12 nov 2007

La Cumbre de Chile

La Cumbre Iberoamericana, otro tropiezo del Gobierno/Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz de Asuntos Exteriores del PP en el Congreso de los Diputados
Publicado en EL MUNDO, 12/11/2007;
El gravísimo incidente provocado por el presidente de Venezuela en la Cumbre Iberoamericana pone de manifiesto muy claramente la verdadera naturaleza del mandatario autoproclamado «bolivariano». El populismo y el histrionismo van siempre juntos y de la mano: los extravagantes discursos de horas y horas emulando al dictador Fidel Castro, las conexiones en cadena obligatorias, el discurso del azufre y el diablo en la Asamblea General de Naciones Unidas y, ahora, el esperpento de Santiago de Chile.
Hugo Chávez no tiene autoridad moral alguna para dar lecciones de democracia o para poner en cuestión con graves insultos el incuestionable compromiso democrático del ex presidente del Gobierno español, José María Aznar. El dirigente venezolano lleva diseñando desde que tomó posesión de la Presidencia de la República un régimen dictatorial, que ha ido instalándose en el poder absoluto de forma gradual y extraordinariamente bien concebida y planeada.
Ninguna de las medidas, reformas, declaraciones, persecuciones o políticas puestas en marcha son gratuitas o fortuitas, todas obedecen a ese plan de someter a los venezolanos a una férrea y brutal dictadura. La razón de hacerlo por etapas y de manera gradual es que conoce muy bien a su pueblo, que es un ejemplo de hambre de libertad en el mundo entero. Sabe, además, muy bien que el siglo XXI nada tiene que ver con los tiempos de la Guerra Fría, etapa que permitió establecer en Cuba una dictadura personal de corte estalinista y de excusa antiimperialista, aunque Castro también tardó algún tiempo (más bien poco) en desenmascarar la verdadera naturaleza de su brutal régimen.
En la Venezuela de Chávez ha dejado de existir la separación de poderes, todos están en las manos del caudillo y de sus partidarios. No hay ya verdadera libertad de expresión, la persecución a periodistas y a los medios de comunicación críticos es implacable y se utilizan todos los medios para someterlos o acallarlos -presión judicial, policial, fiscal, expropiaciones sumarias, detenciones sin juicio y hasta atentados que se disfrazan de problemas de seguridad ciudadana ordinaria-. Su Policía política, la DISIP, está asesorada por el temible G2 cubano. Ha politizado las Fuerzas Armadas, purgándolas de elementos afectos a la democracia y buscando en una interminable caza de brujas a quienes no sean incondicionales para expulsarles o encausarles. Los Círculos Bolivarianos y el Frente Francisco de Miranda se han convertido en los verdaderos matones del régimen, y se dedican a amedrentar y amenazar con una eficacia propia de las SA nazis, o de los camisas pardas del fascismo italiano. Las antidemocráticas reformas del régimen otorgarán poderes absolutos a Chávez y lo convertirán ya en un dictador sin careta.
El régimen populista de Chávez es una fusión perfecta entre la extrema derecha y la extrema izquierda; lo preocupante no es que ciertas izquierdas lo apoyen, sino que incluso lo hayan adoptado como líder de su causa, así como del antiimperialismo, del antilibre comercio, de lo antisistema, de la antiglobalización y de una interminable lista de antis, odios y enemigos a los que esas izquierdas revanchistas y huérfanas de la Unión Soviética añoran y han convertido en el eje central de sus vidas. Estas izquierdas radicales ven en el caudillo bolivariano el líder que les permitirá el desquite de su derrota en la Guerra Fría. ¡Menudo panorama!
El problema es que ciertas izquierdas moderadas han actuado con una enorme pasividad, pusilanimidad y falta de firmeza ante los desmanes anti democráticos de Chávez y sus partidarios; han tenido miedo de su indudable carisma, de su apoyo en los sectores más extremos y movilizados de la izquierda y, en algunos casos -y esto es más grave-, han tratado de sacar partido electoral de la ola populista, manteniendo políticas de cercanía y calidez para ganarse el apoyo electoral de los sectores que incomprensiblemente siguen viendo en Castro, y ahora en Chávez, unos verdaderos héroes de los pobres, de la justicia social y de la confrontacón con Estados Unidos y con Occidente. He aquí una de las explicaciones de la alianza, en apariencia contra natura, que se ha forjado entre el populismo, las izquierdas extremas y el islamismo más extremista que, no lo olvidemos, es el alimento ideológico del terrorismo yihadista.
