Revista
Proceso
# 2018, 4 de julio de 2015
José Agustín
recuerda a su “cuaderno” Gustavo Sainz/ROBERTO PONCE
Irrumpieron
con la fuerza de una explosión en la escena literaria en los sesenta. Gustavo
Sainz y José Agustín lo hicieron “a ritmo de sorpasso”, según definió Ramón
Xirau en un artículo publicado en Revista de Revistas que dirigía Vicente
Leñero en Excélsior. Los tres narradores se habían conocido en la revista
Claudia. Hoy Agustín rememora en entrevista aquellos días juveniles de la
llamada “literatura de la Onda” con Sainz, recién fallecido.
Hace
medio siglo, Gustavo Sainz publicó Gazapo, una de las novelas que su amigo y
colega narrador José Agustín elogió hacia 2005, con el texto 40 años de
‘Gazapo’, de la siguiente manera:
Sainz
no es copista o taquígrafo de lo real; al contrario, transmuta el habla oral en
una inteligente y provocativa expresión literaria. La escritura, limpia,
económica, pulcramente vigilada, busca y obtiene el lenguaje justo, y así a la
vez da humor, ironía y diversión en grande. Gazapo encuentra un raro equilibrio
entre lo real y lo imaginario. Es compleja, elaborada, artística, y a la vez
natural, auténtica, disfrutable… No dudo que esta novela seguirá vigente
durante mucho tiempo. Es un auténtico clásico de la literatura mexicana.
Desde
Cuautla, Morelos, donde radica, el acapulqueño José Agustín habla
telefónicamente con Proceso tras enterarse del fallecimiento de Sainz, nacido
en la Ciudad de México el 13 de julio de 1940:
“En
principio no quisiera decirte nada, salvo que es una pena gigantesca su muerte,
jamás me lo hubiera imaginado; mira, ha sido una temporadita bien gacha porque
se han ido muchos amigos: José Emilio Pacheco, Leñero, Federico Campbell, ahora
Sainz. No, no, no quisiera…”
Animado
por su esposa de toda la vida, Margarita Bermúdez, el autor de La tumba, De
perfli y Abolición de la propiedad, accede:
“Estoy
bien, nomás un poco jodido por lo de Gustavo Sainz, ¿no sabes de qué murió? No
me alegra en lo más mínimo que no nos hayamos llamado para ponernos de acuerdo
ni tan siquiera para comer, pero como él andaba en el gabacho (Estados Unidos)
y vivo en Cuautla, pos eso complicó las cosas.
“La
última vez que lo vi fue cuando nos dieron las medallas a Vicente Leñero y a
mí, él llegó al Palacio de Bellas Artes (21 de septiembre de 2011) pero tarde,
ya se acababa de ir Vicente y pues hasta a’i nomás lo vi, fue así como el adiós
de nuestro cuate, yo fui su cuadernísimo y un tiempo anduvimos cual uña y
mugre, sólo que últimamente ya nos veíamos muy rara vez desde que se fue al
gabacho.
“Yo
lo vi en lo de la Medalla Bellas Artes y me dio mucha risa, porque ese numerito
de dar conferencias como lo hice con Leñero, lo hacía mucho con Sainz. A mí
Gustavo me había dado a leer algunos de los 15 textos originales que finalmente
saldrían publicados como la novela Gazapo. Era cuando éramos muy amigos, muy
muy cuadernos. Yo le leía todos los textos de sus primeras novelas y a partir
de entonces se portó muy cuatacho, me quedé con la costumbre que libro que
sacaba Sainz, por lo menos le echaba un ojito, ¡y escribió muchísimo!. La tumba
me la leyó muy bien, y De perfil fue una novela que escribí mucho con la
presencia de Leñero y de Sainz.”
Gazapo
llegó a poseer “momentos de calidad extrema”, destaca, y elogia en Obsesivos
días circulares (1969) “partes especialmente buenas”.
–¿Y
su novela de 1974 La princesa del Palacio de Hierro?
–Pues
es buena, es padre, pero ya estaba un poquito más colgadona. Yo lo quería
mucho, le decía de cuates Sanx-Sainz, Gus Sainete, Sainz Friction…
–…Sainzano,
que es un juego de palabras con el vermouth marca Cinzano, ¿verdad?
–Era
bastante simpático y pícaro, pero abstemio –tercia su esposa Margarita.
