Revista
Proceso
# 2010, 18 de julio de 2015
Funcionarios
del gobierno dieron vía libre/Anabel Hernández,
REPORTE
ESPECIAL
Tras
la segunda fuga del Chapo Guzmán, el gobierno federal parece empeñado en
enterrar la atención pública en el túnel que supuestamente utilizó el capo.
Pero una investigación iniciada antes del escape con base en decenas de
entrevistas a abogados y familiares de presos, personal penitenciario y
exdirectivos de penales de máxima seguridad, revela que es imposible construir
un túnel o salir de cualquier otra forma sin la complicidad de autoridades del
más alto nivel. Esa información señala también a los actores que, dentro y
fuera del penal, dejaron vía libre al Chapo Guzmán.
A
las nueve de la noche del sábado 11, los presos del módulo de Tratamientos
Especiales del penal de máxima seguridad del Altiplano fueron despertados
violentamente por los guardias, que los sacaron de sus celdas, los desnudaron y
les echaron encima a los perros. Los animales les olisquearon cada centímetro
mientras los custodios registraban las celdas. Era una práctica común en
cualquier día, en cualquier momento y sin aviso. Pero en la madrugada se
enteraron de la fuga del preso 3578, ubicado en la celda 20: Joaquín Guzmán
Loera, El Chapo.
El
gobierno federal le informó a una comisión del Congreso que la alerta de fuga
se dio en 15 minutos; sin embargo
abogados y familiares de internos, entrevistados por Proceso, señalan que
demoró varios minutos más. Reos de los módulos 4 y 5 comentan que a las 9:30 de
la noche aún podían hacer las llamadas telefónicas reglamentarias.
Aproximadamente una hora después corrió el rumor de que El Chapo había muerto.
Se escuchaba mucho movimiento. A la media noche los internos escucharon que el
primer helicóptero sobrevolaba la zona.
Uno
de los presos más sorprendidos del módulo de Tratamientos Especiales fue Miguel
Ángel Treviño Morales, El Z-40, quien había regresado a ese penal tres meses
antes, como resultado de una batalla de amparos, pues fue trasladado a la
prisión federal de Puente Grande cuando El Chapo llegó al Altiplano.
La
corrupción ya predominaba en ese penal y crecía. Por eso Treviño Morales peleó
por volver. Existen datos sobre el deterioro en la seguridad del penal desde
2010, pero a raíz de la llegada del Z-40 en 2013 y del Chapo en 2014, la corrupción escaló a niveles de escándalo.
Todo
esto ante la impasibilidad de los operadores del Centro de Investigación y
Seguridad Nacional (Cisen) en el presidio, de los efectivos de la Policía
Federal (PF), cuya División de Inteligencia es la responsable de manejar las
cámaras y los micrófonos, así como de pasar lista a los reos.
Igual
actitud mostró el personal del Órgano Desconcentrado de Prevención y
Readaptación Social (ODPRS), responsable de los penales federales, y de la
Dirección General de Políticas y Desarrollo Penitenciario, ambos de la Comisión
Nacional de Seguridad (CNS).
Todas
estas instancias dependen de la Secretaría de Gobernación, encabezada por
Miguel Ángel Osorio Chong, y el subsecretario de Gobierno, Luis Enrique
Miranda.
En
una investigación que inició antes de la fuga del Chapo, este semanario
confirmó con testimonios de empleados, abogados y familiares de internos, que
el consumo de droga y la corrupción en el penal del Altiplano era tal, que pese
a los supuestos dispositivos para inhibir las señales telefónicas, en los módulos
funcionaban aparatos celulares.
Por
150 mil pesos se podía comprar un celular “encajuelado”, es decir, introducido
por un preso en su recto, envuelto en una bolsa de plástico. Quienes no
alcanzaban ese privilegio tenían que pagar 25 mil pesos por una llamada y 10
mil por un mensaje de texto; el caso era que los capos pueden seguir manejando
sus negocios delictivos desde la prisión.
El
narcotraficante Gerardo Álvarez, El Indio, presume de tener en su nómina a la
mitad del penal, principalmente directivos y custodios.
Y
durante los siete meses que estuvo preso ahí El Z-40 era el amo. Así como
pagaba a los abogados de los zetas presos, también hacía que sus defensores y
operadores depositaran dinero para otros internos. Muchos de ellos, olvidados
por sus familias, podían así comprar jabón, galletas, agua embotellada, papel
de baño y otros productos. Los convirtió en sus incondicionales.
Ejercía
el mando con dinero y una fuerte campaña de intimidación, que incluyó el
asesinato del testigo protegido de la PGR con la clave Karen en las plazas
Outlet Lerma, en las inmediaciones de Toluca. El propio Treviño Morales divulgó
en la prisión que dio esa orden para mostrar su poder y dar un escarmiento
(Proceso 2017).
