Habla el corazón de Rincón Gallardo
Elia Baltazar, reportaje
Elia Baltazar, reportaje
Excélsior, (www.exonline.com.mx) 28 de septiembre de 2008
Silvia quedó prendida de la imagen de Gilberto desde la primera vez que lo vio, en un mitin en la plaza Santo Domingo. Las luchas sociales, el comunismo, hicieron que sus derroteros concurrieran y se volvieran compañeros de toda la vida. Él falleció hace un mes. Ella, Silvia Pavón, su viuda, lo recuerda y comparte la admiración que aún siente por un personaje esencial en la izquierda mexicana
Los comunistas se comen a los niños, le advirtieron. Pero cuando lo supo, ya era tarde: se había enamorado de uno por su sola manera de hablar.
Silvia Pavón tenía 17 años y él, un mes menos que ella. Nada había en común entre ellos. Sólo la casualidad: un día, de camino a la plaza Santo Domingo, Silvia tropezó con un mitin cuyo orador era un muchacho que le pareció “brillante”.
La deslumbró. Y lo siguió en los siguientes mítines, motivada por la admiración que le había despertado aquel joven. También porque ella misma se había interesado en el movimiento magisterial de Othón Salazar.
“Yo había estudiado la normal en una escuela privada de monjas y un día la Secretaría de Educación Pública nos mandó llamar para ocupar los lugares de los maestros en huelga. Al pasar frente a ellos comenzaron a gritarnos esquiroles. No tenía ni idea de lo que era eso, pero me sonó muy feo, de modo que le pregunté a mi padre qué significaba. Cuando supe, decidí no ocupar una de esas plazas.”
No tuvo que pensarlo mucho cuando los maestros disidentes la invitaron a su movimiento, porque ya estaba convencida de que sus demandas eran justas. Por cierto, aquella causa la acercó a ese joven que la había fascinado. “Me ofrecieron trabajar con él y yo encantada”.
Así, la joven maestra, educada en familia conservadora y en colegio católico, se convirtió en luchadora social, comunista y compañera de toda la vida de uno de los personajes más relevantes de la izquierda en México, Gilberto Rincón Gallardo.
Hace un mes que Rincón Gallardo murió. Hoy, en la mesa de un café, su esposa Silvia Pavón habla de él, de sus anécdotas, de su respeto por los propios y los contrarios. De sus encantos políticos y desencantos por una izquierda que él quiso mejor. De sus batallas en los tiempos clandestinos y sus victorias personales.
“Desde cuando lo conocí, lo admiré cada día más, porque era brillante, visionario y, sobre todo, humano y generoso, congruente, tolerante. Nunca impuso a nadie su forma de pensar ni descalificó a nadie por pensar distinto a él. Si se hubiera encontrado con Lucifer, a él mismo le hubiera encontrado algo bueno.”
Trasmina la admiración de Silvia Pavón por su esposo, un hombre de apellido ilustre (heredero del marqués de Guadalupe), que de niño fue rico y lo perdió todo a los 14 años, muertos sus padres.
A esa edad se fue a vivir solo. Rentó un cuartito en la calle Libertad, en el centro de la Ciudad de México, y trabajó lavando trastes en un café de chinos. “Como las prostitutas de la zona veían que era un buen muchacho, le encargaban a sus hijos mientras ellas trabajaban”.
Se hizo abogado, pero renunció a la práctica tan pronto tuvo su primer caso: “Se acababa de recibir de abogado cuando comenzó a trabajar en un despacho. Su primer trabajo fue cumplir el desalojo de unos inquilinos morosos, pero falló, porque terminó defendiéndolos. Esa fue su única práctica como abogado, hasta que tomó la defensa de presos políticos”.
De aquellas experiencias, “y de los valores que sus padres le inculcaron”, nació el militante de izquierda, miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM), perseguido y preso político, fundador de partidos como el PSUM, el PMS, el PRD y Democracia Social.
“Siempre luchó por la unidad de la izquierda. Una izquierda inteligente, pensante, preocupada por el bienestar del país, el desarrollo y la democracia.”
Con la izquierda histórica, la del PSUM y el PMS, Rincón Gallardo transitó hacia el PRD al cabo de la elección de 1988. Renunció a este partido cuando vio que ya no había espacio para su forma de ser, de pensar y de luchar. “Lo hizo sin escándalos, sin llamar la atención, mediante una carta muy sobria, pero al mismo tiempo muy determinante… Siempre tuvo estatura política hasta para decir que no”.
