Revista
Proceso
# 2018, 4 de julio de 2015
Jacobo
y su chamba normal/FÁTIMA
FERNÁNDEZ CHRISTLIEB
Diez
y media de la noche del jueves 2 de julio, día en que fallece Jacobo
Zabludovsky. El noticiario estelar que él dirigió por tantos años abre con una
puesta en escena: el presidente de la empresa suelta una retahíla de frases que
no siente ni piensa, acompañadas por preguntas a modo para simular que Televisa
pierde a uno de los suyos, cuando en realidad lo habían sustituido más de 15
años atrás. Luego aparecen, durante más de media hora, imágenes que nadie en el
país puede tener porque en ningún otro medio trabajó tanto como ahí.
Cuando
el consorcio todavía se llamaba Telesistema Mexicano no existían los
noticiarios producidos especialmente para la televisión, lo que había eran
periódicos leídos a cuadro. Con Zabludovsky arranca lo que hoy tenemos. El
entorno político de entonces estaba cerrado. Algunas críticas al régimen se
publicaban en la prensa, el Excélsior dirigido por Julio Scherer comenzaba a
romper inercias, la radio no cuestionaba casi nada y la televisión era sumisa.
Zabludovsky se fue convirtiendo en vocero oficioso de los presidentes.
En
el sexenio de Salinas de Gortari me tocó mirar, en primera fila, cómo operaba
el sistema y cómo respondía Zabludovsky. Era mayo de 1992, yo estaba al frente
de TV UNAM. De la coordinación de Comunicación Social de Presidencia me
invitaron a una gira con el presidente. Dos veces me negué y a la tercera me
dijeron algo así como “no la invitan a usted, se trata de la dirección de
televisión de la Universidad”. Los acompañantes éramos Héctor Azar y yo. La
gira era por las zonas mayas de Centroamérica y duró tres días. Zabludovsky
acordaba con Salinas lo que habría que resaltar en la nota de cada noche. Ésa
era su chamba central y la hacía con normalidad. Durante el día asistíamos a
las comidas y a las zonas arqueológicas. En Honduras se acababan de descubrir
unas tumbas y los objetos hallados no estaban aún clasificados. Entraron los
presidentes y a Jacobo, que estaba junto a mí, lo llamaron. Yo quiero ir, le
alcancé a decir. El resto de la comitiva esperaba afuera cuando de repente
salió Zabludovsky y en voz alta inventó algo: “Maestra, la llama el presidente”,
y bajé también. A partir de ahí se rompió el hielo y conversamos sobre censuras
y autocensuras en la televisión. En corto era más amable que en pantalla. La
gira siguió y por unas horas me convertí en su cómplice. Cuando llegábamos a un
lugar donde la gente esperaba para vitorear a los mandatarios, él me decía:
platícame, simula que estamos en algo importante. No se permitía ver a las
personas de frente, no quería que lo reconocieran y que con sus gritos opacaran
al presidente. Era su chamba y la hacía con normalidad.
En
abril de 2011 descubrí otros ángulos de Zabludovsky. Viajé en coche a Xalapa
con Gina, su sobrina. Íbamos las dos solas a un congreso y le pregunté por el
tío ¿incómodo? Me relató la relación de su papá, el arquitecto Abraham, con su
hermano menor Jacobo. Detalló momentos en que discutían con fuerza y respeto,
en que discrepaban pero también escuchaban. En su deseo de leer y superarse, la
influencia de sus hermanos mayores, Abraham y Elena, fue definitiva. La subrayó
también Jacobo en la semblanza larga que se transmitió la noche de su muerte.
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