26 abr 2009

Reportaje de Marcela Turati sobre inluenza

Ciudad enferma/reportaje
MARCELA TURATI
Proceso (
www.proceso.com.mx) # 1695, 26 de abril de 2009:
De la sorpresa al chacoteo, del escepticismo al susto, los capitalinos cambiaron su estado de ánimo y su apariencia de la noche a la mañana, literalmente. Las historias de familiares de pacientes con influenza –o al menos la sospecha– que hacen guardia fuera de hospitales abarrotados trasminan desconfianza, mientras los rumores se esparcen más rápido que el virus, inmunes a la información oficial que agobia al país.
Brenda Guadalupe Oviedo quizá sea una de las pocas personas que pueda decir que estuvo internada en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), el epicentro nacional de la gripe porcina, y venció al virus de la influenza.
Su aislamiento duró 48 horas, en las que estuvo recostada en una camilla, bajo observación médica, entubada por las fosas nasales y a dosis de antivirales.
Cumplía los requisitos para ser considerada una emergencia sanitaria: tos, temperatura, ataques de asma y parentesco con una mujer bajo aislamiento en ese mismo hospital y con diagnóstico de influenza.
Ese par de días los médicos se dieron cuenta que la joven Oviedo “tenía principios” del virus pero inhibió su desarrollo. Ella se dio cuenta de otras cosas.
“Hay unas 13 personas en cuidados intensivos por la influenza. Unos están en urgencias, pasando de ahí están primero los bebés; más allá, tres o cuatro cuartos con letreros que indican que esos son pacientes con sospecha de influenza, y al fondo están mi mamá y otros. En su puerta dice que ellos sí tienen influenza”, dice sin despegar la vista del hospital.
“Influenza”, “epidemia”, “gripe porcina”, “brote”, “emergencia sanitaria”, son los nuevos terminajos que desde el jueves por la noche encabezan las preocupaciones nacionales.
De un minuto a otro, las noticias sobre la red de ciberpederastas y los pleitos de curas contra narcos fueron sustituidas por la información de la epidemia que tiene semiparalizadas a la capital del país y al Estado de México.
Desde la noche del jueves que el Secretario de Salud, José Ángel Córdova, apareció en cadena nacional anunciando la suspensión de clases por la nueva “amenaza respiratoria”, que tenía pinta de gripe aviar, el ánimo de los capitalinos cambió. Y también su apariencia.
Primero, fue el susto (“es señal del Apocalipsis”, escribieron varios en su facebook). Después, el escepticismo (“esto es fascismo puro, el nuevo chupacabras”, dijeron los más abusados). Más tarde la sorpresa, cuando se informó que era una mutación porcina. Las bromas pronto se abrieron paso (“en buena onda, no besen a sus patos y puercos”, reclamó alguno; “el chilango es inmune, nunca le pasa nada”, presumió otro).
Entre broma y veraz, los cubrebocas pronto se abrieron paso como accesorio de moda y a medio viernes ya se habían agotado en la mayoría de las farmacias de la ciudad.
La foto de la chilanguiza bajo cuarentena anímica pronto dio la vuelta al mundo. También las imágenes de las mamás despistadas llevando a sus hijos a las primarias clausuradas (“por órdenes presidenciales hoy no habrá clases”) y de los hospitales resguardados por policías con cubrebocas.
Desde el miércoles, el INER parece una fortaleza. Los familiares esperan afuera, ya no duermen por las noches en los pasillos. Sólo pocos logran traspasar el embudo policiaco y llegar a la recepción.
Desde que el diario Reforma informó en su primera plana que la influenza tenía un comportamiento atípico, que estaba más contagiosa que nunca y que no se había esfumado con el invierno, en el hospital cambiaron las reglas.
Los policías comenzaron a bloquear accesos y los administradores a reducir a media hora las visitas a los pacientes y de un solo familiar por turno.


