29 mar 2015

La opción del perdón/ (y olvido)

Revista Proceso No. 2004, 28 de marzo de 2015
La opción del perdón/RAFAEL CRODA
BOGOTÁ.- El sacerdote, sociólogo y experto colombiano en resolución de conflictos Leonel Narváez sabe que con el caso Ayotzinapa enfrentará lo que quizá constituya el mayor desafío en su larga carrera como pacificador.
Luego de vivir 10 años con las tribus Oromo en el oriente de África; de participar en el fallido proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC en el Caguán (1998-2002),  y de rehabilitar a asesinos descarnados, él observa el caso Ayotzinapa como un conflicto estremecedor que puso de manifiesto la descomposición social registrada en diversas regiones de México.
En esas zonas, afirma, el sentimiento de venganza entre criminales, entre la gente, entre las víctimas de la delincuencia, está en el origen de la violencia y de su crecimiento exponencial.
Con esa certeza, y convencido de que el perdón, en su concepto más laico, es el primer paso para pacificar a las sociedades y a los países, y para cerrarle el paso a la sed de venganza, el padre Leonel prepara un viaje a México para reunirse con los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos la noche del pasado 26 de septiembre.

“Me toca enfrentar este tema. Yo voy dentro de un mes a encontrarme con los papás de estos chicos. Y no sé cómo me irá ahí”, dice a Proceso este sociólogo de la Universidad de Cambridge, filósofo, teólogo y misionero católico que trabaja en 15 países con sus Escuelas de Perdón y Reconciliación (Espere), en las cuales aplica una novedosa metodología de resolución de conflictos que desarrolló en la Universidad de Harvard.
Sabe que los deudos de los normalistas están dolidos con las autoridades, con los victimarios y con la vida. Cree que los va a encontrar con la cara fruncida “y con ojos como de revólver, como de metralleta, con toda razón, por el tamaño del daño que han sufrido”.
 El padre Leonel les va a decir: “Ustedes tienen que luchar por cuatro cosas: primero, porque haya verdad sobre lo que pasó con sus hijos. Segundo, por justicia; tienen que exigir justicia, y en cuanto más justicia, mejor. Tercero, tienen que exigir reparación, y cuarto, tienen que exigir garantías de no repetición”.

Luego les explicará que hay algo más que ellos necesitan hacer para que su lucha por verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición sea más eficaz y les dé mejores resultados,  “y eso es superar el coraje, la rabia y el rencor”.

Para ello, afirma, lo primero que deben hacer es perdonar, y aclara: “El perdón no es olvidar, no es negar la justicia ni el dolor; no es ir a abrazarse con los del gobierno ni con los ofensores. De hecho, perdón no quiere decir reconciliación. Puede haber perdón sin reconciliación porque el perdón, finalmente, es un ejercicio de sanación, de lavado interior, de asepsia, de estética personal, que nos va a permitir estar mejor preparados para la lucha”.

–¿Por qué es mejor luchar desde el perdón que desde el coraje? –se le pregunta.

–Porque una persona con rencor, coraje y deseos de venganza no piensa bien. Es una persona que hay que sanar porque va a estar enferma, se le va a dañar el trabajo, se le va a dañar el matrimonio, y eso limita las posibilidades de su lucha.

Rabia social

El padre Leonel considera que las técnicas de resolución de conflictos tienen alcances limitados si no toman en cuenta las rabias, odios y sentimientos de venganza que subyacen ocultos en los entramados sociales atrapados por la violencia.

Sostiene que “esas rabias y rencores no son sólo individuales, sino colectivos sobre todo, y tanto en la práctica como en la teoría sabemos muy poco sobre ellos”. Dice que todo proceso de resolución de conflictos está destinado a fallar si no ofrece una solución a ese tipo de sentimientos primarios.

Este sacerdote de la orden de los Misioneros de La Consolata tiene una misión en la vida: pacificar conglomerados humanos a partir del trabajo con las personas.

Conoce México porque sus centros Espere operan en ese país desde hace una década. Comenzó en Monterrey, Nuevo León, cuando los cárteles del Golfo y de Los Zetas se apoderaron de la vida de los barrios más pobres de esa ciudad. El padre Narváez llevó a ellos sus escuelas de perdón, en las que trabaja con sicarios, madres de jóvenes ejecutados, víctimas de la extorsión y gente aterrorizada por el crimen. Él mismo vio cuerpos decapitados y cadáveres colgados en las calles.

Luego llevó el proyecto a Coahuila y Tamaulipas y hoy trabaja en 21 estados de la República en los que ha entrenado a decenas de personas que imparten los cursos. El trabajo es financiado con donaciones y ayudas mayoritariamente privadas.

Al estado de Guerrero lo llevaron los sacerdotes y académicos jesuitas de la Universidad Loyola del Pacífico, con base en Acapulco, donde conectó con el caso Ayot­zinapa por la proximidad geográfica y emocional con la tragedia y por su relación con el arzobispo de ese puerto turístico, Carlos Garfias Merlos, quien ha exigido a las autoridades justicia y respuestas eficaces a tanta violencia.

–¿Y qué  trabajo va a hacer con los padres de los normalistas desaparecidos? —se le pregunta al padre Leonel.