Sin
embargo, ni El Indio ni El Z-40 lograron escapar de esos muros. Para salir de
ese penal corrupto se requería de otro nivel de complicidad.
En
julio de 2014 y febrero de 2015 Guzmán Loera había vulnerado los esquemas de
seguridad en el penal del Altiplano, como lo hizo en el de Puente Grande antes
de su primera “fuga” (Proceso 1968, 1969 y 2000).
Fuentes
del reclusorio federal afirman que, tras la recaptura de Guzmán Loera, el
presidente Enrique Peña Nieto dio instrucciones para poner ahí otro círculo de
seguridad a cargo del Ejército y con vigilancia permanente del Cisen. De
acuerdo con la información recabada, ninguna de esas instancias hizo su
trabajo. El Chapo pudo huir gracias a funcionarios del gobierno federal dentro
y fuera del penal, y con el apoyo de Ismael Zambada García, El Mayo, quien
nunca dejó de ser su aliado e incluso fue el responsable de enviar al grupo de
abogados encabezado por Oscar Gómez para atender todas sus necesidades. Gómez
también fue abogado de su hijo, Vicente Zambada.
“Todo
se escucha y todo se ve”, comenta sobre el sistema de seguridad del Altiplano
un exfuncionario de alto nivel en el área de penales federales.
Los
responsables de la “fuga”
Antes
del segundo escape del Chapo algunos funcionarios tenían información sobre sus
actos corruptores y por lo tanto la tarea de darle seguimiento. Sin embargo,
permitieron que su poder en la prisión siguiera aumentando. Uno de ellos es
Ramón Pequeño García, quien era jefe de la División de Inteligencia de la PF.
Él
era el responsable de las cámaras de seguridad y micrófonos, que se ubican en
el centro de control y en las celdas, incluida por supuesto la de Guzmán Loera.
Un
exfuncionario de alto nivel del sistema penitenciario federal, quien pidió el
anonimato por precaución, explica que todas las cárceles de alta seguridad en México tienen un esquema de
redundancia para “vigilar al que vigila” en caso de corrupción. La celda de
Guzmán Loera no sólo era monitoreada en el centro de control del Altiplano,
sino a través de Plataforma México por el equipo de Pequeño García.
En
el video difundido por Gobernación es evidente la conducta irregular del Chapo
al meterse en el área de regadera en horas prohibidas, vestido y con zapatos.
Si el policía federal en el Altiplano no lo vio –argumenta la fuente–, en la
Plataforma México hay otro equipo monitoreando que debió haberlo detectado. De
lo contrario, dice, hay una clara complicidad.
Asimismo,
los pases de lista le corresponden a la PF. El último es a las nueve de la
noche, y los llamados “delfines” o “corzos” –elementos de la división de
Pequeño García– están en todos los pasillos desde las 8:15.
Pequeño
García es uno de los hombres más cercanos a Genaro García Luna, quien fuera
secretario de Seguridad Pública en el sexenio de Felipe Calderón y fue acusado
con su equipo de recibir pagos del crimen organizado, particularmente del
Cartel de Sinaloa y sus aliados.
En
noviembre de 2012 Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, quien fuera aliado del
cartel de Sinaloa por muchos años y luego de los Beltrán Leyva, denunció que él personalmente y otras
organizaciones criminales pagaron sobornos a Pequeño García. Pero éste fue
despedido apenas el martes 14, tras el escape de Guzmán Loera.
Sólo
su equipo tenía acceso al Centro de Control del penal, y pese a que hay
sistemas de videovigilancia y grabación de audio, ninguno dio pie a medidas
preventivas, aun cuando había señales de que el capo había corrompido a todo el
penal. Menos aún fueron eficaces el día en que el famoso recluso se fue de la
cárcel.
En
el Altiplano la PF graba las conversaciones de los internos con sus familiares
y con los abogados. Esta reportera tiene transcripciones de las pláticas de
Alfredo Beltrán Leyva con uno de sus abogados, en los que se queja de la poca
actividad de su otro defensor, Américo Delgado, quien fue ejecutado en Toluca
en 2009.
Monte
Alejandro Rubido, comisionado nacional de Seguridad, fue subsecretario de la
SSP cuando García Luna era el titular. Pequeño García entregaba un reporte
diario sobre las tareas de inteligencia realizadas en los penales federales de
alta seguridad. Si por esa vía le dio informes reales a Rubido, éste debió
actuar de inmediato para evitar que El Chapo controlara la prisión.
