Revista
Proceso
# 2010, 18 de julio de 2015, pagina 16-17
El
general que no advirtió nada/JUAN VELEDÍAZ
La
fuga de Joaquín El Chapo Guzmán a través de un túnel que desemboca a medio
kilómetro de las instalaciones del cuartel del Octavo Regimiento Mecanizado
evidencia las fallas de ese cuerpo castrense comandado por el general David
Enrique Velarde Sigüenza, de siniestro currículum. Hasta ahora se desconoce por
qué esa unidad fue incapaz de detectar la construcción del pasadizo, pese a que
su misión es proporcionar seguridad táctica en el terreno adyacente.
Al
general brigadier David Enrique Velarde Sigüenza, comandante del Octavo
Regimiento Mecanizado cuya sede está a medio kilómetro del penal federal de
máxima seguridad del Altiplano, en Almoloya de Juárez, le falló su núcleo de
exploradores de las unidades blindadas de reconocimiento, las cuales tienen
como misión no sólo proporcionar seguridad táctica en el terreno, sino buscar
información de inteligencia.
Oficial
de arma blindada, Velarde Sigüenza está considerado por la Secretaría de la
Defensa Nacional (Sedena) como el mando militar responsable de la seguridad
perimetral de ese centro penitenciario, el cual está resguardado por unidades
blindadas estacionadas en el cuartel, disponibles para casos de emergencia.
Pero ese protocolo falló y el reo se fugó a través de un túnel de kilómetro y
medio de longitud.
La
evasión causó sorpresa, sobre todo porque se dio a menos de un kilómetro de la
comandancia del octavo regimiento mecanizado. La salida del túnel estaba en una
casa en obra negra rodeada de campos de cultivo y pastizales.
Velarde,
quien ascendió al generalato en noviembre de 2012 como parte de la última
promoción del sexenio de Felipe Calderón, llegó hace unos meses a Almoloya para
hacerse cargo de ese regimiento mecanizado, en sustitución del coronel
Francisco Reyes Villalobos.
Las
instalaciones castrenses se convirtieron en regimiento blindado después de que,
a finales de 2004, inteligencia militar detectó planes del grupo de desertores
del Ejército autodenominados Los Zetas, quienes intentaban asaltar el penal y
liberar a su jefe, el líder del Cártel del Golfo Osiel Cárdenas Guillén. No
pudieron y el capo fue extraditado poco después a Estados Unidos, donde sigue
preso.
El
arma blindada, rama en la que se especializó el general Velarde, está considerada
la más moderna con que cuentan los ejércitos actuales. Su organización,
operación y combate se da en forma exclusiva con vehículos acorazados y
potentemente armados, se divide en sección de tanques y rama de reconocimiento.
Una
unidad mecanizada, como la desplegada en Almoloya, está equipada para operar
vehículos blindados apoyados por el área de inteligencia, que para este tipo de
cuerpos se les denomina núcleo de exploradores. Un núcleo de exploradores está
constituido por un pelotón, integrado por 10 o más elementos, cuya labor en
primer término es la búsqueda de información de inteligencia en el terreno o
área donde operan, explicaron por separado dos oficiales de la Sedena
consultados por el reportero.
La
misión de esta unidad es proporcionar seguridad, reconocimiento y defensa
antitanque del área perimetral del penal de Almoloya. Como parte del
reconocimiento le compete recopilar información de lo que ocurre en los
alrededores, lo que no ocurrió, aseguran.
La
construcción del pasadizo, según indicaron los medios de comunicación a partir
de la información oficial, se hizo en un periodo de seis a nueve meses. Al
conocerse que la salida del túnel está cerca del cuartel, la pregunta sobre por
qué los militares no se percataron de la realización de la obra, coloca al
general Velarde en el ojo del huracán, debido a que la seguridad del área
perimetral del penal forma parte de las órdenes específicas que se le asignaron
a la unidad que él dirige desde que se anunció su despliegue en la zona hace
varios años.
Un
turbio pasado
En
agosto de 2009, cuando era jefe de la
Policía Judicial Federal Militar, Velarde quedó exhibido cuando irrumpió en las
instalaciones de la Tercera Compañía de Infantería No Encuadrada en Ojinaga,
Chihuahua, al mando de un grupo de soldados para detener a todos los
integrantes del cuartel.
En
aquel entonces era coronel, tenía varios años al frente de la corporación
castrense, a la que se le encomendó investigar una serie de denuncias de la
población civil contra integrantes de aquella unidad por violaciones a los
derechos humanos.
A
bordo de un avión C-130 de la Fuerza Aérea, donde viajó con un grupo de agentes
de la Judicial Militar y de la Procuraduría de Justicia castrense, el
despliegue de su arribo fue aparatoso, según relataron el mayor Alejandro Rodas
Cobón, el teniente Gonzalo Huesca Isasi y el cabo Gabriel Roque Bernardino,
tres de los 19 militares acusados de tortura y homicidio de tres civiles.
