El complejo de William Shakespeare/
Felipe Fernández-Armesto, historiador y titular de la
cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame
Publicado
en EL
MUNDO, 30/11/11
A veces
las películas de Hollywood suscitan controversias que poco o nada tienen que
ver con sus rasgos puramente cinematográficos. Algunas, por su contenido,
ofenden a tal o cual minoría étnica o religiosa; otras adoptan una clara
postura política o moral que va en contra de las creencias o intereses de sus
críticos; de vez en cuando los historiadores lamentan errores o anacronismos en
los guiones de ciertas producciones… Sin embargo, todos reconocemos que
Hollywood es una factoría de entretenimiento sin excesiva obligación de
respetar la verdad. Es curioso, por tanto, que el reciente estreno de
Anonymous, una nueva película sobre la vida de Shakespeare, haya incitado a los
estudiosos más enterados del tema a publicar encendidas críticas contra el
filme en los medios de comunicación del mundo angloparlante -y, por ende, a dar
publicidad gratuita a un producto que a lo mejor no hubiera alcanzado tanto
interés entre el público sin la intervención de esas denuncias-.
Debo
confesar mi propio interés en este asunto: mi hijo Sebastián Armesto interpreta
uno de los papeles principales en Anonymous. Actúa como el gran rival de
Shakespeare, Ben Johnson, que se entromete de una manera poco honrada en líos
políticos de la época y acaba encarcelado, atormentado y medio muerto antes de
convertirse en héroe, rescatando las obras de Shakespeare de un incendio
causado por los enemigos puritanos del teatro y de la poesía.
El
argumento del filme es pese a todo bastante ridículo. Shakespeare, según la
película, no era el autor de las obras que llevan su nombre, sino el comparsa
del auténtico escritor, el conde de Oxford, a quien, por ser aristócrata, no se
le permitía admitir su autoría de obras populares. Shakespeare se ofreció, reza
el guión, al subterfugio por motivos de codicia, ni más ni menos, a pesar de ser
conocido entre sus compadres actores como idiota y analfabeto. De esa manera
logra ser uno de los hombres más alabados del mundo, a pesar de sus vicios
morales y deficiencias intelectuales. He ahí la gracia y el encanto de
Anonymous. Por supuesto, no hay quien la tome en serio más allá de algunos de
los expertos más destacados en materia shakespeariana. El decano de todos
ellos, Stanley Wells, director de la edición de las obras de Shakespeare de la
Universidad de Oxford, ha dedicado una serie de blogs, debates públicos,
entrevistas por radio y televisión, y artículos de prensa para resistir la
supuesta influencia de la película, a pesar de que no hay ni puede haber nadie
en absoluto tan falto de inteligencia crítica ni tan ignorante de la naturaleza
de Hollywood para creer que la película representa la verdad.
A Wells le
ha secundado la gran mayoría de sus colegas académicos. En la Universidad de
Warwick, en el condado de Inglaterra donde nació Shakespeare, se ha organizado
un seminario para defender la autenticidad de la tradición. En Stratford, el
pueblo materno del dramaturgo, el municipio ha suprimido simbólicamente los
nombres de las calles dedicados a temas shakespearianos para protestar en
contra a lo que llaman la tesis de la película. «Nosotros», comenta el profesor
Wells, «hacemos tonterías para responder a las tonterías de la película». En
uno de los vídeos emitidos por estos indignados, el príncipe Carlos -¡nada
menos!- aparece para asegurarnos que Shakespeare era el auténtico autor de sus
obras. En Inglaterra, la famila real nunca se permite el lujo de meter la pata
en asuntos obvios.
En EEUU la
reacción académica ha sido casi tan grave y unánime como en Inglaterra, e
incluso el Wall Street Journal dedicó una columna a una entrevista sobre el tema
con un catedrático de la Universidad de Columbia.
Ajena a la
polémica que se iba a desatar a su estreno, la película no pretende tener valor
escolástico, aunque sus agentes de publicidad han sabido aprovechar la
oportunidad que les han brindado para burlarse de los expertos indignados,
emitiendo defensas evidentemente satíricas de la identidad secreta del
verdadero autor del corpus shakespeariano.