El
titular del Cisen es Eugenio Ímaz, que trabajó con Osorio Chong cuando éste fue
gobernador de Hidalgo; pero durante los primeros dos años del sexenio, hasta
hace cinco meses, el responsable del área de inteligencia –y de esas tareas en
los penales federales– era Gerardo Elías García Benavente, hombre de confianza
del subsecretario Luis Enrique Miranda, a quien llama compadre, y que se
ostenta como amigo del presidente “Enrique”.
García
Benavente también trabajó en la PF. Actualmente ostenta el cargo de coordinador
general de Contrainteligencia, y Daniel Santos Gutiérrez Córdova es el
coordinador general de Inteligencia, pero en el interior del Cisen se afirma
que García Benavente controla esas dos áreas y le reporta directamente a
Miranda.
La
investigación también arrojó que Juan Ignacio Hernández, titular del ODPRS y
exsubprocurador de Quintana Roo, lo mismo que Celina Oseguera, directora
general de Políticas y Desarrollo Penitenciario, extitular de la Agencia
Federal de Investigación, fueron advertidos de que el Altiplano era una bomba
de tiempo. No hicieron nada. El día de la “fuga”, Oseguera no estaba en su
puesto; argumentó que fue a cuidar una propiedad que tiene en Colima ante la
alerta emitida por el volcán.
Valentín
Cárdenas, director general del Altiplano, lleva 20 años trabajando en cárceles
federales. Era el responsable directo del presidio y en su escritorio tenía
seis u ocho monitores de las áreas de mayor riesgo, como Tratamientos
Especiales y Medidas Especiales. Es tal su responsabilidad que debe vivir en el
penal; sólo sale cada 15 días.
Personal
vinculado a las actividades del Altiplano afirma que Cárdenas siempre fue muy
servicial con Guzmán Loera, su familia y abogados, siempre dispuesto a atender
cualquier petición suya.
Cuando
El Chapo llegó a la prisión de alta seguridad, hubo un reacomodo de jefes de
plaza por módulo. Por ejemplo, se obtuvo información de que al regresar Treviño
Morales al Altiplano, mandó golpear a La Barbie.
El
director técnico, Librado Carmona García, junto con el jefe del Centro de
Observación y Clasificación –presuntamente, su compadre– es el responsable
directo de haber asignado la celda 20, en Tratamientos Especiales: la de Guzmán
Loera.
Esto
llama la atención porque la 20 es la celda más cercana a la colonia Santa
Juana. Se afirma que las reubicaciones de los presos son decididas por Carmona
García “ante el mejor postor”, a veces sin razón, para extorsionar a los
internos: son llevados al área de Medidas Especiales, donde el único contacto
es con el guardia, no hay llamadas ni visitas, no se puede comprar en las
tienditas. Las autoridades del penal “le ponen el precio al aislamiento”.
El
senador Alejandro Encinas fue parte de la comisión bicamaral que hizo el
recorrido por el penal del Altiplano tras el escape de Guzmán Loera, Al
preguntarle si la celda 20 es donde siempre había estado el capo, señaló que
eso afirmó Gobernación, pero nunca le mostraron un documento. De igual forma,
el gobierno les dijo a los legisladores que la PF y los directivos del penal
emitieron la alerta de fuga 15 minutos después de la huida, pero tampoco
presentó pruebas de eso.
El
ostentoso control del capo
En
el Altiplano hay ocho módulos divididos en las secciones A y B. Existe un
cuerpo de Seguridad Penitenciaria y la de Guarda y Custodia. La primera se
encarga de la seguridad interna, de sacar y meter a los internos de sus
estancias, trasladarlos a locutorios, enfermería, visita familiar o íntima. La
segunda se encarga de vigilar que no haya ataques externos, que los visitantes
no introduzcan cosas prohibidas o que ingresen personas sin permiso o con
documentos falsos.
Una
de las fuentes consultadas afirmó que el túnel por el que escapó Guzmán Loera,
según el gobierno, es imposible de construir “a menos que las tres compañías lo
permitieran”: la Policía Federal y los cuerpos de Seguridad Penitenciaria y
Guarda y Custodia.
De
acuerdo con los datos obtenidos, tras la llegada del Chapo la situación
empeoró. El capo no sólo vulneró los sistemas de seguridad en el penal y en el
juzgado donde se llevaban a cabo sus audiencias, sino también en el exterior.
Desde
hace seis meses el líder del Cártel de Sinaloa formó un equipo de colaboradores
que se desplazaban en un automóvil Tsuru de color claro y modelo reciente, sin
rótulos ni marcas distintivas. Se le veía rondando las inmediaciones del penal
y dejando paquetes o sobres en tienditas cercanas a la entrada principal de la
prisión, en Santa Juana: la colonia donde se construyó la casa adonde desemboca
el túnel. El equipo de abogados de Guzmán Loera, incluido Óscar Gómez, también
dejaba sobres con mensajes o dinero.