“Persona con virus de influenza”, se lee afuera del pequeño cuarto del INER, en el que duerme sedada Paola Osnaya, ama de casa de 23 años, mamá de una niña de siete.
“Está muy grave. No nos dicen ya nada”, dice desde la calle su mamá, Alejandra Alquizira, mientras espera el horario de visita.
Ella está confundida. Dice que su hija entró con neumonía y empeoró en el hospital.
“Cuando entró nos dijeron que tenía neumonía, después pulmonía y que en la prueba de influenza salió negativa, pero días después pusieron un letrero en la puerta que decía ‘persona con virus de influenza’”, dice perturbada.
La mujer argumenta que antes de que le pusieran “los tubos de oxígeno”, a Paola se le veía bien; traía algo de tos pero ya había superado la temperatura.
“En el Seguro Social, donde la habían revisado, nos dijeron que era una neumonía sencilla que se podía tratar en casa, pero como ya le dolían los pulmones la trajimos aquí. Y no sé si aquí agarró otra cosa, porque se empezó a poner mal.”
El primer día de suspensión de clases, todos los noticiarios se enfocan a dar detalles sobre el nuevo y atípico virus. Comienza la especulación al por mayor de si fue traído de Asia o entró por Estados Unidos, si comer carne de puerco y convivir con cerdos es causa de contagio, si el gobierno inventó el anuncio para distraer la atención, o si dejar de dar besos y caricias responde a una estrategia de “la derecha” gobernante.
“Chavos, calmen la hormona. Nada de besarse y compartirse el chicle con la novia”, bromeaba un locutor de radio al mediodía.
A la una de la tarde, una llamada a Radio 13, de una persona que se identifica como médico que trabaja en el INER, y no da su nombre por “temor a las represalias”, señala que la influenza se salió de control por negligencia del hospital.
“Llega un paciente de Tabasco hace unos días diciendo el padecimiento que tenía y lo ingresan a la sala de urgencias, y de ahí se hizo el contagio, no hicieron caso del diagnóstico y tampoco se armó un cerco sanitario (...) falleció a los cuatro días y las otras 12 personas (que estaban en la sala de urgencias) en el transcurso de esos días. Quisieron tapar las cosas y no dijeron la verdad (…) Aquí hay pacientes y hay enfermeras con ese problema, enfermeras que estuvieron en contacto con los pacientes…”
No es el único que cuestiona lo que pasa puertas adentro del INER.
“Desde que empezó el escándalo a los muertos ya no los sacan con carroza, ahora los sacan en ambulancia. Hay por lo menos dos decesos diarios, pero el miércoles hubo siete”, dice a esta reportera uno de los empleados de este hospital, que se esconde para poder hablar sin ser visto.
Este hombre asegura que el INER es un foco de contagio. Que han ocurrido más muertes que las reportadas.
“Ya no quieren admitir más gente porque aquí es foco de infección. Llegaba gente con gripa, con tuberculosis o neumonía y aquí adentro la influenza se les detonó al doble o al triple. Ya tenía 15 días que se había decretado el brote de influenza, se hizo incontrolable, y gente que no estaba tan mal se agravó y falleció.”
No hay forma de confrontar su dicho con el de la Secretaría de Salud, porque aunque Proceso les solicitó en dos ocasiones una entrevista, no respondieron.
“Hemos estado aquí varios días, hemos visto salir muchas ambulancias y carrozas (fúnebres). Nos informaron que aquí han muerto cinco bebés y sabemos que muchos pacientes tienen también influenza. Yo creo que como 10 de los que vi han fallecido.”
Esto lo dice Diana Fuentes, quien hace guardia sentada junto al puesto de periódicos que en portada y al unísono avisan de la suspensión de clases por el nuevo y contagioso virus. Ella está todo el día pendiente de las noticias que pueda tener de su esposo, Ricardo Jarquín.
La mascarilla que lleva para evitar contagios sólo deja ver sus ojos grandes como de musulmana, y una mata de pelo negro, rizo, largo.
Su esposo Ricardo recorrió consultorios médicos durante una semana, antes de ser atendido en el INER: en el Hospital General le diagnosticaron anginas ulceradas, en las farmacias del “Doctor Simi” le vendieron un remedio que no le sirvió y un médico particular le encontró neumonía (“no nos dijo nada de la influenza”) y sugirió que lo ingresaran al INER.
De tan grave que llegó, Ricardo no hizo antesala, fue trasladado directo a urgencias.
“Otras veces le había dado gripa y tos, pero se le quitaba, y esta última vez fue más grave. Empezó con una infección de garganta, tos, gripa, temperatura que se le quitó pero después le dolían las piernas, tenía ganas de volver, no podía respirar, hasta que lo vimos que se puso morado de la boca, las manos y los pies”, dice Diana, resignada.
“Los doctores nos dicen que dentro de lo que cabe se encuentra estable. Parece que la influenza ya cedió, pero tiene otra bacteria que no reconocen.”
Diana piensa mucho en cómo y dónde pudo haberse contagiado su esposo con esa mutación de virus de influenza. No atina. Cree que pudo haberla pescado en cualquier lado, “en el pesero, la calle, saludando a un conocido”. Lo que sí da por cierto es que la depresión que tuvo su esposo al quedar desempleado le hizo reducir sus defensas.


