20 oct 2006

Más sobre Anna y Putin

¡Buena propuesta!
Retirar las condecoraciones de honor al Presidente (Vladimir) Putin/Bernard-Henry Levy, escritor y filósofo francés, nacido en Argelia
Tomado de EL MUNDO, 20/10/2006.
De acuerdo. Sé que no se puede acusar a nadie sin pruebas. Sé que hay numerosos instigadores posibles de la muerte, el pasado día 6 de septiembre, de la periodista Anna Politkovskaya, vilmente asesinada de varios disparos de pistola makarov, la misma que utiliza la policía rusa. Y concedo que el ex miembro del KGB [la agencia principal de policía secreta de la extinta Unión Soviética] reconvertido en dueño y señor de todas las mafias rusas sea considerado inocente de este crimen, como cualquier otro sospechoso, mientras no se pruebe formalmente que es culpable.

Pero con todo, ¿quién nos hará creer que este crimen no tiene nada que ver con el clima liberticida y de progrom que reina en la actualidad en Moscú y que permite -por ejemplo- que se dé caza a los georgianos tan oficial e impunemente como, antaño, se cazaba a los chechenos?
¿Quién puede asegurarnos que no ha habido, en la cúpula del Estado, un asesino con galones, un experto en eliminar a los periodistas demasiado curiosos, que de pronto se dijo que no quedaba más remedio que matar a Anna Politkovskaya, para obligar a callar para siempre a esa curiosa, a esa mujer que impedía mediante el ejercicio de su oficio normalizar y mentir a las claras, a esa periodista indomable que no se contentaba con escribir, sino que además actuaba?
¿Puede lavarse las manos el propio presidente ruso, Vladimir Putin, el hombre que saca su pistola cuando escucha la expresión prensa libre, el jefe de Estado bajo cuyo mandato fueron asesinados, antes de Anna Politkaskaya, otros 12 periodistas?. ¡Doce! Una cifra debidamente documentada, por desgracia, por Reporteros Sin Fronteras. Lo mismo que están documentados los casos de los otros 30 periodistas y reporteros asesinados, en el periodo anterior, entre 1992 y 2000, mientras realizaban su trabajo.
¿Puede, pues, lavarse las manos ante este nuevo crimen un Putin, neo zar de ojos vacíos y hablar delicado, que quería meter a los chechenos en los inodoros y que, de alguna manera, lo consiguió? ¿Podemos aceptar sin reaccionar, sin gritar de cólera y de indignación, la pequeña frase que soltó, ante la canciller alemana, Angela Merkel, y que fue todo el homenaje fúnebre que rindió a su compatriota asesinada, cuando dijo públicamente que la capacidad de influir en la vida política del país de la fallecida «era extraordinariamente insignificante»?
En definitiva, por todas estas razones, me veo impulsado a tratar una vez más el doloroso tema del asesinato de Anna Politkovskaya. Y como tengo miedo del olvido, del caso clasificado, de la noticia que caza a la otra, etcétera, quiero lanzar a quienes nos gobiernan dos o tres simples recomendaciones.
En primer lugar, quiero retomar, naturalmente, la propuesta lanzada por el diputado de la UMP [Unión por un Movimiento Popular, partido galo que fue creado para dar apoyo electoral al entonces candidato a la Presidencia, Jacques Chirac], Pierre Lollouche, de que sea creada una comisión de investigación internacional. Chirac lo hizo en el caso Hariri. Dijo, entonces, que por precaución, prefería que una instancia independiente abordase las circunstancias de la muerte de su amigo. ¿Por qué lo que fue válido en el caso de su amigo no podría serlo en este otro? ¿Por qué la Francia de los Derechos Humanos iba a olvidarse de la heredera de Sajarov y no tratarla, cuando menos, como al ex presidente libanés?
En segundo lugar, no se puede dejar al presidente ruso en paz. No se le puede conceder respiro alguno, mientras no se haga la luz, toda la luz, sobre una tragedia que fue también una provocación. Hay que hacer que no haya una cumbre, una visita de Estado, una rueda de prensa con cualquiera de sus colegas, sin que le sea planteada la cuestión, sin pausa y sin cansarse: «¿Cómo va la investigación del caso, señor presidente?» «¿Qué tiene que decirnos de nuevo sobre los instigadores de este crimen cometido literalmente ante sus ojos?». Anna Politkovskaya era la conciencia de Rusia. Ahora, tiene que convertirse en la mala conciencia de su actual presidente, en el espectro que le acosa, en su remordimiento.
También sugiero que se termine ya, de una vez por todas, con los homenajes de todo tipo con los que no se cesa de gratificar al señor del Kremlin. Un día es la Academia francesa la que lo recibe, entre dos operaciones para arrasar Grozni, como si fuese una autoridad literaria y moral. Otro día son los antiguos, futuros y presentes ministros de Asuntos Exteriores los que rivalizan en servilismo para exaltar su noble contribución a la causa de la democracia. Y otro, dos semanas apenas antes del asesinato, es el propio presidente galo el que le impone la condecoración de la Gran Cruz de la Legión de Honor, el mayor grado del orden más elevado de la meritocracia republicana.
Deseo lanzar una humilde súplica, pues, a Jacques Chirac. Tiene el presidente, estatutariamente, el derecho de pronunciar exclusiones y suspensiones, tratándose de individuos «plenamente condenados» o que «hayan cometido actos contrarios al honor». Dado que la suerte de esta mujer, abatida como una perra, cuando era, precisamente, el honor de Rusia, es un acto claramente contrario al honor y dado que profundas presunciones, si no de culpabilidad, sí de complicidad pesan sobre el dueño de Rusia, por otra parte criminal de guerra convicto, me parece que se impone una medida de «suspensión provisional», del tipo de la que pronunció hace unos años, respecto al general torturador Ausaresses.
Una vez más, mientras se investiga el caso. Mientras se limpia la casa. Sin eso, la elevación de este hombre al rango más elevado de la Compañía de la que el jefe de Estado galo es el Gran Maestre será un escupitinajo en la cara de Anna Politkovskaya, y en la nuestra. En la de todos nosotros.

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