14 nov 2015

EL PAGÉS Y 15 AÑOS DE ‘SERPIENTES Y ESCALERAS’/Salvador García Soto

EL PAGÉS Y 15 AÑOS DE ‘SERPIENTES Y ESCALERAS’/Salvador García Soto
EL UNIVERSAL, 13/11/15
Cuando salí de mi bella Guadalajara, en abril de 1994, lo único que compensaba el dolor de dejar atrás a la familia y la tierra amada, eran las ganas crecer, de ser alguien. “Es tu vida, yo no puedo detenerte, te apoyo y estaré siempre contigo”, me dijo aquella mujer, doña Lupita Soto, mi madre.
Y sí, fue mi vida, en lugar de mis caminatas por la Avenida Vallarta encontré un siempre abierto Paseo de la Reforma y un Insurgentes frenético y cosmopolita. Y aunque nunca perdí mi origen, fui encontrando la vida en una ciudad a veces hosca, dura, pero siempre generosa, la capital de todos. Y con el tiempo, junto a mi añorada Perla Tapatía, esta “chinampa en un lago escondido…” se volvió también mi ciudad. Aquí encontré a otra mujer, Rossana, de mirada amorosa, que con su inmenso amor me enseñó también y me dio vida; me dio dos luceros, de nombres Camila y Salvador, que hoy son los faros que me guían.
Cuando llegué a este México Distrito Federal a teclear en las redacciones, todavía en máquina de escribir y con doble cuartilla y papel carbón por triplicado, corría aquel año difícil y aciago para el país. Del levantamiento armado en Chiapas, con el sueño indígena zapatista, a las balas misteriosas que mataron a Colosio en el agreste paisaje de Lomas Taurinas, México había entrado en una espiral de temor e incertidumbre. Sólo una cosa teníamos cierta en aquel incierto 94: no éramos de primer mundo y la demagogia salinista se hacía añicos, como después se haría también la imagen del poderoso ex presidente.
Así pase por varias redacciones: talacheando para abrirme paso y ganarme una fuente. Desde una guardia en el aeropuerto capitalino con la esperanza de toparme al personaje del momento o la nota que nos metiera a la primer plana, hasta largas esperas en Bucareli para saber en qué quedaba la reforma del Estado o una gira con Zedillo para escuchar su inolvidable “no tengo cash”, mientras el país se sumía en la más terrible crisis de que tengamos memoria, entre el error de diciembre y el horror de una economía en picada.
Encontré en la brega lo que se volvió, primero, ejercicio diario de reporteo, y luego pasión: la crítica política. Maestros y amigos como Pablo Hiriart, Raymundo Riva Palacio o Ricardo Rocha me enseñaron que la fuerza estaba en la palabra y que la palabra, como la fe, podía mover montañas y despertar conciencias. Y llegaron las Serpientes y Escaleras, de la mano de Hiriart, en aquel paradigmático año 2000, tiempo de cambio y de alternancia, apuesta de una esperanza democrática cuando creímos que era suficiente con “sacar al PRI de Los Pinos”, ignorantes de que 12 años después se volvería a meter. Y desde ahí he bregado, con la palabra como parque y la pluma de fusil, en distintas barricadas, El Heraldo de México, La Crónica de Hoy, El Independiente, El Gráfico, EL UNIVERSAL, 24 horas, y luego de vuelta a ésta mi casa: El Gran Diario de México. Siempre trabajando en el filo de la navaja, siempre tratando de seguir la máxima de Octavio Paz: “La crítica sin pasión es mero vituperio, la pasión sin crítica se solaza en sí misma, se consuma y se consume: se agota. La pasión crítica, en cambio, reflexiona allí donde coloca la mirada, penetra con profundidad en las cosas y nos las descubre en toda su magnitud o en toda su pequeñez”.
Hoy todos los días lanzo los dados en busca de información e historias que nos ayuden a entender —si es que es posible— a este complejo y a la vez maravilloso país en el que, como dice la querida Cristina, nos tocó la fortuna de vivir. En este oficio que se me ha hecho vicio, buscando siempre Escaleras, aunque siempre se entrometen las Serpientes y a veces nos manden para abajo, para luego subir, en ese juego de ida y vuelta que es la política y la vida.
