El mundo del G-Cero
Por Nouriel Roubini, presidente de Roubini Global Economics, profesor de Economía de la Escuela de Negocios Stern (Stern School of Business) de la Universidad de Nueva York, y coautor de Crisis Economics: A Crash Course in the Future of Finance.
Este artículo se basó en uno elaborado en coautoría con Ian Bremmer, que se publicará en el número de marzo-abril de la revista Foreign Affairs.
Traducción de Kena Nequiz
Project Syndicate, 11/02/11);
Vivimos en un mundo en el que, en teoría, la gobernanza económica y política global está en manos del G-20. No obstante, en la práctica no hay un liderazgo global y existe una desorganización y desacuerdos graves entre los miembros del G-20 sobre la política monetaria y fiscal, los tipos de cambio y los desequilibrios globales, el cambio climático, el comercio, la estabilidad financiera, el sistema monetario internacional y la seguridad energética, alimentaria y global. En efecto, las potencias principales ahora consideran estos temas como juegos de suma cero y no como juegos de suma positiva. Así pues, el nuestro es el mundo del G-Cero.
En el siglo XIX, la potencia hegemónica estable era el Reino Unido, y el imperio británico imponía los bienes públicos globales del libre comercio, la libre circulación de capitales, el patrón oro y la libra británica como la principal moneda de reserva global. En el siglo XX, los Estados Unidos asumieron ese papel e impusieron su Pax Americana para dar seguridad a la mayor parte de Europa occidental, Asia, el Medio Oriente y América Latina. Los Estados Unidos también dominaron las instituciones de Bretton Woods – el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, más tarde, la Organización Mundial del Comercio—para determinar las normas comerciales y financieras globales, con el dólar como principal moneda de reserva.
Sin embargo, hoy el “imperio” estadounidense está en relativa decadencia y tiene muchas presiones a nivel fiscal. Además, la potencia en expansión, China, que no es una democracia liberal, está aplicando un modelo de capitalismo de Estado y se está aprovechando del sistema global actual – en términos de comercio, tipos de cambio, cambio climático– en vez de participar en la provisión de bienes públicos comunes. Y, si bien hay un descontento general con el dólar estadounidense, el renminbi chino aún dista de convertirse en una de las principales monedas de reserva, ya no se diga en la dominante.
Este vacío de poder ha reforzado la ausencia de liderazgo de la gobernanza política y económica global en el G-20 desde que se convirtió en el sucesor del G-7 al principio de la reciente crisis económica y financiera. En efecto, con la excepción de la cumbre de Londres de abril de 2009, en la que se llegó a un consenso sobre los estímulos monetarios y fiscales conjuntos, el G-20 ha sido sólo un foro burocrático más en el que mucho se discute y muy poco se acuerda.
Como resultado, las potencias económicas globales se han quedado discutiendo si necesitamos más estímulos monetarios y fiscales o menos. También hay desacuerdos importantes sobre si se deben reducir los actuales desequilibrios de cuenta corriente –y sobre el papel que los movimientos de las divisas deben desempeñar en este ajuste. Las tensiones sobre los tipos de cambio están conduciendo a guerras de divisas, que a su vez pueden provocar con el tiempo guerras comerciales y proteccionismo.
En efecto, no sólo está muerta de hecho la ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre el libre comercio, sino que ahora también hay un riesgo creciente de proteccionismo financiero a medida que los países vuelven a imponer controles de capital sobre los volátiles flujos financieros globales y la inversión extranjera directa. Del mismo modo, hay muy poco consenso sobre cómo reformar la regulación y supervisión de las instituciones financieras –y menos aun sobre cómo reformar un sistema monetario internacional basado en tipos de cambio flexibles y en el papel central del dólar como la principal moneda de reserva.
Las negociaciones sobre el cambio climático también han terminado en fracasos similares, Y predominan los desacuerdos sobre cómo abordar la seguridad alimentaria y energética en medio de una nueva lucha por los recursos globales. Además, en cuestiones de geopolítica mundial –las tensiones en la península de Corea, las ambiciones nucleares de Irán, el conflicto árabe-israelí, los desórdenes en Afganistán y Pakistán y la transición política en los regímenes autocráticos del Medio Oriente—las grandes potencias no se ponen de acuerdo y son incapaces de imponer soluciones estables.