El
director de la película es Roland Emmerich, uno de los cineastas de mayor éxito
comercial en la historia de Hollywood y cuyos títulos incluyen grandes
espectáculos de ciencia ficción, entre ellos una versión de Godzilla
(historieta de monstruos), Independence Day (sobre una invasión alienígena de
la Tierra), El día de mañana (que plantea una imagen de América destrozada por
una nueva edad de de hielo), y 2012 (que convierte el apocalipsis en un
entretenimiento bastante divertido). Su nueva empresa es, por lo visto, otra
fantasía más. El argumento de Anonymous incluye muchas burradas absolutamente
increíbles, tales como la sugerencia de que el conde de Oxford era a la vez el
hijo bastardo y el amante de la reina Isabel I; que el conde de Southampton -a
quien Shakespeare dedicó dos antologías poéticas- era el hijo que nació de esa
unión incestuosa; y que la obra de Shakespeare Ricardo III, una pieza
propagandística en loor a la dinastía de la reina, era un escrito sedicioso que
se estrenó para apoyar una rebelión.
De todas
formas, es absolutamente imposible que el conde de Oxford hubiese podido ser el
verdadero autor, por el hecho incontestable de que murió en 1604, mientras que
nuevas obras de Shakespeare siguieron estrenándose hasta 1614. Ninguna
película, por entretenida que fuese, sería capaz de convencer a una persona
intelectualmente normal de la tesis contraria.
La
controversia actual, por tanto, no surge de la credibilidad del debate sobre la
identidad del autor de las obras de Shakespeare, ni de ninguna propuesta seria
que sugiera la película. Para comprender la furia de los indignados hay que
darse cuenta del papel de Shakespeare en la mentalidad anglosajona. La historia
del mundo angloparlante está llena de grandes hazañas militares e
imperialistas, pero carece de gran arte. Los ingleses han fundado y perdido más
imperios que cualquier otro pueblo, pero su única primacía artística es en el
campo de la jardinería. Los estadounidenses sucedieron a los ingleses como la
gran superpotencia mundial, pero sus únicas aportaciones originales al
patrimonio artístico del mundo son el jazz y las películas de Hollywood. Para
los angloparlantes, Shakespeare es como Dante en Italia, o Cervantes en España,
o Tolstoi en Rusia. Es el escritor cuya fama mundial eleva a todo un pueblo a
compartir la categoría de genios.
Pero a
diferencia de Dante, Cervantes o Tolstoi, Shakespeare no tiene paisanos de la
misma categoría ni méritos objetivamente suficientes para justificar su
reputación. Algunas de sus obras, que, gracias a Dios, no se representan nunca,
como El rey Juan o Pericles, príncipe de Tira, son fatales; otras, como Tito
Andrónico, son de una crudeza intragable; y algunas más, como El rey Lear, sí
tienen poesía de una belleza apreciable, pero son difíciles de representar con
éxito sin profundas intervenciones redactoras. Sus argumentos son, por la mayor
parte, poco racionales. Muchos de sus personajes son estereotipos: todos los
reyes tienen la misma voz hinchada, todos los payasos repiten el mismo humor y
hasta los mismos chistes. El Imperio británico inventó e impuso a Shakespeare
como el mayor escritor del mundo. Por tanto, si se cuestiona el halo legendario
que rodea a Shakespeare, una de claves de la presunta superioridad mundial
anglosajona se desmitificará. Si se insulta su memoria, toda Inglaterra y su
reinado moral comienza a temblar. He aquí el motivo de la reacción desigual a
la película de Emmerich. La respuesta digna por parte de un profesor sería
callarse. El filme es una extravagancia típica de Hollywood, y desde una óptica
académica ni siquiera vale la pena lanzar críticas contra él.
Irónicamente,
Emmerich es de procedencia alemana, el país país donde más se venera, fuera del
mundo de habla inglesa, la tradición shakespeariana, donde más libros y
representaciones teatrales se han dedicado a sostener el culto del supuesto
genio. En cierto sentido, no es extraño que el director siga apoyando la tesis
de la grandeza desproporcionada de las obras de Shakespeare, mientras somete la
identidad del autor a un interrogatorio burlesco. Como comenta el personaje
representado por mi hijo, el autor del teatro shakespeariano, según la
película, era «el alma del mundo» de su época, y «si se nos conmemora a
nosotros, será sólo porque compartimos el mismo aire con él».
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