Silvia Pavón no puede menos que recordar los tiempos de aquella izquierda austera, comprometida, cuando los militantes de todos los rangos, hombres y mujeres, salían a pintar los muros con sus hijos y arreglaban con sus propias manos el poco mobiliario del que disponían.
Igualdad y humildad fueron ejemplos de Rincón Gallardo en su propia casa. Si lo sabrá Silvia, que disfrutó de toda la libertad para estudiar, trabajar y disponer de su tiempo en épocas en que las mujeres sólo debían estar en su hogar.
“Tuve de pareja a un hombre que nunca me impuso nada y con quien establecí una relación basada en el respeto, la confianza, la libertad. Fui a la escuela de cuadros, trabajé en la agencia de viajes del partido (comunista) y pude viajar mucho hasta dos meses me ausentaba—, porque Gilberto siempre estuvo allí para hacerse cargo de nuestros hijos, como yo de ellos cuando él viajaba. La gente que no entendía nada de nada decía que yo era una mujer abandonada…”
De aquella época, Silva Pavón sólo lamenta no haber tenido la idea de grabar o escribir los cuentos que Rincón Gallardo inventaba por las noches para sus hijos. “Así les explicaba qué era el socialismo, luchar por la gente, por los más débiles, por México”.
Tan involucrados estuvieron sus hijos en las causas de Rincón Gallardo y Silvia Pavón, que hasta participaron en la campaña presidencial de Valentín Campa, en 1975, en la que se llevaron uno de los peores sustos como padres.
“Se formaron brigadas de jóvenes en las que participó uno de mis hijos, que todavía era un niño. En una de las giras por Yucatán, la policía secuestró la camioneta en la que iban él y la nieta de Campa. Pensamos que los habían matado, porque fueron tirando a los detenidos por el camino, sólo en calzones, y echaban ráfaga. Los que iban dentro de la camioneta no sabían si les habían dado o no”.
Cuando se enteró, Rincón Gallardo no cabía en la angustia y la indignación: “Lloró mucho, de tristeza y de impotencia, de que ocurrieran esas cosas en México”, recuerda Silvia. Por fortuna, un amigo suyo que trabajaba en Presidencia llamó y le dijo que su hijo estaba bien. El mismo secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, había ordenado que aparecieran esos niños a como diera lugar. “Para ellos aquel incidente se hizo un gran problema, porque la gente de Yucatán ya estaba en las calles protestando por el secuestro, las mujeres sobre todo”.
Cuando aparecieron y se los entregaron a los jefes de brigadas, con dos boletos de avión para que volvieran a México, su hijo se negó y continuó en las brigadas. Al fin y al cabo, había conocido la entereza de sus propios padres, en momentos tan difíciles como los años en la cárcel, cuando Gilberto Rincón Gallardo estuvo preso en Lecumberri por motivos políticos.
“Pasamos tres años y medio presos”, dice Silvia, que habla en plural porque ella también se asumió presa. “Fueron días terribles”, dice. El peor: aquel primero de enero de 1970, cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz se despidió de ellos ordenando —todos lo creen así— una especie de motín de reos comunes contra los presos políticos, y frente a sus propios familiares.
Ocurrió así: era día de visita y, a la hora de salida de los familiares, que comúnmente se iban un poco más tarde en fechas de celebración, no hubo nadie que les diera el acceso de salida, de modo que esposas e hijos se quedaron atrapados entre dos crujías, mientras vieron venir una estampida de reos contra los presos políticos para golpearlos. Un hombre se hizo héroe entonces: Rafael Jacobo, de la Central Campesina Independiente, que mantuvo cerradas las rejas de una de las celdas donde alcanzaron a refugiarse algunos —entre ellos Rincón Gallardo, a pesar de la tremenda golpiza que le propinaron. Le rompieron los dedos, lo apuñalaron, le levantaron el cuero cabelludo y sólo entonces pudieron entrar para robarles todo.