En estos días en que el país no logra cerrar un doloroso ciclo de violencia y muerte que nos ha marcado a todos en la última década, cuando se intenta transitar un futuro reformado pero no menos complicado, con reminiscencias del pasado autoritario, la labor de los medios y de quienes en ellos trabajamos es ejercer, libre y responsablemente la información y la crítica que nos corresponde. Decía Dante Alighieri que “los lugares más oscuros del infierno están reservados a aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral”. No hay mayor pecado en tiempos peligrosos que la pasividad, y nuestro México sigue viviendo hoy esos tiempos; en nosotros está, con nuestro ejercicio diario y responsable, convertir esos peligros en tiempos virtuosos.
Gracias a todos los lectores que día a día consultan y refieren nuestro trabajo. Su lectura, sus impresiones y su crítica son el aliento para continuar en la batalla quince años después de que iniciara esta columna. Gracias a la Fundación José Pagés Llergo por considerarnos en su importante reconocimiento. Va este premio dedicado a la memoria de un gran periodista, don José Luis Pérez de la Rosa, que nació en Jalisco en 1901 y que tras publicar sus artículos críticos en El Informador tuvo que salir huyendo ante la amenazas de Plutarco Elías Calles.
Se refugió de la persecución callista en el entonces naciente municipio de Cajeme y ahí, con su pluma incansable, fundó el primer diario de Ciudad Obregón La Gaceta del Pacífico. Hasta allá lo alcanzaron las fuerzas federales que lo capturaron y lo llevaron a Culiacán, donde estuvo a punto de ser fusilado por sus ideales. Su periodismo crítico y de denuncia continuaría en aquellos aciagos años 20 en El Heraldo del Yaqui y fundó después dos diarios más El Demócrata y El Día, donde sus denuncias de especulaciones y corrupción en los ricos terrenos agrícolas del Valle del Yaqui, lo llevaron a sufrir un secuestro y la agresión de un alcalde de Obregón que, el 3 de octubre de 1940, le mandó a sus golpeadores, ente ellos al secretario del Ayuntamiento, que tras golpearlo salvajemente lo dejaron tirado en una zanja en el campo. Cuando sus agresores fueron denunciados y castigados por el ataque, a don José Luis Pérez R. las autoridades lo llevaron a las orillas de la ciudad que apenas crecía en aquellos años 30. “Escoja usted las tierras que quiera, de aquí hasta donde le alcance la vista”. Pero el periodista sólo se rio y les dio las gracias. “No señores, no quiero nada, muchas gracias”.
En sus últimos años, con su linotipo en su casa de la calle Sonora 604, editó la revista Tres Valles en la que fue pionero del periodismo ambiental y agrícola, reseñando en sus páginas los avances científicos y agrícolas que lograron grandes investigadores como el Ingeniero Norman E. Borlaug en el ya mítico CIANO (Centro de Investigación Agrícola del Noroeste) que aportaría a México y al mundo algunos de los avances en granos y semillas mejoradas de trigo y otros cultivos. Don José Luis Pérez R. murió en 1975 en la modestia y medianía de un periodista honesto. El 10 de septiembre pasado el Ayuntamiento de Cajeme le puso a una avenida del municipio su nombre, en memoria de este gran escritor, periodista y ser humano considerado un “Mártir de la Democracia” porque supo alzar la voz y defender su pluma crítica en tiempos en que eso significaba jugarse la vida.
 “Desde el caudillaje, hasta el maximato primero; y desde el aniquilamiento de éste hasta nuestros días, en toda la República, esporádicamente los caciquillos de provincia han merecido figurar en los encabezados de los grandes rotativos metropolitanos y en los periodiquillos de provincia. Estos caciquillos, con arrestos de dictadorzuelos de plazoleta las más de las veces, no han tenido el más leve respeto a quienes generalmente les han servido de escalones para llegar a ocupar algunos puestos, de los que luego se aprovechan para cometer toda clase de tropelías”, escribió José Luis Pérez R. en 1943, aunque podía haberlo escrito en este 2015. Va en su memoria el premio Nacional de Comunicación José Pagés Llergo 2015.


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