Es en este contexto, y con estos antecedentes, es en el que hay que situar los gravísimos incidentes de Santiago de Chile. Hace tres años el ministro de Asuntos Exteriores hizo unas inaceptables acusaciones contra José María Aznar y contra el Gobierno del Partido Popular en el prorama 59 segundos de TVE, donde insinuó que se había apoyado el golpe de Estado en Venezuela de los días 11 y 12 de abril de 2002. El incidente acabó en la Comisión de Asuntos Exteriores y en el pleno del Congreso, donde el ministro Moratinos trató de justificar sus acusaciones con argumentos retorcidos y blandiendo telegramas cifrados convenientemente resumidos, es decir, haciendo gala, una vez más, de la más depurada técnica calderiana de cortar y pegar (en honor de las aficiones del ministro Caldera cuando era portavoz parlamentario de la oposición).
Hugo Chávez no dijo nada que no hubiese sido afirmado antes por el ministro de Asuntos Exteriores. Esa pelota la puso a rodar el Gobierno socialista. Es cierto que hay que agradecer la defensa que el presidente Rodríguez Zapatero hizo el sábado de su predecesor; no es menos cierto, sin embargo, que su ministro de Exteriores fue el que levantó esa veda, y, como siempre con este Gobierno, de aquellos «polvos vienen estos lodos». Pero el problema se planteó 24 horas antes del incidente, cuando en otra estrafalaria intervención del histriónico presidente venezolano arremetió contra los empresarios españoles y contra el presidente de la CEOE y, de paso, repitió su cantinela mitinera contra Aznar. Es ahí cuando debió haber reaccionado el ministro de Exteriores (que encima se jactó de mantener una posición mesurada hacia el régimen de Hugo Chávez) y el presidente Rodríguez Zapatero, pues de haberlo hecho nos habríamos ahorrado el grave incidente de la sesión de clausura.
La política Exterior del Gobierno socialista ha equivocado completamente el rumbo desde el inicio de la legislatura. En primer lugar, por haberla convertido en reclamo electoral para los votantes más a la izquierda del PSOE que votaron contra el PP, y no por el PSOE, el 14 de marzo de 2004, lo que no deja de ser un grave acto de irresponsabilidad política, es decir, de someter los intereses generales y la estrategia a la táctica electoralista. Por otra parte, la política Exterior hacia América Latina ha envalentonado a los populistas y, muy en concreto, al propio Hugo Chávez, que se ha hecho más agresivo y expansivo. Su ambición de controlar e influir en toda América Latina y de convertirse, además, en el referente y líder mundial del tercermundismo y del radicalismo es cada vez más evidente.
¿Cómo se explica, entonces, el disparate del Gobierno socialista español de vender armas a un régimen de esta naturaleza expansiva y agresiva? El Ejecutivo hubiese debido mantener un diálogo firme, crítico y exigente, por lo menos para no convertirnos, como ha sido el caso, en una especie de patética sombra de lo que la octava potencia económica del mundo debiera ser. Este error viene a sumarse de manera preocupante, a una larga, casi interminable lista de serios fallos de diseño y ejecución de la política Exterior de España en tantos ámbitos.
Ahora toca analizar las graves consecuencias del incidente chavista, en primer lugar para las cumbres iberoamericanas, que deberían haber evolucionado hasta convertirse en un foro que de verdad contribuyese a resolver los graves problemas del continente. ¿Y ahora qué? Hay que hacer todos los esfuerzos necesarios para que el prestigio, utilidad y proyección de las cumbres no se vean afectados sin remedio; en ese empeño el Gobierno nos tendrá de su lado.
La segunda es que hay que preservar a Su Majestad el Rey de cualquier desgaste propio de las lides políticas, pues la Corona es una institución esencial para España, que representa la unidad y permanencia de la nación, y que juega un papel fundamental en la representación y el prestigio exterior de España. El Rey, sin ánimo de hacer de menos a ningún otro jefe de Estado, juega, en mi opinión, en gran medida un papel de primus inter pares, el único que, por la naturaleza de la institución, ha protagonizado todas la cumbres, convirtiéndose a ojos de todos en una de sus principales almas y fuentes de inspiración. Hay que agradecer muy sinceramente a Su Majestad su coraje en la defensa de la dignidad democrática de España, así como la de un dirigente político elegido democráticamente y que ejerció su cargo, en mi opinión, de manera eficaz y brillante, durante ocho años.
Espero que este incidedente haga reflexionar a los socialistas del rumbo profundamente equivocado de su política Exterior; ésta es una de las muchas consecuencias que tantas veces anunciamos y que nunca creyeron. Lamentablemente, los hechos nos van dando la razón. Es momento de recordarle al Gobierno que el camino más corto a la concordia con nuestros aliados, amigos, vecinos, hermanos y hasta potenciales adversarios es la firme defensa de los intereses de España, sin que se vean nunca subordinados a intereses partidistas y cortoplacistas.

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