuestados creen que las mujeres no sirven para ser científicas de
alto nivel. Este porcentaje desciende ligeramente, al 63 %, cuando los
resultados se restringen a los mil españoles que participaron en la encuesta.
La mayoría manifestó que las mujeres carecen de interés científico, espíritu
racional y analítico, perseverancia y sentido práctico.
Hace
ya tiempo que las mujeres son la mayoría del alumnado universitario y que se
titulan antes y con mejores expedientes académicos que sus compañeros varones.
Sin embargo, según señala el ‘Libro Blanco’ sobre la situación de las mujeres
en la ciencia española, se mantiene una doble segregación de género: una
horizontal y otra vertical.
Hay
una segregación horizontal que hace que en ciertas ramas de la ciencia, como
las experimentales y las ingenierías, siga habiendo pocas mujeres. Por ejemplo,
según datos recientes del Ministerio de Educación, el 54 % del alumnado
universitario son mujeres, pero éstas tan sólo representan el 25% de los
estudiantes de ingeniería y arquitectura. Las causas de esta segregación son
muy poco claras. Más allá de los sesgos en los prejuicios diferenciales
observados en el medio académico y en la sociedad en su conjunto que han sido
descritos al principio de este artículo, se ha llegado a sugerir que podría
haber diferencias innatas en las capacidades entre hombres y mujeres. Según
algunas de esas opiniones, hombres y mujeres tendrían las mismas capacidades
por término medio, pero los hombres podrían tener una distribución estadística
más amplia en estas capacidades, por tanto en el extremo superior de la campana
de Gauss encontraríamos más hombres muy capaces para la ciencia y la tecnología
que mujeres. Sugerir este tipo de ideas, que poseen poca o nula evidencia
científica, le costó a Larry Summers su puesto como presidente de la
Universidad de Harvard.
Un
estudio reciente publicado en la prestigiosa revista ‘Science’ por los Drs.
Leslie y Cimpian de las universidades de Princeton y de Illinois,
respectivamente, sugiere que, en los prejuicios que causan esta segregación
horizontal de las mujeres, el parámetro que juega el papel fundamental es lo
que venimos en llamar “talento innato”. Según este estudio, cuando los
profesores piensan que, además de inteligencia y trabajo duro, hace falta un
talento especial o innato para enfrentarse con éxito a su materia, tienden a
contratar menos mujeres para, por ejemplo, realizar un doctorado. Así, las
disciplinas de ciencias, para las que (injustificadamente) a menudo se supone
que hace falta una especie de don natural que no puede ser enseñado, son
consideradas como menos adaptadas para las mujeres. Naturalmente tan solo se
trata de un prejuicio más que habría que vencer. Según los autores del estudio,
para superarlo y atraer a más mujeres hacia las ciencias, se debería insistir
menos en la dudosa importancia de ese supuesto talento innato y mucho más en
otros valores como la inteligencia, la vocación y la capacidad de trabajo.
La
segregación vertical hace que muy pocas mujeres ocupen puestos altos en la
carrera científica y en sus estructuras de gestión, esto se expresa a veces
como la existencia de un “techo de cristal” que limita su promoción frente a la
de los hombres. De hecho, las mujeres tan solo ocupan hoy en torno al 20% de
los puestos estratégicos en las universidades y en los institutos de
investigación de nuestro país. Entre las causas de esta segregación se invoca a
menudo que las mujeres relegan sus carreras científicas para dar más prioridad
a la vida familiar, ocupándose más de los hijos y de las tareas domésticas, y
permitiendo a su pareja que progrese más en su carrera. Se presenta entonces
como una opción personal. Pero cabe poca duda de que éste es un planteamiento
que está impreso de facto en la sociedad en su conjunto y que, más que una
opción personal, es una realidad que se presenta como un ‘fait accompli’ frente
al que la mujer debe realizar un enorme esfuerzo si desea optar por conciliar
su carrera profesional con su vida familiar.
Son
muchas las medidas que pueden tomarse para luchar contra la discriminación
negativa femenina en el mundo de la ciencia y la tecnología. En primer lugar,
para vencer los prejuicios de que las mujeres pudiesen ser menos aptas que los
hombres en ciencia, es importante que desde la escuela se dé la información
precisa para contrarrestar estos sesgos de género. Sería muy efectivo que las
científicas participasen dando charlas en los colegios o supervisando trabajos
de estudiantes pre-universitarios. En general, hay que dar más visibilidad en
los centros educativos y en los medios de comunicación al trabajo realizado por
científicas, inventoras y tecnólogas, tanto a las actuales como a las de la
historia de la ciencia, pues todas ellas pueden servir de referente a las
estudiantes e investigadoras jóvenes.
Aunque
ayer se hizo público la concesión del Nobel de Medicina a la investigadora
china Yoyou Tu, las mujeres tan solo han recibido el 3% de estos galardones en
disciplinas científicas a lo largo de la historia, y actualmente en España tan
solo reciben el 18 % de los premios científicos nacionales. Esto es algo que
podría contrarrestarse examinando cuidadosamente los sesgos que puedan existir
en los jurados e incluso creando premios específicos para mujeres científicas.
Para
tratar de romper el techo de cristal, es importante mantener e incrementar la
presencia femenina en todos los jurados y paneles de evaluación para nuevas
plazas y subvenciones para llevar a cabo proyectos científicos. Implementar
políticas reales de conciliación de la vida profesional con la familiar es indispensable
e, incluso mientras la discriminación negativa continúe, el establecimiento de
un sistema de cuotas en la asignación de puestos de trabajo, en particular de
los de mayor responsabilidad, parece bien justificado.
Tanto
el alto nivel de nuestra excelencia científica como el desarrollo económico de
nuestro país precisa de todo el talento y de todo el trabajo esforzado que
podamos aunar, no podemos permitirnos el lujo de seguir despreciando la
valiosísima mitad que pueden y deben aportar las mujeres.
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