Semanario
Proceso
# 2023, 8 de agosto de 2015...
Zozobra
eterna/PATRICIA
MAYORGA'
Tuvieron
que pasar meses de audiencias de presentación de testimonios y desahogo de
pruebas para que el Tribunal de Juicio Oral de Juárez diera su fallo
condenatorio contra cinco de los seis implicados en 11 feminicidios ocurridos
entre 2011 y 2012. La sentencia se emitió el 19 de julio último y es uno de los
casos de justicia exitosos de los últimos tiempos. Sin embargo, las madres de
las jóvenes agraviadas no se muestran seguras porque, dicen, uno de los
imputados, José Gerardo Puentes Alva, fue absuelto por falta de pruebas en el
juicio 267/2014.
CIUDAD
JUÁREZ, CHIH.– En julio pasado, durante la sesión del Tribunal de Juicio Oral
que analizaba el caso de 11 mujeres asesinadas entre 2011 y 2012, doña Norma
Laguna Cabral exclamó: “Yo quisiera saber cuáles fueron las últimas palabras de
mi hija. Díganme cómo le hago para no pensar, cuando mis hijos salen a la
escuela y mi esposo a trabajar, que ya no van a regresar”.
Ese
día, las jueces Catalina Ruiz Pacheco, Emma Terán Murillo y Mirna Luz Rocha
Pineda dictaron por unanimidad una condena de 697 años de prisión a cinco de
los seis presuntos implicados en esos feminicidios: Jesús Hernández Martínez,
El Gordo Maloso o El Chuy; César Félix Romero Esparza, El Félix; Édgar Jesús
Regalado Villa, El Piwi; José Antonio Contreras Terrazas, El Koyac, y Manuel
Vital Anguiano Don Meny.
Los
inculpados, que pertenecen a la banda Los Aztecas y se dedicaban a la trata de
personas, deberán pagar también 839 mil 274 pesos a los familiares de las
víctimas por reparación del daño.
Doña
Norma es madre de Idalí Juache Laguna, una de las 11 ejecutadas. Durante meses,
ella y los familiares de las otras mujeres recorrieron las calles, hoteles y
burdeles de esta ciudad para recabar testimonios, incluida la presentación de
restos óseos localizados en el Valle de Juárez, hasta localizar a los
implicados y llevarlos ante la justicia.
Después
de analizar las pruebas aportadas por las madres de las víctimas y un
adolescente llamado Luis Raúl Ramírez Loera –el “testigo estrella”–, el fiscal
especializado en delitos contra mujeres, Ernesto Jáuregui Venegas, admitió que
en este caso es probable la participación de militares, policías de los tres
niveles y autoridades penitenciarias. Él era integrante de Los Aztecas y
comenzó a “trabajar” a los 13 años con su tío Poncho (Proceso 1939 y 2012).
El
19 de julio a las 2:00 horas, el tribunal los encontró culpables y absolvió por
falta pruebas –no por ser inocente– a José Gerardo Puentes Alva, quien obtendrá
su libertad cuando se agoten los recursos de casación y amparo que promoverá el
Ministerio Público (MP).
Al
iniciar el juicio, Jáuregui Venegas consideró que se trataba de una red
“pequeña” de trata de personas cuyos integrantes se movían sólo en el centro.
Por
ello, el órgano colegiado ordenó que el MP inicie una investigación contra
uniformados, custodios y funcionarios de los dos reclusorios de Ciudad Juárez
ante la presunción de posibles actos de corrupción durante el traslado de las
víctimas y por facilitar su ingreso a los penales.
`Las
11 mujeres fueron explotadas y asesinadas porque se encontraban en condiciones
de vulnerabilidad. Eran muy jóvenes, físicamente agraciadas y de condición
económica precaria. Y como carecían de redes de apoyo, fueron presas fáciles
para los tratantes de blancas.
En
el acto de desaparición fueron explotadas sexualmente, formaron indicios
importante de que las reclutaron, las mantuvieron cautivas sin poder transitar
libremente, las incomunicaron de sus familias”, según el tribunal.
El
juicio incluyó los casos de María Guadalupe Pérez Montes, quien desapareció
cuando tenía 17 años; Lizbeth Avilés García, 16; Perla Ivonne Aguirre González,
15; Idaly Juache Laguna, 19; Beatriz Alejandra Hernández Trejo, 20; Jésica
Leticia Peña García, 15; Deysi Ramírez Muñoz, 16; Andrea Guerrero Venzor, 15;
Mónica Liliana Delgado Castillo, 18; Jessica Terrazas Ortega, 18, y Jazmín
Salazar Ponce, 17.
Nuevos
riesgos
La
absolución de uno de los imputados, representa un riesgo, comenta doña Norma a
Proceso. “Ya nos miró. Ahora no vamos a poder andar por el centro con nuestros
hijos. Es un riesgo –insiste– porque si no estábamos seguras desde la desaparición
de nuestras hijas, ahora hay más preocupación. Sin embargo, voy a seguir hasta
que Dios me mande llamar”.
