28 feb 2016

Más sobre la Ciudad de México /Sara Sefchovich,

 Más sobre la Ciudad de México /Sara Sefchovich, escritora e investigadora en la UNAM
El Universal, 28 de febrero de 2016.
La semana pasada hablé en este espacio de la recién creada (¿?) Ciudad de México. 
Vuelvo al tema porque al fin y al cabo, pensemos lo que pensemos y digamos lo que digamos, la cosa está hecha. Ya nos convirtieron en un estado más de la Federación, ya nos cambiaron el nombre, ya nos van a hacer las leyes correspondientes, organizar de otra manera y endilgarnos diputados.
   Para este efecto, el jefe de Gobierno ha nombrado a unas tres decenas de personas, que se encargarán de hacer un proyecto que se enviará al Constituyente, el cual se va a formar próximamente, y que será el responsable de elaborarla.
En esa comisión participan personas muy notables, de impecable reputación, gran inteligencia, conocimientos, experiencia, habilidades en distintos campos (políticas, sociales, culturales, jurídicas, sobre la Ciudad), por lo cual no hay nada que objetar.
Excepto, que se han dejado fuera voces que son necesarias para que esta ley que nos va a regir sea completamente adecuada y pertinente a una ciudad como la nuestra.

No están organizaciones que han dedicado muchos años a trabajar por la Ciudad y que la conocen al derecho y al revés. Pienso en grupos de vecinos y colonos, comerciantes, taxistas y transportistas. No están tampoco las personas comunes y corrientes no organizadas: el maestro y el estudiante que van a sus escuelas, el ama de casa que va al mercado, lava la ropa, tira la basura, hace trámites, paga servicios; la sirvienta, el obrero y el albañil que se trasladan de su lugar de habitación a sus empleos, los que atienden puestos de periódicos, de ropa y de tacos, que son extorsionados por toda suerte de líderes; el empleado de una oficina o tienda y el burócrata que atiende una ventanilla; la persona de la tercera edad, los trabajadores sexuales y sus clientes, los peatones, los automovilistas y los usuarios de transporte público y privado. En pocas palabras, los millones de ciudadanos que se mueven, van y vienen, hacen y deshacen, y a los que no vemos ni escuchamos pero que existen y tienen una relación con la Ciudad que requiere ser considerada a la hora de hacer las leyes.

Como existen y requieren ser considerados también los ricos y las clases medias altas a los que lo políticamente correcto siempre deja fuera, al menos en el discurso.

En términos generales, en la comisión están puros progresistas y laicos, lo cual resulta excelente para quienes pensamos que ese es el mejor camino y que hay que defender lo que ya se ha conseguido en la ciudad, pero no están los conservadores como si no vivieran también aquí, ni las distintas corrientes ideológicas y posturas políticas y religiosas de la enorme diversidad y heterogeneidad que compone la sociedad capitalina y que constituye su principal virtud y riqueza.

Nos dicen que se va a escuchar a todos, pero no se trata de eso, se trata de incluirlos. Todos estos grupos tendrían que participar de hacer el proyecto. No que se les pregunte, sino que estén directamente involucrados en su elaboración.

Esto es importante, porque como dice el novelista David Grossman, cada uno de nosotros está atrapado en su propia opinión sobre las cosas y eso no nos permite ver con claridad las necesidades del otro.

No es insignificante el hecho de que quienes componen la comisión son personas de por sí muy ocupadas, algunas con cargos que exigen tiempo completo. Ni que la media de edad sea mucho mayor que la de quienes forman las mayorías que habitan esta metrópoli. Lo primero repercutirá en el tiempo que le pueden dedicar a este asunto, lo segundo, en la visión del mundo que presidirá los debates y los resultados.

¿Qué tal si nos sacudimos el modelo de siempre, ese que asegura que sólo los intelectuales son los indicados para estas tareas y dejamos entrar otras voces, otros modos de pensar y de vivir la ciudad?

E

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