Revista
Proceso
No. 2004, 28 de marzo de 2015
La
opción del perdón/RAFAEL
CRODA
BOGOTÁ.-
El sacerdote, sociólogo y experto colombiano en resolución de conflictos Leonel
Narváez sabe que con el caso Ayotzinapa enfrentará lo que quizá constituya el
mayor desafío en su larga carrera como pacificador.
Luego
de vivir 10 años con las tribus Oromo en el oriente de África; de participar en
el fallido proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las
FARC en el Caguán (1998-2002), y de
rehabilitar a asesinos descarnados, él observa el caso Ayotzinapa como un
conflicto estremecedor que puso de manifiesto la descomposición social
registrada en diversas regiones de México.
En
esas zonas, afirma, el sentimiento de venganza entre criminales, entre la
gente, entre las víctimas de la delincuencia, está en el origen de la violencia
y de su crecimiento exponencial.
Con
esa certeza, y convencido de que el perdón, en su concepto más laico, es el
primer paso para pacificar a las sociedades y a los países, y para cerrarle el
paso a la sed de venganza, el padre Leonel prepara un viaje a México para
reunirse con los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos la
noche del pasado 26 de septiembre.
“Me
toca enfrentar este tema. Yo voy dentro de un mes a encontrarme con los papás
de estos chicos. Y no sé cómo me irá ahí”, dice a Proceso este sociólogo de la
Universidad de Cambridge, filósofo, teólogo y misionero católico que trabaja en
15 países con sus Escuelas de Perdón y Reconciliación (Espere), en las cuales
aplica una novedosa metodología de resolución de conflictos que desarrolló en
la Universidad de Harvard.
Sabe
que los deudos de los normalistas están dolidos con las autoridades, con los
victimarios y con la vida. Cree que los va a encontrar con la cara fruncida “y
con ojos como de revólver, como de metralleta, con toda razón, por el tamaño
del daño que han sufrido”.
Luego
les explicará que hay algo más que ellos necesitan hacer para que su lucha por
verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición sea más eficaz y les
dé mejores resultados, “y eso es superar
el coraje, la rabia y el rencor”.
Para
ello, afirma, lo primero que deben hacer es perdonar, y aclara: “El perdón no
es olvidar, no es negar la justicia ni el dolor; no es ir a abrazarse con los
del gobierno ni con los ofensores. De hecho, perdón no quiere decir reconciliación.
Puede haber perdón sin reconciliación porque el perdón, finalmente, es un
ejercicio de sanación, de lavado interior, de asepsia, de estética personal,
que nos va a permitir estar mejor preparados para la lucha”.
–¿Por
qué es mejor luchar desde el perdón que desde el coraje? –se le pregunta.
–Porque
una persona con rencor, coraje y deseos de venganza no piensa bien. Es una
persona que hay que sanar porque va a estar enferma, se le va a dañar el
trabajo, se le va a dañar el matrimonio, y eso limita las posibilidades de su
lucha.
Rabia
social
El
padre Leonel considera que las técnicas de resolución de conflictos tienen
alcances limitados si no toman en cuenta las rabias, odios y sentimientos de
venganza que subyacen ocultos en los entramados sociales atrapados por la
violencia.
Sostiene
que “esas rabias y rencores no son sólo individuales, sino colectivos sobre
todo, y tanto en la práctica como en la teoría sabemos muy poco sobre ellos”.
Dice que todo proceso de resolución de conflictos está destinado a fallar si no
ofrece una solución a ese tipo de sentimientos primarios.
Este
sacerdote de la orden de los Misioneros de La Consolata tiene una misión en la
vida: pacificar conglomerados humanos a partir del trabajo con las personas.
Conoce
México porque sus centros Espere operan en ese país desde hace una década.
Comenzó en Monterrey, Nuevo León, cuando los cárteles del Golfo y de Los Zetas
se apoderaron de la vida de los barrios más pobres de esa ciudad. El padre
Narváez llevó a ellos sus escuelas de perdón, en las que trabaja con sicarios,
madres de jóvenes ejecutados, víctimas de la extorsión y gente aterrorizada por
el crimen. Él mismo vio cuerpos decapitados y cadáveres colgados en las calles.
Luego
llevó el proyecto a Coahuila y Tamaulipas y hoy trabaja en 21 estados de la
República en los que ha entrenado a decenas de personas que imparten los
cursos. El trabajo es financiado con donaciones y ayudas mayoritariamente
privadas.
Al
estado de Guerrero lo llevaron los sacerdotes y académicos jesuitas de la
Universidad Loyola del Pacífico, con base en Acapulco, donde conectó con el
caso Ayotzinapa por la proximidad geográfica y emocional con la tragedia y por
su relación con el arzobispo de ese puerto turístico, Carlos Garfias Merlos,
quien ha exigido a las autoridades justicia y respuestas eficaces a tanta
violencia.
–¿Y
qué trabajo va a hacer con los padres de
los normalistas desaparecidos? —se le pregunta al padre Leonel.
–Vamos
a hacer los cursos de perdón. Son unas 30 horas trabajando en el perdón y otras
30 horas en la reconciliación. Ahí le ayudamos a la gente a superar el dolor
con ejercicios lúdicos y grupales. Lo que buscamos es pasar de los abismos de
la retaliación, de las ganas de venganza, a narrativas de bondad y compasión
por el ofensor. La gente lo logra, y
queda agradecida y feliz.