çaLuego
del fallo, Norma Ledezma Ortega, coadyuvante del MP a través de la organización
Justicia para Nuestras Hijas, advirtió: “Que la fiscalía no piense que con esto
nos va a tranquilizar… Tiene que continuar inmediata e ininterrumpidamente las
investigaciones para judicializar los otros casos de víctimas no encontradas y
otras que sí se han encontrado; tiene que abrir carpetas de investigación hacia
todos los servidores públicos, militares y policías responsables”.
El
compromiso debe ser mayor porque la fiscalía de género no tiene suficientes
recursos pues no se le ha dado toda la importancia”, agregó.
Por
lo pronto, comenta el abogado coadyuvante por la Red Mesa de Mujeres, Santiago
González, quedan más carpetas abiertas y cuatro detenidos a punto de llegar a
juicio oral.
Imelda
Marrufo, directora de la Red Mesa de Mujeres, señala que la Procuraduría
General de la República debe investigar también a los agentes y funcionarios
involucrados. Le corresponde hacerlo; además, cuenta con indicios.
El
caso recién concluido fue sobre 11 feminicidios, aunque hay testimonios y
registros periodísticos de por lo menos otras 16 muertes ocurridas en el Valle
de Juárez y falta encontrar a otras desaparecidas del centro de Juárez. “El
caso es complejo, sobre todo porque las autoridades no actuaron inmediatamente
después de la comisión del delito”, asegura Marrufo.
Míriam
Sánchez, quien iba a declarar como testigo protegido, por ejemplo, fue
asesinada en junio de 2014. Su testimonio sólo pudo ser leído en la audiencia.
Sergio
González considera que las autoridades deben brindar protección a las víctimas
sobrevivientes, sobre todo a las que aportaron su testimonio, y a las que no se
presentaron a declarar ante el tribunal por temor a represalias. Además, hay
muchas mujeres desaparecidas en circunstancias idénticas en la zona centro
entre 2009 y 2011.
“De
esta magnitud es el problema que hoy se empieza a abordar; está plagado de
complicidades, corrupción, negligencia. Falta de la debida diligencia y otros
tantos vicios del estado, dentro de los cuales operaron con absoluta impunidad
miembros del crimen organizado”, asegura.
Desde
el 14 de abril pasado, cuando se inició el juicio 267/2014 y con el desahogo de
182 testimonios y diferentes pruebas, se evidenciaron indicios para determinar
que policías municipales, estatales, federales, militares y autoridades
penitenciarias estuvieron implicados o encubrieron a la red (Proceso 2017).
De
acuerdo con uno de los testigos protegidos –un adicto a las drogas–, agentes
municipales que encubrían a la red lo golpearon y amenazaron para inducir su
declaración. González solicitó a las juezas que dieran vista al MP para que se
investigue su caso. El tribunal aceptó.
Jesús
Damián Pérez Ortega, El Patachú, es otro testigo y también uno de los
imputados en el caso. Varios testigos expusieron que él se encargaba de
enganchar y transportar a las jóvenes. Sin embargo, él expuso que estuvo
detenido de 2005 a 2012 por transportación de droga. Po lo que es imposible que
haya cometido los ilícitos estando en prisión.
Sin
embargo, el fiscal Jáuregui Venegas refutó esa versión y expuso que había una
evidente corrupción penitenciaria. Y puso varios ejemplos:
“Jesús
Hernández estaba ligado con el líder de la red de trata, Adrián Roldán de la
Cruz, alias El Miguelito o Zeta 1. Él trató con mujeres, cómo Jessica Peña,
quien era introducida al penal con muchísima seguridad. … (Asimismo), se
procesó al custodio Lucio Cuevas por corrupción, por permitir el ingreso de
droga (al penal), así como a personas no autorizadas.”
Las
razones del tribunal
El
14 de julio, Norma Ledezma solicitó la reclasificación del delito de homicidio
como delito emergente para que las juzgadoras tomaran en cuenta que el delito
de trata llevó al de homicidio. Si se veían de manera aislada, expuso, no había
forma de probar cómo, con qué y qué participación tuvo cada uno de los
imputados en los asesinatos. El tribunal aceptó.
“El
homicidio lo cometieron para disponer de la vida cuando (las mujeres) ya no les
servían. Las víctimas de trata sufren un desgaste psicológico y emocional por
los contactos sexuales y con las drogas que les suministran. Por eso, cuando ya
no les servían, se deshicieron de ellas”, argumentó Santiago González a la
defensora pública Yésica Jáquez.
Ella
aseveró que eran delitos de naturaleza distinta, para evitar que se acreditara
el homicidio.
Para
el fallo fue clave la declaración de Raúl Ramírez Loera: “Se hizo creíble el
testimonio del testigo ‘estrella’, quien señaló la participación de cada uno de
los acusados. Es creíble para el tribunal que trabajó para la empresa, entre
otros, de trata y prostitución”, según el documento del tribunal.
Ramírez
Loera era menor cuando fue detenido e imputado en 2013 por su presunta
participación en dos feminicidios. Como aportó información para resolver
algunos casos, se convirtió en testigo protegido.
