Revista
Proceso
No. 1978, 27 de septiembre de 2014
- El
pésimo arranque del INE/JESÚS
CANTÚ
Contrariamente
a lo que pretendía al establecer un procedimiento que privilegiaba la
experiencia y los conocimientos electorales por encima del compromiso
democrático, los vínculos con la sociedad civil y los liderazgos reconocidos en
sus comunidades, el Instituto Nacional Electoral (INE) resultó muy dañado en su
primera gran prueba: la integración de los consejos de los Organismos Públicos
Locales Electorales (Oples).
Entre
las razones de este fracaso destacan el error conceptual de inicio; el mal
diseño del procedimiento de selección; fallas de implementación; la
conformación de un bloque de consejeros para sacar adelante a sus candidatos, y
las disposiciones legales que permiten las maniobras de los actores políticos
para capturar los consejos estatales.
El
error original fue pensar que integrar consejos estatales bajo la lógica de
privilegiar conocimientos y experiencia electoral blindaría la actuación del
Consejo General al pretender establecer fundamentalmente criterios
cuantitativos. Esta lógica desvirtuó la razón de ser de los organismos
autónomos desde el momento en que se impuso un órgano de dirección
ciudadanizado y cuando se fijaron perfiles para dichos puestos más propios de
un servicio profesional de carrera; además, no permitió la creación de un
procedimiento robusto y a prueba de las perversiones de los partidos políticos
y sus personeros en el Consejo General.
De
este error deriva en buena medida el mal diseño del procedimiento: libraron
bien las dos primeras etapas, pero no logran superar satisfactoriamente las
otras tres. La primera etapa –verificación del cumplimiento de requisitos
legales y de la convocatoria– era sencilla, y así resultó; el examen de
conocimientos, delegado al Ceneval, estaba totalmente automatizado y, por lo
tanto, cualquier cuestionamiento era fácilmente superable.
Los
problemas empezaron en la calificación del ensayo, pues se reclutó a un grupo
de académicos que evaluaron un determinado número de ensayos sin siquiera saber
el nombre de los sustentantes. Como sólo había un evaluador por sustentante, la
calificación aprobatoria o reprobatoria quedaba sujeta a su criterio; aquí no
había sistema de control.
Algunos
de los sustentantes excluidos impugnaron los resultados, ante lo cual el INE
abrió la puerta a la revisión aun cuando en este proceso, que no se hallaba
previsto en el procedimiento, se perdió el anonimato, pues evaluador y
sustentante se trataron de manera directa. Peor aún fue el hecho de que se
reconsideraran algunas de las calificaciones. Por su parte, la Sala Superior
del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación contribuyó a
desvirtuar todavía más el procedimiento al diseñar el suyo propio, lo que
implicaba la presencia de tres evaluadores frente al sustentante.
Por
lo demás, la revisión curricular no sólo abrió la puerta a la discrecionalidad,
sino a la perversa conformación de bloques de consejeros para impulsar a sus
candidatos. Ante la ausencia de criterios y ponderaciones claras y
transparentes, fueron nuevamente los mismos consejeros quienes dieron al traste
con la dinámica.
Todo
indica que un grupo de cinco consejeros (cuatro de ellos impulsados al consejo
por el PRI) se puso de acuerdo para evaluar en forma idéntica a todos los
sustentantes. Según información publicada por el periódico Reforma, eso les
permitió colocar a 95% de los aspirantes a consejeros que pasaron a la última
etapa.
Las
sospechas en cuanto a todo el procedimiento se elevaron nuevamente por el hecho
de que en esta etapa los números de los aspirantes que pasan a la siguiente
fase es muy variable: lo mismo sacan a algunos (supuestamente por las
observaciones de los partidos) que incluyen a otros (por razones todavía no muy
claras, pues las explicaciones de los consejeros son contradictorias). Esto
confirma lo discrecional y arbitrario de los criterios para seleccionarlos.
Y,
finalmente, está el factor de la legislación deficiente, toda vez que entre las
explicaciones dadas para justificar los cambios en el número de los candidatos
aprobados se encuentra la de que fueron eliminados porque los partidos
políticos mostraron que tenían militancia partidista y que incluso habían
representado recientemente a alguna de estas organizaciones en las instancias
electorales. El problema en este caso es que, de acuerdo con la legislación
electoral, la militancia no es una razón para excluirlos de la lista, y si la
representación es una función directiva o no, eso quedará totalmente a criterio
del TEPJF.
Así,
la única certeza en estos momentos es que el procedimiento resultó muy
vulnerable y que los vaivenes de la autoridad electoral evidenciaron lo
arbitrario y discrecional de los criterios de selección en estas últimas etapas,
con lo cual el blindaje (del que tanto presumieron los integrantes del consejo
del INE) se desmoronó, además de evidenciarse que la integración de los
consejos de los Oples sí está sujeta a criterios partidistas. Incluso existen
suficientes elementos para presumir que el bloque de cuatro consejeros priistas
(encabezados precisamente por el presidente de la Comisión de Vinculación, que
coordina todo el procedimiento, Marco Antonio Baños) operó para integrar
consejos proclives al tricolor.
Todo
indica que la designación de los consejeros de los 18 Organismos Públicos
Locales Electorales, programada para el próximo martes 30 de septiembre, será
muy cuestionada por algunas de las fuerzas políticas que se sienten afectadas
por la manipulación del procedimiento… mal inicio del proceso electoral 2015.
Pero
todavía más preocupante será que los cuestionamientos se concentren en
entidades donde se elegirá gobernador en junio próximo, y que esos reclamos
provengan de una fuerza política con posibilidades reales de ganar la elección,
pues eso implicaría repetir el error de 2006, pero ahora a nivel de los
estados.
Hay
que estar particularmente pendientes de la integración de los consejos en las
nueve entidades donde se efectuará elección de gobernador, pues podría estarse
gestando un conflicto electoral incontrolable, en particular porque los estados
involucrados (Baja California Sur, Campeche, Colima, Guerrero, Michoacán, Nuevo
León, Querétaro, San Luis Potosí y Sonora) presentan una diversidad de
características complejas.
En
estos momentos la única opción que tiene el Consejo General del INE es intentar
salir lo menos mal librado posible, y eso implica que ya no podrá evitar la
percepción de que el procedimiento estuvo manipulado; simplemente debe buscar
desactivar –hasta donde sea posible– eventuales conflictos postelectorales en
junio del próximo año, lo cual –a estas alturas del procedimiento– casi lo
obliga a ser sensible a las presiones de la partidización, pero cuidando de no
dejar fuera a ninguna de las fuerzas políticas importantes en cada una de esas
nueve entidades; el asunto, pues, ya no estriba en procurar que los
gobernadores y los partidos políticos saquen las manos de los consejos, sino en
cuidar que todos tengan las mismas oportunidades de meterlas, y esto, si bien
no abona a favor de la construcción de la democracia, por lo menos aspiraría a
nivelar la arena electoral.
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