13 mar 2008

La verdad en Irak

La guerra de los tres billones de dólares/Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, catedrático de la Universidad de Columbia y coautor, con Linda Bilmes, de The three trillion dollar war: the true costs of the Iraq conflict.
Publicado en El País, 13/03/2008;
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El 20 de marzo se cumple el quinto aniversario de la invasión de Irak por parte de tropas dirigidas por Estados Unidos, y es un buen momento para revisar lo que ha ocurrido hasta ahora. En nuestro libro The three trillion dollar war, la profesora de Harvard Linda Bilmes y yo sugerimos que el coste de la guerra para EE UU asciende, según cálculos conservadores, a tres billones de dólares (1,95 billones de euros), más otros tres billones a cargo del resto del mundo; una cantidad muy superior a los cálculos que hizo el Gobierno antes de iniciar el conflicto. El equipo de Bush no sólo engañó al mundo sobre los posibles costes de la guerra, sino que además ha tratado de seguir ocultándolos a medida que la guerra se desarrollaba.
No debe sorprender a nadie. Al fin y al cabo, el Gobierno de Bush mintió sobre todo lo demás, desde las armas de destrucción masiva de Sadam Husein hasta sus supuestos vínculos con Al Qaeda. La verdad es que Irak no fue ningún semillero de terroristas hasta después de la invasión.
El Gobierno de Bush dijo que la guerra iba a costar 50.000 millones de dólares; Estados Unidos gasta hoy en Irak esa cantidad cada tres meses. Para situar esa cifra en su contexto: con la sexta parte del coste de la guerra, EE UU podría asegurar la base de su sistema de pensiones durante más de medio siglo, sin necesidad de recortar prestaciones ni elevar cotizaciones.
Además, el Gobierno de Bush recortó los impuestos a los ricos al mismo tiempo que iba a la guerra, a pesar de que tenía un déficit presupuestario. Como consecuencia, ha tenido que utilizar ese déficit -en gran parte, financiado por países extranjeros- para pagar el conflicto. Ésta es la primera guerra en la historia de Estados Unidos que no ha pedido algún sacrificio a los ciudadanos mediante la subida de impuestos; se está haciendo recaer todo el coste sobre futuras generaciones. Si las cosas no cambian, la deuda nacional estadounidense -que era de 5,7 billones de dólares cuando Bush llegó a la presidencia- será 2 billones mayor debido a la guerra (además del aumento de 800.000 millones con Bush antes de la guerra).
¿Ha sido incompetencia o falta de honradez? Casi con seguridad, las dos cosas. La contabilidad en efectivo ha permitido que el Gobierno de Bush se centrara en los costes actuales, no en los futuros, entre ellos los gastos de discapacidad y atención sanitaria para los veteranos que regresan. El Gobierno tardó varios años en encargar los vehículos acorazados especiales que habrían podido salvar la vida de muchos muertos por bombas en las cunetas. Como no se ha querido volver a implantar el reclutamiento obligatorio, y es difícil encontrar a gente dispuesta a ir auna guerra impopular, los soldados han tenido que llevar a cabo dos, tres y hasta cuatro turnos llenos de tensión destinados en Irak.
El Gobierno de Bush ha intentado ocultar los costes de la guerra a la opinión pública estadounidense. Los grupos de veteranos han alegado la ley de Libertad de Acceso a la Información para averiguar el número total de heridos, 15 veces el de fallecidos. Ya hay 52.000 veteranos a quienes se ha diagnosticado síndrome de estrés postraumático. Se calcula que el Estado tendrá que pagar pensión de discapacidad al 40% de los 1.650.000 soldados desplegados. Y, por supuesto, la sangría persistirá mientras dure la guerra, con unas facturas de sanidad y discapacidad que ascenderán a más de 600.000 millones de dólares, en cifras de hoy en día.
La ideología y la codicia también han contribuido a aumentar los costes de la guerra. Estados Unidos ha recurrido a contratistas privados, que no han sido baratos. Un guardia de Blackwater Security puede costar más de 1.000 dólares diarios, sin incluir los seguros de vida y discapacidad, y el que paga es el Gobierno. Cuando los índices de paro en Irak llegaron hasta el 60%, habría tenido sentido contratar a iraquíes; pero los contratistas prefirieron importar mano de obra barata de Nepal, Filipinas y otros países.
La guerra no ha tenido más que dos vencedores: las compañías petrolíferas y los contratistas de defensa. El precio de las acciones de Halliburton, la compañía petrolífera del vicepresidente Dick Cheney, se ha disparado. Sin embargo, el Gobierno, al mismo tiempo que ha ido utilizando cada vez más contratistas, les ha supervisado cada vez menos.
El mayor precio de esta guerra tan mal gestionada lo ha pagado Irak. La mitad de los médicos iraquíes han muerto o se han ido del país, el paro es del 25% y, cinco años después del comienzo de la guerra, Bagdad sigue teniendo menos de ocho horas de electricidad al día. De la población total de Irak, unos 28 millones, cuatro millones viven desplazados y dos millones han huido del país.