–¿Y
piensa lograr lo mismo en un caso tan agraviante, como el de Ayotzinapa, donde
hay tantas víctimas y tantos responsables, desde el Estado hasta el crimen
organizado?
–Es
un caso muy complejo, difícil, pero también el caso de la guardería ABC (de
Hermosillo, Sonora, donde fallecieron 49 niños en 2009) es difícil y
complicado, ahí estamos haciendo un trabajo que ha dado resultados, con los
padres de los niños. Con los padres de las víctimas de Ayotzinapa voy a
utilizar el mismo argumento: “Muchachos, luchemos por estas cuatro cosas: por
verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, y además por sanar
la rabia, el rencor y el deseo de venganza, con base en el perdón”.
–¿Ese
es un mensaje religioso?
–No…
es que cuando un cura habla del perdón se cree que es tema de la Iglesia, pero
esto tiene bases muy científicas, mucha inspiración en las ciencias sociales.
El asunto es hacer del perdón un tema de cultura ciudadana, un tema de la
calle, de lo cotidiano, y sacarlo de las Iglesias y de las sacristías. En el
fondo, claro, el perdón tiene un componente espiritual, no religioso, si tú lo
quieres, porque la persona saca lo mejor de sí, y eso le genera una autoestima
maravillosa.
Pedagogía
de la reconciliación
El
padre Leonel desarrolló su metodología del perdón en la Universidad de Harvard,
en la cual cursó un posgrado en resolución de conflictos luego de la
frustración que le causó en 2002 la ruptura del proceso de paz entre el
gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), el cual había iniciado tres años y medio antes en el Caguán, un
municipio del sur del país en cuyo Vicariato trabajó acompañando esos diálogos.
En
Harvard se encontró con la cultura ciudadana del perdón y la reconciliación.
Junto con un grupo de académicos de múltiples disciplinas (antropólogos,
abogados, sociólogos, psiquiatras, médicos y politólogos) investigó los
factores que más inciden en las sociedades violentas y encontró que la venganza
es uno de los más determinantes.
Por
ello el objetivo central de su pedagogía es cortar el ciclo de retaliaciones,
sanar las rabias individuales y colectivas y enseñar a las personas
victimizadas por el crimen a perdonar.
“Es
la única manera de romper la dialéctica del ojo por ojo”, dice.
Tras
su paso por Harvard, el padre Leonel regresó a Colombia, donde en 2003 aplicó
su programa de resolución de conflictos en 60 barrios de Bogotá golpeados por
la drogadicción y el control del crimen organizado.
El
experimento resultó tan exitoso que logró pacificar barrios enteros y
reconciliar a miles de víctimas con sus victimarios a través del perdón.
De
acuerdo con el sacerdote y filósofo, un desafío crucial en países como México y
Colombia, azotados por la violencia, es cómo construir una cultura nueva que
transforme el conflicto en esperanza y propicie la paz.
“Paradójicamente,
los sacerdotes y religiosos, que debiéramos ser expertos en perdón y
reconciliación, sabemos muy poco de esos temas”, asegura.
Por
ello él imparte clases de perdón a sus colegas. El mes pasado (febrero), 23
obispos de varios países latinoamericanos recibieron en Bogotá el curso del
padre Leonel. Entre ellos estuvo Garfias Merlos, el arzobispo de Acapulco,
Guerrero, quien ha replicado en su Arquidiócesis el modelo de las escuelas
Espere. En septiembre próximo, el padre Leonel dictará su curso a todos los
obispos mexicanos.
En
su empeño por hacer del perdón un acto terrenal y cercano a la gente que sufre
la violencia, el religioso ha escrito el Manual de Perdón, el Manual de
Reconciliación y La revolución del Perdón, entre otros títulos.
“Existen
millones de obras sobre el perdón con Dios, pero las que hablaban del perdón
con el otro son muy pocas. El tema del perdón y la reconciliación es todavía
incipiente en las ciencias sociales y, sin embargo, tiene una genética interna
muy poderosa”, explica el religioso, quien es presidente de la Fundación para
la Reconciliación, la cual él mismo creó para manejar su programa.
El
padre Leonel cree que México es un país “con muchos rencores acumulados desde
hace varios años y con niveles de venganza muy crueles”. Dice que así lo evidencian casos como el de
Ayotzinapa; las masacres de las guerras entre los cárteles de la droga y las
decenas de fosas comunes, decapitados y cadáveres colgando que han aparecido en
áreas urbanas en los últimos años.
“La
herramienta que más usa el narcotraficante es la venganza, y eso se aprecia de
manera muy clara en México. En las extorsiones y secuestros subyace el
sentimiento de venganza de delincuentes pobres que ven esos actos no sólo como
una forma de vida, sino como una venganza contra personas que han tenido más
oportunidades que ellos en la vida. En ese contexto prolifera la estrategia de
la crueldad”, sostiene.
–¿Se
refiere a contextos de exclusión social?
–Sí,
desde luego, porque la gente tiene dos problemas cotidianos, la pobreza y la
exclusión, y esos problemas generan violencia. Lo que hay que hacer entonces es
trabajar en dos vías, en la parte policial y en la parte sociocultural, pero
los gobiernos no acaban de entender esto.
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