Revista
Proceso
# 2052, 27 de febrero de 2016
El
Frontón México renace... a costa de huelguistas/RAÚL
OCHOA
Lleva
20 años cerrado debido a que sus trabajadores fueron defraudados. Hoy, el Frontón
México está por reabrir: se ultima la remodelación y se espera que a finales de
año vuelva a albergar encuentros de jai-alai. Para hacerlo, sin embargo, los
empleados que llevan dos décadas exigiendo sus derechos fueron puestos a un
lado. Aún no han recibido sus pagos, pero tanto las autoridades como el
sindicato y los empresarios decidieron ignorarlos.
Después
de 20 años cerrado, el emblemático Frontón México ultima su remodelación en
medio de una controversia laboral hasta ahora no concluida, la cual derivó en
una prolongada huelga.
Con
la reactivación del recinto, el gobierno capitalino y la delegación Cuauhtémoc
pretenden potenciar el desarrollo económico de la colonia Tabacalera, en el
centro de la capital del país. El inmueble se ubica al lado de la Plaza de la
República, frente al Monumento a la Revolución.
El
asunto podría empeorar para el dueño, ya que la parte afectada y su abogado
(Manuel Diego Sanciprián) han reubicado a los extrabajadores que por diversos
motivos abandonaron la causa. Aseguran que algunos se marcharon por las
constantes amenazas recibidas, otros por cansancio o por enfermedad, y algunos
ya fallecieron.
El
grupo en pie de lucha está adherido a la CROC. Empero, los agraviados
responsabilizan al líder de esa central, Isaías González Cuevas, de entorpecer
las negociaciones y negarse sistemáticamente a recibirlos. González es también
senador por el PRI.
La
parte afectada acusa al secretario general de la CROC de no cuidar sus
intereses. Por el contrario, se sorprende de que en las maltrechas paredes del
frontón haya un par de lonas de esa confederación, en las cuales se autoriza la
realización de las obras. “Esta obra está controlada por la CROC”, se lee. Los
agraviados sostienen: “La conclusión es que la CROC está de parte del
empresario y se está quedando con el dinero”.
En
diciembre pasado, los cinco extrabajadores encontraron que las banderas de
color rojo y negro, autorizadas por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje,
fueron retiradas del lugar que ocuparon los últimos 19 años.
En
las paredes de tono amarillento del inmueble aún permanecen los siguientes
mensajes como prueba del añejo conflicto laboral: “No vamos a permitir que nos
ignores, Cosío”, “No pueden violar los derechos laborales”, “No mientan. ¡Aquí
estamos!”, “Trabajadores y pelotaris te ayudamos, Cosío”, “La CROC está
presente”, “Queremos abierta nuestra fuente de empleo”, “No hay remodelación”,
“No vamos a permitir que nos corran”.
En
sus tiempos de esplendor, el Frontón México fue un espacio frecuentado por la
clase adinerada. Lo mismo acudían políticos, comerciantes y apostadores
profesionales que personalidades del medio artístico. El ingreso sólo se
permitía al cliente que se presentara con traje y corbata. Para los que no
llegaban con la ropa obligatoria, la administración del frontón disponía de un
local de alquiler de sacos y corbatas. Pero sobre todo había que llegar con la
cartera llena. Los pelotaris solían llegar en autos de lujo.
El
partido estelar, a disputarse a 200 puntos, comenzaba a las 22:00 horas, porque
se hizo costumbre aguardar a los apostadores que provenían del Hipódromo de las
Américas y “remataban” en el Frontón México.
Eran
frecuentes las apuestas millonarias. “Había un apostador que tan pronto
llegaba, lo primero que hacía era llamar a su corredor, es decir, a su enlace
con el pelotari. Apenas lo veía le preguntaba: ‘¿Cuánto apostó ese pobre
diablo?’ Su interlocutor respondía: ‘Tres millones de pesos’. ‘¡Pobre diablo
muerto de hambre! Hazme la papeleta por 7 millones de pesos para cada punto’.
Imagínese lo que juntaban por noche”, refiere una fuente entrevistada que pidió
el anonimato.
El
Frontón México fue una próspera industria. Los partidos de jai-alai, el deporte
estrella, se programaban los lunes, miércoles y viernes. Entre los apostadores
destacaban dueños de ferreterías, panaderías, hoteles de paso “y, en general,
de negocios que dejan billetes. La empresa se quedaba con 20% de las ganancias
y gracias al jai-alai sus ingresos por semana oscilaban entre 70 y 90 millones
de pesos”.
El
pelotari era visto como una gran figura. No en balde el novato percibía entre 5
mil y 6 mil dólares al mes, en contraste con los 10 mil que obtenía la estrella
del espectáculo en los noventa.
Los
cinco accesos al inmueble permanecen cerrados con tablas y láminas. Tras un
segundo recorrido por las afueras del recinto, la presencia de camiones de
volteo que retiran los escombros deja al descubierto una de las puertas
principales. Dentro se aprecia la maquinaria pesada que remueve parte de las
tribunas y la cancha de 60 metros de jai-alai.
Los
rostros del poder
Las
tareas de remodelación del mayor palacio de pelota vasca en el continente,
inaugurado en 1929, comenzaron después de dos intentos fallidos, el primero en
2010 y el más reciente en 2013. Aquéllas fracasaron porque no prosperó ninguna de
las negociaciones con los inconformes. Pese a todo, la huelga se mantiene, pues
no ha sido conjurada.
En
julio de 2013, La Jornada de Oriente publicó la siguiente versión del
expelotari Juan Pablo Valdez, portavoz de los dueños: “Don Antonio Cosío (Ariño)
me dijo que el asunto laboral se arreglaba en 24 horas con su amigo el
secretario general de la CROC, pero la cosa no ha sido tan fácil y de momento
no podemos iniciar la obra”.
El
autor del texto, Oriol Mallo, narró que el propio Valdez acordó detallarle “en
persona” las causas del conflicto, “pero la entrevista en su despacho fue
cancelada el mismo viernes 5 de octubre de 2010, dos horas antes de la cita,
por orden directa del propietario del Frontón México, Antonio Cosío Ariño.
“Alonso
López, columnista del periódico Excélsior, se negó a darme información
histórica sobre el jai-alai en México para no irritar al ‘señor’ Cosío, dijo en
conversación telefónica. ‘Fue mi patrón 25 años y no quiero problemas con él’.
El cronista taurino murió el 11 de mayo de 2013 sin jamás difundir información.
Natural es preguntarse quién es ese Cosío que produce tal pavor entre sus
empleados, pasados y presentes. Fácil es la respuesta: este hijo de emigrantes
asturianos ocupa el lugar 37 entre los 100 empresarios más poderosos de
México.”
En
efecto: el hermetismo campea entre las partes involucradas. Nadie quiere
hablar, ni de parte del empresario ni de los afectados, que exponen sus
experiencias con la condición de que no se revelen sus nombres. Dicen que temen
ser golpeados, ya sea “por los guaruras del senador Isaías González o por
trabajadores de la familia Cosío”.
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