La
Vanguardia | 29 de marzo de 2015
Ayer
28 de marzo del 2015 se cumplieron quinientos años del nacimiento de Teresa de
Jesús. A mi juicio una de las personalidades femeninas más interesantes de la
historia conventual europea. El papa Francisco declaró el 2014-2015 año jubilar
teresiano y entre los múltiples actos organizados para celebrarlo ayer terminó
en Ávila una peregrinación bautizada como Camino de la Luz, cuyo propósito era
recorrer treinta países de cinco continentes llevando el bastón de la santa
como reliquia.
Confieso
que mi devoción por Teresa de Jesús es enorme, aunque muy escasa por las
reliquias. En eso, como en tantas otras cosas, me siento erasmista y seguidora
de Alfonso de Valdés, que ridiculizó el asunto contando que tres iglesias
aseguraban conservar nada menos que el prepucio del Niño Jesús.
Con
Santa Teresa los fetichistas sacros se han cebado de mala manera. Sus restos
andan diseminados por diversas iglesias y conventos nacionales y extranjeros.
En la iglesia de la Anunciación de Alba de Tormes, donde murió, se guarda en un
sepulcro de mármol su cuerpo mutilado. El corazón y un brazo se conservan
aparte en el mismo lugar. En Ronda se pueden ver el ojo izquierdo y el famoso
brazo que el general Valera reconquistó a los republicanos, siguiendo ordenes
de Franco, y que pasó a formar parte de los trofeos del dictador hasta su
muerte, ya que el brazo teresiano también fue llevado al hospital donde el
general pasó sus últimos días, acompañándole en la agonía. El pie derecho y la
mandíbula superior fueron a parar a Roma, un dedo, a la iglesia de Loreto en
París y otras extremidades se reparten por los relicarios del mundo.
La
dispersión de los restos de Santa Teresa no deja de ser una suerte para quienes
veneran tales reliquias y una garantía de su continuidad. La Iglesia y en
especial la orden del Carmelo fueron muy hábiles al aceptar trocear el cuerpo
de la Doctora de la Iglesia, curándose en salud y avanzándose a las modernas
directrices de los economistas: no hay que poner jamás todos los huevos en el
mismo cesto. Al contrario: la diversificación de los productos financieros en
los que cabe invertir o los distintos negocios en los que se meten los ricos
para asegurar sus capitales es una buena prueba de la importancia de tal
proceder. De manera que si por una mala casualidad se perdiera el pie derecho
de Santa Teresa o un funesto terremoto hiciera polvo su brazo izquierdo o
cualquier desaprensivo robara su mandíbula siempre quedarían a salvo otras
partes del cuerpo y los aficionados a peregrinar en su busca o los devotos de
las reliquias seguirían pudiendo venerarlas. De ahí que suponga que al alcalde
de Ávila o al de Gotarrendura, pueblo abulense en el que tal vez pudo nacer la
escritora, no se les ocurrirá tratar de pedir que se reúnan los dispersos
restos de Teresa para capitalizarlos, algo que originaría, imagino, cruentas
batallas devotas.
Si
Cervantes hubiera contado con un despiece parecido al que se originó con el del
cuerpo de la santa tendríamos diversos lugares donde venerarle. Claro que el
autor de El Quijote no ha sido elevado a los altares como lo fue la Doctora de
la Iglesia. Propuesta también, en hermandad con Santiago Apóstol, como patrona
de España, causa en la que mediaron los carmelitas frente a muchos misóginos,
como el gran Quevedo que arguyó en su panfleto Su espada por Santiago solo y
único patrón de las Españas que sus méritos eran mucho mayores que los de la
monja, que se quedó solo en patrona de los escritores.
Es
una lástima que la alcaldesa de Madrid, tras el fracaso de conseguir la
Olimpiada no haya podido terminar su mandato con una victoria cultural, aunque
por ser cultural y no deportiva, de importancia mucho menor, por más que
afectara a los despojos del creador de la novela moderna y uno de los grandes clásicos
de la literatura universal. Según parece, el equipo dirigido por el doctor
Etxebarria sólo ha encontrado indicios de que entre los huesos revueltos de la
cripta, a la que pudieron pasar los de Cervantes, estén los del escritor. En el
informe se concluye con que se necesitan más pruebas, aunque quizás tampoco
resultarían determinantes para dar con los restos cervantinos. En consecuencia,
estamos donde estábamos antes de empezar la búsqueda y sabemos lo que sabíamos:
En el convento de las Trinitarias fue enterrado Cervantes. Que sus huesos
permanezcan sin señalizar tras urna protectora y transparente en la que puedan
ser contemplados es mejor a que se nos hubiera dado gato por liebre, algo que
hubiera convenido a los políticos que han impulsado la búsqueda, pero que tenía
que repugnar sin duda a la ética de los científicos.
Los
diseminados huesos de Teresa de Jesús y los zarandeados huesos de Cervantes
resultan en el fondo asuntos anecdóticos. El mejor tributo que podemos rendir a
ambos es leerles. Dejémonos de reliquias y de huesos. Venerémosles entre las
líneas de sus libros. Busquemos su alma que está ahí. Estoy segura. Nos la
entregaron para siempre en sus obras.
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