Revista
Proceso
# 2018, 4 de julio de 2015
Libertad
de expresión: Despedida/DENISE
DRESSER
Allí
está el pesado silencio. Todo lo que no se oye sobre Tlatlaya y Apatzingán y
Ayotzinapa y la Casa Blanca y la casa de Malinalco y el Grupo Higa y OHL y
Humberto Moreira y los problemas con la declaración patrimonial de Enrique Peña
Nieto y la orden de “abatir” que se le ha dado al Ejército. Todo lo que no se
discute desde que Carmen Aristegui está fuera del aire. Todo lo que no se
debate desde que fue sacada de un espacio imprescindible. El periodismo
ausente, el periodismo acallado, el periodismo extrañado. El periodismo
pugilista que solía agarrar al poder de la nuca y colocarlo contra la pared.
Sin Carmen y su equipo ese poder ahora hace lo que se le da la gana ante la
ausencia de contrapesos. Miente. Evade. Oculta. Sonríe. Gana elecciones y se
regodea por ello.
Desde
aquella mañana del 11 de marzo de 2015, en la cual MVS compró desplegados y
sacó al aire comunicados donde acusaba a Carmen de agravio, de ofensa, de
engaño. En un principio por haber acordado colaborar con Méxicoleaks; al final
por usar contenidos de la radiodifusora para el portal de Aristegui Online.
Pretextos hay y hubo muchos. Lo que ha quedado cada vez más claro es que se
pusieron en marcha decisiones tomadas en privado para aislar a la periodista.
Dejarla sin opciones. Obligarla a renunciar o despedirla como al final ocurrió.
Una relación tensa que se volvió ríspida por la investigación sobre la Casa
Blanca de la Primera Dama. Por el descubrimiento de que el hogar del presidente
estaba a nombre de un contratista que había ganado concursos por 30 mil
millones de pesos cuando Peña Nieto fue gobernador del Estado de México. Por la
forma en la cual el escándalo político se entrecruzó con los intereses
empresariales de la familia Vargas.
Lo
demás es conocido y no por ello menos grotesco. El despido sorpresivo de Daniel
Lizárraga e Irving Huerta, los periodistas principales detrás del reportaje. La
acusación de usar ilegalmente la marca de la compañía. El intento de imposición
por parte de MVS de “lineamientos editoriales” a Carmen Aristegui, equivalentes
a censura previa y a violación de su contrato. La búsqueda de mediación a
través de la figura arbitral convenida –José Woldenberg– que los Vargas
rechazaron. El despido intempestivo vía un notario que le deja los documentos
en un arbusto afuera de su casa. Los desplegados viperinos, venenosos, con el
objetivo de desprestigiarla. El aumento de las demandas de MVS en su contra. De
lo que se ha tratado no es sólo de despedir, sino de destruir. Y para todos
aquellos que veían el enfrentamiento como un simple tema contractual y no como
un acto concertado de censura, allí está la evidencia de lo contrario. Carmen
Aristegui no está en la radio porque ningún concesionario quiere contrariar a
Los Pinos, sobre todo ahora con tantas licitaciones y renovaciones en puerta.
Tiene
razón Lorenzo Meyer. El país no debería ser así. Tendría que haber libertad y
entonces los medios podrían competir entre sí para ver quién produce el mejor
noticiario. Pero no es así y Carmen entonces destaca por una decisión que ha
tomado. Un riesgo que conlleva un enorme grado de ética: ir contra un sistema
que no es democrático aunque se jacte de serlo. Denunciar y perseguir la
corrupción que brota por todos lados. Exhibir las partes podridas del sistema.
Carmen llama la atención y es especial porque en un país de eunucos es libre.
Sale de Círculo Rojo por evidenciar al padre Maciel. Sale de W Radio por su
crítica a la Ley Televisa. Sale de MVS la primera vez porque pregunta si Felipe
Calderón tiene problemas con el alcohol. Sale de MVS la segunda vez por algo
transparente y público como suscribir una alianza –con Méxicoleaks– para
investigar y combatir la corrupción, que resulta ser un pretexto para
despedirla.
Y
para quien crea que Los Pinos no intervino de múltiples maneras en este caso,
basta con ver la página 111 del libro de Wilbert Torre, en la cual Enrique Peña
Nieto intenta explicar por qué no incurrió en un conflicto de interés con la
Casa Blanca. Pocas veces uno lee algo tan cantinflesco, tan ignorante, tan poco
informado. O la página 113, en la que dice: “¡Y es una casa bastante grande, a la
vista de todo mundo! En verdad no entiendo cuál es el inconveniente”. No, el
presidente no entiende y ese es el problema para el país. Por eso ignora como
ignora. Por eso gobierna como gobierna. Por eso tapa como tapa. Por eso sus
directores de prensa pueden hablar a editores de periódicos y decir –ante una
nota incómoda–: “Ya habíamos quedado en algo. ¿Qué está pasando? Por favor,
hazte cargo”. Mientras distribuyen comunicados diciendo que “el gobierno de la
República ha respetado el ejercicio crítico y profesional del periodismo (…)”.
Excepto cuando de Carmen Aristegui se trata.
Pero
Carmen seguirá allí y algún día recuperará ese espacio que es de todos.
Haciendo aquello que el periodismo está llamado a hacer, en palabras de Vicente
Leñero. Decir las crisis, registrar su peso, gritar qué se esconde, cómo duele
la llaga, por qué y cómo y a qué horas, desde cuándo y por dónde se manifiesta
el yugo que oprime. Un trabajo sinfónico de equipo. La causa colectiva de
escarbar más a fondo las entrañas hondísimas de nuestra oscura realidad. Aquí
seguiremos escarbando contigo, querida Carmen. El poder podrá despedirte pero
el país te acoge.
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