A la señora Mónica González, otra de las mujeres que hace guardia afuera del INER, no le cabe duda que su esposo Alejandro, de 31 años, se contagió del virus arreglando un gallinero que todavía tenía desperdicios y que se le acentuó cuando viajó a Veracruz en Semana Santa, donde pasó tres días sin camisa ingiriendo bebidas muy frías.
“Ya lo trajimos con mucha tos con flemas, con coágulos de sangre, muchísimo dolor, ya no respiraba bien. Los doctores que lo vieron antes nos dijeron que tenía amígdalas, luego que infección estomacal y luego que la infección era en el oído y la garganta, y que el vómito era por la temperatura”, dice la mujer de ojos verdes y rostro oculto tras el cubrebocas.
Al INER llegó con diagnóstico de neumonía y a manera de bienvenida lo entubaron para ayudarlo a respirar. “Sospechoso de Influenza”, dice el letrero que colocaron afuera de su cuarto.
“Los doctores están investigando dónde agarró la enfermedad, están haciendo muchas preguntas: que si convive con gallinas o aves, o vive cerca de basureros o rellenos, o que si tiene vicios”, dice su esposa.
Ella ya fue advertida por los médicos de que su esposo podría empeorar. Ahora mismo su bebé, de menos de dos años, también está en observación porque presenta calentura.
Dice que desde el viernes los ingresos hospitalarios se tranquilizaron, pero un día antes de que el secretario de Salud aceptara que la influenza se convirtió en epidemia “llegaban y llegaban pacientes: más hombres que mujeres, jóvenes, y una niñita de ocho, nueve años”.


Las opiniones expertas están divididas.
Por un lado, infectólogos como José Luis Arredondo García, del Instituto Nacional de Pediatría, aprueban el procedimiento seguido por las autoridades.
“Lo que está haciendo el gobierno federal junto con los del Distrito Federal y Estado de México es correcto, porque lo primero que hay que hacer es soltar una alerta epidemiológica informando que hay un problema y hay que cuidarse; lo segundo es establecer cercos epidemiológicos, identificar y cercar los casos para que no se diseminen, e informar a la población lo que tiene que hacer para evitar el contagio”, opina.
Por otro lado, no faltan quienes cuestionan la actuación del gobierno. Uno de ellos es Joel Herrera, quien fue asesor de la exsecretaria de Salud del Gobierno del Distrito Federal, Assa Cristina Laurel, y quien culpa al gobierno federal de haber dejado crecer los casos.
“En diciembre no había vacunas para la influenza en la mayor parte de los hospitales, eso lo detectamos. También vimos que desde febrero empezaron a saltar los casos de influenza en el reporte epidemiológico semanal, pero no se cumplieron los protocolos establecidos en el plan nacional que se hizo en 2006, cuando se desarrollo la gripe aviar, para atender una pandemia de influenza. No siguieron el plan establecido y ahora sólo están generando pánico”, critica.
A una cuadra del INER, el cuidacoches Isidro Ahumada García y su compañero de oficio lavan los autos que tienen bajo su cuidado. Se ven curiosos con sus mascarillas antigripales remojando autos.
“Pasaron los doctores para decirnos que no salúdemos ni respíremos cerca de nadie”, informa Isidro cuando se le saca plática.
Y no pierde la oportunidad para soltar el chisme: “Han venido muchos enfermos, vienen graves, gravísimos, más de lo normal”.
En la puerta del hospital no se ven los ingresos de emergencia que reportan los cuidacoches. Sólo familiares que hacen guardia, afuera, a la espera.
Este viernes llegan tres ambulancias, pero las regresan con todo y enfermo. No a todos se les permite el acceso. A algunos les dicen que mejor se busquen otro hospital.
Menudo susto decretar la existencia de una epidemia y anunciar que sólo hay 1 millón de vacunas, en una ciudad como la de México, con 20 millones de habitantes.
En las tres farmacias ubicadas enfrente del INER se escucha todo el viernes la misma conversación mecánica ante cada cliente que ingresa.
–¿Tiene cubrebocas?
–No.
El que sigue.
–¿Tiene cubrebocas?
–Ya no.
Harto de confirmar la negativa, un empleado sólo atina a alzar los hombros. Ni tapabocas ni vacunas ni lociones sanitizantes para desinfectarse las manos que tocaron otros cuerpos.
En la ventanilla de informes del INER ocurre lo mismo.
–Vengo por una vacuna, ¿dónde hay? –pregunta una joven vestida de negro, a quien se le trasluce el susto.
–Ya no hay, se acabó, tenían los centros de salud y los laboratorios pero ya no tienen –le dice la recepcionista.