Las miles de muertes violentas han acostumbrado a la mayoría de los occidentales a la situación: ya casi no es noticia la explosión de una bomba que mata a 25 personas. Pero los estudios estadísticos sobre el número de muertes antes y después de la invasión dejan clara, en parte, la triste realidad. Las muertes en Irak han aumentado, desde unas 450.000 en los primeros 40 meses de la guerra (150.000 de ellas, muertes violentas), hasta un total de 600.000 en la actualidad.
Con tanto sufrimiento de tanta gente en Irak, puede parecer cruel hablar del coste económico. Y puede parecer egocéntrico hablar del coste económico para Estados Unidos, que emprendió esta guerra violando las leyes internacionales. Pero esos costes económicos son inmensos, y van mucho más allá de los desembolsos presupuestarios. Pronto intentaré explicar de qué forma ha contribuido la guerra a las actuales penalidades económicas de EE UU.
A los estadounidenses nos gusta decir que no existe la comida gratis. Tampoco existe una guerra gratis. Estados Unidos y el mundo seguirán pagando el precio de Irak durante muchos años.
Costo militar de la guerra en Irak/William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy
Publicado en LA VANGUARDIA, 16/03/2008;
La guerra de Iraq ha conllevado complejos costes cuyo impacto se ha dejado sentir no sólo en Estados Unidos sino también en Europa. Sin embargo, se han escamoteado ampliamente a ojos de la sociedad e incluso del Congreso estadounidense. Analizaré sus efectos, que serán duraderos y ejercerán una influencia determinante tanto en la economía como en los niveles de seguridad en España, en este y otros dos artículos siguientes. Empezaré por referirme a los muertos y heridos.
Estados Unidos ha sufrido casi 4.000 bajas - hace unos días, para ser exactos, 3.958-, además de otras 482 en Afganistán. No es posible contabilizar con tanta precisión a nuestros heridos porque se dividen en diversas categorías. Se oye o lee la cifra de 30.000 que dio recientemente el senador Obama, pero el candidato estaba equivocado: se trata sólo de una pequeña fracción del total.
Una de las heridas o lesiones que causan mayor impresión obedece al carácter de las circunstancias que acompañan una guerra de guerrillas: la conmoción cerebral, afección que no se registró hasta después del 2003. Se calcula que se ha visto aquejado por este problema uno de cada diez soldados o marines estadounidenses (aproximadamente, 50.000 hombres y mujeres). Su tratamiento es largo y la mayoría de los afectados nunca se recuperará por completo. En el ínterin, no recobrarán tampoco su normal capacidad funcional. Todas estas consecuencias ejercerán un efecto dominó en sus respectivas comunidades y entornos: pérdida de empleos, incapacidad de ejercer funciones parentales, divorcios, rabia y desesperación. Además, el coste del tratamiento oscilará entre 600.000 dólares y cinco millones de dólares por persona.
Aunque parece más fácil contabilizar la pérdida de extremidades, las cifras no están claras. Como mínimo, hay que hablar de 8.000 personas afectadas. Buena parte se recuperarán, pero muchas se pasarán la vida en una silla de ruedas.
Por añadidura, entre 125.000 y 200.000 personas - uno de cada cuatro soldados y marines, uno de cada tres según el jefe del servicio federal de Sanidad estadounidense- padecen una enfermedad mejor conocida en tiempos recientes, el síndrome de estrés postraumático (SEPT).
Asimismo, la revista JAMA (Journal of the American Medical Association)ha señalado que uno de cada tres hombres y mujeres que han servido militarmente en Iraq - tal vez unas 200.000 personas- precisa tratamiento psiquiátrico y una parte de estas personas pueden presentar tendencias suicidas o representar un peligro para las demás personas.
La herida más complicada y aterradora, sin embargo, se deriva del empleo de explosivos y proyectiles que contienen uranio empobrecido, usado por su poder de penetración en vehículos blindados. En sí mismo este material no es mucho más peligroso que el acero, pero en el curso del impacto el proyectil genera un intenso calor que motiva que el uranio se convierta en un aerosol de óxido de uranio, U O . Como señala Hans 3 8 Noll, profesor de biología de la American Cancer Society, “las partículas en suspensión del aerosol son absorbidas por el organismo por diversas vías. El óxido de uranio es una sustancia neurotóxica y mutagénica que provoca cáncer y malformaciones en fetos en desarrollo. Inhalado en forma de polvo, el óxido de uranio se acumula en pulmones, hígado y riñones y afecta al sistema nervioso”. Es inevitable que se deriven miles -tal vez decenas de miles- de casos de cáncer del empleo de esta arma.
Dado que también han resultado expuestos soldados españoles a esta sustancia, cabe esperar la aparición de graves consecuencias de tal circunstancia.
Estas heridas ascienden a cifras muy elevadas de casos. No es de extrañar, dado que 169.000 de los 580.400 hombres y mujeres que combatieron en la primera guerra del Golfo presentan clasificación de incapacidad permanente, cuya atención representa un coste de 2.000 millones de dólares al año.
En el caso de la segunda guerra del Golfo, se calcula que el coste de los cuidados médicos es equiparable al coste de la propia guerra; o, lo que es lo mismo, aproximadamente medio billón de dólares.

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