26 may 2023

Reunión del papa Francisco con las hermanas Hijas de Don Orione

El Papa saluda a una de las participantes en el Capítulo general de las Hermanitas Misioneras de la Caridad (Vatican Media)


El día de ayer, jueves 25 de mayo el papa Francisco recibió en audiencia a  las hermanas religiosas participantes en el Capítulo general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, instituidas por san Luis Orione.

El Papa dijo, “tener una fe que arda en nuestro interior y resplandezca a nuestro alrededor". Y "como madres – subrayó Francisco refiriéndose a las religiosas – el don más grande que pueden hacer a los hijos que Dios les recomienda es transmitirles su amor tierno y apasionado por Jesús", siendo – he aquí la segunda indicación – "cercanas a los hermanos".

Queridas hermanas, ¡buenos días y bienvenidas!

Me encuentro con vosotros en este momento significativo para vuestra Congregación que es el Capítulo General, un tiempo fuerte para el diálogo entre vosotros y con el Espíritu Santo, del que salir renovados, en el corazón más que en las iniciativas y estructuras.

Cuando San Luigi Orione fundó vuestra primera comunidad, os dio la misión de "hacer experimentar [a las personas] la Providencia de Dios y la maternidad de la Iglesia". En otras palabras, os ha llamado a encarnar la acción misericordiosa de Dios y de la Iglesia con espíritu materno. Para ello, indicó luego tres caminos fundamentales: estar unidos a Jesús, cercanos a los hermanos y activos en el servicio. Veámoslos juntos.

Para estar unidos a Jesús San Luigi Orione fundó vuestra Congregación –junto con los Hijos de la Divina Providencia, las Hermanas Adoratrices Sacramentinas ciegas y las Hermanas Contemplativas de Jesús Crucificado– bajo la bandera del lema paulino Instaurare omnia in Christo: Cristo, el una sola cabeza, todas las cosas" (Efesios 1:10). Está claro entonces que para vosotros la unión con Cristo debe ser la raíz de toda actividad. El Concilio Vaticano II nos lo recordó como un valor fundamental para todos los religiosos, diciendo que enriquecen el apostolado y la vitalidad de la Iglesia cuanto más fervientemente viven unidos a Cristo (cf. Perfectae caritatis, 1), como los primeros discípulos. No se trata, pues, de cultivar, en la vida espiritual y apostólica, intimidades humeantes y estériles, ni de transformarse en "cuadros corporativos eficientes" en la dirección de las obras. Se trata más bien de hacer nuestro el modo de vida de Jesús, dejándolo actuar cada vez más en nosotros, abandonándonos a él, hasta que podamos decir como san Pablo: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí". (Gál 2,20); y otra vez: "Caritas Christi urget nos", "El amor de Cristo nos posee" (cf. 2 Cor 5, 14). Don Orione tenía en mente esta realidad cuando afirmaba que “para conquistar a Dios y captar a los demás, primero debemos vivir una vida intensa de Dios en nosotros mismos”,[1] una fe que arde por dentro y resplandece a nuestro alrededor. Por tanto, dejaos conquistar siempre sobre todo por el Señor, por su presencia viva en la Eucaristía, en su Palabra, en vosotros mismos gracias al Espíritu Santo. Recordad que, como madres, el mayor regalo que podéis hacer a los hijos que Dios os ha confiado es transmitirles vuestro amor tierno y apasionado por Jesús, enseñarles a amarlo y conocerlo como vosotros lo conocéis y lo amáis, y a hazlos partícipes de tu fe en Él.

La segunda indicación que os ha dejado don Orione es la de estar cerca de vuestros hermanos. De hecho, el mismo Jesús nos dijo: "Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Entonces podéis experimentar también vuestro servicio como un encuentro con Él, animados por el mismo amor. Es él quien se hace pobre y pequeño en los pobres y pequeños; es Él quien os pide calor y protección en ellos. Tened, pues, siempre, entre vosotros y hacia los demás, un sentido de ternura maternal, nunca de frialdad. Y si alguna vez se hace sentir esta dolencia del corazón, ahuyéntenla inmediatamente, con pensamientos, palabras y gestos de acogida y bondad. Bien sabemos que un trozo de pan compartido con una sonrisa es mejor que un plato quizás refinado, pero sazonado con escarcha e insípido de amor. ¡Que vuestros hogares y lugares de servicio se llenen de calor maternal! Como decía don Orione: que todos se calienten y se iluminen con "la llama que arde en vuestro corazón y la luz de vuestro fuego interior"[2].

