Trump no honra compromiso, no es un hombre fiable y, en el lance, ya dejó ver que, del elenco de países hostigados, amenazados o agredidos por su capricho, México es la víctima propiciatoria que, electoralmente, rinde frutos...."
Ajustar el querer y el poder
SOBREAVISO / René Delgado
Reforma, 08 Jun. 2019
La fragilidad de la soberanía quedó expuesta esta semana y, con ella, el proyecto nacional del gobierno lopezobradorista.
La amenaza del emperador de los chantajes y la severidad de las agencias calificadoras advirtieron cómo, en cuestión de días, se podría descarrilar al país y liquidar, así, la esperanza de ensayar un nuevo entendimiento y equilibrio en las relaciones internas y externas de México.
Suspensa la amenaza y vigente la descalificación, esos avisos con tintes de extorsión urgen a reconsiderar la forma y el fondo de la acción de gobierno hacia dentro y hacia afuera, a recalibrar el querer y el poder, y a fijar auténticas prioridades.
Ahora, está claro que en el peligro de una ruptura nacional cuenta tanto el factor externo como el interno.
Aun sin conocer los términos del arreglo, es exagerado hablar de un acuerdo entre México y Estados Unidos.
Blandir una amenaza con fecha inmediata de expiración y fincada en la enorme asimetría de una relación revela el brutal desprecio de Donald Trump por la diplomacia y los acuerdos. Exhibe eso y ratifica que ese método de negociación será herramienta de la cual se echará mano cuantas veces sea necesario. Nomás falta que el próximo 18 de junio, al oficializar el anuncio de su intención reeleccionista en Orlando, Florida, Donald Trump señale que el irrealizable muro en El Bravo se corrió al Suchiate y México correrá con los gastos, tal cual lo prometió.
El mandatario estadounidense salió de caza, seguro de regresar con un trofeo para galvanizar a sus seguidores y acariciar la idea de prolongar su estancia en la Casa Blanca. Poco le importó poner en duda con la amenaza el nuevo tratado de comercio, la asociación con su vecino y el entendimiento establecido durante el último cuarto de siglo. Una absurda contradicción, propia de un hombre incongruente.
De lo sucedido, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador está obligado a desprender lecciones y no dar por sentado que, superado el susto, nada habrá de ocurrir más adelante. Trump no honra compromiso, no es un hombre fiable y, en el lance, ya dejó ver que, del elenco de países hostigados, amenazados o agredidos por su capricho, México es la víctima propiciatoria que, electoralmente, rinde frutos.
La expresión "ellos nos necesitan, nosotros no" no sólo queda en la nube.
Lecciones semejantes es menester desprender del celo con que las calificadoras defienden el modelo (neoliberal) de desarrollo que, pese a sus crujimientos en muchas latitudes, ellas impulsan y arbitran. Apartarse del dogma económico aún en boga cuesta y, pudiendo, las calificadoras no darán, como no dieron, margen de tolerancia.
En esto no deja de ser curioso cómo un gobierno con tendencias proteccionistas y cómo unas calificadoras fincadas en la apertura económica cerraron coincidentemente las tenazas de la pinza que colocó al país en un brutal apuro.
Comoquiera, la descalificación de aquellas agencias no puede ignorarse y es preciso hacer ajustes para remontar la circunstancia y generar confianza a la inversión nacional y extranjera.
Si bien es reconocible la pronta, aunque precipitada, reacción del gobierno mexicano ante la agresión, ello no impide recapitular sobre los errores cometidos y avizorar ajustes en su propósito y acción.
En relación con el diferendo con Estados Unidos fueron tres. El primero y original, el vaivén en la política migratoria. El segundo y principal, no leer las reiteradas señales enviadas por el emperador de los chantajes en torno a su molestia por la creciente migración centroamericana con destino a Estados Unidos. El tercero y coyuntural ante la amenaza conjurada, enviar e integrar una importante misión a Washington sin incorporar a las autoridades responsables de la migración y la seguridad. El tema, obviamente, no era comercial.
En relación con la unidad nacional, es preciso fincarla en acuerdos fundamentales y no sólo convocarla al advertir peligros. Si el gobierno quiere concretar sin ruptura la transformación que pretende, debe tender puentes de entendimiento con todos y cada uno de los actores y factores de poder distinto al presidencial, en vez de profundizar la polarización y el desencuentro o desencadenar litigios innecesarios. Resolver, además, si impulsa la política de punto final o la de puntos suspensivos ante el pasado.
En relación con la confianza en la inversión urge equilibrar el querer y el poder, fijar cuáles son las prioridades y qué grandes obras son irrenunciables, cuáles prescindibles y cuáles pausar conforme al ritmo de la circunstancia. Rectificar y ajustar la acción de gobierno, sobre todo cuando los recortes le restan capacidad operativa y, a veces, tapan agujeros abriendo otros.
Lo ocurrido esta semana marca un punto de reflexión, pero sobre todo de inflexión, si en el ánimo de transformar se quiere sostener el rumbo y la dirección. Tal ajuste no pondría en duda quién manda aquí y, en cambio, daría confianza en el mando.
La idea del presidente López Obrador de que la mejor política exterior es la interior hoy cobra mayor importancia.
Es momento de fortalecer sin tropiezos las posibilidades de la inversión y el mercado interno sobre la base de generar certeza y confianza, sólo así se podrá encarar el factor externo y explorar en serio nuevas oportunidades. Es momento de replantear las relaciones políticas y salir de la tentación de la revancha que sólo tensa fuerzas sin sumar esfuerzos. Momento de rescatar al país.
Tal reconsideración y ajuste demanda apertura y humildad en el principal abanderado de la transformación, sólo así se podrá mantener viva la esperanza de reponer el horizonte nacional.
sobreaviso12@gmail.com
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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