El misterio de los Santos Inocentes/Jean Meyer
El Universal, 20 de septiembre de 2015
Desde
el 9 de agosto tengo sobre mi mesa la foto en blanco y negro de una pequeña
familia. El papá, unos treinta años, lleva en brazos un niñito de un año, poco
más de un año; a su lado la joven mamá. No aparece en la foto el hermanito
Ahmed, cuatro años. Es una familia palestina que vivía en el pueblo de Duma,
cerca de la ciudad de Nablús. Unos días antes del día 9, Saad, el papá y el
pequeño Ali murieron abrasados a consecuencia del atentado cometido, de noche,
con cocteles molotov por terroristas judíos; la madre, Rihan, y el niño Ahmed
fueron hospitalizados con graves quemaduras en el 60% del cuerpo. Rihan murió
el 7 de septiembre; no sé si Ahmed vive todavía.
Pensaba
escribir sobre el caso, en el marco de una reflexión sobre la línea seguida por
Israel contra el pueblo palestino, pero
en la noche del 2 de septiembre me alcanzó en internet la terrible fotografía a
colores del cuerpo de un pequeño niño, ahogado en el mar Egeo, entre la costa
turca y la muy vecina isla griega de Kos. En el naufragio murieron once
personas, varias mujeres, su madre, y cuatro niños, entre los cuales su
hermano. Escribí hace poco sobre el tema de los desesperados habitantes del
Oriente Medio que buscan al peligro de su vida un refugio en Europa. Habrá que
volver al tema, pero la foto en blanco y negro del hermoso niñito Ali, bien
vivo en brazos de su padre, la foto a colores del santo inocente desconocido,
víctima de la locura de los hombres, me llevan por otros lados. No podré tener
a la vista, cada día, la segunda foto, la de Aylan, y la primera me hiere cada
día. Como abuelo, como padre, como hombre.
Es
“el misterio de los santos inocentes”. Charles Péguy escribió un hermoso,
rugoso, terrible poema en prosa, con ese título, sobre los infantes masacrados
por los soldados, los sicarios del rey Herodes que deseaba, a toda costa, la
muerte del niño Jesús. Antes de que el mar llevara a la playa el cuerpo del
niñito vestido de una playera roja y de un pantalón corto azul, después de
enterarme de la muerte atroz de Ali, busqué mi libro de Péguy y leí “el
misterio de los santos inocentes”. Y ahora escribo en memoria de tantos
inocentes niños ahogados en el mar Mediterráneo —el mar Egeo es parte de
aquel—, asfixiados en los bajos de las barcazas de los traficantes de ganado
humano, asfixiados en los trailers o en los camiones frigoríficos que comercian
en toda Europa con los migrantes. Y en nuestro México también, desde la
frontera con Guatemala hasta la frontera con Estados Unidos. Escribo en memoria
del largo desfile de todos estos pequeños infantes lechosos, víctimas directas
o indirectas, a lo largo de los siglos, de hombres que presumen de pertenecer a
la especie homo sapiens sapiens. Sin olvidar a nuestro pequeño compatriota de
seis años, torturado y apuñalado 22 veces, hace poco, por cinco muchachos y
muchachas cuya edad va de doce a quince años…
Insondable
misterio encuentro en la masacre de los santos inocentes. Herodes quería matar
al niño Jesús porque creía que venía a quitarle su trono; los terroristas
judíos, hasta ahora más que tolerados por el Estado de Israel, quieren expulsar
los palestinos de su tierra natal y, si necesario, borrarlos de la faz de la
tierra. ¿Qué querían los adolescentes asesinos del santo inocente? La
fascinación del mal… “Cuando hay gente que se asfixia en camiones y llegan
cuerpos de niños a la orilla del mar, es hora de actuar”, dice la inglesa
Yvette Cooper y la canciller alemana Angela Merkel pide a la Europa toda abrir
los brazos a los refugiados: “Si Europa falla en esa cuestión de los
refugiados, quedará destruida su estrecha relación con los derechos civiles
universales y no tendremos la Europa que deseamos”. Cuando Hitler quiso
expulsar a los judíos alemanes de su país, todas las naciones se negaron a
darles visa de entrada que exigía el poder nazi para dejarlos salir del Reich.
Investigador
del CIDE
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