Miles
de personas procedentes de los cinco continentes han participado en Madrid en
la celebración eucarística de beatificación
En Madrid, España ha sido beatificado
Don Álvaro del Portillo, ingeniero, sacerdote, obispo y primer sucesor del
Fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá. El nuevo beato, fue uno de los
protagonistas del Concilio Vaticano II, como impulsor del papel de los laicos
en la Iglesia y de la identidad del sacerdote en la sociedad actual.
Concelebraronmás de 150 obispos de todo el
mundo y 17 cardenales, presididos por el delegado del papa Francisco, el
prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal Amato.
También estuvo presente en la misa José Ignacio Ureta, niño curado
por intercesión del nuevo beato, y su familia. Ellos fueron los encargados de
llevar las reliquias del nuevo beato al altar.
Asistieron al servicio religioso cerca de 300 mil personas procedentes de 80 países de los cinco
continentes.
Beato Álvaro del Portillo: texto
homilía del cardenal Angelo Amato S.D.B.
1.
«Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»1. Este es el
retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno,
que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han
perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas2.
El
nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un
diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa
riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo;
amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría,
para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho
denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»3. Y este anuncio de
Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo,
con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia
le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos
por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de
Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia»4.
La
serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los
Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas –también aquellas más arduas como
las persecuciones– no son sino un himno a la alegría.
2.
Son muchas las virtudes –como la fe, la esperanza y la caridad– que el Beato
Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos hábitos virtuosos a la luz de las
bienaventuranzas de la mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de
corazón. Los testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía
espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió también como una
figura de gran humanidad.
Los
testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy
alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo,
alegre, responsable, bueno...»5.
Heredó
de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la
sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al
juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero
le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de
los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
3.
Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la
que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico
infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la
prosa humilde del trabajo diario.
Era
un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del
Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el
Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María,
Mater Ecclesiae.
Huía
de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad
de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción
mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía
viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales.
Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona
nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; así como la invocación
mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la
Sabiduría.
4.
Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún)
años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San
Josemaría Escrivá de Balaguer –que entonces era un joven sacerdote de 33
(treinta y tres) años–, respondió generosamente a la llamada del Señor a la
santidad y al apostolado.
Tenía
un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre.
Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del
Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado
que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los
deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración
y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de
Europa.
Destacaba
por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia
para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir
las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad,
mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de
Cristo –bonus odor Christi–6, que es el aroma de la auténtica santidad.
5.
Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo
especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para
la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e
identificación con Cristo, manso y humilde de corazón7. Amaba la vida oculta de
Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por
ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura,
que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa,
porque –así se lo comentó– se consideraba un cristiano maduro y bien formado,
el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido
de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de
personas y la escasa ventilación8. Fue una gran lección de sencillez y de
piedad.
Monseñor
del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente “contagiado” por el
comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a
servir9. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro
Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la
humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las
Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea»10. Y a menudo
recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et
humiliatum, Deus, non despicies»11; no despreciarás, oh Dios, un corazón
contrito y humillado.
Para
él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad12. Repetía un
consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San
José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo,
sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde»13. Tampoco olvidaba
que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus
compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia,
subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que
los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que
era “la humildad en persona”14.
Su
humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su
alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de
1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas,
dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda
la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad
del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a
luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora,
para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje
de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente»15.
Para
don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa
de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para
ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón,
ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»16. La
humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra
dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer
del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido
don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor»17.
Un
cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito
o en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía
contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando
conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de
modo total.
6.
Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal Ratzinger pronunció en
2002, con ocasión de la canonización del Fundador del Opus Dei. Hablando de la
virtud heroica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe dijo: «Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo
grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha
hecho él, porque él se ha mostrado transparente y disponible para que Dios
actuara [...]. Esto es la santidad»18.
Este
es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según
el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia»19. Nos invita a ser santos
como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
La
Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para
purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados
con arrogante insistencia.
Ahora
más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la
contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a
introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia
de Dios, que renueva la faz de la tierra.
Que
María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos
proteja.
Beato
Álvaro del Portillo, ruega por nosotros. Amén.
1Francisco,
Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del
Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
2
Cfr. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-16.
3
Col 1, 28-29.
4
Ibid., 24.
5
Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 27.
6
2 Cor 2,15.
7
Mt 11, 29.
8
Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol.I, p. 662.
9
Mt 20, 28; Mc 10, 45.
10
Miguel de Cervantes, Novelas Ejemplares: “El coloquio de los perros”. Cfr.
Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 663.
11
Sal 51 [50], 19.
12
San Agustín, De sancta virginitate, 51.
13San
Josemaría Escrivá, palabras recogidas en A. Vázquez de Prada, El Fundador del
Opus Dei, vol.I, Rialp, Madrid 1997, p. 18.
14
Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol.I, p. 668.
15
Ibid., p. 675.
16
Ibid.
17
Ibid., p. 705.
18
Ibid., p. 908.
19Francisco,
Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del
Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
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