–Bueno,
es que de repente descubrí que con el nombre de Gustavo se podían hacer chorro
mil pruebas de juegos de palabras… En tierra de ciegos Sainzano es rey –cita–,
¡qué te parece! Pero es que él escribía muy pero muy bien. Era otra de las
grandes diferencias que teníamos, yo era como más despiporre y más relajín,
mientras él escribía con una gran formalidad encabronada, fuera de Gazapo y La
princesa… Y es que la princesa era una chava que él conoció en el Palacio de
Hierro, porque trabajaba ella allí…”
–A
José Agustín nunca le gustó ser literato “de la Onda”. ¿Y a Sainz?
–Que
yo sepa, nunca le meneó por ese lado. Solamente muy muy al principio,
conminados por Juan Tovar, salimos en una entrevista con Raúl Velasco en la
tele para hablar de ‘la Onda’. ¡Pero hace siglos! En aquella época no existía
la puta literatura de ‘la Onda’; para empezar, Margo Glantz había salido con
esa jalada. No sé, como que de alguna manera ahí le dimos la despedida a la
literatura de ‘la Onda’.
“A
mi carnal Parménides (García Saldaña) y a mí nos gustaba el rock, esa era una
de las diferencias con Sainz; pero cuando crecieron sus hijos se volvió un
conocedor del rock y platicábamos a gusto, pero ya para esas fechas ya casi no
lo veía. Yo tenía la confianza de que Sainz regresaría en cualquier momento y
me caería en Cuautla, todavía hace un tiempo corrió el rumor de que ya se venía
de vuelta a México para dar clases a la Universidad de Saltillo, lo cual me
pareció lógico, ¿no? De ahí ya le fui perdiendo la pista.
“Yo
siempre lo extrañaba porque era muy muy buen escritor, y aparte en esos años,
cuadernísimos, ¿no?, ¡cómo no lo iba a recordar! Lo vi cuando me dieron el
Premio de Narrativa Colima (1983), y al cambio de siglo, Sainz y yo nos veíamos
poquísimo. Cuando le di la chamba en la Universidad de Nuevo México en
Alburquerque, por los ochentas, a muchos escritores y cuadernos suyos se nos
ocurrió juntarnos allá, y nos veíamos. Y si no, en la Feria del Libro de
Monterrey y de Guadalajara…
“A
mí originalmente me habían ofrecido la chamba en Nuevo México, pero ya con
estadía permanente en el gabacho, salario completo, y les dije: ‘Yo no puedo
orita, pero aquí está Gustavo Sainz, se los presento’, porque Sainz tenía
poquito tiempo de haberme dicho que, que…
Margarita
complementa “de que quería irse a vivir por allá con su compañera Alessandra y
nosotros no, ya teníamos tres hijos, el más chico Tino (Agustín) tenía dos
años, no quisimos dejar México y fue cuando mi esposo le ofreció su plaza a
Gustavo para quedarse en Nuevo México”.
–Los
que se sorprendieron muchísimo fueron varios académicos en los Estados Unidos,
no sabían que pudiésemos ser tan amigos y yo era cuatro años menor que él, o
que yo les rechazara su oferta. Querían tener al mejor narrador, porque ya
tenían al mejor poeta de habla hispana con ellos, Ángel González… ¡Gustavo no
supo que todo el primer año que estuvo dando clases lo habían estado
monitoreando los de allá!
“Si
le rascas por ahí, te van a salir muchos alumnos suyos, recuerdo a la poeta
Ethel Krauze, quien tomó un taller con él en Bellas Artes. Todo mundo lo
adoraba.”
–José
Agustín y Gustavo Sainz compartieron escribir sobre la juventud desde la
juventud.
–Exacto.
Yo empecé más chavo, todavía. Yo empecé De perfil a los 18 años; nos unió lo
generacional, por eso me sacaba de onda que no le gustara el rockcito. Él era
un intelectualazo, un lector de miedo, de chorro mil cosas; tenía una
biblioteca impresionante en su departamentito de Río Po, colonia Cuauhtémoc.
Allí vivió mucho tiempo, pero no armábamos ninguna pachanga allí porque él era
totalmente fresa.
“No
fumaba mota, a menos en ese momento no, para nada; pero luego yo creo que ya
allá en Estados Unidos los gabachos lo amacizaron.”
José
Agustín afirma que está por terminar su última novela, sobre Job.
“Yo
a’i la llevo, tampoco siento prisa porque no veo por qué tenerla.”
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