6 jul 2015

José Agustín y Gustavo Saiz

Revista Proceso # 2018, 4 de julio de 2015
José Agustín recuerda a su “cuaderno” Gustavo Sainz/ROBERTO PONCE
Irrumpieron con la fuerza de una explosión en la escena literaria en los sesenta. Gustavo Sainz y José Agustín lo hicieron “a ritmo de sorpasso”, según definió Ramón Xirau en un artículo publicado en Revista de Revistas que dirigía Vicente Leñero en Excélsior. Los tres narradores se habían conocido en la revista Claudia. Hoy Agustín rememora en entrevista aquellos días juveniles de la llamada “literatura de la Onda” con Sainz, recién fallecido.
Hace medio siglo, Gustavo Sainz publicó Gazapo, una de las novelas que su amigo y colega narrador José Agustín elogió hacia 2005, con el texto 40 años de ‘Gazapo’, de la siguiente manera:
Sainz no es copista o taquígrafo de lo real; al contrario, transmuta el habla oral en una inteligente y provocativa expresión literaria. La escritura, limpia, económica, pulcramente vigilada, busca y obtiene el lenguaje justo, y así a la vez da humor, ironía y diversión en grande. Gazapo encuentra un raro equilibrio entre lo real y lo imaginario. Es compleja, elaborada, artística, y a la vez natural, auténtica, disfrutable… No dudo que esta novela seguirá vigente durante mucho tiempo. Es un auténtico clásico de la literatura mexicana.
Desde Cuautla, Morelos, donde radica, el acapulqueño José Agustín habla telefónicamente con Proceso tras enterarse del fallecimiento de Sainz, nacido en la Ciudad de México el 13 de julio de 1940:
“En principio no quisiera decirte nada, salvo que es una pena gigantesca su muerte, jamás me lo hubiera imaginado; mira, ha sido una temporadita bien gacha porque se han ido muchos amigos: José Emilio Pacheco, Leñero, Federico Campbell, ahora Sainz. No, no, no quisiera…”
Animado por su esposa de toda la vida, Margarita Bermúdez, el autor de La tumba, De perfli y Abolición de la propiedad, accede:
“Estoy bien, nomás un poco jodido por lo de Gustavo Sainz, ¿no sabes de qué murió? No me alegra en lo más mínimo que no nos hayamos llamado para ponernos de acuerdo ni tan siquiera para comer, pero como él andaba en el gabacho (Estados Unidos) y vivo en Cuautla, pos eso complicó las cosas.
“La última vez que lo vi fue cuando nos dieron las medallas a Vicente Leñero y a mí, él llegó al Palacio de Bellas Artes (21 de septiembre de 2011) pero tarde, ya se acababa de ir Vicente y pues hasta a’i nomás lo vi, fue así como el adiós de nuestro cuate, yo fui su cuadernísimo y un tiempo anduvimos cual uña y mugre, sólo que últimamente ya nos veíamos muy rara vez desde que se fue al gabacho.
“Yo lo vi en lo de la Medalla Bellas Artes y me dio mucha risa, porque ese numerito de dar conferencias como lo hice con Leñero, lo hacía mucho con Sainz. A mí Gustavo me había dado a leer algunos de los 15 textos originales que finalmente saldrían publicados como la novela Gazapo. Era cuando éramos muy amigos, muy muy cuadernos. Yo le leía todos los textos de sus primeras novelas y a partir de entonces se portó muy cuatacho, me quedé con la costumbre que libro que sacaba Sainz, por lo menos le echaba un ojito, ¡y escribió muchísimo!. La tumba me la leyó muy bien, y De perfil fue una novela que escribí mucho con la presencia de Leñero y de Sainz.”
Gazapo llegó a poseer “momentos de calidad extrema”, destaca, y elogia en Obsesivos días circulares (1969) “partes especialmente buenas”.
–¿Y su novela de 1974 La princesa del Palacio de Hierro?
–Pues es buena, es padre, pero ya estaba un poquito más colgadona. Yo lo quería mucho, le decía de cuates Sanx-Sainz, Gus Sainete, Sainz Friction…
–…Sainzano, que es un juego de palabras con el vermouth marca Cinzano, ¿verdad?
–Era bastante simpático y pícaro, pero abstemio –tercia su esposa Margarita.