Finalmente, san Luigi Orione os enseñó a "trabajar mucho", a no escatimar en el servicio a los más necesitados. Servir “a los pobres, a los pequeños, a los afligidos por todo mal y dolor”, con “mangas arremangadas”, como buenas madres, con compasión, creatividad e imaginación, en la caridad[3]. Una madre nunca se rinde ante las necesidades de sus hijos: nunca deja que les falten las atenciones, las sorpresas, la ternura y hasta los reproches necesarios; logra inventar soluciones y remedios inesperados, incluso ante situaciones difíciles o ante la incomprensión de los demás: ¡es porque una madre ama, y ​​el amor hace libre y creativo! Después de todo, es sobre todo esto lo que hace que los niños se sientan "en casa", seguros, aceptados más allá de sus capacidades, éxitos, condiciones sociales, orígenes y filiación religiosa, porque una madre ama a todos, no importa. ¡Así ama Cristo, así ama la Madre Iglesia, y así deseo que vosotros también sepáis amar, con esta maternidad doméstica, con corazón generoso y con "fuerza de codo"! De este modo daréis alegría y esperanza a muchos, y un ejemplo concreto de vida sana, preciosa especialmente para los jóvenes, a menudo desorientados por modelos existenciales frágiles y vacíos.

Vosotros os llamáis "congregación samaritana" por vocación: ¿y quién más que una madre es "samaritana" para sus hijos? Ve, siente sus heridas, se detiene, las cura y finalmente las deja seguir su camino. Os exhorto a amar así, como lo hizo san Luigi Orione, como madres en la caridad. Te bendigo desde el fondo de mi corazón. Y por favor, no olvides rezar por mí.

______________

[1] El espíritu de Don Orione, vol. VI, X Speranza, 10, "Silencio y unión con Dios").

[2] Ibíd.

[3] Véase Plan y programa de la Pequeña Obra, n. 3.

Pubblichiamo di seguito il discorso del Santo Padre:

Discorso del Santo Padre

Care sorelle, buongiorno e benvenute!

Vi incontro in questo momento significativo per la vostra Congregazione che è il Capitolo Generale, un tempo forte di dialogo tra voi e con lo Spirito Santo, da cui uscire rinnovati, nel cuore prima che nelle iniziative e nelle strutture.

Quando San Luigi Orione fondava la vostra prima comunità vi dava come missione quella di «far sperimentare [alle persone] la Provvidenza di Dio e la maternità della Chiesa». Vi chiamava cioè a incarnare l’agire misericordioso di Dio e della Chiesa con spirito materno. Per farlo poi vi indicava tre vie fondamentali: essere unite a Gesù, vicine ai fratelli e attive nel servizio. Vediamole insieme.

