Al pie de la escalerilla lo esperaba el Presidente Correas y dos niños, quienes le obsequiaron una ofrenda floral. Luego se tocaron los himnos tanto de Ecuador como del Vaticano y se dieron honores militares.
Texto completo del discurso del presidente Rafael Correa a la llegada del papa Francisco a Quito, Ecuador..
Domingo 5 de julio de 2015, 'Aeropuerto Internacional Mariscal
Sucre' en Quito
"Bienvenido,
papa Francisco, a nuestra América, a su América, a este tesoro de la Patria
Grande, llamado Ecuador, que lo recibe con los corazones de todos los
ecuatorianos desbordantes de alegría y esperanza. Bienvenido al país
megadiverso más compacto del mundo.
El
20 por ciento de nuestro territorio está protegido en 44 reservas y parques
naturales. La gama multicolor de nuestra flora y fauna se complementa y
enriquece más con la diversidad de nuestras culturas humanas. Tenemos además de
una mayoría mestiza, 14 nacionalidades indígenas con sus correspondientes
lenguas ancestrales, incluyendo a dos pueblos no contactados, que han preferido
el aislamiento voluntario en el corazón de la selva virgen.
Nuestra
Constitución define al Ecuador como un Estado unitario, pero plurinacional y
multicultural.
Los argentinos muy orgullosos dicen ‘El papa es argentino’; mi
querida amiga Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, dice ‘Bueno, el Papa será
argentino, pero Dios es brasileño’. Por supuesto que el Papa es argentino, probablemente
Dios es brasileño, pero de seguro el paraíso es ecuatoriano’.
Bienvenido,
Su Santidad.
Querido Santo Padre, el gran pecado social de nuestra América es
la injusticia. ¿Cómo podemos llamarnos el continente más cristiano del mundo,
siendo a su vez el más desigual? Cuando uno de los signos más recurrentes en el
Evangelio es compartir el pan.
Usted,
como un gigante moral para creyentes y no creyentes, nos dijo a los jefes de
Estado reunidos en la Cumbre de las Américas en Panamá –cito- ‘la inequidad, la
injusticia, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos es fuente
de conflictos entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se
construye sobre el necesario sacrificio de otros, y que para poder vivir
dignamente hay que luchar contra los demás.
El
bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las
personas’. Y agregó que mientras no se logre una justa distribución de la
riqueza no se resolverán los males de nuestra sociedad. Nos insistió que la
pobreza no se eliminará con limosnas, sino con justicia, al sostener que la
teoría del goteo o del derrame se ha revelado falaz.
No
es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que han tirado los
ricos. Por ello, con claridad, usted sostiene que tiene que exigirse la
distribución de la riqueza. Estas injusticias claman al cielo. La fundamental
cuestión moral en América Latina es precisamente la cuestión social, más aún si
por primera vez en la historia, la pobreza y la miseria en nuestro continente,
no son consecuencia de la falta de recursos, sino de sistemas políticos,
sociales y económicos perversos.
En
ese maravilloso regalo que usted ha dado a la humanidad, su encíclica ‘Laudato
si’, nos dice que la política no debe someterse a la economía y que necesitamos
imperiosamente que la política y la economía en diálogo se coloquen
decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana.
Nos
recuerda a todos los fieles que la tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función
social de cualquier forma de propiedad privada. Cita en su encíclica las
palabras de San Juan Pablo II, quien nos visitó hace 30 años, cuando dice ‘Dios
ha dado la tierra a todo el género humano, para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno’ y que añade, la
Iglesia defiende sí el derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor
claridad que toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social para que
los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado.
Usted
ha denunciado con fuerza la tragedia de la migración, la cual bien conoce
nuestro país.
No entiendo, Santo Padre, cómo los países ricos, muchos de ellos
mayoritariamente cristianos, podrán justificar éticamente a la futuras
generaciones la búsquedas cada vez mayor de mayor movilidad para mercancías y
capitales, al mismo tiempo, que penaliza, e incluso criminaliza la principal de
las movilidades, la movilidad humana.
La
solución, como tantas veces lo ha sugerido usted, no es más fronteras; es
solidaridad, es humanidad, y crear las condiciones de prosperidad y paz que
desincentiven a las personas a migrar.
Vivimos,
Santo Padre, una globalización inhumana y cruel, totalmente en función del
capital y no de los seres humanos, ya que no busca no busca ciudadanos
globales, sino tan solo consumidores globales. No busca crear una sociedad
planetaria, sino tan solo crear mercados planetarios. Y que, sin adecuados
mecanismo de control y 'governace', puede destrozar países, como también lo
menciona en su encíclica.
Santo
Padre, el orden global no solo es injusto, sino inmoral. Todo está en función
del más poderoso y los dobles estándares cunden por doquier.
Los
bienes ambientales producidos por países pobres deben ser gratuitos; los bienes
públicos, producidos por los países hegemónicos como el conocimiento, la ciencia
y la tecnología, deben privatizarse y ser pagados. Usted en su encíclica
cuestiona el estilo de vida de los países ricos por insostenible y antihumano.
Y acertadamente nos habla de la deuda ecológica que estos países tienen con los
países pobres. La mejor forma de enfrentar este injusto orden mundial es con la
unidad de nuestros pueblos.
La
construcción de la Patria Grande es impostergable, talvez los europeos tendrán
que explicar a sus hijos porqué se unieron, pero nosotros tendremos que
explicarles a los nuestros porqué nos demoramos tanto. Santo Padre, en lo
personal, jamás acabaré de darle gracias a Dios y a la vida por todos los
privilegios que me ha dado.
Entre
ellos poder conocerlo y recibirlo en mi patria. El Evangelio dice ‘donde está
tu tesoro, está tu corazón’. Tenga la seguridad que mi tesoro no es el poder,
sino el servicio. Tener un país sin miseria, pero también sin lujuriosos
derroches, un país que supere la cultura de la indiferencia, donde se acaben
los descartables de la sociedad. En la cual trabajemos para los hijos de todos
y así, juntos, alcancemos el Buen Vivir, el Sumak Kawsay de nuestros pueblos
ancestrales.
La
doctrina social de la Iglesia nos dice que el bien común es la razón de ser de
la autoridad política. Es ese bien común el que hemos tratado de construir en
Ecuador desde hace ocho años, considerando --cito-- ‘al prójimo como otro yo’,
cuidando primero de su vida y de los medios para vivirla dignamente, como nos
dice la Constitución Pastoral.
La
Conferencia Episcopal Latinoamericana, reunida en Medellín, nos ha dicho hace
casi medio siglo ‘el Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente
ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que
mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en
muchos casos a la inhumana miseria.
Un
zurdo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una
liberación que no les llega de ninguna parte’. Gracias a Dios la Iglesia
latinoamericana nos ha dado extraordinarios pastores, como Monseñor Óscar
Arnulfo Romero, mártir de nuestra América recientemente beatificado por usted;
nuestro Leonidas Proaño, el obispo de los indios, quien luchó por la verdad,
por la vida, por la libertad, por la justicia, los valores del reino de Dios,
como él los llamaba. Nos dio un Hélder Câmara: ‘Cuando doy de comer a los
pobres me llaman santo; cuando pregunto por qué hay pobres, me llaman
comunista'. Ahora esa iglesia nos la da usted, Francisco, el primer papa
latinoamericano’, con su mensaje profético que si alguien quisiera callar, lo
gritarán hasta las piedras. Bienvenido a su casa, Santo Padre".
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