Revista
Proceso
# 2029, 20 de septiembre de 2015.
¡Hasta
pronto, querido “Laco”!/HERNÁN LARA ZAVALA
Decía
Jorge Luis Borges que los escritores son como los árboles: algunos producen muy
buenos frutos pero son débiles y enclenques, otros son grandes y frondosos pero
producen frutos deleznables; lo extraordinario es cuando fruto y árbol son
equivalentes.
Fue
el caso de Eraclio Zepeda: árbol y fruto: tal para cual: escritor y persona,
uno reflejo del otro.
Como
suele suceder conocí a Eraclio Zepeda primero como lector. Benzulul, su primer libro de
cuentos, me cautivó de inmediato por el humor y agilidad de su prosa, por la
magia del mundo que describía y por la sabiduría y conocimiento de la parte
profunda del estado de Chiapas, de sus mitos, contradicciones y penurias. En
principio pensé que era el heredero chiapaneco de Juan Rulfo pero, según me
confió cuando lo conocí personalmente, no lo había leído entonces.
Su
formación se la había dado su padre, quien le enseñó a “pepenar” historias por
los caminos de su estado. Ahí también se formó en su otro gran oficio, el de
cuentero, pues solía escuchar a los fabuladores de los pueblos donde aprendió
el arte de la narración oral que le valió que yo lo propusiera, entre bromas y
veras, como “patrimonio de la humanidad”. Cuando Laco estaba en vena ejercía un
poder hipnótico que cautivaba a sus escuchas mediante sus improvisadas pero
elocuentes y graciosas historias y los transportaba a las más remotas regiones
de Chiapas y a conocer a los más excéntricos y chuscos personajes, como Don
Valentín Espinosa, de quien Laco afirmaba era “el hombre más culto del mundo aunque
no sabía ni leer ni escribir, pero eso sí llevaba siempre en el bolsillo de su
camisa cuatro o cinco plumas” o a Don Chicho que un día intentó volar al cielo
y todo el mundo le hizo encargos para cuando viera a sus finados. En sus
relatos hay un humor parecido al de Gabriel García Márquez, más por afinidad de
personalidad que por imitación o influencia.
Como
Rulfo, Laco llevaba sus cuentos metidos en la cabeza y les iba dando vueltas y
vueltas hasta que lograba darles la forma justa. Le oí muchos cuentos que jamás
llegaron a la imprenta y que, sin embargo, los guardo en la memoria y en el
corazón como si los hubiera leído.
Sus
dos primeros libros son espléndidos aunque de muy diferente estilo y temática:
Benzulul, escrito cuando era muy joven, ocurre en el corazón de Chiapas, y
entre sus cuentos memorables está el que le da título al volumen, además de
“Vientooo”, “El caguamo” y “No se asombre sargento” que tiene cierto parecido
con “Diles que no me maten” de Rulfo. Vale la pena también el cuento “El mudo”,
en el que un hombre al cual le gustaba jugar a hacerse el mudo es mandado a
fusilar por hacerse el chistoso, cuando en realidad había perdido el habla por
pánico. Todos esos cuentos no podían
ocurrir más que en Chiapas, por su ambiente, sus personajes, su entorno y
situaciones. Laco logró imprimirle vida literaria a su estado y a sus
pobladores, insertándolo en el gran atlas de las letras mexicanas.
Su
segundo libro, Asalto nocturno, tiene una escenografía totalmente distinta.
Ocurre en diversos lugares de México y el mundo. Es más cosmopolita y variado.
El cuento que le da título al libro trata de la travesura de un grupo de
egresados de una academia militarizada de la Ciudad de México que, una noche de
borrachera, deciden tomar por asalto las instalaciones del recinto donde
estudiaron prepa. Pero el tiro les sale por la culata: Los profesores descubren
el intento y arengan a alumnos a que respondan militarmente como si se tratara
de una guerra, y los burladores resultan burlados y humillados. Se trata de un
cuento de carácter humorístico pero que metafóricamente recuerda la actitud de
los estados castristas en contra de sus propios conciudadanos.
