8 sept 2010

El comunicado de ETA

El comunicado de ETA: Reedición y autoplagio/Jon Juaristi
ABC, 06/09/10):
Ante todo, creo que no sería honesto por mi parte ocultar que lo que ETA diga o deje de decir me parece irrelevante para la erradicación del terrorismo nacionalista, un fenómeno que está en clara recesión desde hace varios años, a través de los cuales ha quedado suficientemente demostrado que los únicos medios para terminar con semejante lacra son la acción policial y la de los tribunales de justicia, ajustadas ambas a las leyes del Estado de Derecho. Como la propia banda afirma en su comunicado, no hay atajos practicables. Es obvio que ETA entiende esta expresión en los términos de su propio delirio congénito, que la hace creerse un Estado virtual, pero cabe esperar que el Gobierno la interprete a partir de la funesta serie de experiencias acumuladas por el socialismo español en su tratamiento del problema terrorista desde la primera legislatura de Felipe González a la primera de Rodríguez Zapatero. Es decir, lo que nos debería preocupar no es si ETA tiene esta vez una intención sincera de renunciar a la violencia, sino si el PSOE posee una memoria y es capaz de extraer de la misma consecuencias prácticas.


El comunicado de ETA no presenta la mínima novedad respecto a los que anunciaron las mal llamadas «treguas» en anteriores ocasiones, si prescindimos del indecente detalle de felicitarse a sí misma por su quincuagésimo cumpleaños. Dudo de que a estas alturas sea motivo de celebración incluso para muchos de los partidarios de la izquierda abertzale, que no podrá regresar a la política sin manifestar antes, de un modo explícito e inequívoco, su condena de la banda. El resto de los vascos no tiene de qué alegrarse. Ha sido medio siglo de sufrimiento y brutalidad, del que la recuperación apenas ha empezado. Por lo demás, el comunicado insiste en lo de siempre: la disposición de ETA a optar por nuevas vías si desde el Gobierno se levantara el bloqueo político que impide alcanzar la independencia y el socialismo mediante procedimientos democráticos.


¿Cómo hay que entender esta cháchara? ¿Está reclamando ETA la legalización de sus apéndices políticos —Batasuna, PCTV, ANV, etcétera— o quizá, directamente, un referéndum de autodeterminación? Nada de eso. Como de costumbre, los terroristas recurren a la vaguedad y a la imprecisión como método. Una oferta de cese permanente de la violencia a cambio de la legalización de la izquierda abertzale y de una amnistía para los etarras presos sería, por supuesto, inaceptable, pero supondría algo concreto. Sería inaceptable, aclaro, porque cualquier Gobierno que se aviniera a negociar en tales términos se haría directamente responsable de la más que segura reanudación de los atentados al día siguiente de poner en la calle al último preso de ETA. Sin violencia, el nacionalsocialismo de la sopa de siglas de la izquierda abertzale no alcanzaría representación parlamentaria alguna. Tienen razón los que, como Joseba Arregui, sostienen que el independentismo se ha deslegitimado tras cincuenta años de violencia terrorista, pero habría que añadir que, sin la presión del terrorismo, las opciones políticas independentistas se disolverían rápidamente. Solo una ínfima minoría de la población vasca votaría por la barbarie cultural, la zozobra civil y la ruina económica inevitable —y mucho más en una época de crisis global— sin la amenaza de las pistolas o de los cócteles molotov, y eso lo saben no solamente los nacionalistas radicales, sino todos los nacionalistas, sean del PNV o de Eusko Alkartasuna, aunque a estos se les llene la boca al hablar del futuro glorioso que depararía al nacionalismo la desaparición de ETA. Lo hacen desde la íntima convicción de que la banda, de un modo u otro, no dejará de hipotecar la política vasca, y de que la primera consecuencia del desvanecimiento del terrorismo sería el hundimiento político de los secesionismos en todas sus formas.


De ETA es vano esperar nada. Lo más recomendable ante comunicados como el presente es no hacerles el menor caso. El único género de comunicado atendible sería el que anunciase el fin definitivo de la banda, su disolución, pero está claro que no caerá esa breva. Al menos, de momento. No se dan las condiciones. La izquierda abertzale, que sobrevive en una curiosa ilegalidad no clandestina y que cuenta aún con un número significativo de alcaldes y concejales, no es el Sinn Fein, nunca lo ha sido y nunca lo será. La dirección política de ETA está en ETA, no fuera de ella. Tendría algún sentido presionar al nacionalismo radical para que rompa con la banda —aunque el resultado parece más que dudoso—, pero sería un error hacerle cualquier tipo de concesión en la confianza de que impondrá a ETA el fin de la violencia. Esto es sencillamente inimaginable, aun con un recambio de líderes. La única disyuntiva razonable que cabe presentar a la izquierda abertzale es la ruptura sin paliativos con ETA y el consiguiente retorno a la legalidad, o su marginación absoluta del sistema democrático. No cabe otra, y sería del todo inadmisible que cualquier charlatán inédito en comisión de servicios de la banda, como lo fue en su momento Arnaldo Otegui, volviera a suscitar esperanzas en el Gobierno y se granjease de su presidente el marbete de «hombre de paz» sin coste alguno.


¿Qué pretende entonces ETA con el último comunicado de «alto el fuego»? Lo de siempre. No ofrece nada concreto, salvo la tregua, que le permite asumir, con el pretexto de su voluntad de diálogo, la apariencia de un interlocutor benevolente, a la espera de que el Gobierno haga el primer movimiento. Y en esto no conviene engañarse. Cualquier respuesta a dicho comunicado que denote, aunque sea mínimamente, que se concede a ETA algún grado de credibilidad será rentabilizado de inmediato por la banda como una victoria moral y deslegitimará no solamente al Gobierno, sino al Estado mismo. Los casos precedentes en que la banda consiguió minar a este, gracias a la estupidez y al oportunismo de los dirigentes socialistas, son como para tenerse en cuenta. Por supuesto, sería terrible enterarse de que, como insinuaba hace algunos meses Jaime Mayor Oreja, el Gobierno o el partido que lo mantiene han sostenido negociaciones secretas con la izquierda abertzale con vistas a un cambalache que despeje los obstáculos legales para la participación de la misma en las elecciones locales a cambio de este miserable anuncio de tregua. Espero sinceramente que no sea así, porque, de lo contrario, estaríamos ante la prueba definitiva de que el socialismo español solo sirve para socavar la legalidad democrática. En lo personal, representaría una decepción insuperable, porque el propio pacto de gobierno en el País Vasco entre el PSE y el PP se revelaría como una maniobra socialista para encubrir una operación partidista y, además, lo que es peor, absurda y nociva. Mis esperanzas de que en mi tierra natal existan aún fuerzas capaces de restaurar una auténtica democracia se derrumbarían, así que prefiero no pensarlo mientras, como ETA, me mantengo a la expectativa de la reacción del Gobierno, haciendo votos para que esta llegue en el sentido diametralmente opuesto al previsto por los terroristas.

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