La declaratoria de emergencia hizo que por primera vez después del temblor del 85 se suspendieran clases en la ciudad de México. Le siguieron el cierre en cascada de museos, auditorios, bares, estadios.
(“Vendo boletos baratos Pumas vs. Chivas”, comenzaron a publicitar algunos por internet antes de que se anunciara que el partido se realizará “a puerta cerrada”, sin público y con las cámaras de televisión como únicos testigos.)
El aviso de la declaratoria de emergencia satura los hospitales. Remuerde la conciencia de todos los que se rehusaban a atenderse médicamente. Ese mismo día una doctora particular se sorprende porque recibe llamadas de 70 pacientes solicitándole cita.
Al INER llegan muchas personas que durante la semana ignoraron sus padecimientos respiratorios.
Una de ellas es una abuela arrepentida, que se transportó desde el Ajusco, con su nieto Jezrael en brazos, después de que escuchó las noticias y contó en más de tres los días en los que el bebé llevaba “con temperatura y moquito”.
En cuanto sale de la consulta donde le explican que sólo padece una gripe típica, la abuela abraza a Jezrael, lo estruja, lo besa, aliviada.


“Paciente con influenza”, se lee afuera del pequeño cuarto del INER donde está internada Laura María Leal, una de esas mujeres adultas queridas por todos sus conocidos: fuerte, alegre, activa, colaboradora en la colonia y en el templo.
El sábado 11 fue uno de esos días en los que sus hijos la vieron especialmente activa. Al día siguiente, de pronto, se acostó en el sillón de su sala y ya no volvió a levantarse.
“Le llegó una temperatura horrible, pensábamos que era gripa nada más: tenía escurrimientos nasales, escalofríos, temperatura, se le cerraron los pulmones y un dolor que la tiró en cama”, dice su hijo Gerardo Oviedo, quien mira hacia la puerta del hospital, esperando a que llegue el momento de las visitas.
Cuando la señora Laura María se quedó inmóvil, Gerardo y su hermana Brenda la llevaron al Hospital Rolosa, de Coacalco, Estado de México, donde le pusieron una mascarilla en la nariz como único tratamiento.
“El hospital no se quiso hacer cargo de mi mamá, nos dijeron que nos rentaban el tanque y que nos la lleváramos en el taxi a otro lado donde la atendieran. Así que rentamos una ambulancia y la trajimos aquí”, dice el joven de 19 años.

Ya en el INER, los médicos le diagnosticaron influenza. Dijeron a Gerardo y a Brenda que como su mamá tiene 50 años aguantaría menos que los jóvenes que estaban muriendo por esa enfermedad. Y que era víctima de una contagiosa epidemia.
Pero por ahora parece que la señora Laura María está venciendo a la gripe porcina.
“Ayer que pasé a que me dieran informes la doctora me dijo que va muy bien, y que así como vamos mi mamá va a ser de los pocos casos que se haigan salvado”, dice sonriente Gerardo.

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