En
el mismo libro figuran textos como “Lidia Petrovna”, que ocupara también la
imaginación de Alejo Carpentier en La consagración de la primavera o el célebre
relato “Los trabajos de la ballena”, también de carácter humorístico aunque con
cierta dosis de amargura.
Hay
un texto más inolvidable de Eraclio titulado “De la marimba al son”, que se
inició como cuento oral y que, cuando alcanzó la forma debida, pasó a ser
escrito; ahí relata el viaje simbólico que la marimba hizo desde el continente
de África hasta América.
En
1982 publicó el libro Andando el tiempo que le valiera el Premio Villaurrutia.
Todos sus cuentos poseen aliento lírico y están llenos de inspiración, humor y
curiosas sorpresas. En ellos no hay desperdicio. Como su producción era parca
cuando le preguntaban por qué no había escrito más, Laco respondía: “Más vale
publicar poco que arrepentirse mucho”.
Gracias
a sus excepcionales dotes histriónicos, a su bigote y complexión, participó
como actor personificando a Pancho Villa en Reed, México Insurgente y en
Campanas Rojas.
Conformó
con Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime Labastida y Jaime Augusto Shelley el
famoso grupo de “La espiga amotinada”. Y aunque su obra poética es tal vez
menos conocida que la de sus colegas, hay ciertas piezas como “Asela” que
revelan el temperamento lírico que Laco poseía y que ejerció principalmente en
su prosa narrativa (y que fue antologado en Poesía en movimiento por Octavio
Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Homero Aridjis).
Desde
muy joven Laco tuvo inquietudes políticas. Militó en el Partido Obrero
Campesino, en el Partido Comunista Mexicano y se alistó como miliciano cuando
el ataque a Playa Girón (1961). Fidel Castro se refería a él como “México”. Fue
cofundador y miembro del Partido Socialista Unificado de México y del Partido
Mexicano Socialista, por el que fue precandidato a la Presidencia junto con
Heberto Castillo. Fue también cofundador del Partido de la Revolución
Democrática. Invirtió buena parte de su vida al quehacer político desde la
izquierda y con espíritu abierto y progresista.
Durante
la mayor parte de su vida fue un hombre querido y admirado por propios y
extraños pues era alegre, generoso, con talento, comprometido, echado para
delante y muy popular. A las generaciones más jóvenes siempre nos ayudó y nos
apoyó ya fuera invitándonos a participar en lecturas, cursos y talleres o
mediante su amistad y compañerismo. Por él conocí y me hice amigo del chileno
Poli Délano cuando vivía en Cuernavaca, amistad que perdura hasta nuestros
días.
Pero
entre 1994 y 1997 tuvo un tropezón: aceptó ser secretario de Gobierno de
Chiapas, acaso con el anhelo de ayudar a su estado, con los gobernadores
Eduardo Robledo Rincón y Julio César Ruiz Ferro. Eso le creó muchos problemas,
animadversiones y enemistades. Su popularidad se vino abajo e incluso sus
mejores amigos rompieron con él, y le adjudicaron la responsabilidad de algunos
actos lamentables. Eso resultó para él un golpe tan severo que cambió hasta su
personalidad y natural alegría. Pero en su fuero interno no se dejó amilanar y
su respuesta fue ponerse a escribir la saga familiar que había tenido en mente
durante años.
En
2005 publica Las grandes lluvias, a la que le siguen Tocar el fuego, Sobre esta
tierra y Viento del siglo, su tetralogía que da cuenta de diversas épocas y
leyendas familiares, conflictos sociales y naturales en el estado de Chiapas.
Para
quien haya conocido bien o leído con atención a Eraclio Zepeda sabrá que él era
incapaz de un acto criminal o canallesco; su espíritu y su actitud ante la vida
era el de un hombre probo preocupado por el bienestar de los más necesitados,
como se lee en su obra. Si acaso cometió algunos errores, fueron más de
negligencia e ingenuidad que de perversidad. A él bien se le podía aplicar lo
que comenta uno de sus personajes, “quien dice verdad le huele la boca a
hierbabuena”.
Eraclio
Zepeda: gran escritor, gran amigo, gran mexicano.
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