–Vamos a hacer los cursos de perdón. Son unas 30 horas trabajando en el perdón y otras 30 horas en la reconciliación. Ahí le ayudamos a la gente a superar el dolor con ejercicios lúdicos y grupales. Lo que buscamos es pasar de los abismos de la retaliación, de las ganas de venganza, a narrativas de bondad y compasión por el ofensor.  La gente lo logra, y queda agradecida y feliz.

–¿Y piensa lograr lo mismo en un caso tan agraviante, como el de Ayotzinapa, donde hay tantas víctimas y tantos responsables, desde el Estado hasta el crimen organizado?

–Es un caso muy complejo, difícil, pero también el caso de la guardería ABC (de Hermosillo, Sonora, donde fallecieron 49 niños en 2009) es difícil y complicado, ahí estamos haciendo un trabajo que ha dado resultados, con los padres de los niños. Con los padres de las víctimas de Ayotzinapa voy a utilizar el mismo argumento: “Muchachos, luchemos por estas cuatro cosas: por verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, y además por sanar la rabia, el rencor y el deseo de venganza, con base en el perdón”.

–¿Ese es un mensaje religioso?

–No… es que cuando un cura habla del perdón se cree que es tema de la Iglesia, pero esto tiene bases muy científicas, mucha inspiración en las ciencias sociales. El asunto es hacer del perdón un tema de cultura ciudadana, un tema de la calle, de lo cotidiano, y sacarlo de las Iglesias y de las sacristías. En el fondo, claro, el perdón tiene un componente espiritual, no religioso, si tú lo quieres, porque la persona saca lo mejor de sí, y eso le genera una autoestima maravillosa.

Pedagogía de la reconciliación

El padre Leonel desarrolló su metodología del perdón en la Universidad de Harvard, en la cual cursó un posgrado en resolución de conflictos luego de la frustración que le causó en 2002 la ruptura del proceso de paz entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el cual había iniciado tres años y medio antes en el Caguán, un municipio del sur del país en cuyo Vicariato trabajó acompañando esos diálogos.

En Harvard se encontró con la cultura ciudadana del perdón y la reconciliación. Junto con un grupo de académicos de múltiples disciplinas (antropólogos, abogados, sociólogos, psiquiatras, médicos y politólogos) investigó los factores que más inciden en las sociedades violentas y encontró que la venganza es uno de los más determinantes.

Por ello el objetivo central de su pedagogía es cortar el ciclo de retaliaciones, sanar las rabias individuales y colectivas y enseñar a las personas victimizadas por el crimen a perdonar.

“Es la única manera de romper la dialéctica del ojo por ojo”, dice.

Tras su paso por Harvard, el padre Leonel regresó a Colombia, donde en 2003 aplicó su programa de resolución de conflictos en 60 barrios de Bogotá golpeados por la drogadicción y el control del crimen organizado.

El experimento resultó tan exitoso que logró pacificar barrios enteros y reconciliar a miles de víctimas con sus victimarios a través del perdón.

De acuerdo con el sacerdote y filósofo, un desafío crucial en países como México y Colombia, azotados por la violencia, es cómo construir una cultura nueva que transforme el conflicto en esperanza y propicie la paz.

“Paradójicamente, los sacerdotes y religiosos, que debiéramos ser expertos en perdón y reconciliación, sabemos muy poco de esos temas”, asegura.

Por ello él imparte clases de perdón a sus colegas. El mes pasado (febrero), 23 obispos de varios países latinoamericanos recibieron en Bogotá el curso del padre Leonel. Entre ellos estuvo Garfias Merlos, el arzobispo de Acapulco, Guerrero, quien ha replicado en su Arquidiócesis el modelo de las escuelas Espere. En septiembre próximo, el padre Leonel dictará su curso a todos los obispos mexicanos.

En su empeño por hacer del perdón un acto terrenal y cercano a la gente que sufre la violencia, el religioso ha escrito el Manual de Perdón, el Manual de Reconciliación y La revolución del Perdón, entre otros títulos.

“Existen millones de obras sobre el perdón con Dios, pero las que hablaban del perdón con el otro son muy pocas. El tema del perdón y la reconciliación es todavía incipiente en las ciencias sociales y, sin embargo, tiene una genética interna muy poderosa”, explica el religioso, quien es presidente de la Fundación para la Reconciliación, la cual él mismo creó para manejar su programa.

El padre Leonel cree que México es un país “con muchos rencores acumulados desde hace varios años y con niveles de venganza muy crueles”.  Dice que así lo evidencian casos como el de Ayotzinapa; las masacres de las guerras entre los cárteles de la droga y las decenas de fosas comunes, decapitados y cadáveres colgando que han aparecido en áreas urbanas en los últimos años.

“La herramienta que más usa el narcotraficante es la venganza, y eso se aprecia de manera muy clara en México. En las extorsiones y secuestros subyace el sentimiento de venganza de delincuentes pobres que ven esos actos no sólo como una forma de vida, sino como una venganza contra personas que han tenido más oportunidades que ellos en la vida. En ese contexto prolifera la estrategia de la crueldad”, sostiene.

–¿Se refiere a contextos de exclusión social?

–Sí, desde luego, porque la gente tiene dos problemas cotidianos, la pobreza y la exclusión, y esos problemas generan violencia. Lo que hay que hacer entonces es trabajar en dos vías, en la parte policial y en la parte sociocultural, pero los gobiernos no acaban de entender esto.  


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