La inmaculada percepción/Vianey Esquinca
Fue un atentado...
“Fue un atentado del narcotráfico” esa es la idea que ha adoptado buena parte de la población mexicana para explicar las causas que provocaron que el avión donde iban el ex titular de la Secretaría de Gobernación y el ex encargado de la SIEDO se derrumbara y, pase lo que pase y digan lo que digan las pruebas o las autoridades, esa será la percepción que se quedará.
No se trata de una alucinación colectiva provocada por la infalible ley popular del piensa mal y acertarás ni tampoco a un exceso de creatividad generalizada. Hubo información y hechos que contribuyeron a construir el pensamiento naturalmente sospechosista del mexicano. Primero: se está desarrollando en el país la guerra más cruenta y jamás vista contra el crimen organizado, con miles de muertos en el camino y, a últimas fechas, con varios narcotraficantes capturados. Segundo: para nadie era un misterio que José Luis Santiago Vasconcelos había recibido innumerables amenazas de muerte. Su cabeza tenía precio. Cuando renunció a la SIEDO, dependencia que encabezaba, con el fin de ocupar el cargo de secretario técnico para la Implementación del Sistema de Justicia Penal, comenzó a preparar iniciativas que iban directo contra el enriquecimiento de los narcotraficantes y de sus familias. Tercero: el narcotráfico ha demostrado que es capaz de todo y que no tiene respeto por nadie, ¿por qué no iba a mandar una señal de este nivel si ya había sido capaz de atentar contra la gente de Morelia?
Cuarto: Juan Camilo Mouriño representaba el brazo derecho y era uno de los hombres más confiables de Felipe Calderón. Quinto: a unas horas de ocurrido el accidente, la primera información que comenzó a correr en los medios era confusa y reforzaba la hipótesis del atentado. Se dijo que el avión donde iban los funcionarios jamás había tenido un problema mecánico; que el piloto era un aviador experimentado y confiable; que desde la aeronave no había salido ninguna señal de alerta; que todo indicaba que había sido sorpresivo el descontrol. El secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, declaró muy rápido que todo apuntaba a que había sido un accidente, con lo que generó la duda y la desconfianza con respecto a que el gobierno federal tenía mucha prisa por concluir y cerrar el caso. Afortunadamente para el gobierno, la estrategia de comunicación fue corregida a tiempo.
Sexto: tal vez lo que más pesa en el subconsciente colectivo es la permanente desconfianza a las versiones oficiales. Esto, por supuesto, no es gratuito. Durante años, décadas, se han quedado casos, accidentes, incidentes y muertes sin resolver o con explicaciones fabricadas a modo. En el asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio la gente nunca creyó el veredicto del asesino solitario personalizado en Mario Aburto, incluso fabricó a sus culpables: Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís.
La población tampoco compró los dictámenes de suicidio que las autoridades judiciales hicieron en los casos de Luis Miguel Moreno, ex secretario de Transportes y Vialidad del Distrito Federal y quien en 1995 aparentemente decidió dispararse dos veces en el pecho en pleno escándalo y quiebra de la Ruta 100 y de Digna Ochoa, quien escogió la peor posición para suicidarse en octubre de 2001.
¿Quiénes fueron los asesinos materiales e intelectuales del ex político José Francisco Ruiz Massieu? ¿Qué provocó exactamente que el helicóptero donde venía Ramón Martín Huerta, el ex secretario de Seguridad Pública durante el sexenio de Vicente Fox, se precipitara al suelo? ¿Quién mató realmente al camarógrafo estadunidense, Bradley Roland Hill en octubre de 2006 en la ciudad de Oaxaca? La APPO dice que la policía local, la policía local que miembros de la APPO… Estos son casos sin resolver, pero que siempre traen detrás una explicación oficial frágil o poco creíble. Es tal la desconfianza en las instituciones tradicionales que incluso si se llega a detener a presuntos culpables, inmediatamente la gente piensa que son sólo chivos expiatorios para cubrir al verdadero responsable.
Pero también hay casos que no importa que cimbren a la sociedad, no hay manera de que llegue la justicia: las muertas de Juárez, los enriquecimientos inexplicables de varios políticos mexicanos, los asesinatos de periodistas que han quedado en la impunidad.
Definitivamente, la burra no era arisca. Por todo lo anterior no habrá manera de que la población mexicana deje de pensar o sospechar, en el mejor de los casos, que la muerte de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos fue provocada. Acostumbrados a tantas verdades a medias, los habitantes dan sus versiones a los hechos que ocurrieron el pasado martes: “Drogaron al piloto”, “pusieron un líquido que cuando se activa corroe los instrumentos del avión y eso provocó la caída en picada”, “violaron o intervinieron los instrumentos y por eso no quedaron huellas”, etcétera.
Finalmente, hay que añadir un octavo elemento y es que la negación o la adopción de una realidad alterna es una forma de evasión de aquella que puede ser dolorosa. Por eso, es preferible pensar que Pedro Infante o Elvis Presley no murieron, sino que viven escondidos, en algún lugar del mundo. Hay gente que desde el primer momento, y antes de la primera conferencia de prensa que dio la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, se dijo a sí misma: “Esto fue un accidente” y no porque tuvieran acceso a pruebas, sino porque “si fuera un atentado, esto significaría que de veras ya nos cargó el payaso”.