Los
dos oficiales y el cabo denunciaron al hoy general brigadier por tortura y
falsedad de acusaciones en un escrito dirigido a la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) en junio pasado (Proceso 2018).
En
el documento se detalla que el entonces coronel Velarde Sigüenza, actual
comandante del Octavo Regimiento Mecanizado de Almoloya, armó parte de la
acusación contra varios de los integrantes de la Tercera Compañía por medio de
un anónimo, el cual supuestamente fue enviado a la Procuraduría de Justicia
Militar sin que se explicara cómo llegó ni cuando fue entregado a las
autoridades castrenses.
Las
dudas sobre su origen se fundaron en que apareció un mes después de iniciada la
investigación, hasta ese momento ninguno de los acusados lo había visto
integrado en el expediente de la “simulada investigación ministerial”.
Velarde
fue acusado de torturas para obligar a varios integrantes de la Tercera
Compañía a firmar declaraciones elaboradas con antelación, donde se asentaban
una serie de historias sobre la presunta desaparición, incineración y asesinato
de tres civiles. Las imputaciones contra el hoy brigadier quedaron corroboradas
por otras instancias tiempo después.
Los
casos de Gabriel Roque Bernardino y Miguel Ángel Benítez Martínez, dos de los
19 militares detenidos en 2009 por el caso Ojinaga, presentaron secuelas
sicológicas por tortura después de que visitadores de la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos se presentaran en 2011 en el penal militar de Mazatlán,
donde se encuentran detenidos, para aplicarles el llamado Protocolo de
Estambul, que consiste en investigar y documentar tratos degradantes.
Al
año siguiente, al emitir su informe la CNDH dictaminó que ambos habían quedado
con daños severos, por lo que se solicitaba investigar a los probables
responsables, encabezados por el coronel Velarde Sigüenza.
La
acusación contra el mayor Rodas, el teniente Huesca Isasi y el cabo Roque
Bernardino, autores de la denuncia ante la CIDH, trata sobre el asesinato de
Esaú Samaniego Rey, la tortura y muerte de José Heriberto Rojas Lemus y el
homicidio de Erik Campos Valenzuela.
En
el primer caso los peritajes sobre los restos que la Policía Judicial Militar
presentó como de Samaniego Rey, un conjunto de restos óseos que declararon
haber recogido en el desierto, corresponden a “uno o más animales mamíferos de
mediano a gran tamaño”. Por lo que la evidencia quedó sin sustento.
En
el caso de Rojas Lemus, los agentes al mando del coronel Velarde presentaron
testimonios que se contradijeron en fecha, nombres de los protagonistas,
quienes demostraron encontrarse en otro lado en el momento en que supuestamente
ocurrieron los hechos.
“Después
de que el agente del Ministerio Público Militar presentó los cargos por
homicidio de Rojas Lemus, la Defensa Nacional paralelamente al auto de formal
prisión a los inculpados, realizó un procedimiento administrativo, mientras el
proceso insistió en que se privó de la vida al civil, en el procedimiento
administrativo número 424/2010/CNDH/QM concluyó que Rojas Lemus no fue detenido
por personal militar, algo completamente incongruente.”
De
este caso los acusados llamaron la atención que los judiciales militares, por
órdenes del coronel Velarde, fueron a un sitio despoblado donde recogieron los
supuestos restos de la víctima. Del peritaje se desprendió que “dado las
condiciones de conservación en que se encuentran los indicios, específicamente
de carbonización parcial o total, opinamos que es muy poco probable que se
puedan realizar estudios de identificación genética en dichos huesos y
fragmentos óseos”.
Sobre
el caso de Campos Valenzuela, más allá de que la esposa de la víctima no
ratificó la denuncia sobre su detención, las contradicciones en la forma y
fondo del caso exhibieron la forma de operar de los agentes al mando del
coronel Velarde.
En
su denuncia ante la CIDH, señalan que solicitaron a la PGR y a la fiscalía del
estado de Chihuahua información respecto a denuncias por la supuesta detención
y desaparición de esta persona. La respuesta fue que no existían expedientes
hasta julio de 2011.
De
los supuestos restos que la judicial militar presentó como los de la víctima,
los peritajes concluyeron que “es poco probable que se puedan realizar estudios
genéticos”.
El
“armado” de estos casos, más la secuela de tortura contra dos de los detenidos,
forman parte de la denuncia ante la CIDH contra varios mandos militares, entre
los que se encuentra el general Velarde Sigüenza, actual comandante del Octavo
Regimiento Mecanizado, en cuyas inmediaciones del cuartel desembocó el túnel
por donde se fugó El Chapo.
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