Existen varias razones por las que el mundo del G-20 se ha convertido en uno del G-Cero. Primero, cuando las conversaciones dejan de girar en torno a la cuestión de los principios generales y pasan a la discusión detallada de las propuestas políticas, es mucho más difícil lograr acuerdos claros entre 20 negociadores que entre 7.
Segundo, los dirigentes del G-7 comparten la idea de que el libre mercado tiene el poder de generar prosperidad de largo plazo y de la importancia de la democracia para la estabilidad política y justicia social. El G-20, por otro lado, incluye gobiernos autocráticos con diferentes puntos de vista sobre el papel del Estado en la economía, sobre el Estado de derecho, los derechos de propiedad, la transparencia y la libertad de expresión.
Tercero, las potencias occidentales ahora no tienen el consenso político nacional y los recursos financieros para avanzar en los temas de la agenda internacional. Los Estados Unidos están polarizados políticamente, y en algún momento deben empezar a reducir su déficit presupuestal. Europa está concentrada intentando tratando de rescatar la eurozona y no tiene una política exterior o de defensa común. Además, la parálisis política de Japón frente a las reformas estructurales lo ha dejado sin la capacidad de frenar el declive económico de largo plazo.
Por último, las potencias en ascenso como China, la India y Brasil están demasiado centradas en dirigir la siguiente etapa de su desarrollo nacional como para soportar los costos financieros y políticos que conllevan las nuevas responsabilidades internacionales.
En resumen, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ningún país o alianza fuerte de países tiene la voluntad política y la influencia económica para lograr sus metas en la escena mundial. Este vacío puede alentar, como ha sucedido en períodos históricos anteriores, a los ambiciosos y agresivos a buscar sus propios objetivos.
En un mundo así, la ausencia de un acuerdo de alto nivel sobre la creación de un nuevo sistema de seguridad colectiva –centrado en la economía y no en el poder militar—no es sólo irresponsable, sino peligroso. Un mundo del G-Cero sin liderazgo y cooperación multilateral representa un equilibrio inestable para la prosperidad económica y la seguridad global.
Este artículo se basó en uno elaborado en coautoría con Ian Bremmer, que se publicará en el número de marzo-abril de la revista Foreign Affairs.
Traducción de Kena Nequiz
Project Syndicate, 11/02/11);
Vivimos en un mundo en el que, en teoría, la gobernanza económica y política global está en manos del G-20. No obstante, en la práctica no hay un liderazgo global y existe una desorganización y desacuerdos graves entre los miembros del G-20 sobre la política monetaria y fiscal, los tipos de cambio y los desequilibrios globales, el cambio climático, el comercio, la estabilidad financiera, el sistema monetario internacional y la seguridad energética, alimentaria y global. En efecto, las potencias principales ahora consideran estos temas como juegos de suma cero y no como juegos de suma positiva. Así pues, el nuestro es el mundo del G-Cero.
En el siglo XIX, la potencia hegemónica estable era el Reino Unido, y el imperio británico imponía los bienes públicos globales del libre comercio, la libre circulación de capitales, el patrón oro y la libra británica como la principal moneda de reserva global. En el siglo XX, los Estados Unidos asumieron ese papel e impusieron su Pax Americana para dar seguridad a la mayor parte de Europa occidental, Asia, el Medio Oriente y América Latina. Los Estados Unidos también dominaron las instituciones de Bretton Woods – el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, más tarde, la Organización Mundial del Comercio—para determinar las normas comerciales y financieras globales, con el dólar como principal moneda de reserva.
Sin embargo, hoy el “imperio” estadounidense está en relativa decadencia y tiene muchas presiones a nivel fiscal. Además, la potencia en expansión, China, que no es una democracia liberal, está aplicando un modelo de capitalismo de Estado y se está aprovechando del sistema global actual – en términos de comercio, tipos de cambio, cambio climático– en vez de participar en la provisión de bienes públicos comunes. Y, si bien hay un descontento general con el dólar estadounidense, el renminbi chino aún dista de convertirse en una de las principales monedas de reserva, ya no se diga en la dominante.