Gilberto Rincón Gallardo volvió a nacer para salir de la cárcel más indignado y convencido de las causas que siempre creyó justas. “La nuestra fue una vida de permanente lucha y trabajo político por un país más justo”, recuerda Silvia Pavón. Entonces viene a su memoria uno de los momentos más conmovedores de la vida que compartieron: la toma del presidente chileno Ricardo Lagos y su llamado a la unidad para sacar un país adelante. “Eso era lo que soñaba Gilberto y por lo que él luchaba”.
Los comunistas se comen a los niños, le advirtieron. Pero cuando lo supo, ya era tarde: se había enamorado de uno por su sola manera de hablar.
Silvia Pavón tenía 17 años y él, un mes menos que ella. Nada había en común entre ellos. Sólo la casualidad: un día, de camino a la plaza Santo Domingo, Silvia tropezó con un mitin cuyo orador era un muchacho que le pareció “brillante”.
La deslumbró. Y lo siguió en los siguientes mítines, motivada por la admiración que le había despertado aquel joven. También porque ella misma se había interesado en el movimiento magisterial de Othón Salazar.
“Yo había estudiado la normal en una escuela privada de monjas y un día la Secretaría de Educación Pública nos mandó llamar para ocupar los lugares de los maestros en huelga. Al pasar frente a ellos comenzaron a gritarnos esquiroles. No tenía ni idea de lo que era eso, pero me sonó muy feo, de modo que le pregunté a mi padre qué significaba. Cuando supe, decidí no ocupar una de esas plazas.”
No tuvo que pensarlo mucho cuando los maestros disidentes la invitaron a su movimiento, porque ya estaba convencida de que sus demandas eran justas. Por cierto, aquella causa la acercó a ese joven que la había fascinado. “Me ofrecieron trabajar con él y yo encantada”.
Así, la joven maestra, educada en familia conservadora y en colegio católico, se convirtió en luchadora social, comunista y compañera de toda la vida de uno de los personajes más relevantes de la izquierda en México, Gilberto Rincón Gallardo.
Hace un mes que Rincón Gallardo murió. Hoy, en la mesa de un café, su esposa Silvia Pavón habla de él, de sus anécdotas, de su respeto por los propios y los contrarios. De sus encantos políticos y desencantos por una izquierda que él quiso mejor. De sus batallas en los tiempos clandestinos y sus victorias personales.
“Desde cuando lo conocí, lo admiré cada día más, porque era brillante, visionario y, sobre todo, humano y generoso, congruente, tolerante. Nunca impuso a nadie su forma de pensar ni descalificó a nadie por pensar distinto a él. Si se hubiera encontrado con Lucifer, a él mismo le hubiera encontrado algo bueno.”
Trasmina la admiración de Silvia Pavón por su esposo, un hombre de apellido ilustre (heredero del marqués de Guadalupe), que de niño fue rico y lo perdió todo a los 14 años, muertos sus padres.
A esa edad se fue a vivir solo. Rentó un cuartito en la calle Libertad, en el centro de la Ciudad de México, y trabajó lavando trastes en un café de chinos. “Como las prostitutas de la zona veían que era un buen muchacho, le encargaban a sus hijos mientras ellas trabajaban”.
Se hizo abogado, pero renunció a la práctica tan pronto tuvo su primer caso: “Se acababa de recibir de abogado cuando comenzó a trabajar en un despacho. Su primer trabajo fue cumplir el desalojo de unos inquilinos morosos, pero falló, porque terminó defendiéndolos. Esa fue su única práctica como abogado, hasta que tomó la defensa de presos políticos”.
De aquellas experiencias, “y de los valores que sus padres le inculcaron”, nació el militante de izquierda, miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM), perseguido y preso político, fundador de partidos como el PSUM, el PMS, el PRD y Democracia Social.
“Siempre luchó por la unidad de la izquierda. Una izquierda inteligente, pensante, preocupada por el bienestar del país, el desarrollo y la democracia.”
Con la izquierda histórica, la del PSUM y el PMS, Rincón Gallardo transitó hacia el PRD al cabo de la elección de 1988. Renunció a este partido cuando vio que ya no había espacio para su forma de ser, de pensar y de luchar. “Lo hizo sin escándalos, sin llamar la atención, mediante una carta muy sobria, pero al mismo tiempo muy determinante… Siempre tuvo estatura política hasta para decir que no”.
