Semanario
Proceso
# 2023, 8 de agosto de 2015...
Retrato
de fotógrafo/NOÉ ZAVALETA
La delincuencia
“tiene nexos con trabajadores de los medios de comunicación” (…) Pero “se va a
sacudir el árbol y van a caer varias manzanas podridas (…) Sobre advertencia no
hay engaño…”, dijo el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, un mes antes de
que fuera asesinado en el DF el fotoperiodista de Proceso y Cuartoscuro Rubén
Espinosa Becerril, quien había salido huyendo por acoso e intimidaciones
policiacas de un estado donde, en efecto, suelen achacarse los crímenes de
periodistas críticos a sus vínculos con grupos delictivos… Pero, ¿quién era
Rubén?…
XALAPA,
Ver.- Rubén Espinosa Becerril solía llegar a las escalinatas del café La
Parroquia para sentarse, consumir el primer cigarro matutino (8:30 horas) y
colgarse del Wi-Fi gratuito con el fin de indagar cuál sería la primera
manifestación del día. Si no se avizoraba ninguna protesta, soltaba: “¡Vale
madre. No hay nada!”
Su
jornada empezaba cuando la mayoría de los reporteros apenas preparaban la ducha
o el desayuno, y concluía cuando muchos de ellos ya se encontraban en casa. Así
era el fotoperiodista de Proceso y Cuartoscuro conocido como “Rubencillo”,
quien fue asesinado arteramente el viernes 31 de julio, junto con cuatro
mujeres, en un departamento de la colonia Narvarte de la Ciudad de México.
Rubén
Espinosa llevaba ya cerca de ocho años residiendo en la entidad, la mitad del
tiempo en el puerto de Veracruz y la otra mitad en Xalapa. Durante ese lapso,
el defeño de nacimiento colaboró en diversos medios: Proceso, Cuartoscuro, AVC
Noticias, El Golfo Info y Tribuna.
Siempre
apasionado de su trabajo, de risa franca, fumador empedernido, amante de su
perro Cosmos y “vocero de a gratis” de las causas sociales, Rubén Espinosa
entró a colaborar en Proceso en el año 2012. Desde entonces rehuía cubrir los
actos oficiales, pero si alguno de los medios locales en que tenía
participación le ordenaba cubrir algún evento de ese tipo, buscaba el rostro y
la silueta más grotescos de cada servidor público. Era experto en ridiculizar a
los miembros de todos los partidos, aunque, según sus amigos, al único que
respetaba era a Andrés Manuel López Obrador.
Se
fue volviendo experto en manifestaciones y dejó notables registros del
movimiento anti-PRI, del #YoSoy 132, la disidencia del SNTE, las protestas por
la reforma educativa, la inconformidad universitaria por el aumento al
transporte público, el inicio de la defensa de la cuenca del río Los Pescados y
las Dunas de San Isidro en Veracruz, así como de las inconformidades contra el
gobierno de Javier Duarte por parte de campesinos, organizaciones y sectores
que reclamaban las promesas incumplidas.
Raziel
Roldán, videógrafo de Plumas Libres que durante el velorio de Espinosa en el
Distrito Federal se presentó como “su hermano”, lo recuerda así: “Siempre
estábamos juntos en todas las coberturas de manifestaciones, denuncias,
conferencias, talleres, exposiciones y marchas. Marchas sobre todo. Nos
cuidábamos mutuamente. Siempre nos regañaba por separarnos durante el acto,
aunque a veces se apasionaba tanto –disparando fotos– que él nos olvidaba a
nosotros”.
Detalla
que Rubén le tomó tanto afecto que pasaban horas platicando de su infancia, de
sus amigos del DF, de su pasado y de sus proyectos: “Siempre tenía una forma de
contarte los sucesos que te atrapaba. Bromeábamos con las cosas que veíamos en
el día. Cuando tenía algún problema, él era el primero que trataba de ayudarme
y no me dejaba caer”.
Fue
Raziel, quien también se considera su “alumno”, el último periodista que vio a
Rubén en la Ciudad de México un fin de semana antes de morir: “Caminamos por
las calles, como si estuviéramos en Xalapa. Al otro día trabajamos juntos por
última vez, cubriendo una conferencia sobre el ataque de militares a comuneros
de Ostula. Nos despedimos con un gran abrazo y nos dijimos hasta luego”.
No
a las migajas del poder
Juan
David Castilla, de Sala Negra, asegura que Rubén Espinosa dejó un legado entre
las nuevas generaciones de periodistas veracruzanos: “Un periodismo crítico y
siempre honesto”, dice, y cuenta que se “enervaba” cuando algún político, jefe
de prensa u organización pretendían darle “gratificación” por la cobertura de
algún evento: “Nos dio consejos, advertencias y críticas constructivas. Su
honestidad la ejercía a capa y espada. Estaba en contra de eso. Decía que uno
tenía que vivir de su sueldo y rechazar las migajas que dejaba el poder”.
Para
Castilla, la muerte de Rubén causa “rabia” y hace que “hierva” la sangre del
gremio, lo que explica las diversas manifestaciones en el Distrito Federal y en
Xalapa para exigir justicia “por Rubén y por todos los compañeros que han sido
asesinados en el gobierno de Javier Duarte”.
Mientras
en el DF corrían las versiones –sin sustento– de que Rubén Espinosa y las
cuatro mujeres asesinadas “convivieron con sus victimarios”, Fadia Moreno,
editora de fotografía de La Jornada Veracruz, rechazaba tal especie: “Rubén era
una persona muy selectiva con sus amistades, muy desconfiado; no intimaba tan
fácilmente. Sin embargo, de los que estimaba siempre estaba pendiente, al
cuidado y aconsejando. Una vez reunió a los de su confianza con el fin de
inculcar ciertos protocolos de seguridad para cubrir las manifestaciones”.
También
Fadia Moreno lo llama “maestro”, pues detalla que cuando le enseñaba ángulos y
tomas, la motivaba a trabajar y a no abandonar el gusto por la imagen: “Me
decía que había que ser críticos con lo malo y admirar lo bueno de cada imagen.
Como que siempre nos desparasitaba a los más jóvenes”.
Con
este reportero, Rubén tuvo varias giras en el norte y el sur de la entidad. En
Coatzacoalcos, para retratar la obra inconclusa del Túnel Sumergido y el Cristo
de Villa Allende (Proceso 1886), pasó cuatro horas bajo el inclemente sol
sureño (35 grados) buscando sus mejores aspectos y composición. Al llegar al
hotel para descargar imágenes en su computadora, se quejó de que en la obra
sacra la posición del Sol no le favoreció. Al día siguiente se paró a las 7:00
de la mañana y regresó pasadas las 10:00 de la mañana. Presumió de que tenía
“la toma precisa” y hasta el testimonio de unos pescadores sobre el abandono de
las obras por parte del alcalde priista Marcos Theurel”.
Monitoreo
de halcones
En
Tuxpan y en Poza Rica, Espinosa fue comisionado para registrar obras
inconclusas del gobierno de Duarte antes del tercer informe. En dicha zona, de
alta incidencia delictiva por la presencia de Los Zetas, el fotoperiodista
instó al reportero a “guarecerse temprano” en el hotel, “y al detectar un
monitoreo de halcones me dijo: ‘ponte verga, y sígueme’. Se metió al Oxxo más
cercano, apretó con fuerza su equipo y empezó a hablar ‘en voz alta’ de que al
otro día ‘nos íbamos’ tras entrevistar al alcalde –situación que ni siquiera
estaba planeada–. Enterados de la conversación, quienes seguían a Rubén y al
reportero se dispersaron en medio de la oscuridad”.
A
la corresponsal Verónica Espinosa, Rubén también la acompañó a una gira por
Atzalan y Altotonga, para realizar un trabajo sobre la farsa de la Cruzada
Nacional Contra el Hambre. Las imágenes de Espinosa fueron demoledoras: Pies de
casa inconclusos, techos firmes en obra negra y proyectos de vivienda
reportados como concluidos sin entregar. Por si fuera poco, Espinosa “paraba
oreja” y reportaba datos informativos de utilidad para los enviados de Proceso.
Las
últimas semanas de Rubén Espinosa Becerril en Xalapa fueron “tensas”. En
diversas ocasiones manifestó a varios amigos que el gobierno “los tenía
fichados” y que el hostigamiento de “las orejas” de las secretarías de Gobierno
y de Seguridad Pública (SSP) era más constante y dirigido.
Inclusive,
en la segunda semana de enero, durante una reunión con el entonces secretario
de Gobierno, Gerardo Buganza, y con el fiscal general del estado, Luis Ángel
Bravo, Rubén Espinosa y varios reporteros reclamaron a los funcionarios “el
acoso” de los empleados gubernamentales. Buganza prometió tomar cartas en el
asunto, y, en efecto, el monitoreo de “las orejas” disminuyó, pero sólo tres
semanas, ya que después todo siguió igual.
Un
día antes de exiliarse en el DF, juntó a sus amigos más cercanos en un comedor
de tacos y soltó a boca de jarro: “Ayer y hoy me han estado siguiendo. Ya es
muy directo: un tipo afuera de mi casa me tomó fotografías, y son los mismos
que he visto otras veces… Mejor me voy antes de que me pase lo que a los
estudiantes, que me peguen una madriza, que me manden al hospital un mes y que
me dejen loco, más de lo que ya estoy”.
El
día que anunció eso optó por dormir en casa de un amigo y, por seguridad, no
avisó en qué corrida de autobús partiría.
El
10 de julio contactó al corresponsal en Veracruz y a otros amigos para pedir un
favor: Que le ayudáramos a difundir una nueva denuncia pública de los jóvenes
agredidos el pasado 5 de junio por un comando armado en la calle de Herón
Pérez, muy cerca de la sede del PRI estatal. El activista y fotoperiodista de
Proceso aducía que transcurrido un mes de la brutal agresión, tanto la Fiscalía
General del Estado como la Secretaría de Seguridad Pública ya habían archivado
el expediente.
Las
dos cuartillas que envió Espinosa vía e-mail consignaban que los jóvenes agredidos
–algunos de ellos universitarios– señalaban a elementos de la SSP como
agresores por omisión o complicidad.
“Sospechamos
que los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública encubrieron a los
atacantes o fueron ellos mismos. Tenemos conocimiento de que con fecha 3 de
julio de 2015 han emitido un informe en que manifiestan que sólo se presentaron
a ayudarnos, lo cual es completamente falso. En su momento, y como parte de la
investigación, presentaremos pruebas de cómo ellos están coludidos con un grupo
de sujetos que intervienen en la escena y, consideramos, forman parte de los
atacantes.”
En
la queja pública, los agraviados denunciaban la “lentitud”, “inacción” e
“incompetencia” de la Fiscalía General del Estado, por lo que pedían que los
agentes del Ministerio Público tomaran en cuenta la gravedad del ataque.
Publicada
la nota en diversos medios, entre ellos Apro y proceso.com, Espinosa mandó
mensajes a los reporteros: “Gracias, ya la vi, ya vengan a verme, chido por el
paro”.
En
constante comunicación con sus compañeros, desde el DF confió: “Me molesta, me
caga estar así, aislado, con miedo, no poder chambear a gusto, pero en Veracruz
no se pueden echar en saco roto las intimidaciones, los acosos y la
vulnerabilidad en la que periodistas ejercen el oficio”. Días más tarde,
confesaría en varias entrevistas: “Da coraje que quieran decidir el rumbo de mi
vida”.
Periodismo,
zona de muerte…
Este
año ha sido el peor para la prensa veracruzana: cuatro periodistas que ejercían
en Veracruz han muerto durante el primer semestre.
Moisés
Sánchez Cerezo, reportero-editor de La Unión, fue levantado el 2 de enero en
Medellín de Bravo y encontrado muerto 18 días después. Sánchez también era
activista que formó guardias vecinales en la congregación de El Tejar, harto de
la ola de violencia.
De
ese mismo municipio, Juan Mendoza, durante dos décadas reportero de El
Dictamen, fue localizado muerto, y aunque la Fiscalía General concluyó que
había sido atropellado, nunca supo explicar un vendaje que tenía en la cabeza y
la extraña desaparición del taxi que manejaba para complementar su salario.
Resultó
asesinado también este año, de cuatro balazos en la cabeza, Armando Saldaña
Morales, reportero de La Ke Buena 100.9 F.M. y del diario Crónica de Tierra
Blanca. El cuerpo del reportero fue localizado entre los ranchos Morelos y La
Aurora de Cosolapa, Oaxaca, pero el periodismo lo ejercía en Veracruz.
El
cuarto crimen de periodistas que laboraban en la entidad fue el de Salvador
Sánchez.
En
la fría estadística de 14 periodistas muertos desde 2012, se encuentra el
asesinato de Regina Martínez Pérez, corresponsal de Proceso en Veracruz
encontrada sin vida el 28 de abril de ese año dentro de su vivienda. Dicho
homicidio cumple ya casi mil 200 días de impunidad, pues hasta la fecha la
Fiscalía General del Estado ha sido incapaz de aprehender a José Adrián
Hernández Domínguez, El Jarocho, y sólo tiene, ya purgando una pena de 38 años
de prisión, a Jorge Antonio Hernández, El Silva, a quien tienen aislado en la
prisión de Pacho Viejo y sin dejarlo hablar con sus abogados.
Los
demás homicidios de reporteros tienen resoluciones a medias, pues sólo se ha
detenido a “una parte” del total de los presuntos responsables.
Igualmente,
existen casos como los de Miguel Ángel López Velázquez (Notiver), Misael López
Solana (Notiver) y Víctor Manuel Báez Chino (Milenio), cuyos victimarios fueron
identificados y meses después la PGR concluyó que sus éstos murieron en
enfrentamientos con las Fuerzas Armadas, ya que eran integrantes de la delincuencia
organizada. Pero nunca se investigó quién y por qué mandaron a asesinar a los
periodistas.
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