Este vacío de poder ha reforzado la ausencia de liderazgo de la gobernanza política y económica global en el G-20 desde que se convirtió en el sucesor del G-7 al principio de la reciente crisis económica y financiera. En efecto, con la excepción de la cumbre de Londres de abril de 2009, en la que se llegó a un consenso sobre los estímulos monetarios y fiscales conjuntos, el G-20 ha sido sólo un foro burocrático más en el que mucho se discute y muy poco se acuerda.
Como resultado, las potencias económicas globales se han quedado discutiendo si necesitamos más estímulos monetarios y fiscales o menos. También hay desacuerdos importantes sobre si se deben reducir los actuales desequilibrios de cuenta corriente –y sobre el papel que los movimientos de las divisas deben desempeñar en este ajuste. Las tensiones sobre los tipos de cambio están conduciendo a guerras de divisas, que a su vez pueden provocar con el tiempo guerras comerciales y proteccionismo.
En efecto, no sólo está muerta de hecho la ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre el libre comercio, sino que ahora también hay un riesgo creciente de proteccionismo financiero a medida que los países vuelven a imponer controles de capital sobre los volátiles flujos financieros globales y la inversión extranjera directa. Del mismo modo, hay muy poco consenso sobre cómo reformar la regulación y supervisión de las instituciones financieras –y menos aun sobre cómo reformar un sistema monetario internacional basado en tipos de cambio flexibles y en el papel central del dólar como la principal moneda de reserva.
Las negociaciones sobre el cambio climático también han terminado en fracasos similares, Y predominan los desacuerdos sobre cómo abordar la seguridad alimentaria y energética en medio de una nueva lucha por los recursos globales. Además, en cuestiones de geopolítica mundial –las tensiones en la península de Corea, las ambiciones nucleares de Irán, el conflicto árabe-israelí, los desórdenes en Afganistán y Pakistán y la transición política en los regímenes autocráticos del Medio Oriente—las grandes potencias no se ponen de acuerdo y son incapaces de imponer soluciones estables.
Existen varias razones por las que el mundo del G-20 se ha convertido en uno del G-Cero. Primero, cuando las conversaciones dejan de girar en torno a la cuestión de los principios generales y pasan a la discusión detallada de las propuestas políticas, es mucho más difícil lograr acuerdos claros entre 20 negociadores que entre 7.
Segundo, los dirigentes del G-7 comparten la idea de que el libre mercado tiene el poder de generar prosperidad de largo plazo y de la importancia de la democracia para la estabilidad política y justicia social. El G-20, por otro lado, incluye gobiernos autocráticos con diferentes puntos de vista sobre el papel del Estado en la economía, sobre el Estado de derecho, los derechos de propiedad, la transparencia y la libertad de expresión.
Tercero, las potencias occidentales ahora no tienen el consenso político nacional y los recursos financieros para avanzar en los temas de la agenda internacional. Los Estados Unidos están polarizados políticamente, y en algún momento deben empezar a reducir su déficit presupuestal. Europa está concentrada intentando tratando de rescatar la eurozona y no tiene una política exterior o de defensa común. Además, la parálisis política de Japón frente a las reformas estructurales lo ha dejado sin la capacidad de frenar el declive económico de largo plazo.
Por último, las potencias en ascenso como China, la India y Brasil están demasiado centradas en dirigir la siguiente etapa de su desarrollo nacional como para soportar los costos financieros y políticos que conllevan las nuevas responsabilidades internacionales.
En resumen, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ningún país o alianza fuerte de países tiene la voluntad política y la influencia económica para lograr sus metas en la escena mundial. Este vacío puede alentar, como ha sucedido en períodos históricos anteriores, a los ambiciosos y agresivos a buscar sus propios objetivos.
En un mundo así, la ausencia de un acuerdo de alto nivel sobre la creación de un nuevo sistema de seguridad colectiva –centrado en la economía y no en el poder militar—no es sólo irresponsable, sino peligroso. Un mundo del G-Cero sin liderazgo y cooperación multilateral representa un equilibrio inestable para la prosperidad económica y la seguridad global.
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