“Fue un atentado del narcotráfico” esa es la idea que ha adoptado buena parte de la población mexicana para explicar las causas que provocaron que el avión donde iban el ex titular de la Secretaría de Gobernación y el ex encargado de la SIEDO se derrumbara y, pase lo que pase y digan lo que digan las pruebas o las autoridades, esa será la percepción que se quedará.
No se trata de una alucinación colectiva provocada por la infalible ley popular del piensa mal y acertarás ni tampoco a un exceso de creatividad generalizada. Hubo información y hechos que contribuyeron a construir el pensamiento naturalmente sospechosista del mexicano. Primero: se está desarrollando en el país la guerra más cruenta y jamás vista contra el crimen organizado, con miles de muertos en el camino y, a últimas fechas, con varios narcotraficantes capturados. Segundo: para nadie era un misterio que José Luis Santiago Vasconcelos había recibido innumerables amenazas de muerte. Su cabeza tenía precio. Cuando renunció a la SIEDO, dependencia que encabezaba, con el fin de ocupar el cargo de secretario técnico para la Implementación del Sistema de Justicia Penal, comenzó a preparar iniciativas que iban directo contra el enriquecimiento de los narcotraficantes y de sus familias. Tercero: el narcotráfico ha demostrado que es capaz de todo y que no tiene respeto por nadie, ¿por qué no iba a mandar una señal de este nivel si ya había sido capaz de atentar contra la gente de Morelia?
Cuarto: Juan Camilo Mouriño representaba el brazo derecho y era uno de los hombres más confiables de Felipe Calderón. Quinto: a unas horas de ocurrido el accidente, la primera información que comenzó a correr en los medios era confusa y reforzaba la hipótesis del atentado. Se dijo que el avión donde iban los funcionarios jamás había tenido un problema mecánico; que el piloto era un aviador experimentado y confiable; que desde la aeronave no había salido ninguna señal de alerta; que todo indicaba que había sido sorpresivo el descontrol. El secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, declaró muy rápido que todo apuntaba a que había sido un accidente, con lo que generó la duda y la desconfianza con respecto a que el gobierno federal tenía mucha prisa por concluir y cerrar el caso. Afortunadamente para el gobierno, la estrategia de comunicación fue corregida a tiempo.
Sexto: tal vez lo que más pesa en el subconsciente colectivo es la permanente desconfianza a las versiones oficiales. Esto, por supuesto, no es gratuito. Durante años, décadas, se han quedado casos, accidentes, incidentes y muertes sin resolver o con explicaciones fabricadas a modo. En el asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio la gente nunca creyó el veredicto del asesino solitario personalizado en Mario Aburto, incluso fabricó a sus culpables: Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís.
La población tampoco compró los dictámenes de suicidio que las autoridades judiciales hicieron en los casos de Luis Miguel Moreno, ex secretario de Transportes y Vialidad del Distrito Federal y quien en 1995 aparentemente decidió dispararse dos veces en el pecho en pleno escándalo y quiebra de la Ruta 100 y de Digna Ochoa, quien escogió la peor posición para suicidarse en octubre de 2001.
¿Quiénes fueron los asesinos materiales e intelectuales del ex político José Francisco Ruiz Massieu? ¿Qué provocó exactamente que el helicóptero donde venía Ramón Martín Huerta, el ex secretario de Seguridad Pública durante el sexenio de Vicente Fox, se precipitara al suelo? ¿Quién mató realmente al camarógrafo estadunidense, Bradley Roland Hill en octubre de 2006 en la ciudad de Oaxaca? La APPO dice que la policía local, la policía local que miembros de la APPO… Estos son casos sin resolver, pero que siempre traen detrás una explicación oficial frágil o poco creíble. Es tal la desconfianza en las instituciones tradicionales que incluso si se llega a detener a presuntos culpables, inmediatamente la gente piensa que son sólo chivos expiatorios para cubrir al verdadero responsable.
Pero también hay casos que no importa que cimbren a la sociedad, no hay manera de que llegue la justicia: las muertas de Juárez, los enriquecimientos inexplicables de varios políticos mexicanos, los asesinatos de periodistas que han quedado en la impunidad.
Definitivamente, la burra no era arisca. Por todo lo anterior no habrá manera de que la población mexicana deje de pensar o sospechar, en el mejor de los casos, que la muerte de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos fue provocada. Acostumbrados a tantas verdades a medias, los habitantes dan sus versiones a los hechos que ocurrieron el pasado martes: “Drogaron al piloto”, “pusieron un líquido que cuando se activa corroe los instrumentos del avión y eso provocó la caída en picada”, “violaron o intervinieron los instrumentos y por eso no quedaron huellas”, etcétera.
Finalmente, hay que añadir un octavo elemento y es que la negación o la adopción de una realidad alterna es una forma de evasión de aquella que puede ser dolorosa. Por eso, es preferible pensar que Pedro Infante o Elvis Presley no murieron, sino que viven escondidos, en algún lugar del mundo. Hay gente que desde el primer momento, y antes de la primera conferencia de prensa que dio la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, se dijo a sí misma: “Esto fue un accidente” y no porque tuvieran acceso a pruebas, sino porque “si fuera un atentado, esto significaría que de veras ya nos cargó el payaso”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario