La sorpresiva y cruel muerte del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, debe atraer en la República una reflexión que vaya más allá del pesar por la desaparición de un hombre en plena juventud, al que añorarán por siempre amigos, colaboradores y su familia, especialmente su esposa y sus pequeños hijos.
El eje de este análisis tampoco debe centrarse en que se haya tratado de un actor central en el equipo de gobierno del presidente Felipe Calderón, quien durante las últimas horas ha cumplido con su conciencia y su deber al honrar al mexicano, al funcionario público y al colaborador al que sus últimos momentos encontraron en el cumplimiento de una tarea especialmente ardua.
Como ocurrió con el ex fiscal José Luis Santiago Vasconcelos y con el resto de los ocupantes del fatídico vuelo accidentado el martes, Mouriño Terrazo buscaba sumar su esfuerzo y convicciones para apuntalar el sueño de un mejor país, anhelo que muchos alimentamos con la certeza de que serán las próximas generaciones —nuestros hijos— las que recibirán los beneficios de nuestros actuales afanes.
Su última actividad pública estuvo orientada a extender la necesaria colaboración entre los diferentes órdenes de gobierno para unir voluntades en la lucha contra el crimen organizado, ese cáncer que ha penetrado en tantos niveles de nuestro cuerpo social, y cuyo combate, por tanto, exige de todos nosotros.
Sólo con el tiempo, con la distancia, podrá la nación hacer un justo balance de las verdaderas aportaciones de Mouriño, de sus defectos y sus talentos. Pero es hoy, frente a esta tragedia que a todos ha conmovido, cuando puede encontrarse en estos hechos la inspiración para elevar nuestra altura de miras y buscar anteponer aquello que nos identifica por sobre lo que nos divide.
Los desafíos que encara el país son especialmente complejos, tanto en el ámbito económico y en el de la seguridad pública, como en el político, especialmente cuando tenemos a la vista las elecciones del próximo año.
El encono que tanto ha debilitado a la República a lo largo de su historia, parece en ocasiones dominar nuestro panorama inmediato. La sensación de desaliento en algunos sectores de la sociedad es el más agudo que hayamos experimentado en nuestra actual generación. En contraste, son también cada vez más las voces que llaman a impulsar un mayor clima de concordia y reconciliación, como condiciones indispensables para encarar los tiempos difíciles.
La muerte de Mouriño Terrazo y acompañantes podrá dar lugar a un buen fruto si ayuda a sembrar una nueva visión del país y ensancha los caminos para el diálogo y el acuerdo.
Es en este horizonte en el que pueden encontrarse fórmulas novedosas que den un giro a los recientes acontecimientos e impulsen una atmósfera de verdadera colaboración y unidad de propósitos.
La tragedia que envuelve este momento puede resultar en tierra fértil si permite cultivar una mayor conciliación entre los actores públicos, en particular entre los líderes políticos de los diversos signos que dominan la vida del país.
Los mexicanos merecemos que nuestros dirigentes sumen su compromiso para alentar la esperanza de que con la participación de todos, nuestro país será mañana un poco mejor que hoy.
En esta hora oscura que representa la muerte de mexicanos de bien, debe ser la esperanza la que oriente nuestro camino. La patria habrá de reconocerlo.
México ha enfrentado y ganado duras batallas a la largo de su historia. Afiancemos esta historia apoyando a nuestras instituciones en la difícil etapa que vive nuestra nación. Demostremos, una vez más, de lo que somos capaces los mexicanos cuando la fatalidad nos agobia, reafirmemos la colaboración republicana auténtica donde cada uno aportemos lo que esté en nuestras manos para afrontar y erradicar a los adversarios de México: la pobreza, el desempleo y la criminalidad.
El eje de este análisis tampoco debe centrarse en que se haya tratado de un actor central en el equipo de gobierno del presidente Felipe Calderón, quien durante las últimas horas ha cumplido con su conciencia y su deber al honrar al mexicano, al funcionario público y al colaborador al que sus últimos momentos encontraron en el cumplimiento de una tarea especialmente ardua.
Como ocurrió con el ex fiscal José Luis Santiago Vasconcelos y con el resto de los ocupantes del fatídico vuelo accidentado el martes, Mouriño Terrazo buscaba sumar su esfuerzo y convicciones para apuntalar el sueño de un mejor país, anhelo que muchos alimentamos con la certeza de que serán las próximas generaciones —nuestros hijos— las que recibirán los beneficios de nuestros actuales afanes.
Su última actividad pública estuvo orientada a extender la necesaria colaboración entre los diferentes órdenes de gobierno para unir voluntades en la lucha contra el crimen organizado, ese cáncer que ha penetrado en tantos niveles de nuestro cuerpo social, y cuyo combate, por tanto, exige de todos nosotros.
Sólo con el tiempo, con la distancia, podrá la nación hacer un justo balance de las verdaderas aportaciones de Mouriño, de sus defectos y sus talentos. Pero es hoy, frente a esta tragedia que a todos ha conmovido, cuando puede encontrarse en estos hechos la inspiración para elevar nuestra altura de miras y buscar anteponer aquello que nos identifica por sobre lo que nos divide.
Los desafíos que encara el país son especialmente complejos, tanto en el ámbito económico y en el de la seguridad pública, como en el político, especialmente cuando tenemos a la vista las elecciones del próximo año.
El encono que tanto ha debilitado a la República a lo largo de su historia, parece en ocasiones dominar nuestro panorama inmediato. La sensación de desaliento en algunos sectores de la sociedad es el más agudo que hayamos experimentado en nuestra actual generación. En contraste, son también cada vez más las voces que llaman a impulsar un mayor clima de concordia y reconciliación, como condiciones indispensables para encarar los tiempos difíciles.
La muerte de Mouriño Terrazo y acompañantes podrá dar lugar a un buen fruto si ayuda a sembrar una nueva visión del país y ensancha los caminos para el diálogo y el acuerdo.
Es en este horizonte en el que pueden encontrarse fórmulas novedosas que den un giro a los recientes acontecimientos e impulsen una atmósfera de verdadera colaboración y unidad de propósitos.
La tragedia que envuelve este momento puede resultar en tierra fértil si permite cultivar una mayor conciliación entre los actores públicos, en particular entre los líderes políticos de los diversos signos que dominan la vida del país.
Los mexicanos merecemos que nuestros dirigentes sumen su compromiso para alentar la esperanza de que con la participación de todos, nuestro país será mañana un poco mejor que hoy.
En esta hora oscura que representa la muerte de mexicanos de bien, debe ser la esperanza la que oriente nuestro camino. La patria habrá de reconocerlo.
México ha enfrentado y ganado duras batallas a la largo de su historia. Afiancemos esta historia apoyando a nuestras instituciones en la difícil etapa que vive nuestra nación. Demostremos, una vez más, de lo que somos capaces los mexicanos cuando la fatalidad nos agobia, reafirmemos la colaboración republicana auténtica donde cada uno aportemos lo que esté en nuestras manos para afrontar y erradicar a los adversarios de México: la pobreza, el desempleo y la criminalidad.
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