23 jul 2016

Turquía, en el ojo del huracán

Turquía, en el ojo del huracán/Fawaz A. Gerges, profesor de Estudios sobre Oriente Medio en la London School of Economics and Political Science 
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

La Vanguardia, 23 de julio de 2016

Entre todas las informaciones publicadas sobre la intentona de golpe militar contra el Gobierno de Erdogan, la cuestión de “si hubiera tenido éxito…” apenas ha sido objeto de análisis.
Por ejemplo, si el golpe hubiera triunfado, las importantes repercusiones políticas habrían representado un terremoto para Turquía, Oriente Medio y la estructura de seguridad occidental, en especial la OTAN. Incluso los opositores acérrimos de Erdogan, incluyendo los laicistas y los kurdos, se opusieron enérgicamente al golpe por temor a una desestabilización y a los disturbios que indudablemente habría provocado tanto en el propio país como en la región. El pueblo turco no conserva un recuerdo grato de las cuatro intervenciones militares que tuvieron lugar en la política turca en 1960, 1971, 1980 y 1997, que ocasionaron numerosas víctimas en el país y su tejido social.
Si hubiera tenido éxito el levantamiento, los militares habrían suspendido probablemente el proceso democrático en Turquía y habrían perseguido con brutalidad a Erdogan y a sus aliados, sumiendo el país en un enfrentamiento civil. Las profundas tensiones históricas que existen entre las fuerzas armadas turcas, que consideran que su papel estriba en proteger el Estado laico, y Erdogan, cuyo partido hunde sus raíces en el islamismo moderado, habrían escalado sus posiciones hacia una guerra abierta.

 Afianzados tanto en Siria como en Iraq, el Estado Islámico y Al Qaeda habrían dispuesto de un creciente terreno abonado en otra zona de conflicto. La inestabilidad política en Turquía habría sido una bendición para los yihadistas del Estado Islámico.
 Como país de papel central y plenamente comprometido en los virulentos conflictos que hacen furor en Siria e Iraq frente a la intervención contra el Estado Islámico de una coalición liderada por Estados Unidos, la caída hacia lo desconocido habría desestabilizado aún más Oriente Medio. La vuelta de las fuerzas armadas a la escena política turca habría sonado a música celestial en los oídos de los autócratas y dictadores en Siria y Egipto y en los gobiernos antiislamistas de la región y aún más allá de su perímetro. La caída de Erdogan habría asimismo asestado un golpe demoledor a los rebeldes en Siria, incluidos los islamistas radicales que dependen de Turquía por lo que se refiere al armamento y el financiamiento. Bashar el Asad se habría sentido plenamente satisfecho si Erdogan, su encarnizado enemigo, hubiera sido depuesto por los militares y se hubiera inclinado la balanza a su favor.
 Aunque el Gobierno de Erdogan no se ha sumado hasta fecha reciente a la coalición liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico en Siria, el papel de Turquía es vital por su proximidad al teatro de operaciones, como han reconocido autoridades estadounidenses. La agitación y los disturbios habrían puesto fin probablemente a la participación del país en los combates para expulsar al Estado Islámico de Raqqa, la capital de facto del grupo y base operativa para tramar sus golpes en todo el mundo. Y, factor más importante, los 2.700.000 refugiados sirios en Turquía habrían constituido la primera víctima del golpe. Mediante algún tipo de acuerdo con El Asad, los generales habrían enviado a casa a los refugiados.
 A la Administración Obama le habría resultado especialmente difícil colaborar con un régimen apoyado en las fuerzas armadas en Ankara que habría derrocado un gobierno elegido democráticamente, un baluarte del flanco oriental de la OTAN que dispone del segundo ejército principal en el seno de la organización a continuación del de Estados Unidos. La condición de socio de Turquía en la Alianza Atlántica se habría suspendido, una decisión que conllevaría repercusiones estratégicas para la alianza de seguridad occidental.
 Debido a todas estas razones, la oposición en Turquía ha dejado a un lado sus fuertes enfrentamientos políticos con Erdogan y ha apoyado plenamente las instituciones democráticas del país. Aunque el golpe ha puesto de manifiesto profundas fisuras y divisiones ideológicas en esta democracia musulmana, el país se ha fusionado en torno a la Constitución, la legalidad vigente y la separación de poderes.
 El presidente Erdogan podría haberse valido de este momento histórico para catalizar la reconciliación nacional y acabar con la erosión de la democracia. Sus enemigos políticos, las fuerzas laicas y los kurdos, han hecho gala de valentía moral, responsabilidad civil y compromiso con el Estado de derecho. Lamentablemente, Erdogan parece haber extraído lecciones erróneas al considerar que el levantamiento ha constituido un “regalo de Dios” para “depurar nuestro ejército”. En los últimos días Erdogan ha ido un paso más allá al impulsar lo que parece ser un contragolpe para “depurar todas las instituciones estatales” juzgadas como desleales a su figura.
 Más de 50.000 personas han sido detenidas, destituidas o apartadas de sus puestos de trabajo incluyendo jueces, fiscales, profesores, autoridades universitarias y medios de comunicación. Unos 15.000 funcionarios y 21.000 docentes del sector privado han sido suspendidos en sus funciones y se les investiga por posibles vínculos con una figura religiosa, Fethullah Gülen, que reside en Estados Unidos. Erdogan acusa a Gülen, su enemigo encarnizado durante largo tiempo, de estar detrás del intento de golpe, sin haber aportado pruebas concluyentes hasta la fecha.
 La ampliación y la dimensión de la purga han hecho sonar los toques de alarma tanto en Turquía como en las capitales occidentales, aunque el Gobierno de Erdogan ha desestimado tales advertencias y ha amenazado con reintroducir la pena de muerte. En lugar de guiarse según el Estado de derecho y el espíritu de justicia, a Erdogan le mueve el espectro del miedo y la venganza así como la concentración del poder en sus propias manos. Sus acciones y retórica populista provocarán probablemente una mayor polarización y división que las ya existentes en Turquía.
 Si el golpe hubiera triunfado, Turquía se habría sumido en un dilatado período de caos. No obstante, el fallido levantamiento ha motivado una mayor erosión de la democracia en el país, un drama y desgracia que no obstante podrían haber sido evitados. Todo depende del presidente Erdogan, de popularidad en alza tras el golpe. Las señales e indicios a la vista no son precisamente alentadores después de que Erdogan haya declarado un estado de emergencia de tres meses que le otorga poderes extraordinarios para perseguir a sus enemigos tanto reales como supuestos.

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