Silvia Pavón no puede menos que recordar los tiempos de aquella izquierda austera, comprometida, cuando los militantes de todos los rangos, hombres y mujeres, salían a pintar los muros con sus hijos y arreglaban con sus propias manos el poco mobiliario del que disponían.
Igualdad y humildad fueron ejemplos de Rincón Gallardo en su propia casa. Si lo sabrá Silvia, que disfrutó de toda la libertad para estudiar, trabajar y disponer de su tiempo en épocas en que las mujeres sólo debían estar en su hogar.
“Tuve de pareja a un hombre que nunca me impuso nada y con quien establecí una relación basada en el respeto, la confianza, la libertad. Fui a la escuela de cuadros, trabajé en la agencia de viajes del partido (comunista) y pude viajar mucho hasta dos meses me ausentaba—, porque Gilberto siempre estuvo allí para hacerse cargo de nuestros hijos, como yo de ellos cuando él viajaba. La gente que no entendía nada de nada decía que yo era una mujer abandonada…”
De aquella época, Silva Pavón sólo lamenta no haber tenido la idea de grabar o escribir los cuentos que Rincón Gallardo inventaba por las noches para sus hijos. “Así les explicaba qué era el socialismo, luchar por la gente, por los más débiles, por México”.
Tan involucrados estuvieron sus hijos en las causas de Rincón Gallardo y Silvia Pavón, que hasta participaron en la campaña presidencial de Valentín Campa, en 1975, en la que se llevaron uno de los peores sustos como padres.
“Se formaron brigadas de jóvenes en las que participó uno de mis hijos, que todavía era un niño. En una de las giras por Yucatán, la policía secuestró la camioneta en la que iban él y la nieta de Campa. Pensamos que los habían matado, porque fueron tirando a los detenidos por el camino, sólo en calzones, y echaban ráfaga. Los que iban dentro de la camioneta no sabían si les habían dado o no”.
Cuando se enteró, Rincón Gallardo no cabía en la angustia y la indignación: “Lloró mucho, de tristeza y de impotencia, de que ocurrieran esas cosas en México”, recuerda Silvia. Por fortuna, un amigo suyo que trabajaba en Presidencia llamó y le dijo que su hijo estaba bien. El mismo secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, había ordenado que aparecieran esos niños a como diera lugar. “Para ellos aquel incidente se hizo un gran problema, porque la gente de Yucatán ya estaba en las calles protestando por el secuestro, las mujeres sobre todo”.
Cuando aparecieron y se los entregaron a los jefes de brigadas, con dos boletos de avión para que volvieran a México, su hijo se negó y continuó en las brigadas. Al fin y al cabo, había conocido la entereza de sus propios padres, en momentos tan difíciles como los años en la cárcel, cuando Gilberto Rincón Gallardo estuvo preso en Lecumberri por motivos políticos.
“Pasamos tres años y medio presos”, dice Silvia, que habla en plural porque ella también se asumió presa. “Fueron días terribles”, dice. El peor: aquel primero de enero de 1970, cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz se despidió de ellos ordenando —todos lo creen así— una especie de motín de reos comunes contra los presos políticos, y frente a sus propios familiares.
Ocurrió así: era día de visita y, a la hora de salida de los familiares, que comúnmente se iban un poco más tarde en fechas de celebración, no hubo nadie que les diera el acceso de salida, de modo que esposas e hijos se quedaron atrapados entre dos crujías, mientras vieron venir una estampida de reos contra los presos políticos para golpearlos. Un hombre se hizo héroe entonces: Rafael Jacobo, de la Central Campesina Independiente, que mantuvo cerradas las rejas de una de las celdas donde alcanzaron a refugiarse algunos —entre ellos Rincón Gallardo, a pesar de la tremenda golpiza que le propinaron. Le rompieron los dedos, lo apuñalaron, le levantaron el cuero cabelludo y sólo entonces pudieron entrar para robarles todo.
Gilberto Rincón Gallardo volvió a nacer para salir de la cárcel más indignado y convencido de las causas que siempre creyó justas. “La nuestra fue una vida de permanente lucha y trabajo político por un país más justo”, recuerda Silvia Pavón. Entonces viene a su memoria uno de los momentos más conmovedores de la vida que compartieron: la toma del presidente chileno Ricardo Lagos y su llamado a la unidad para sacar un país adelante. “Eso era lo que soñaba Gilberto y por lo que él luchaba”.
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