Essere unite a Gesù. San Luigi Orione ha fondato la vostra Congregazione – assieme ai Figli della Divina Provvidenza, alle Suore Sacramentine Adoratrici non vedenti e alle Suore Contemplative di Gesù Crocifisso – sotto l’insegna del motto paolino Instaurare omnia in Christo: «Ricondurre a Cristo, unico capo, tutte le cose» (Ef 1,10). È chiaro allora che l’unione a Cristo per voi dev’essere la radice di ogni attività. Il Concilio Vaticano II ci ha ricordato questo come un valore basilare per tutti i religiosi, dicendo che essi tanto più arricchiscono l’apostolato e la vitalità della Chiesa quanto più fervorosamente vivono uniti a Cristo (cfr Perfectae caritatis, 1), come i primi discepoli. Non si tratta dunque né di coltivare, nella vita spirituale e apostolica, intimismi fumosi e sterili, né di trasformarsi in “efficienti quadri aziendali” nella gestione delle opere. Si tratta invece di fare proprio il modo di vivere di Gesù, lasciando sempre più che sia Lui ad agire in noi, abbandonandoci a Lui, fino a poter dire come San Paolo: «Non sono più io che vivo, ma Cristo vive in me» (Gal 2,20); e ancora: «Caritas Christi urget nos», «L’amore del Cristo ci possiede» (cfr 2 Cor 5,14). Don Orione aveva presente questa realtà quando affermava che «per conquistare Dio e afferrare gli altri occorre prima vivere una vita intensa di Dio in noi stessi»,[1] una fede che bruci dentro e risplenda attorno a noi. E allora lasciatevi sempre prima di tutto conquistare dal Signore, dalla sua presenza viva nell’Eucaristia, nella sua Parola, in voi stesse grazie allo Spirito Santo. Ricordatevi che, come madri, il dono più grande che potete fare ai figli che Dio vi affida è quello di trasmettere loro il vostro amore tenero e appassionato per Gesù, di insegnare loro ad amarlo e conoscerlo come voi lo conoscete e lo amate, e di renderli partecipi della vostra fede in Lui.

La seconda indicazione lasciatavi da don Orione è quella di essere vicine ai fratelli. Gesù stesso infatti ci ha detto: «Tutto quello che avete fatto a uno solo di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me» (Mt 25,40). Allora anche il vostro servizio potete viverlo come incontro con Lui, animate dallo stesso amore. È Lui che si fa povero e piccolo nei poveri e nei piccoli; è Lui che in loro vi chiede calore e protezione. Abbiate dunque sempre, tra voi e verso gli altri, un senso di tenerezza materna, mai di freddezza. E se qualche volta questo malanno del cuore si fa sentire, cacciatelo subito via, con pensieri, parole e gesti di accoglienza e di gentilezza! Sappiamo bene che è meglio un pezzo di pane condiviso con un sorriso che una pietanza magari raffinata, ma condita di gelo e insipida di amore. Le vostre case e i luoghi del vostro servizio siano pieni di calore materno! Come diceva don Orione: tutti possano scaldarsi e illuminarsi attraverso «la fiamma che arde nel vostro cuore e la luce del vostro incendio interiore».[2]

Infine, San Luigi Orione vi ha insegnato a “lavorare sodo”, a non risparmiarvi nel servizio a favore dei più bisognosi. Servire «i poveri, i piccoli, gli afflitti da ogni male e dolore», con le «maniche rimboccate», da buone mamme, con compassione, creatività e fantasia, nella carità.[3] Una mamma non si arrende mai di fronte ai bisogni dei suoi figli: non fa mai mancare loro le attenzioni, le sorprese, le tenerezze e anche i rimproveri necessari; riesce a inventarsi soluzioni e rimedi impensati, anche di fronte a situazioni difficili o nell’incomprensione degli altri: è perché una mamma ama, e l’amore rende liberi e creativi! Del resto, è soprattutto questo che fa sentire i figli “a casa”, al sicuro, accettati al di là delle loro capacità, dei successi, delle condizioni sociali, della provenienza e dell’appartenenza religiosa, perché una madre vuole bene a tutti, non fa differenze. Così ama Cristo, così ama la Madre Chiesa, e così auguro anche a voi di saper amare, con questa maternità domestica, con cuore generoso e con “olio di gomito”! In questo modo darete gioia e speranza a molti, e un esempio concreto di vita sana, prezioso specialmente per i giovani, spesso disorientati da modelli esistenziali fragili e vuoti.

Voi vi definite per vocazione una “congregazione samaritana”: e chi più di una mamma è “samaritano” per i suoi figli? Vede, anzi intuisce le loro ferite, si ferma, li cura e alla fine li lascia partire per la loro strada. Vi esorto ad amare così, come ha fatto San Luigi Orione, come madri nella carità. Vi benedico di cuore. E vi raccomando, non dimenticatevi di pregare per me.

[1] Lo spirito di Don Orione, vol. VI, X Speranza, 10, “Silenzio e unione con Dio”).

[2] Ibid.

[3] Cfr Piano e programma della Piccola Opera, n. 3.

[00867-IT.01] [Testo originale: Italiano]



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