–Bueno, es que de repente descubrí que con el nombre de Gustavo se podían hacer chorro mil pruebas de juegos de palabras… En tierra de ciegos Sainzano es rey –cita–, ¡qué te parece! Pero es que él escribía muy pero muy bien. Era otra de las grandes diferencias que teníamos, yo era como más despiporre y más relajín, mientras él escribía con una gran formalidad encabronada, fuera de Gazapo y La princesa… Y es que la princesa era una chava que él conoció en el Palacio de Hierro, porque trabajaba ella allí…”
–A José Agustín nunca le gustó ser literato “de la Onda”. ¿Y a Sainz?
–Que yo sepa, nunca le meneó por ese lado. Solamente muy muy al principio, conminados por Juan Tovar, salimos en una entrevista con Raúl Velasco en la tele para hablar de ‘la Onda’. ¡Pero hace siglos! En aquella época no existía la puta literatura de ‘la Onda’; para empezar, Margo Glantz había salido con esa jalada. No sé, como que de alguna manera ahí le dimos la despedida a la literatura de ‘la Onda’.
“A mi carnal Parménides (García Saldaña) y a mí nos gustaba el rock, esa era una de las diferencias con Sainz; pero cuando crecieron sus hijos se volvió un conocedor del rock y platicábamos a gusto, pero ya para esas fechas ya casi no lo veía. Yo tenía la confianza de que Sainz regresaría en cualquier momento y me caería en Cuautla, todavía hace un tiempo corrió el rumor de que ya se venía de vuelta a México para dar clases a la Universidad de Saltillo, lo cual me pareció lógico, ¿no? De ahí ya le fui perdiendo la pista.
“Yo siempre lo extrañaba porque era muy muy buen escritor, y aparte en esos años, cuadernísimos, ¿no?, ¡cómo no lo iba a recordar! Lo vi cuando me dieron el Premio de Narrativa Colima (1983), y al cambio de siglo, Sainz y yo nos veíamos poquísimo. Cuando le di la chamba en la Universidad de Nuevo México en Alburquerque, por los ochentas, a muchos escritores y cuadernos suyos se nos ocurrió juntarnos allá, y nos veíamos. Y si no, en la Feria del Libro de Monterrey y de Guadalajara…
“A mí originalmente me habían ofrecido la chamba en Nuevo México, pero ya con estadía permanente en el gabacho, salario completo, y les dije: ‘Yo no puedo orita, pero aquí está Gustavo Sainz, se los presento’, porque Sainz tenía poquito tiempo de haberme dicho que, que…
Margarita complementa “de que quería irse a vivir por allá con su compañera Alessandra y nosotros no, ya teníamos tres hijos, el más chico Tino (Agustín) tenía dos años, no quisimos dejar México y fue cuando mi esposo le ofreció su plaza a Gustavo para quedarse en Nuevo México”.
–Los que se sorprendieron muchísimo fueron varios académicos en los Estados Unidos, no sabían que pudiésemos ser tan amigos y yo era cuatro años menor que él, o que yo les rechazara su oferta. Querían tener al mejor narrador, porque ya tenían al mejor poeta de habla hispana con ellos, Ángel González… ¡Gustavo no supo que todo el primer año que estuvo dando clases lo habían estado monitoreando los de allá!
“Si le rascas por ahí, te van a salir muchos alumnos suyos, recuerdo a la poeta Ethel Krauze, quien tomó un taller con él en Bellas Artes. Todo mundo lo adoraba.”
–José Agustín y Gustavo Sainz compartieron escribir sobre la juventud desde la juventud.
–Exacto. Yo empecé más chavo, todavía. Yo empecé De perfil a los 18 años; nos unió lo generacional, por eso me sacaba de onda que no le gustara el rockcito. Él era un intelectualazo, un lector de miedo, de chorro mil cosas; tenía una biblioteca impresionante en su departamentito de Río Po, colonia Cuauhtémoc. Allí vivió mucho tiempo, pero no armábamos ninguna pachanga allí porque él era totalmente fresa.
“No fumaba mota, a menos en ese momento no, para nada; pero luego yo creo que ya allá en Estados Unidos los gabachos lo amacizaron.”
José Agustín afirma que está por terminar su última novela, sobre Job.
“Yo a’i la llevo, tampoco siento prisa porque no veo por qué tenerla.”  

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