El Cardenal paciente y respetuoso/Enrique González Torres SJ
Publicado en Excelsior, 14-Abr-2008;
A la memoria de nuestro querido cardenal Ernesto Corripio Ahumada
El pueblo de México despidió ayer a uno de sus guías espirituales contemporáneos más sobresalientes: el cardenal Ernesto Corripio Ahumada. Esa expresión inequívoca del pueblo, conmovida y agradecida, resume en sentimientos genuinos lo que quisiéramos que las palabras dijeran.
Quienes recibimos el favor de colaborar con él, la dicha de su magisterio y amistad, tendremos siempre presente el recuerdo de un discreto y eficaz promotor de las mejores causas humanas: la solidaridad activa con los pobres, la defensa de los derechos humanos y el llamado a la tolerancia y la concordia. Su pasión lo llevó a más. El difícil tiempo histórico que le tocó vivir, signado por violencias y desentendimientos internos y externos, no significó un obstáculo para el desempeño de su misión. Nunca claudicó. Fue un testigo y un protagonista lúcido de su época, un diplomático hábil y discreto y un jerarca respetuoso, paciente y bondadoso con sus sacerdotes y religiosas. “Paciencia”, solía decir con su espíritu franco y conciliador: “Paciencia. Acuérdense que estamos en una institución de fe”. Su obra en favor de la Iglesia y de sus fieles es inmensa, pero nunca hizo caudal de ella para fines personales. La admiración y el prestigio le llegaron como resultado natural de su entrega al servicio de los demás.
El pueblo de México despidió ayer a uno de sus guías espirituales contemporáneos más sobresalientes: el cardenal Ernesto Corripio Ahumada. Esa expresión inequívoca del pueblo, conmovida y agradecida, resume en sentimientos genuinos lo que quisiéramos que las palabras dijeran.
Quienes recibimos el favor de colaborar con él, la dicha de su magisterio y amistad, tendremos siempre presente el recuerdo de un discreto y eficaz promotor de las mejores causas humanas: la solidaridad activa con los pobres, la defensa de los derechos humanos y el llamado a la tolerancia y la concordia. Su pasión lo llevó a más. El difícil tiempo histórico que le tocó vivir, signado por violencias y desentendimientos internos y externos, no significó un obstáculo para el desempeño de su misión. Nunca claudicó. Fue un testigo y un protagonista lúcido de su época, un diplomático hábil y discreto y un jerarca respetuoso, paciente y bondadoso con sus sacerdotes y religiosas. “Paciencia”, solía decir con su espíritu franco y conciliador: “Paciencia. Acuérdense que estamos en una institución de fe”. Su obra en favor de la Iglesia y de sus fieles es inmensa, pero nunca hizo caudal de ella para fines personales. La admiración y el prestigio le llegaron como resultado natural de su entrega al servicio de los demás.
Tan discreto y cuidadoso era en el manejo de su perfil público, que muchas veces teníamos que alentarlo para que recibiera a algún medio de prensa. Desconfiaba de lo que ahora se denomina fama o imagen mediática y le gustaba permanecer alejado de los reflectores. Hacía muchas cosas a la vez y muy poco ruido. Transformaba ideas y proyectos en realizaciones. Fue gran promotor del diálogo y el acercamiento con otras religiones en su permanente cruzada humanista. Cada vez que lo visitaba, incluso ya enfermo y disminuido, no dejaba de asombrarme con cuánta paciencia fortalecía su fe y su optimismo por la vida y sus misterios. Su trayectoria eclesial fue ejemplar y seguirá siendo fuente de inspiración para las nuevas generaciones. Ingresó al seminario a los 16 años, en épocas de intolerancia religiosa que, lejos de amedrentarlo, lo impulsaron a proseguir su formación en la Universidad Gregoriana, donde recibió la ordenación sacerdotal y el grado de maestro en teología. Junto al pueblo romano vivió la tragedia y las penurias de la Segunda Guerra Mundial. Al recordar esa época, evocaba con intensa nitidez aquellos inviernos en Roma donde no había más alimento que castañas asadas.
Su participación fue clave en el acercamiento con el gobierno y en la modernización del país en cuanto a las relaciones Estado-Iglesia, un asunto que resultaba imperativo resolver. Nuevamente fue eficaz, firme y reservado.
Querido cardenal: no puedo despedirlo con dolor, sino con la misma esperanza que usted abrigaba. Mi memoria quedará fija en la decidida solidaridad con que mitigó el dolor de muchos mexicanos afectados por los sismos de 1985. Quedará fija en aquel pastor sencillo que así como montaba una mula para auxiliar a las comunidades de Oaxaca más distantes, así también compartía castañas asadas en los tristes inviernos de la Segunda Guerra Mundial. Nunca olvidaremos con cuánta paciencia, bondad y respeto recibía a todos quienes acudían a usted. Don Ernesto: el vacío que nos deja se llenará con la fe en la eternidad que usted nos inspiró.
enrique.gonzalez@nuevoexcelsior.com.mx
Querido cardenal: no puedo despedirlo con dolor, sino con la misma esperanza que usted abrigaba. Mi memoria quedará fija en la decidida solidaridad con que mitigó el dolor de muchos mexicanos afectados por los sismos de 1985. Quedará fija en aquel pastor sencillo que así como montaba una mula para auxiliar a las comunidades de Oaxaca más distantes, así también compartía castañas asadas en los tristes inviernos de la Segunda Guerra Mundial. Nunca olvidaremos con cuánta paciencia, bondad y respeto recibía a todos quienes acudían a usted. Don Ernesto: el vacío que nos deja se llenará con la fe en la eternidad que usted nos inspiró.
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