Su
testimonio coincidió con el de otros testigos que vieron a ocho de las 11
jóvenes en el hotel Verde, y el tribunal determinó que el hecho de encontrarlas
a todas en el Valle de Juárez, bajo las mismas circunstancias, evidencia que se
trata del mismo grupo delictivo: Los Aztecas.
Una
carga de prueba importante fue el testimonio del agricultor Héctor García
Trevizo, quien encontró los primeros restos óseos en el Arroyo del Navajo,
cerca del ejido San José de los Paredes, en el municipio de Praxedis Guerrero,
el 21 de octubre de 2011.
El
Valle de Juárez era “resguardado” y “vigilado” por cientos de militares y
agentes federales que llegaron a reforzar la guerra contra el narcotráfico en
2008 durante el Operativo Conjunto Chihuahua.
En
2012 las autoridades hicieron más rastreos y localizaron más restos, prendas de
vestir y cuerdas con nudos profesionales en el Valle de Juárez. Con los
peritajes concluyeron que las mujeres fueron atadas y llevadas con vida por sus
victimarios, quienes utilizaron brechas de partes altas.
En
cuanto al delito de trata, las llevaban a una casa de seguridad en la Avenida
16 de Septiembre, a unas cuadras del Distrito Delicias de la policía municipal,
y al hotel Verde, donde eran violadas y retenidas. Luego eran removidas a otros
puntos, como la ciudad de Chihuahua o al extranjero, donde eran prostituidas.
Dos
de los inculpados en el juicio de los 11 feminicidios –El Félix y Don Meny–
operaban en el centro de la ciudad, ambos ofrecían trabajo a las jóvenes. El
primero se dedicaba a la venta de droga; el segundo utilizaba su tienda de
abarrotes como pantalla para contratar a las mujeres y “ponerlas” a los
delincuentes para que las prostituyeran. A Don Meny lo ubican como responsable
de la desaparición de mujeres desde 1995, entre ellas Olga Leticia Carrillo
Pérez.
El
Chuy es un sicario y mano derecha del presunto líder de la red de trata, Roldán
de la Cruz. Él controlaba prostíbulos ambulantes que la organización promovía
como salas de masajes y se dedicaba a extorsionar; El Piwis era responsable de
privar de la vida a víctimas. Es uno de los más mencionados dentro del grupo
que las “levantaba” para ir a asesinarlas, junto con El Patachú, El Pifas y El
Koyac. A este último lo vincularon con los homicidios de Nancy Gómez Farías y
Jusalet Alejandra de la Cruz.
El recuerdo de Marisela Escobedo
Con
el miedo a que los imputados fueran absueltos y a vivir lo mismo que vivió la
activista y compañera de varias de ellas, Marisela Escobedo Ortiz –la activista
asesinada en la puerta de palacio de gobierno, en diciembre de 2010–, las
madres de las víctimas estuvieron durante tres meses en el juicio oral,
realizado en la sala de audiencias 2 de la Ciudad Judicial de esta frontera.
La
tanatóloga de la Red Mesa, Gabriela Reyes, explicó que los principales
sentimientos de las madres en el juicio fueron el miedo y coraje, lo que
reconocieron en las terapias que realizaron varias de ellas.
Durante
las audiencias, algunas madres pasaron al estrado y hablaron. Susana Montes
Rodríguez, mamá de María Guadalupe, recordó: “Yo le decía: ‘Ten mucho cuidado’…
Para ese entonces ya empezaban a haber
esos casos. Me decían que era trata, que tuviera cuidado, pero no entendía.
Nunca imaginé que me la iban a entregar como me la entregaron”.
Dora
Venzor, mamá de Andrea Guerrero Venzor, llegó rota a la tribuna: “Siento
coraje, culpa. Mi familia se está desintegrando, yo no quiero ir a terapia
psicológica. Yo quiero justicia, y aquí estoy. Yo quería estar aquí desde que
me entregaron los restos óseos. Me duele no haberle cerrado los ojos a mi hija
en el momento en que ella expiró. Quiero que (sus asesinos) se lleven eso en su
mente”.
Siguió
Norma Laguna, quien expuso: “Nunca pensé que hubiera gente tan mala, y menos
porque ellos salieron de una mujer y ojalá que nunca sepan lo que se siente.
Cuando siento esto, tengo deseos de quitarme la vida, de quedarme dormida para
que esto ya no duela; para no pensar que ya no voy a besar a mi hija”.
Y
siguió su exposición: “Al mes estuve en un hospital psiquiátrico porque cuando
nos hacen esto… a veces ya no quiero mandar a la escuela a mis hijos. Esas
personas que den gracias a Dios por su familia, porque a nuestras hijas las
trataron como si ya no sirvieran, como si no valieran, como si no tuvieran
derechos”.
El
27 de diciembre de 2013 sepultó a su hija Idalí.
Los
imputados insistieron en su inocencia. Finalmente, el 19 de julio pasado, a las
2:00 horas, cinco de los seis implicados fueron declarados culpables.
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