Las
tienditas alrededor del penal también sirven como servicio de correspondencia.
Abogados, familiares o empleados de los internos pueden dejar mensajes en
papel, dentro de sobres cerrados, por 10 pesos; la persona que los recoge paga
otros 10 pesos.
A
través de ese sistema no sólo Guzmán Loera sino también El Z-40 y El Indio
sobornaron al personal penitenciario. Todo esto bajo la supuesta vigilancia de
la PF y del Ejército, en dos cercos de seguridad colocados a raíz de que fue
recluido Guzmán Loera. Los testigos afirman que ni la operación del Tsuru ni la
entrega de sobres era discreta, pues se realizaba de día y frente a quienes
debían vigilar el exterior.
“La
PF y el Ejército estaban ahí como el parapeto perfecto”, dijo uno de los
informantes consultados. No supervisaban los vehículos por más llamativos u
ostentosos que fueran.
Personas
involucradas con los internos narran que desde hace dos meses había una nueva
forma de meter teléfonos celulares a las celdas: en las televisiones a los que
los reos tienen derecho, siempre y cuando el consejo se los autorice. Que
dejaran pasar los aparatos costaba 5 mil dólares. Al menos tres de los
narcotraficantes más importantes contaban ya con sus teléfonos mediante esa
modalidad.
Un
suceso que mostró la falta de seguridad en el penal fue el de abril pasado,
cuando la Comisión Nacional de Seguridad informó que en el área de prácticas judiciales del penal una mujer con
papeles falsos entró a ver al Chapo Guzmán, por lo que el organismo responsable
de los penales federales iba a presentar una denuncia ante la PGR. Hace un mes
se supo que la presunta visitante fue Lucero Guadalupe Sánchez López, diputada
local panista de Sinaloa.
De
acuerdo con los entrevistados, después de ese incidente se hizo mucho más
rígido el ingreso al penal; se exigía estampar las huellas digitales. Pero la
medida duró cerca de 15 días.
Las
fuentes añaden que uno de los puntos de mayor relajación en el sistema de
seguridad del penal es cuando los presos van a juzgado. Es cuando el abogado,
con documentación apócrifa, puede hacer que una persona confiable para el
interno entre para conversar con él. Ahí no hay micrófonos y es una práctica
común porque los juzgados son los que autorizan la entrada de las personas.
Esto
recuerda la situación que predominaba en la prisión federal de Puente Grande
antes de la huida de Guzmán Loera en enero de 2001: diversas voces dentro y
fuera del penal advirtieron de la corrupción y el control del capo, quien
recibía comida de los mejores restaurantes de Guadalajara, prostitutas,
cocineras o internas en su celda. También tenía una red de presos a su servicio
y hasta un secretario particular.
El
expediente judicial del caso, del cual tiene copia Proceso, revela que desde
1999 Jorge Enrique Tello Peón, entonces subsecretario de Seguridad Pública de
Gobernación; Miguel Ángel Yunes, director general de Prevención y Readaptación
Social, y Enrique Pérez Rodríguez, subdirector de Prevención y Readaptación
Social, contaban con informes directos sobre el pleno control que Guzmán Loera
ejercía en el penal.
Personas
como Guadalupe Morfín, entonces presidenta de la Comisión Estatal de Derechos
Humanos de Jalisco, y Antonio Aguilar Garzón, supervisor de seguridad y
traslados dentro del penal, dieron información precisa, pero fueron ignorados.
Las consecuencias son conocidas.
Cuando
ocurrió la primera fuga, Tello Peón era responsable de los penales federales en
la recién creada Secretaría de Seguridad Pública y Pérez Rodríguez fue nombrado
director general de Prevención y Readaptación Social.
Las
sanciones por aquel escape del Chapo nunca llegaron a los altos niveles de
gobierno, pese a las pruebas contundentes de negligencia o complicidad. Unos
cuantos custodios y directivos de Puente Grande fueron encarcelados, y
liberados poco a poco por falta de pruebas o condenados a penas cortas, y aun
en estos casos nunca pisaron una cárcel de máxima seguridad, sino penales
locales del Distrito Federal, en los que gozaron de privilegios.
Uno
de los últimos en salir fue Leonardo Beltrán Santana, nada menos que el
director del penal cuando ocurrió la primera fuga, a quien la SSP a cargo de
García Luna le concedió la preliberación por buena conducta en junio de 2010,
tras cumplir nueve de los 18 años a que estaba condenado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario